ENTREVISTA CON MANUEL UGARTE
Diálogo con MANUEL BALDOMERO UGARTE-No hay novela americana. La novela es un género que nace en las naciones constituidas. Las nuestras se hallan en nebulosa: son aptas para la lírica, tienen pasión para escribir historia, pero les falta la visión serena que la novela exige. Hay novela francesa, novela rusa, novela inglesa, novela española; pero no la hay norteamericana, porque no hay alma norteamericana. Lo mismo podemos decir de nuestra novela en Hispano-América.
Manuel Ugarte -último superviviente del modernismo, que "aún suspira y aún existe"- es ahora embajador argentino en México. Nuestra conversación reanuda el diálogo que data de 1913, cuando nos encontramos en una ciudad centroamericana, ceñida de pinos, bajo el capelo de cristal de un cielo imponderablemente azul?
-Nuestra novela es odiosamente verbosa. La síntesis aparece tarde en los pueblos. En nuestra novela los personajes todos hablan por boca del autor, sin diferenciarse.
Si no son noveladas las que así llamamos. ¿Entonces qué son?
-Allí tiene usted, por ejemplo María de Jorge Isaacs. No es más que la calca de Atala y René y más tarde de Pablo y Virginia.
¿Y La Vorágine?
-Se trata, simplemente, de un relato de viaje a través de la selva.
Alguien ha dicho que el mismo Rivera la consideraba más bien un poema. ¿Y doña Bárbara?
-Muchos elevan el relato a la categoría de novela.
Claro que no a todos les exigimos que escriban El Quijote.
-Galdós, sí, Galdós?: este sí es un novelista. España tiene gran novelística. Pero España es uno de los países de vieja civilización, en que hasta los gañanes son civilizados.
Los Estados Unidos tienen civilización?
-No confundamos la civilización con el progreso. Una cosa es tener mucha higiene, gran servicio de correos, de hoteles, de transportación y hasta museos, bibliotecas, pinacotecas; otra cosa es la civilización. Cuando visitamos Italia, por ejemplo, nos encontramos con campesinos que tienen todo el señorío de los hombres civilizados, eso que se ha heredado de los grandes pueblos mediterráneos, de Grecia, de Roma; eso que no se improvisa, que es una lenta, larga, dura elaboración?
Entonces, ¿cuál es para usted la diferencia entre la novela y la novela americana?
-Desde el principio hasta el fin, en lo que llamamos novela aparece un dómine que tratar de convencernos de algo, que se plantea una tesis y que la va desarrollando. Uno ha escrito la novela de la jungla, otro de la pampa, el otro la novela de los diamantes. Los temas abundan, pero no vemos el novelista. Vemos los personajes cerca, pero no se les ve el fondo, les falta la perspectiva.
Usted está de acuerdo entonces con la afirmación del peruano Sánchez sobre América, novelas sin novelistas.
-Yo le digo lo que creo que debe decirse. Nos falta la vida interior que tanto tienen hasta los aldeanos de Italia y España: ¡los aldeanos zafios! La máquina nos hace con más baratura muchas cosas; pero no nos hace la civilización. Nos pone en camino de ella. La máquina es un instrumento en busca de civilización.
Pero mucho se ha hablado de la civilización argentina.
-Tendríamos que hablar muy largo sobre esto. Por ahora, nos preocupamos porque haya honestidad administrativa. La Argentina de hoy persigue a los acaparadores. No hace mucho uno de los que acaparaban papas, tuvo que suicidarse al ser sorprendido?
Volvemos al poema de Díaz Mirón en que habla de que "nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto".
-Lo estricto, sí; hay que reducirse a lo estricto; hay que trabajar, que trabajar formidablemente.
La industrialización, la revalorización?
-Pocos se imaginan la corrupción que había en la Argentina antes de ahora. La venta de empleos, los negocios ilícitos, la plutocracia, los intereses creados? No tendré automóvil mientras sea embajador en México y viviré en un cuarto como cualquier ciudadano, nada más que con lo estricto.
Pues sobre Perón aquí se ha hablado mucho, mucho?
