RAMIREZ PLANCARTE TIENE LA PALABRA
Diálogo con FRANCISCO RAMÍREZ PLANCARTE El investigador Francisco Ramírez Plancarte que nos ha hecho sabrosas declaraciones sobre su obra histórica, recién publicada. Sin saber qué voz seguir, la de la prudencia que calla, o la del que apresurado advierte, nos decidimos por la última y despertamos al investigador y amigo don Francisco Ramírez Plancarte, quien plácidamente duerme la siesta, al fondo, en un sillón de su librería, con visible riesgo para el negocio.
-¡No!... es más fácil que me roben un libro cuando, despierto, un pícaro especialista me hace su víctima.
Nos excusamos, pues, de haber hecho bajar a nuestro amigo de las delicias del sueño a que se entregaba, para expresarle:
Quisiéramos que nos contara cómo escribió su libro "La Ciudad de México durante la Revolución Constitucionalista", que acaba de aparecer.
-¡Um.!- comenta al tiempo que, moviendo la cabeza, parece localizar sus memorias y desterrar el último sopor, se apoltrona y se nota que le entusiasma la idea de narrarnos el calvario de su interesante historia.
-Figúrense ustedes que lo empecé cuando tenía mi puesto en "El Volador", y tan sólo para distraer mis ocios.
Hace mucho, entonces; ¿y por qué tanta tardanza en publicarlo?
-No se imaginan los trabajos que pasé para terminarlo, y, además, los numerosos cambios que el proyecto original sufrió...
¡Ah! ¿Pues no es el primer plan el que siguió usted?
-No; mi primer impulso fué sólo compilar en unas 60 páginas algunos recuerdos para mis hijos. ¡Tristes recuerdos de aquellas horas de amargura que vivió la ciudad de México en los años de 1914 y 1915...! la gente se moría de hambre en las calles; un platillo de frijoles costaba una fortuna, y el dinero -que no valía nada-, se contaba en carretas...
Nos sigue describiendo don Francisco los cuadros más truculentos de miseria, de incertidumbre, de angustia, en las horas que se tuvieron entonces, y cómo al ir acumulando datos preciosos para la historia, sintió la necesidad de todo hombre justo y veraz, de consignarlos, para hacer luz en lo que, hasta ahora, ha sido tiniebla y engaño; pues el historiador de nuestros tiempos es oficial u oficioso, y esto, señores ¡corroe la historia en su base!
-Así, aun en perjuicio de mi negocio, pasé cuatro años revolviendo papeles, libros, verificando personalmente los aspectos obscuros, falsos y contradictorios, hasta completarlo ahora, tras de nuevo "vía crucis", para conseguir los medios editoriales... Muchos viejos revolucionarios, a quienes entrevisté una o varias veces, fueron abriendo camino en la selva de embrollos y mentiras que en los periódicos y otros documentos encontraba. Gildardo Magaña, Pánflo Natera, Antonio I. Villarreal, Lauro G. Caloca, Díaz Soto y Gama, Román Badillo, Medina Hermosillo y tantos otros que consulté en persona, entre los que no debo olvidar, muy especialmente, pues su entusiasmo fué mucho, al licenciado Andrés Molina Enríquez, el general Felipe Luis Tapia, don Nicéforo Guerrero, etc. Sin contar con la inapreciable contribución que don Carlos Basave del Castillo Negrete tuvo, al poner a mi disposición su biblioteca mexicana, que tiene más de 25,000 volúmenes -¡lo mejor que hay!-. Pero no... Estos esfuerzos, me cabe la satisfacción, han sido premiados en una forma muy superior a mis pretensiones, pues aún antes de publicar en conjunto lo hecho parcialmente, y así es cómo he sido presentado y admitido en la Sociedad Científica "Antonio Alzate", la de Geografía y Estadística, donde como a título de tesis, leí el capítulo VI de mi libro...
¿Ah, sí? ¿Y por qué escogió usted ese libro para presentarse a esa benemérita institución?
-Porque allí trato lo referente a la Convención de Aguascalientes, y sabrá, usted, poco o nada que sea verdad se ha dicho de ella. Se reunieron allí tantas gentes que aún viven, y sucedieron tales cosas inenarrables, que, palabra, los historiadores a que antes me he referido, han hecho cuentos de colores y prodigios de imaginación, para ocultar los hechos reales...
¿Pues, qué fué, por fin, la famosa Convención, y cómo se desarrollaban las pláticas de los revolucionarios que discutían el porvenir y los principios que regirían al país? ¿No era, pues, algo como un ateneo, o una academia donde se presentan ponencias, se debate, se dictamina?
-¡No, amigo mío...! ¡Qué va! ¡Qué va! Para no dejarlo con la curiosidad y para que se dé usted una idea, habla dentro del "Teatro Morelos", asiento de la Convención, una orquesta a todo dar y un público hasta los topes, que lo mismo aplaudía que vociferaba.
¿Como en los toros?
-Peor todavía... Todo Aguascalientes era una feria, como las de Lagos o Tlálpan, allá en sus tiempos: la población triplicada por la afluencia de tropas entusiastas que llegaban como a la gran mascarada. Como se había prohibido la bebida, ésta se encontraba en todas las casas, y la embriaguez, y las reyertas y las bravuconadas estaban a la orden del día. Los grupos llegaban a extremos tales, como los de obligar, con amenaza feroz, a los transeúntes, a vitorear a sus jefes. Una vez García Vigil, en pleno "Hotel Wáshington", fué obligado a gritar "Viva Villa" y a bailar sobre el ala de su sombrero... Pero no eran sólo las diferencias políticas o el exceso de polación, sino otros excesos de la tropa, que no podían satisfacerlos en la población, lo cual originaba numerosos choques.
¿Pero qué excesos? Hubo otros raptos, además de los oratorios?
-Claro; pero Antonio Villarreal, presidente de la Convención, resolvió la situación, trayendo de Guadalajara varios furgones del codiciado material humano...
Y el desarrollo de las sesiones, ¿cómo se sucedía?
-En medio de los peores escándalos. Pero será mejor que lea usted el libro. Le voy, a dedicar un ejemplar.
Publicado en "Revista de Revistas" el 25 de febrero de 1940.