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Rafael Heliodoro Valle: La rosa intemporal



Víctor Manuel Ramos


A
María de los Ángeles Chapa Bezanilla y
Ludmilla Valadez Valderrábano


 
I
Rafael Heliodoro Valle es uno de los poetas más exquisitos de la literatura hondureña. Nacido en Comayagüela (ciudad gemela de Tegucigalpa, Honduras), en 1891, con ilustres antecedentes: José Trinidad Reyes, el poeta de las Pastorelas y fundador de la Universidad de Honduras, y Ramón Rosa, el gran reformador, ha de desarrollar sus capacidad intelectual, inicialmente, bajo el influjo de los poetas románticos y modernistas del patio -Juan Ramón Molina y Froylán Turcios-, y de dos maestros que influyeron mucho en su formación: Pedro Nufio, que se había formado en Chile, y de José Leonard, quien había sido maestro de Rubén Darío, en León.

  Sus primeros escritos publicados fueron en prosa, destinados a brindar loas a ilustres hombres de las letras y patriotas: Ramón Rosa, Iturbide, Morazán, José Cecilio del Valle, Trinidad Cabañas, Justo Rufino Barrios, Barrundia, Antonio Maceo, José de San Martín, Miguel Hidalgo y Costilla y Benito Juárez. Este último artículo es el que despierta el interés del embajador de México en Honduras, quien lo invita a su despacho y le promete hacer gestiones para que pueda realizar estudios en México. El viaje, sin el respaldo oficial, que aunque prometido nunca llega, se realiza y, de esta suerte, Heliodoro Valle, casi apenas un adolescente, inicia un periplo de ida y vuelta entre la tierra de los aztecas que lo adopta como uno de los suyos, y Honduras que estará, a pesar de la distancia, siempre en su mente, en su corazón y en su intelecto de inspiración.

  En México, después de algunas peripecias, conoce a don Rafael Unda y Fuentes y a su familia, integrada por músicos e intérpretes, lo que explica el profundo amor que Rafael Heliodoro demuestra en su poesía por la música. Por esos días también establece una estrecha amistad con el poeta mexicano Juan de Dios Peza, quien profesaba un profundo liberalismo y había regresado de España imbuido del romanticismo que le inspiraron Castelar, Campoamor, Núñez de Arce, entre otros intelectuales con quienes establece estrecha amistad. Peza, sin embargo, comienza a emplear un lenguaje cotidiano, libre de la prosapia romántica, preparando, de esta suerte, el advenimiento del modernismo. Heliodoro Valle ya conocía la obra de Darío, desde que vivía en Tegucigalpa; no cabe la menor duda que su creación juvenil estaba influida por la gigante obra rubendariana que hacía pasear su modernismo por España y América, e indudablemente que también recibiría influjos modernistas de los poetas hondureños que daban pasos firmes por las sendas darianas, superando, igualmente, el romanticismo que había sido introducido entre los aedas hondureños por el poeta y patriota cubano José Joaquín Palma, que radicaba desterrado en Tegucigalpa.

  Juan de Dios Peza introduce a Rafael Heliodoro en el mundo intelectual mexicano, y además le profesa a nuestro poeta no sólo el respaldo que le permitirá publicar sus trabajos en la prensa mexicana, sino también disfrutar de su biblioteca y del ambiente hogareño de su casa, en donde conoce a una de sus hijas, con quien Valle intenta, más tarde, contraer nupcias. De esta suerte ahora ya es amigo de Luís G. Urbina, que desempeñaba un importante puesto burocrático, de Pedro Henríquez Ureña y de Porfirio Barba Jacob. Peza se distancia de Rafael Heliodoro porque éste mostró su entusiasmo por la obra de Rubén Darío, a quien el mexicano le tenía aversión porque lo había calificado como poeta doméstico.

  Por fin logra inscribirse en la Escuela Normal de Tacuba, publica sus primeros poemas en la revista de la escuela y comienza a destacarse como un exquisito poeta y un rutilante prosista, sobre todo en el género de la crónica periodística. Este respeto ganado entre sus maestros y sus condiscípulos le permitieron leer, con motivo de la inauguraron del nuevo edificio de la Escuela Normal, frente a un auditorio entre quienes estaban el presidente de la República, general Porfirio Díaz, sus ministros y el cuerpo diplomático, su poema "Elogio al Maestro". Muy pronto, a pesar de sus limitaciones económicas, pudo editar su primer libro: El rosal del ermitaño, que recibe el elogio de Severo Amador y de la revista Mundial Magazine que dirigía Rubén Darío en París.1