-La situación de Argentina ha sido tendenciosamente desfigurada por las agencias de información. Mucho me temo que en mis labios pongan lo que no he dicho al llegar a México. Yo antes fui político, pero ahora soy diplomático.
¿Y cómo entró usted a la diplomacia?
-He llegado a ella después de 45 años de ser opositor a todos los regímenes de mi país. Fui invitado para ir a Rusia; pero, a mi edad eso no me convenía. Después se me habló de Colombia, y, de repente, que si me convenía venir a México. Y claro, acepté, aquí tengo muchos amigos, ya había venido antes. No quiero preguntar por muchos de mis amigos. Acabo de saber que murió Rubén M. Campos.
Su primer viaje fue cuando era Presidente Madero, ¿no es así?
-Ya había venido en 1903, en pleno porfirismo y entonces conocí a Urueta, Nervo, Urbina, Valenzuela. Era un grupo admirable. Recuerdo también al escultor Contreras, al estupendo dibujante Julio Ruelas, uno de los prodigios que he conocido. Y también a Manuel José Othón, el gran Othón. Yo llegaba mucho a la casa de Jesús E. Valenzuela, que era un príncipe, desde su solio de Revista Moderna, Valenzuela nos llevaba a los grandes almuerzos en Tlalpan.
¿Conoció usted a don Justo Sierra?
-El no era el príncipe sino el Rey. ¡El gran don Justo Sierra! Un maestro cabal. En aquellos días Carlos Díaz Dufoo trabajaba en El Imparcial. Jesús Urueta iniciaba su brillante carrera de orador. Don Justo ya no formaba parte de aquel grupo.
¿Por qué escribe usted sus recuerdos?
-Todo lo que pudiera decirle está en mi libro último Escritores Iberoamericanos de 1910. En él aparecen los entretelones de aquella época. Van pasando por el muchos detalles vistos por mi: y naturalmente, habló mucho de Rubén, de Gómez Carrillo, de Blanco-Fombona. Eran los tiempos adorables de París. Ahora es nada París; ahora es nada? Hasta España se nos ha ido? Pienso hacer una nueva edición de este libro. Aquel movimiento, el modernismo, no se ha vuelto a repetir en las letras de nuestro idioma: ¿se ha fijado usted en eso? ¡Es curioso! Fue algo así el movimiento de la independencia política, en el que, al unísono, fueron surgiendo nuevos valores en todos los países americanos. En ese libro no me ocupo de Blanco-Fombona, porque vivía aun cuando lo publiqué; pero ahora que ha muerto y que haré una segunda edición?
Hábleme algo de otros hispanoamericanos importantes a quienes usted conoció en París, en aquella época. ¡Supongo que trató entonces al general Mansilla!
-Hay dos Mansillas. No trate al general Lucio Mansilla, pero vivía aún en París. Era un gran cínico. Un hombre mundano, elegante, que se debatía en duelo? Era el mismo que hizo célebre esta frase: "Yo no he tenido nunca fortuna; pero siempre he tenido dinero." Era un hombre de mucho talento, indudablemente. Era representante de una época de corrupción. Entonces era lícito robar al Estado? Hoy tenemos que hacer declaración de lo que tenemos, que es lo que debe ser. ¡Hemos entrado en una época de austeridad!
Volvamos a Rubén Darío, mi querido Ugarte. Usted, que lo conoció tan bién, hábleme de él.
-Darío era generoso, de grande alma, leal, caballeroso. ¡Tantas mentiras se han escrito sobre el! Lo conocí en Buenos Aires. Habíamos comenzado a tratarnos por correspondencia, cuando colaboraba él en una revista mía, que yo editaba en Buenos Aires; La Revista Literaria. Esta tenía un sentido iberoamericano y me llegaban colaboraciones de todos los rumbos.
Algunos nombres de los colaboradores?
-Colaboraciones de Abraham Z. López Penha, de Colombia; Guillermo Mata, de Chile; Francisco Gavidia, de El Salvador; Clorinda Matto de Turner, Francisco Mostajo, José Santos Chocano, Abraham Valdelamar, del Perú?
¿Y don Ricardo Palma?
