DOÑA ANA DE CABRERA, LA INDIA RUBIA
Diálogo con ANA SCHNEIDER DE CABRERA Viene de la Argentina, como quien dice de la Cruz del Sur, doña Ana de Cabrera, la india rubia, con su guitarra que ha probado el mate, y así como la materia va de mano en mano, así van sus canciones recogidas de aquí y allá dando tumbos o resbalándose, rayos de luna andina, sobre las almas?
Doña Ana de Cabrera, nombre de hada madrina o de reina que sabe de memoria madrigales. Mujer que va con una guitarra de embrujo, pregonando la canción de América, desplegando sus colores folklóricos -sepias incaicos, amarillos milenarios- con la sobriedad de quien lleva un tesoro que hay que economizar, y enseña esa canción en una clara primavera de alegrías, que nacieron hurañas en Tucumán y se untaron de luz azuladamente sensitiva en el trópico? Una mujer que quiere que nuestra América diga en guaraní, en quechua, en maya, su sollozo ancestral, su sensibilidad desvaída como las telas halladas en las tumbas arqueológicas, y también, sobre todo, siempre, para siempre la voz criolla de sabor de sangre, de dulzura de muerte y de azucenas con espinas?
Casi al día siguiente de su llegada a México la lleve a San Lorenzo Acopilco, a una hora de automóvil de la metrópoli, para que viera danzar a los indios la danza de los moros y los cristianos. Y lo primero fue hablar de don Martiniano Leguizamón y de Fausto Burgos, que entre criollos e indios se han pasado la vida. Lo segundo dejarla ver y oír a sus anchas y luego que me diera la contestación de su rostro iluminado de sorpresas.
-¿Y dónde oiré hablar el azteca?
En esta altiplanicie señora, claro, no es el azteca que halló Cortes. ¿Sabe usted cuantos idiomas y dialectos están vivos aún?
Doña Ana busca la canción indígena mexicana y yo le advierto que la mina -más grande que la valenciana de Guanajuato- es la balada criolla. En esa canción está nada menos que la geografía y la historia de México.
-Quien primero me hizo sentir a México fue Lupe Rivas Cacho. Había que reservarse sitio en el teatro tres días antes. ¡Qué delicia!
Y me explica los orígenes de su apostolado. Porque eso de ir por estas tierras con una guitarra que desempolva viejos sones y lavando la canción desgreñada, enseñándola a saludar, a sonreír, a no decir palabras inconvenientes, eso es ser apóstol. ¿La música popular resolverá los problemas del pueblo? La canción de América antes que la unión política y la misma vía ancha para los ferrocarriles y la formalización de esa línea de barcos que nos han prometido -¿para cuándo?- aunque sea una vez al mes, desde Buenos Aires a Veracruz.
El amigo Larco Herrera, ¿cómo quedó en el Perú?
-Que grande hombre de América es Larco, ¿verdad? Que pasión por las cosas de nuestra América y que dinamismo, que inteligente voluntad. Me acuerdo de otro hombre así, don Estanislao Zevallos?
¿El de "La Prensa" de Buenos Aires?
-Fue quien me apadrinó. ¿Y a que no sabe usted cómo? Pues verá usted. Zeballos trabajaba en "La Prensa" y una vez fuimos varias señoras a protestar por una canción argentina deformada tontamente en un teatro. Me pidió que le presentara un plan de trabajo para volver por los fueros de la canción y luego me invitó a que le dijera ese plan en una plática, delante de la gente. Me tomaban por loca al hablar yo de estas cosas. Yo no sabía ni cómo se comenzaba una plática en público; pero el caso es que hable y no resulté mal. Y enseguida me hizo Zeballos decirla en el Instituto Popular de Conferencias y así comenzó la tarea. Pero para entender lo de Argentina había que pasar a Bolivia y al Brasil y al Perú y más tarde hacer el mapa de la poesía y la música populares hasta llegar a México. Y aquí estoy.
Entonces, señora, se quedará con nosotros porque aquí hasta el clima es cortesía?
Y danzan, danzan, después de haber danzado toda la noche, todo el mediodía, los indios viejos y mansos y los niños que están aprendiendo a danzar. Uno de ellos pone en el suelo su corona con espejos y plumas como una ofrenda, para que en torno a ella continúe la danza. Y así que tenemos sed, como no le puedo ofrecer "un mate bien cebadito", vamos a tomar el agua fresca que las indias venden, el agua que lleva en su delicia los ritos de la cuaresma.
Ha tomado ya sus apuntes para enriquecer ese repertorio en que hay toda la flora musical de América, la orquídea hispanocolonial y el cactus Azteca. Poemas desde el bordado en el canevá del acorde perfecto mayor hasta la vidala, el bailecito, el aire de cueca y la canción de amor cachalquí.
-Pero ¡cómo se parece este son mexicano a uno que recogí en el norte argentino! Es el mismo dolor, los mismos nervios?
Y después de hacerle probar, sin exceso de hospitalidad el mole de guajolote con que nos agasajó la cocinera doña Micaelita, a quien, si yo fuera rey daría un cacicazgo, volvemos a México, y ya don Arturo ha preparado el mate de la tarde, y ella toma una de sus guitarras y nos acribilla las nostalgias con sus dardos finísimos de "Rolinha", una canción del Brasil. En el anochecer inminente la voz de la india rubia emerge de los Andes semiantípodas y sube hasta la altiplanicie mexicana y sus dedos apenas se mueven sobre la guitarra fabulosa. Una guitarra que fue labrada expresamente para ella como una joya de la ebanistería, con incrustaciones de nácares y un cuello de plata maciza.
Sólo tiene una igual la Reina Victoria de España- me advierte don Arturo.
Sólo que aquella está muda -es mi contestación- y ésta vale más, por eso, porque canta.
Publicado en ?Revista de Revistas? en abril de 1931.