  Rafael Heliodoro comienza una interminable faena al establecer correspondencia con un formidable número de poetas e intelectuales en el mundo que le llevará a ser poseedor de una de las colecciones más ricas y deslumbrantes del género epistolar.2 Tempranamente, entonces, tiene correspondencia con Rubén Darío, Ramón del Valle Inclán y muchos eruditos y poetas más de gran envergadura. En una de las cartas dirigidas a Darío, para enviarle algunos de sus poemas, podemos leer una autovaloración de su trabajo: "Querido Darío: le mando esos versos extravagantes que escribí allá en mi tierra Honduras, bajo la emoción de un amor de adolescencia y en un porqué de aquellos trópicos donde sobre lo estanques sombreados de bambúes para la procesión victoriosa de las garzas reales. Tales versos, que hubiera querido bordar en algo más suave que la seda, provocaron la risa de la negrería intelectual de mi país, que aún pide a Dios me derrita en la lavas del infierno".3

  En su paso fugaz por Guatemala, conoce a José Santos Chocano, se relaciona con el intelectual hondureño Salatiel Rosales y no cesa en enviar colaboraciones a los grandes periódicos y poemas a las revistas literarias. De sus envíos da razón Nemesio García Naranjo, director de la Revista Mexicana: "Querido poeta: muchas gracias por sus bellísimos versos. Feliz usted que tiene el ánima tranquila y puede seguir cultivando el huerto lírico. Bienvenidas sus rosas en nuestro campo de ortigas".4

  Estando en Belice se entera de la muerte de Rubén Darío, suceso que le impresiona sobremanera. Con un poema de profunda emoción y extraordinaria factura: "San Rubén Darío", Rafael Heliodoro Valle llora la muerte del poeta nicaragüense y, mediante una misiva, le hace saber la infausta noticia a su amigo Amado Nervo. Rafael Heliodoro Valle tenía previsto visitar al vate nicaragüense a su paso por México, cuando el gigante de las letras hispánicas venía, como cisne herido, a morir en su querido lar. Desgraciadamente le han nombrado cónsul en Belice y esto le imposibilita tener ese tan deseado encuentro.

  Luego de su retorno a México, Rafael Heliodoro conoció a Ramón López Velarde, uno de los poetas con quien cultivó una estrecha amistad y que se influyeron mutuamente en su obra poética, luego que fueran apartándose paulatinamente del modernismo para asumir una poesía más libre de la grandilocuencia dariana, mediante la utilización de un lenguaje más llano, más coloquial, y un manejo de la metáfora, la imagen y la métrica que lleva a Rafael Heliodoro a incursionar en el verso libre de sus últimos poemas. López Velarde, convertido en gran amigo de Rafael Heliodoro Valle, muere prematuramente, pero deja una obra de apenas tres libros, fundamental en el desarrollo de la poesía mexicana postmodernista.

  Valle tiene amistad con altos funcionarios del gobierno, sobre todo con el secretario de Educación José Vasconcelos, quien lo coloca en importantísimos cargos administrativos y en la cátedra. Al morir Ramón López Velarde, deja vacante el puesto de profesor de literatura mexicana e hispanoamericana en la Facultad de Altos Estudios; Rafael Heliodoro Valle asume esa cátedra.

  En 1922 publica Ánfora sedienta, un libro que la crítica recibió con muchos elogios y entusiasmo, entre ellas la de Antonio Caso, entonces rector de la Universidad de México. El poeta Rafael López, director del Archivo Nacional, felicitó al bardo hondureño: "En vano han pasado los buenos tiempos de la Normal en que usted ya poseía el secreto de encantar la vida con la música de sus versos. En el ánfora sedienta encuentro la misma fragancia, idéntica pompa y brillo igual que en los poemas de entonces; dichosa la libra que a pesar de los desengaños ineludibles y de las piedras de la ruta, sabe conservar el optimismo juvenil y acendrado como miel en el seco vaso del peregrino".5

  Nombrado embajador de Honduras en Washington, Valle viaja a esa ciudad y ahí escribe algunas de sus últimas producciones literarias, labor que concluye cuando retorna a México, después de haber sido destituido arbitrariamente de su cargo por parte del gobierno ilegal de Honduras. Poco tiempo después, agobiado en parte por la afrenta que le ha ocasionado la acción de los gobernantes hondureños, fallece en México, en 1959, en donde se le llora y se le concede, por vez primera con carácter póstumo, la Orden del Águila Azteca.

