PAWNEE BILL, DOMADOR DE BÚFALOS
Diálogo con GORDON WILLIAM LILLIE Quinientos caballos, 100 potros, 200 indios guerreros y 1,000 de compañía. Pasen ustedes a ver el Circo Monumental del Oeste Salvaje y del Gran Este Lejano. Aquí está Gordon W. Lillie Pawne Bill, el mismo en persona, ?Pasen a verlos?.
En el carro de la farándula iba Will Rogers, el payaso periodista que gana más dinero, y Búffalo Bill, el "cowboy" que a balazos escribía su nombre en el papel azul del aire. ¡Aquella tarde!
Todo era una lectura mal digerida del "Washington Post" de hace pocos días, en cuya ilustración de "Hace veinticinco años" se destacaba con perfiles mundiales, Pawne Bill.
Acabo de encontrarlo, de carne y hueso. Con su cabellera color de dólares, su puro en la boca, la apariencia de un muchacho de 40 años que bien frisa en los 70 y tantos, y la felicidad que le dan un rancho y la manada de los últimos búfalos, la más grande del mundo, por supuesto. Es el postrer "pioner", hombre de las llanuras, hombre de Oeste, cazador, domador, colonizador, de los primeros que entraron en Oklahoma cuando los cherifes no se conocían allá y los indios montaban en pelo el caballo bronco y bebían whisky, mordiendo la copa.
¿Cómo cuántos indios quedan todavía?
-Serán unos doscientos mil. Pero no son un problema. Nadie se mete con ellos. Y hay uno que vale mucho.
¿Cómo cuánto?
-Vale más de un millón de dólares.
Pawne Bill es un jinete de romance, que ya está en los poemas populares, en la película del cine, en la novela de las tierras vírgenes. Uno de esos rancheros cuya edad, como la de ciertos árboles, se puede saber por las diversas cortezas.
Fue Carlitos Nutter, reportero de hilo directo México-Nueva York, quien me dio la noticia de que aquí estaba el bravo viejo. Lo primero: que había venido en viaje de negocios.
¿A los 70 años negocios?
-¿Y porque no? Hay negocios más difíciles de domesticar que los búfalos. Y tengo 52 búfalos en mi rancho. Si; se estaban acabando. Había que detener la matanza. Nos íbamos a quedar sin búfalos.
Pawne Bill me relata su historia, sin darse importancia, como lo haría Guillermo Penn a las orillas del Delaware si en un pic-nic nos contará la sencilla epopeya en que fue protagonista. Y masca bien su tabaco, un tabaco que le da el amargor de los recuerdos.
-Pruebe uno -me dice- y escúchenme-. Eso nada vale. Me parece más interesante el vuelo que hice en avión en estos días, desde mi rancho hasta San Antonio Texas. ¡Cuando San Antonio era apenas unas cuantas casitas y las diligencias iban meciéndose de sueño! Entonces el ferrocarril pasaba a doscientas millas de mi rancho. Ahora hay carreteras, rieles, hoteles, huertas, fábricas.
Lo invito a que me relate, cómo fue su entrada a tierras nuevas. Vuelve a mascar su tabaco y los recuerdos se matizan de humo fácil.
-El capitán Payne -comienza- era el jefe de los pioneers de Oklahoma, en abril de 1889. Hace de esto 42 años. ¡Poquita cosa! Aquí tiene usted, lea lo que dijo el "New York World", once días después de comenzada la aventura.
Los reclutadores de colonos movieron sus cuarteles desde Wichita a Arkansas. Eran unos 3,600 buscadores de la Tierra Prometida. El 18 de abril el número había subido a 4,000 rumbo al Sur. Una noche hicieron una caminata de veinte millas. Iba protegiéndolos el Quinto Regimiento de Caballería y llevaban 1,200 vagones. Pawne Bill a la descubierta, en su yegua Bony Bird, hizo un día 20 millas en 65 minutos y fue el primero que llegó a la boca del estero Turkey y plantó tiendas de campaña. Lo demás no tiene importancia.
-Ciudades que surgieron, caminos, puentes, ferrocarriles, plantaciones, petróleo? Un día me invitaron a que fuera a la última cacería de grandes búfalos en Great Salt Lake y no pude contener mi indignación. Por eso les escribí una carta violenta.
¿Y había venido antes a México?
-La primera vez al frente de mi circo monumental, llegue hasta Cananea en Sonora. Antes fui a Europa. Anduve de aquí para allá, del Oeste al Este e hice buen dinero. Después levanté mi rancho y allí la paso con cierta comodidad.
Nos hemos asomado a la terraza del Regis para ver un desfile de estandartes y de jinetes, Pawne Bill se yergue; hunde los ojillos en un aire denso de bullicios.
¿Piensa escribir sus memorias?
-Ya comencé. He visto tanto, que vale la pena que lo sepan. Pero yo no sé escribir.
Y me invita a que lo visite en su retiro de Pueblo Nuevo, su querido Old Town, para que me dé cabal cuenta de cómo era la vida de los primeros colonos ingleses en el Norte, cuando para detener los atropellos de los búfalos en fuga había que encender grandes fogatas?
-No olvide que vivo en Pueblo Nuevo y que me llaman el Jefe Blanco de los Pawnees y que entre ellos tengo un amigo que se llama "El que nunca habla" se lo presentaré.
Y ahora, ¿para dónde?
-Ahora voy a Coahuila. Tengo varios negocios entre manos. Si logro arreglarlos seré rico. Hasta luego?
Y me despido sin más preámbulo. He conocido a un tipo de los contados por Whitman, de los que Sandburg anuncia en versos feéricos, ululantes. Así debieron haber sido aquellos que buscaban oro en los placeres de California, que sembraron Manzanares hasta donde se perdía la vista, que mientras repasaban la Biblia comían barbacoa de búfalo.
Publicado en ?Revista de Revistas? en julio de 1931.