CON PETER FREUCHEN, EXPLORADOR POLAR
Diálogo con LORENZ PETER ELFRED FREUCHEN Propietario de una isla en Dinamarca, dueño de 14 idiomas, escritor científico, novelista, químico, geólogo, doctor en filosofía, ¿qué más?
Que ha llegado a México y se llama el capitán Peter Frauchen célebre explorador dinamarqués que en las regiones polares ha dejado escrito su nombre hazañoso con trazos más indelebles que los de la luz de la aurora boreal en las nieblas árticas.
"Revista de Revistas" no podía dejar de entrevistar al insigne viajero y hombre de ciencia que va rumbo a los Estados Unidos y en estos momentos acaba de recorrer tierras y mares desde la República Argentina. Amenísimo en su conversación, con una cultura rica, ágil, el doctor Freuchen se nos revela el tipo del verdadero conferencista -y como que ha sustentado ya conferencias en varias universidades europeas y de los Estados Unidos- y a pesar de que ha corrido los peligros innumerables que arriesgan los lobos de mar que van al Polo, no en busca de focas y de ballenas, sino de emociones y de sensaciones puras que les hace más anchurosa la cordialidad, se siente más dueño de sí en la madurez de sus 49 años como si fuese un personaje de novela legendaria, pues ha sabido jugarse la vida y en una aventura perdió una pierna.
-Mi viaje a México es muy rápido; pero no podía resistir el deseo de hacerle una visita. Ya he leído mucho sobre este país, en libros, en periódicos, y puedo decir que es uno de los que más seducen a las gentes de Europa.
Le preguntamos algo sobre aquella famosa expedición dirigida por Nylius Ericsson, que resonó tanto de 1906 a 1908. Y con gentileza ilímite se apresura a decirnos su relato encantador como si fuera desarrollando una linda cinta de plata. Entonces tenía 20 años. Pero el optimismo le irradiaba por todos los poros del espíritu, alucinándolo como todavía hoy.
Comienza el doctor Freuchen diciendo:
-Viajaba como meteorologista y no tenía una idea muy acabada de lo que debían ser mis funciones. Nuestra expedición llegó hasta el grado 83. 50 de latitud Norte, internándonos en Groenlandia hasta una distancia en la que dejamos nuestro barco ballenero: algo así como doce días de marcha rápida en trineo con buenos perros. Pobres perros, ¡qué buenos eran! Mientras manteníamos contacto con el barco iban muriendo, no por falta de cuidados, sino porque era una vida muy dura y los lobos nos atacaban. Pero llegó el momento en que nos vimos obligados a perder esa comunicación. Los doce días de distancia se transformaron en un tiempo angustioso y mis trece compañeros de expedición, entre los cuales se encontraba el mismo Ericsson, fueron muriendo hasta que llegó el momento en que me quede sólo con siete perros.
Afinándosele la emoción, el intrépido viajero reconcentra recuerdos y prosigue:
-Entonces fue cuando los lobos hambrientos parecieron comprender mi desesperación e infelicidad. Me atacaron a pocos metros de distancia y viví entre aullidos cerca de un año. Todos mis perros menos uno, fueron devorados al extremo de obligarme a encerrar el último que quedaba. Mientras tanto el barco estaba en Harbour y un año después fui rescatado. No me comieron los lobos por una circunstancia que hoy se me ocurre cómica. Descubrí la forma de ahuyentarlos. ¿Sabe cómo? Cantando. El canto era un compañero para quien siendo joven no aquilataba la magnitud de la tragedia y comprobé que mi canto hacía huir a los lobos. Es verdad que cantó horriblemente, pero también es verdad lo que le cuento. Regresé a Londres y me dediqué a estudiar etnología en el British Museum.