 
II
Doña Emlia Romero de Valle, escritora peruana que se casó en segundas nupcias con el poeta, publicó en 1964 una antología titulada La rosa intemporal,6 en la que recoge lo más significativo de la poesía de Valle, abarcando un periodo que se extiende desde 1908 hasta 1957 (101 poemas).

  La obra contiene poemas de las siguientes obras: Primeros poemas no recogidos en volumen (1902-1911); El rosal del ermitaño (1911); Como la luz del día (1913); El rosal del ermitaño (1920); Ánfora sedienta (1922); El espejo historial (1937); Unísono amor (1940); Contigo (1943); Poemas de varias épocas no recogidos en volumen (1916-1951); La sandalia del fuego (1952); Poemas (1953) y Últimos poemas (1954-1957).

  La antología, al parecer ya había sido pergeñada por el mismo Rafael Heliodoro, quien, asímismo, seleccionó el título, tal como nos lo cuenta doña Emilia en la Presentación. doña Emilia se proponía hacer una edición de las poesías completas de Rafael que estimó en unos 400 poemas, tarea que no logró realizar. Se ha dicho que en la selección hecha por el mismo Rafael Heliodoro estaban incluidos dos sonetos escritos con motivo de la enfermedad y la muerte de Laura Álvarez, su primera esposa y que, probablemente, doña Emilia sacó de la antología, pues gran parte de su producción de madurez es exquisita poesía amorosa dedicada a la peruana.

¡Desamparadas noches de agonía!
¿y a quién he de quejarme? ¿y hasta cuándo
mi corazón se sigue desangrando
en inútiles quejas todavía?
¡Mi desgarrado corazón, que espía
como si fuera criminal nefando!
Y en el ara desierta, noche y día,
están mis dulces ángeles llorando.

¡Qué suplicio feroz y qué tormento
tan profundo, tan íntimo, tan hondo,
tan agudo como un remordimiento!

Y el corazón cada minuto advierte
que se apresura muy allá, en el fondo,
la víspera terrible de la muerte.7

 

  Dos opiniones importantísimas, sobre la poesía de Rafael Heliodoro Valle incluye doña Emilia en la presentación de esta obra: una, del poeta peruano José Santos Chocano, y otra, del mexicano Enrique González Martínez. Ambas definen con mucha precisión la naturaleza de la personalidad y capacidad creadora y multifacética de Valle.

  Chocano, refiriéndose a Ánfora sedienta, escribió, en 1917, con una explosión rubendariana:

El poeta de América está loco de prismas. En sus ojos retiembla la embriaguez de sus piedras preciosas. En sus manos se sonríe el delirio tornasolado de las sedas... Mezcla él, con manos pródigas, los camafeos ornamentales en que trasudó el benedictismo de Gautier, las poemas tremulantes en cuyo oriente palpitó la sonrisa maliciosa de Banville, los rubíes de sangre cálida en que se coagularon los diabolismos de D'Aurevilly, o las esmeraldas obsesionantes en cuyas angustiosas aguas se zambulleron las perversidades de Lorrain, los diamantes translúcidos en que se cuajaron las lágrimas alcohólicas de Pauvre Lelian... Dijérase, al leer estos poemas -que así merecen ser impresos en páginas de seda como precedidos de iniciales de misal- que se asiste a una orquestación de los siete colores, apurados en la combinación febril de todos sus matices y revestidos por la pompa exuberante de una gran lujuria verbal. El Cuervo sabio me dice, así, al oído: "Bebe de esta ánfora; que en el fondo de ella, y sin mezclarse al buen vino francés, está asentada una gota de sangre indígena y hierve una lágrima de León".8
 

  Mientras, Enrique González Martínez, que luchaba ya en contra del modernismo al pedir "tuércele el cuello al cisne" en una verdadera imprecación en contra del modernismo, refiriéndose al libro Contigo, en 1943, señaló:

La personalidad de este hombre de las cien caras y de los dos mil y un seudónimos, es difícil de aislar y definir. En el trato humano tiene un solo rostro amable e inconfundible, un solo ingenio sutil, un solo noble corazón; pero en su actividad literaria, es otra cosa: cuando piensa uno haberlo encontrado en el cronista ágil y fino, se nos escabulle y aparece en el investigador histórico que ha ido acumulando documentos y acopiando datos sin saberse cuándo ni cómo; si se cree que su centro de acción es el periodismo, lo descubrimos en la cátedra. Atento a su deber y dedicado pacientemente a la enseñanza; cuando estamos seguros de haber atrapado al bibliógrafo, nos tropezamos con el humorista, y éste se esconde para dejar un sitio al poeta...
Poeta conocí a Valle y lo vuelvo a encontrar en este libro de sus más reciente emociones. Con estos poemas de hoy, muestra que no es el viajero inadvertido que recorre su senda sin parar mientes en las amorosas solicitaciones del paisaje, sino el peregrino que atiende a toda voz y a toda forma para guardarlas celosamente, en espera de transmutarlas en canción. Este libro de madurez, hora de las creaciones definitivas, momento en que lo retórico y lo puramente literario ceden el paso a la emoción humana y sin sensibilidad honda, visiones convertidas en estados del alma, músicas en que el dolor y la alegría ponen su nota de arte sincero y de vida profunda. La forma gallarda, plenamente dominada por el poeta, y el verso limpio, hacen lo demás...9
  "Cada autor tiene un tinte predilecto: el blanco es el favorito de Valle, un blanco abrumador que ora deslumbra en las tocas monjiles, bañadas de sol. El lustre de la porcelana, la maravilla del nácar, la ductilidad del lino, todas esas descripciones envueltas en su fe infantil", dirá de Heliodoro Valle, Severo Amador.10

 

 
III
Dos vertientes fundamentales acuden a la conformación de la obra poética de Rafael Heliodoro Valle: Rubén Darío y Ramón López Velarde.

  Aunque la mayoría de quienes se refieren a Rafael Heliodoro Valle lo clasifican dentro de las corrientes posmodernistas, no cabe la menor duda de que el gran bardo nicaragüense influyó profundamente en su formación como poeta. Podría decirse que Rafael Heliodoro Valle hizo poesía de una manera marginal, porque su principal ocupación estaba en la investigación histórica, en el trabajo periodístico y en trabajo de investigación bibliográfica; sin embargo, como se ha visto en el listado de libros de poesía que publicó y que fueron antologados por doña Emilia, indudablemente concluyo que el trabajo de creación poética es sustancial en su obra, sin olvidar que su prosa realmente transpira un lenguaje y una profundidad poéticos. Era muy difícil sustraerse al huracán literario que representaba Darío, pero en verdad el modernismo implicaba ideales de superación y la búsqueda de un nuevo lenguaje, necesario para expresar un pensamiento más profundo, una preocupación más firme sobre el arte y la esmerada expresión literaria.

  Es seguro que Rafael Heliodoro Valle leyó a Darío desde sus primeros años como lector en Comayagüela. Los primeros poemas demuestran la influencia del modernismo y, sobre todo, de Rubén Darío, como se observa en la fina pedrería de imágenes y metáforas.11 Rafael Heliodoro hizo llegar su primer libro de poesía a Rubén Darío en París, con una carta fechada en México, el 11 de mayo de 1911. En ella le pide: "Léalo y déme sus palabras de esperanza. Eso llenará mi corazón".12

  En el tono de la primera producción dariana fueron escritos varios poemas de Rafael Heliodoro Valle: "Elogio del maestro" y "Oda a Juárez", que nos recuerdan la "Oda" al libro de Darío y sus primeros poemas patrióticos:

¡Morazán te saluda sobre la cordillera.
Su corcel bebe alturas antes de cabalgar!
¡Te abraza mentalmente porque hay en tu bandera
Lo blanco de tus montes y el azul de tu mar!
13
 

Rafael Heliodoro, además, convierte el azul en uno de sus colores favoritos. Darío ya había publicado su emblemático Azul... en 1888, con el cual daría el paso trascendental para renovar la poesía en español de éste y del otro lado del Atlántico:

¡Oh cándida ilusión, mítico anhelo
que subes al Azul por lo divino!
14

Clarineros azules, azahares floridos,
Y el pecho del niño que se abría en flor.
15
 

  El cisne es el ave emblema en la obra de Rubén Darío. Heliodoro Valle no se refiere a los cisnes porque encuentra en el alcaraván el símbolo de muchos de los recuerdos de su vida en el lejano terruño natal:

Cuando sibilinos
cuentan los abuelos
cuentos de caminos
y para otros cielos
las nubes se van,
el patio se asombra
y se pone serio
si cruza la sombra
llena de misterio
del alcaraván.
16
 

  El ave agorera vuelve sin tanta insistencia en algunos poemas posteriores, porque realmente su símbolo, el elemento que le sirve como identificador de sus sentimientos e ideas, es el blanco jazmín:

Por qué causas misteriosas
la música de un violín
o el perfume de un jazmín
nos recuerda muchas cosas?
Sortijas de aguas preciosas,
pañuelos de raso y tul,
cartas dentro de un baúl,
valses del tiempo pasado
y lo del cuento azulado
¡este era un príncipe azul!
17
 

  El jazmín aparecerá en forma reiterativa en la poesía de Rafael Heliodoro Valle como un símbolo de pureza, de profundidad del sentimiento, de calidad mística. Menciono algunos poemas en los que el jazmín está presente: "Letrilla floral" (siembra los jazmines porque hacen el bien); "Los tejados de Córdoba" (¡Qué aroma el de tus jazmines / cuando están más estrujados!); "Hoja de álbum" (Un aroma de jazmín); "Noche de Honduras" (...en el aroma del jazmín del Cabo); "El poema de Honduras" (...el jazmín es la pura / expresión de tu heráldica); "La rosa de Honduras" (...más ardiente que el Jacinto / prima hermana del jazmín).

  Rafael Heliodoro hizo cuentos en verso, siguiendo el ejemplo de Darío, e igualmente al hacer memoria de sus primeros años, a la tierra de sus mayores, sigue, de alguna manera, los pasos que Rubén había iniciado con su poema "Del trópico", que podría hermanar con el poema "Amanecer en el mar" de Rafael Heliodoro, tendencia que se sigue en los poemas "Tropical", "La Abuela Petronila", "Jazmines del Cabo", "Mañana solariega", "El alcaraván del patio", "Las limonarias", "Ciudad natalicia", "Navidad de mi país", "Casona de mi infancia", "La escuela de la niña Lola", por mencionar unos cuantos contenidos en La rosa intemporal.

  Parte de la revolución liderada por Rubén fue la transformación de la métrica española mediante la introducción del verso alejandrino, que descubre en sus lecturas de los poetas franceses y que se ajustan a la grandilocuencia rubendariana. Heliodoro, siguiendo los pasos de su maestro, también introduce el alejandrino en su trabajo poético:

¡Salud a tus laureles y a tu mano arrogante!
¡Saben a gratitud los ramos de tu historia!
¡Préstanos tus penachos, Capitán de diamantes!
¡Geómetra de la América, que eres equidistante
de la circunferencia de astros de la gloria!
18
 

  Igual métrica se encuentra en el poema "Las mariposas" que además, por su lenguaje, el tratamiento del tema y las metáforas e imágenes, es un poema perfectamente modernista, rubendariano:

Dios al hacernos blancas como su pensamiento
nos puso a rodar sobre todas las cosas malas
y somos sus plegarias santificando el viento
y sus inmaculados pensamientos con alas!
19
 

  El poema "Ave María del Mar", trae reminiscencias de "A Margarita Debayle":

Tu planta se posa en el lodo
y en la espuma; y en el viento de yodo
se siente tu aliento de amor;
y en tu pecho yo he visto cómo arde,
la estrella más dulce en la tarde,
aquella como un prendedor.
20
 

  Rafael Heliodoro Valle era cónsul de Honduras en Belice cuando recibió la noticia de la muerte de Rubén en León, Nicaragua. Él había hecho gestiones con Justo Sierra, entonces ministro de Educación de México, para que intercediera a fin de que Rubén Darío, quien viajaba herido de muerte a su tierra natal, al pasar por puerto mexicano, fuera desembarcado y llevado a la ciudad de México; sin embargo, el general Porfirio Díaz no permitió el desembarco de Rubén porque éste tenía credenciales firmadas por el presidente José Madriz, que recién había sido derrocado. "Se nos fue para siempre nuestro Rubén -escribió Rafael Heliodoro desde Belice, el 18 de febrero de 1916, a Amado Nervo, hasta Madrid- la noche del 8 de este mes, a las diez y quince minutos, la hora en que deben morir aquellos que, como él, han ejercido el armonioso ministerio de las letras".21

  Un año después, en la ciudad de Guatemala, en 1916, Rafael Heliodoro Valle publicó su poema "San Rubén Darío", que fue reproducido en España y América, y que apareció en las obras completas del poeta nicaragüense editadas por Aguilar en la sección en donde se incluyen también sus poemas laudatorios.

Traed las griegas ramas de acanto
Para mezclarlas con laurel sombrío,
Donde desgrane su cristal el llanto;
Y venid a adorar a nuestro santo
Que está en el cielo: San Rubén Darío!
...

