UN EUROPEO DE QUITO
Diálogo con MANUEL BENJAMIN CARRION No nos conocemos en Hispanoamérica en esta ancha patria que queremos hacer a golpe de comprensión por el milagro de la cultura, unificando problemas, hermanando el pretérito, dándole a la realidad un tono que nada tenga que ver ni con la oratoria de sobremesa ni con los gestos de las máscaras que la diplomacia creo después de los grandes días de Bolívar. No nos conocemos, amigo Benjamín Carrión.
Había recibido el nombre de este pensador entre los ecos confusos que llegan a través de los magnavoces de la prensa del hemisferio, pues uno de mis regocijos casi cotidianos es el de informarme de todo lo que acaece, de todo lo que se piensa con cerebro puro y con ademán mesurado en estos países de racialidad hispánica que se unifican en la misma angustia de ser, que para marchar hacia el futuro buscan un apoyo vivo más en los conflictos del presente que en las simpatías retrospectivas.
Pero el nombre de Benjamín Carrión se me evadía a veces, como un fantasma en nieblas de lecturas, me salía al encuentro y se me escapaba. Lo tenía de cerca, queríamos ponernos al habla en una tertulia de esas que se hace necesario prolongar aunque haya interlocutores impertinentes. Y de pronto, huyendo de tal revista, de tal página del libro suyo, se me concreta su figura, lo veo radioso hombre universal, que llega de Europa, europeizado -mejor dicho occidental que tiene a orgullo serlo- con sus inquietudes enraigadas en América, pero sin perder su matiz auténtico, porque es ecuatoriano de los que respiran dentro de la atmósfera de los Andes insignes, a miles de metros sobre el nivel del mar y ha venido a la gran altiplanicie mexicana a enriquecer sus calidades de hombre de altura, a sentir el ritmo mejor de nuestra hora americana, un ritmo que se adelanta con orgullo de profecía mientras en otros pueblos fraternos la vida está desgarrando, desigualmente las entrañas raciales urgida por los problemas que son más que certidumbres.
Y está aquí Benjamín Carrión, el autor de "Mapa de América", "Los Creadores de la Nueva América" y "El Desencanto de Miguel García", que ya no es sólo el representante diplomático, sino también el embajador espiritual de su país: que después de viajes, de lecturas, de curiosidades, ha sabido labrar su temperamento y darle a su sensibilidad una brújula y panoramas. Hombre de altura de altitud y de alteza; voz diáfana que suena con pasión.
-Necesitamos hombres apasionados, no violentos -es su afirmación- Entre nosotros, la pasión es Bolívar, es Sarmiento, es García Moreno, es González Prada, es Montalvo, es Vasconcelos. La violencia es Rosas, es Guzmán Blanco, son todos los panfletarios y todos los tiranos que, en el balance gubernamental y literario de los países de América se encuentran en incosteable mayoría.
En momentos en que nos interesaba conocer a García Moreno -esa personalidad tan interesante en la vida de América, no importa la intransigencia de los heterodoxos- que nos iba a presentar en prometida plática Luis Islas García, tuve la oportunidad de encontrarme con Carrión. La plática todavía nos está en deuda; pero dos motivos de acercamiento surgieron por incidencia, la evocación de José Carlos Mariátegui, el héroe marxista del Perú, que Antonio Armendáriz nos hizo en conferencia dada en domingo como si se tratara de ejercicios espirituales, y la conmemoración del cuarto centenario de la muerte de Atahualpa.
-García Moreno tuvo a bien casarse con viudas ricas para emplear sus fortunas en la institución de obras piadosas que todavía siguen prestando servicio social. Era un varón extraordinario a la antigua, y hasta se ha hablado de su canonización, como que su estatua está en el Vaticano junto a las de otros defensores de la fe, Constantino y Carlo Magno. Vive aún uno de los conjurados que le dieron muerte, don Roberto Andrade, ya muy anciano, quien se ufana de haber sido el que le causó la herida mortal?
Automáticamente hemos invocado el nombre de Montalvo que sigue siendo clarinada de somatén, ejemplo de dignidad fuera de sus altísimas excelencias como escritor y polemista.
-Estoy escribiendo algo sobre García Moreno, que ojalá resulte bien como interpretación de aquella personalidad tan representativa.
Y tengo noticias de que Roberto Agramonte en Cuba prepara otro sobre Montalvo que de seguro será un nuevo perfil del héroe.
Hacemos un alto en los recuerdos. Tal parece que iniciamos una ascensión andina. Quito la segunda capital del imperio incaico surge desde 1809, y luego la transparencia de su cielo, sus casas, sus gentes, su paisaje epónimo, la escuela de pintura que dio.
-Solamente la ciudad del Cuzco -opina Carrión- tiene una significación más imperativa. Y es que en las dos el hombre hizo cantar a la piedra, le imprimió huellas perdurables que todavía admiramos con reverencia. Maneo Capac, Atahualpa, toda una mitología, toda una teogonía deslumbradora.