-¡Ah! También don Ricardo me enviaba de vez en cuando su colaboración. Hicimos gran amistad desde lejos. Blanco-Fombona ya me mandaba lo suyo. Y Pedro Emilio Coll, y tantos otros?
De modo que Darío?
-Sí, con Darío colaboraba desde entonces en el diario La Nación de Buenos Aires. Le daban 600 francos al mes y eso le permitía no morir de hambre en París.
Pero se dice que tenía amigos ricos, que eran sus admiradores?
-Sí, los tenía. De repente le llegaba la ayuda de algunos de esos amigos. Rubén era víctima de la timidez; pero, como caballero, era incomparable. Alguna vez le preste 50 francos y al día siguiente se me apareció llevándome un ejemplar de un libro de Jean Moreas, espléndidamente ilustrado, con dedicatoria para mí, y así superó el préstamo. Rubén prólogo mi segundo libro, Crónicas del Bulevar, y aprovechó el prólogo para atacar a Unamuno, quien me había prologado Paisajes parisinos. Darío fue un noble espíritu. Nunca le vi hacer una cosa fea? Deje de verle cuando abandone París en 1911 para emprender aquella gira por América que duró dos años. La guerra me pescó en Buenos Aires. Ya no volví a París. Darío se vio premiado durante la guerra. No sé qué gobernante le ayudó para que volviese a Centro-América.
Fue Estrada Cabrera, el de Guatemala. Ha contado Arévalo Martínez que en cierta ocasión Darío, acechado por zozobras y temores infantiles, le preguntaba: "¿No cree usted que este hombre me tiene secuestrado como al sabio Bonpland el tirano doctor Francia?"
-¡La leyenda de Darío! Era el hombre más sencillo del mundo. Esa leyenda lo hace un ser ficticio, artificial. Usted puede contemplar su alma buena alrededor de su talento auténtico y de su sinceridad. Lo que más le atormentaba era escribir sus colaboraciones periodísticas. Tenía un secretario a quien fusilaron cuando la guerra estalló. Sedano se llamaba, y era mexicano.
Sí, Darío habla de él en su autobiografía. No sé quién me ha contado que lo presentaba siempre como hijo de Maximiliano, pues se le parecía por los ojos azules y la barba dorada.
-Sedano le copiaba sus artículos; era el amanuense de Rubén. Le copiaba los artículos que enviaba los diarios. Rubén me decía, obligado por la necesidad: "No me pagan lo que yo sé hacer", y se refería a sus poemas. Sus colaboraciones para La Nación las llamaba sus artículos "alimenticios". Para él escribirlos era una verdadera tortura. A veces, otros se los escribían. Entre ellos hay algunos que son de Nervo, de Carrasquilla Mallarino y otros míos. ¡Claro! Llegaba el momento trágico para que recibiera el cheque y le sacabamos de apuros con nuestras energías de segunda mano. Esto es perfectamente auténtico. Pero él no les daba ninguna importancia a esos artículos.
¿Y cuánto le daba mensualmente La Nación?
-Seiscientos francos mensuales? pero, cuando le llegaba el cheque ya los había gastado.
Había un ministro del Brasil?
-Era el señor Fontaura Xavier, que tenía plata ampliamente. Mejor no seguir hablando de estas cosas. Yo he oído tanto sobre el pobre Rubén, y lo han dicho con encono, con una ignorancia, con una estupidez? ¡Oh! ¡la historia literaria. Dios nos libre! ¡Lo que irán a decir de nosotros, Valle! ¡A los muertos les dicen tantas cosas! Cuando lo ven agonizar a uno se acuerdan, hasta entonces; ¡pero no antes! Y menos mal que no esperan la muerte total. Darío era un espíritu superior, que vivía en lucha con una serie de problemas. En un mundo favorable habría vivido más; pero le faltaba reciedumbre para dominar la vida. Otros hemos sabido capear el temporal; pero ante la miseria que nos rodea se concibe que?
¿Y Nervo?