Luego nos habla de los habitantes de las regiones polares, de los cuales hace vividas evocaciones:
-Mucho podría hablar sobre los esquimales; viven en estado de completa inferioridad. Nosotros tenemos en general la idea de que tanto los esquimales como los negros africanos son seres felices que apenas comienzan a experimentar angustias con la llegada de los blancos. Pasa todo lo contrario. El esquimal considera una ofensa que se le suponga pensando en algo, porque en realidad nunca piensa; pero cuando se da cuenta de la ventaja del arma de fuego sobre el arpón, o del cuchillo de acero sobre el de piedra entonces aprecia las ventajas de la vida civilizada, mejora sus condiciones de vida y ¡al fin piensa! Y empieza a sufrir. Creo haber estado entre esquimales que nunca vieron a un blanco. Hoy sería difícil decir lo mismo.
¿Y su segunda aventura como expedicionario en aquellas latitudes distantes?
-Realice mi segunda expedición en 1910 con Knud Rasmussen; llegamos al lugar más septentrional de Groenlandia, a Smithsound. Allí viven unos pocos esquimales sin nacionalidad. Fundamos con nuestro peculio particular una estación científica. No era cosa de regresar a nuestra patria sin haber hecho nada práctico. Lo primero que se nos pregunta siempre al regreso es que hemos hecho de más, donde hemos estado. En esa forma se consigue entonces una ayuda oficial de gobierno. Pues bien -prosiguió el capitán Freuchen- allí me quedé solo durante 10 años. Cuatro años después de nuestra llegada, es decir en 1914, vino un barco para abastecernos. Entonces me enteré de la Guerra Europea.
En 1920 regresó a Dinamarca. Hizo buenos negocios con la venta de pieles, entre las que recuerda una excelente partida de zorros azules. En 1921 formó parte de otra expedición también con Rasmussen y otros hombres de ciencia. Duró hasta 1925. Fueron hasta la bahía Hudson, sobre el río Mackenzie y Rasmussen recorrió una enorme extensión de Alaska.
-En dicha expedición se me heló la pierna. Es un mal recuerdo de la bahía de Baffin, pues ello marcó la época de mi desmoralización en lo que a expediciones se refiere. De regreso a Europa se impuso la amputación. Por ello me ven con pata de palo.
¿Es cierto que usted es dueño de una isla en su país? -Pregunté con respeto e impertinencia-.
-Tal como usted lo dice. Tengo una isla muy mía. Y mi mayor placer son los animales por los que siento verdadera predilección. Retirado de las exploraciones me dediqué a escribir y no puedo quejarme del éxito de mis libros. "Esquimo" fue traducido a 14 idiomas y comprado por la Metro-Goldyn-Mayer, que produjo un "film" que ustedes conocen.
¿Y ahora cuáles son sus planes?
-Debo regresar a Hollywood donde asesoraré y dirigiré una especie de sinopsis de la historia de la bahía de Hudson, algo así como una "Cabalgata del Norte". De más está decir que mis libros versan sobre un argumento y descripciones del Ártico.
¿Conoce usted a Nobile?
-Estando en Rusia, asistiendo al Congreso Aéreo de Ártico, se produjo la caída de Nobile. Fui comisionado para su búsqueda y estando en viaje desde Aleandrofsk a Spitzberg, Nobile fue hallado. También comandé una expedición en busca de Amundsen en 1926. Hace algún tiempo fue llamado por el presidente de los Estados Unidos, que era entonces Hoover, para hacer el trazado de una ruta aérea desde Chicago a Dinamarca vía Labrador, Groenlandia, Islandia y Noruega. La finalidad principal de esa ruta es eludir la niebla. Y he ahí otro aspecto de mis actividades.
El señor capitán va ahora rumbo a los Estados Unidos; pero nos promete regresar, en cuanto le sea posible porque ánimo le sobra para correr una aventura en una tierra como ésta, fúlgida en la distancia, ardiente de lejanías y, sobre todo, con volcanes que circunscriben lo más transparente de una geografía que tiene luces mitológicas.
Y con la misma jovialidad con que nos ha recibido, con esa nos despide, prometiendo que charlaremos otra vez sobre algo más resplandeciente; la noche ártica bajo el milagroso influjo de la Estrella Polar, que tiene silencios más largos y voces más sonoras que la Cruz del Sur.
Publicado en "Revista de Revistas" en 1935.