En este año, en el mes anterior, la sombra de Atahualpa renovó el inolvidable suplicio a los cuatro siglos en un episodio que exige el gran pintor, el historiador, el poeta. Carrión termina para pronto un libro sobre el emperador desventurado cuyo rostro ha servido de tema para una semblanza del escultor colombiano Rómulo Rozo. Columbro en uno de los anaqueles atestados de libros, la historia de González Suárez y como si hubiera señoreado su lectura, abro exactamente en la página en que el gran escritor narra el cruento episodio.
¿Tuvo Atahualpa signos nefastos que anunciaran la llegada de los españoles?
-Es más: tuvo también en su contra como Moctezuma, una profecía idéntica a la que formuló Quetzalcoatl. Se oye aun la voz del Viracocha, del Dios que estaba más allá del sol, que era el dios visible en el zodíaco peruano. El Viracocha era el que todo lo había creado, el que dio todo a los indios pero éstos no tenían el privilegio ni siquiera de entreverlo, porque estaba escondido en lo misterioso de las nubes.
Hemos hecho un paralelo de múltiples circunstancias que hacen la semejanza de las dos conquistas, las de México y el Perú. Hemos pensado en la misma división de los pueblos agredidos por el conquistador, en la misma fastuosidad de las embajadas con presentes, en la misma política que Pizarro empleó acaso remedando a Cortés.
Carrión dice:
-Sobre la parentela de ambos se han hecho búsquedas por Gonzalo de Zaldumbide, nada menos que en Trujillo, la ciudad española; pero tengo entendido que nada se puso en claro. Es posible que se hayan entrevistado entonces.
El hombre occidental que hay en Carrión, en el ecuatoriano auténtico, se recrea ante el espectáculo del arte que América está dando al mundo, vitalizando los valores que dieron las culturas precolombinas, que ya no es posible revivir por mucho que las admiremos e injertándolos con la sabia renovadora que fluye del árbol hispánico. Para él no ha de ser el poeta de América el indígena puro, el aborigen por derecho de primacía de la tierra e insiste en que la América de hoy no es sólo de ese indígena sino de todos los hombres.
-Por eso me pasma la obra de José Clemente Orozco, sin duda alguna más personal que la de Diego Rivera. Por eso me seduce la pintura de Rodríguez Lozano que no conocía.
Y volviendo al tema de Mariátegui, que más que una Eurindia soñaba una Indoamérica, hemos aludido a lo que hace Luis Valcárcel y J. Uriel García en el Perú, lo que intentan en su afán de restauración los arqueólogos y los sociólogos que con un claro sentimiento de universalidad están construyendo una filosofía que acaso será el mejor mensaje de la Raza Cósmica.
Nombres amigos suenan en la intimidad de la tertulia: Luis Alberto Sánchez, Juan Marinello, León Felipe, Jaime Torres Bodet, Pablo Palacio. Nombres que están adheridos a la vida que América trata de labrarse. Y también el del poeta que más parece fantasma que criatura terrestre: José María Eguren, el de las imágenes que, por lo infantiles son álgebra celeste.
Y del tema en tema en una conversación que -para usar su epíteto- es una forma de producción de Lima en el barrio bajopontino y en los salones en que la vida parece de otro mundo; escritores del Ecuador joven como Augusto Arias y José de la Cuadra; maestros de arte como José Gabriel Navarro, cuyo libro sobre la arquitectura hispánica en Quito es un joyelero deslumbrador; ensayos nutridos en la realidad como los que Moisés Sáenz acaba de darnos sobre los indios ecuatorianos y peruanos.
Estábamos de acuerdo: vivimos un periodo dinámico, herencia natural del desconcierto de la guerra. Pero su pregunta no puede ser más preocupadora:
¿El arte marcha al ritmo de esta conducta humana del presente?
-La arquitectura, sí: el triunfo de los planos y las líneas; los motivos dinámicos -casas como trasatlánticos-; el triunfo de la luz indirecta, del vidrio plano, del fierro forjado; las superficies geométricas y lisas; los colores violentos. Todo eso está diciéndonos que nos hallamos lejos de la tarda, devota y paciente labor gótica: edad media fervorosa que hace decir plegarias a las piedras; muy lejos del caliente abandono mozárabe que hace cantar las fuentes escondidas, cromatiza la construcción de piedra o yeso con el dorado y con el azulejo y hace calados perezosos; lejos también del bizantino de los mármoles multicromos, de los mosaicos y las cúpulas, del barroco, del plateresco que retuercen las cosas, que hacen culta y gongorina a la piedra, lejos-felizmente- del ochocientos redondeado, lujurioso y prolijo, herencia de los Luises y el Segundo Imperio. Y es que ahora los edificios son hechos para ser vistos al paso del automóvil o al vuelo del avión y no hay tiempo para contemplar detalles minuciosos.
Suspendemos la charla con alusiones al momento económico mundial, que es otra arquitectura preocupada de problemas. Y cuando unánimemente nos referimos a la participación de los judíos en las grandes revoluciones, oímos claramente nombres que son santo y seña: San Pablo, Spinoza, Marx.
Publicado en "Revista de Revistas" en septiembre de 1933.