-Amado Nervo y yo nos volvimos a encontrar por segunda vez en una terraza de café en París. Me parece que le estoy viendo: estaba solo, solo? Yo le pregunté que estaba haciendo; y él me dijo: "Estoy pintando las cosas de otro color." El pobre Nervo hacía traducciones de novelas de 400 páginas por 200 francos, para la casa Garnier. En una de sus cartas me decía: "¡Doscientos francos! ¡Eso es París!" Y en otra: "¿De qué me sirve vivir en París? ¿No ve usted que todos los días tengo que matar un deseo?"
¡Ah! ¡Los editores!
-¡Y también los dueños de algunos periódicos! Muchos de estos reproducían los artículos de Darío, pero el 99 por ciento no le daban ni un céntimo? Hay mucho más que decir sobre el modernismo. Cada uno de nosotros hablaba con su lenguaje particular, pero con el mismo concepto de la revolución literaria. Sobre cada uno de ellos -Nervo, Darío, Chocano, el infortunado José Lora y Lora, poeta peruano que se suicidó arrojándose, por miseria, al subterráneo de París- hay todavía mucho qué decir. Cuando apareció el primer artículo que Nervo escribió para que saliera con la firma de Darío, los lectores notaron un estilo suave, de místico, y muchos se sorprendieron al ver que el pagano Rubén se estaba convirtiendo? Ante la miseria que sufre un poeta, es fácil comprender casos como el de Goicoechea Menéndez.
¡Cómo! ¿Usted conoció a Goicoechea Menéndez? Hace días le sigo los pasos hasta su muerte en Yucatán. Quiero hablar de él y de otro argentino que también fue vagabundo: José Antonio Miralla.
-Pues bien: Goicoechea Menéndez nació al calor del desequilibrio que irradiaba, sin querer, la inteligencia equilibrada de José Ingenieros.
No comprendo lo que usted quiere decir?
-Pues verá usted: Ingenieros fue el autor de las mixtificaciones más fantásticas que ha habido en la Argentina. Fue quien inició la coronación de un pobre poeta de provincia, que se volvió loco al darse cuenta de que no era más que una mixtificación. Le dieron un gran banquete; le vistieron con el traje antiguo de un general; y le convirtieron en miembros de la Academia Francesa, con su respectiva condecoración de la Legión de Honor! Goicoechea Menéndez actuaba en aquel medio también preparado y llegó a vivir los mitos que creaba. Una vez hizo regar la noticia de que había ganado el primer premio de la lotería y comenzó a distribuir dinero? En otra ocasión se presentó terriblemente asustado en casa de un amigo: "¡Acabo de matar a un hombre! présteme otro traje, porque quiero disfrazarme!" Y salió huyendo con el sombrero sobre los ojos. Me acuerdo de una de sus frases "¡Ando buscando editor para un libro que voy a escribir!" Goicoechea creía siempre en los dramas de su invención. No es remoto que la noticia de su muerte en Mérida sea otra de sus bromas. En aquella época extraordinaria, le dieron también un gran banquete a Florencio Sánchez por su drama M´hijo el doctor.
-He sido testigo de tantos dramas de la vida real? -sigue diciendo Ugarte- trate íntimamente a Alfonsina Storni. En mi presencia, pocos días antes de su muerte, pidió a un diplomático de la República Dominicana que le consiguiera una invitación de aquel gobierno para ir a dar unas conferencias, porque ella quería salir de Argentina. Es extraño que el suicidio de Alfonsina, como siguen siéndolo las muertes de Lisandro de la Torre, Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones.
¿Por qué se suicidó Lugones? He leído las hipótesis más contradictorias.
-Hay que saber que Lugones ganaba 500 pesos al mes, fuera de sus artículos para La Nación. Una vez tuvo que hacer una antesala de dos horas en espera de que les recibiera el Ministro de Instrucción Pública, que era un pobre diablo y de quien no vale la pena ni acordarse? Lugones se suicidó el día en que tomó el poder el general Justo?
Se ha hablado de amores, de enfermedad, en el caso de Alfonsina?
-Pero su enfermedad más incurable era la decepción.
Entrevista original, Fondo Rafael Heliodoro Valle, ERHE Expediente 179. 1938.