"Para quien no lo ensalce, el anatema"
La seda fulminó contra el impío.
El oro:"En sus blasones fui el emblema",
y la lira, la urna y la diadema:
"!Alabemos a San Rubén Darío!".

Y el señor Jesucristo que entendía
los himnos laudatorios y supremos,
al coro de las voces respondía:
"Venid los que lo amabais. Soy el Día,
la Mirra y el Ara, y adoremos".22

 

  En la ciudad de México, Rafael Heliodoro Valle conoció a un joven provinciano, exquisito poeta, Ramón López Velarde, con quien cultivó una íntima y extraordinaria amistad. Rafael Heliodoro Valle y López Velarde, quien muere a temprana edad (1921), recorrieron juntos, una a una, las calles de la inmensa ciudad de México, como nos relata la doctora Chapa Bezanilla.23 Rafael Heliodoro sustituye a López Velarde como profesor de literatura mexicana e hispanoamericana en la Facultad de Altos Estudios. Heliodoro escribió muchas historias anecdóticas de Ramón López Velarde, lo que hizo atraer, hacia su poesía, la atención de las jóvenes generaciones, y que se valorara su obra como una de las más trascendentales de la poesía mexicana.

Yo había intimado mucho con Ramón López Velarde --nos cuenta Rafael Heliodoro--. Era un mocetón en pleno de su juventud y su poesía. Muchas veces recorríamos las calles de la ciudad de México y él se quedaba viendo algunas de las calles, como la del Ayuntamiento, y me decía con una ingenuidad de provinciano: "Mire usted que calle tan larga". Entramos de repente en un café que había en la calle de Madero y en donde tomábamos un excelente cognac. Cierta noche me leyó sus últimos poemas; aquellos versos me gustaron tanto que pedí a Ramón me permitiera copiarlos y así fue como el poema "El Ancla" que figura en El son del corazón, pudo salvarse. Una noche muy fría note que no llevaba sobretodo. Ramón contrajo pulmonía aquella noche y al día siguiente estaba en su residencia agonizando. Su muerte nos estremeció a todos sus amigos.24
 

  Arriba hablé de dos vertientes en la obra poética de Rafael Heliodoro Valle, sin embargo pienso que hubo entre ambos escritores un mutuo flujo de influencias que trataré de escudriñar a vuelo de pájaro.

  López Velarde inició su formación en Jerez, Zacatecas, su ciudad natal; luego hizo estudios en el Seminario con la idea de ser sacerdote, carrera que abandona para estudiar abogacía en la Universidad de San Luís Potosí y, posteriormente, trasladarse a México, ciudad en donde establece su amistad con Rafael Heliodoro Valle. En la obra del hondureño y la de López Velarde hay grandes similitudes que confirman la aseveración de que hubo influencias mutuas. El poeta mexicano se inicia, indudablemente, en el modernismo, pero muy pronto da un salto hacia la búsqueda de nuevas rutas literarias que lo llevan a ir destilando un lenguaje sencillo, coloquial, pero usado con tal maestría que se convirtió, a pesar de su escasa obra -apenas tres libros de poesía- en el poeta nacional y uno de los precursores de los movimientos de vanguardia en la poesía mexicana.

  López Velarde y Rafael Heliodoro Valle coinciden en la búsqueda de ese nuevo lenguaje que les permite expresar con mayor profundidad la hondura de sus sentimientos. Algunos de los elementos que Concepción Gálvez de Tovar25 identifica en la obra de Ramón López Velarde se encuentran igualmente en la obra de Valle.

  Veamos: lo patriarcal en ambos poetas, venidos de la provincia. De Honduras, Rafael Heliodoro y de Jerez, Zacatecas, López Velarde. Los dos viven atados firmemente a sus recuerdos de infancia, a los personajes que hicieron parte de sus vidas juveniles (la abuela, los compañeros, la maestra, en Valle); los animales domésticos y de la fauna y flora regionales (el alcaraván, las garzas, las mariposas, los jazmines del cabo, los limonarias, en Rafael). Los amaneceres, las callejas, las iglesias con sus campanarios: un verdadero ambiente "patriarcal", como lo califica Gálvez de Tovar. "Las categorías constitutivas del alma hispánica y del alma indígena se corresponden profunda, sistemáticamente", dice Agustín Yáñez.26

  En "La ciudad natalicia", Rafael Heliodoro se refiere a su Tegucigalpa:

Hay en las calles discretos recodos
que tienen el vaho del amanecer,
cuando pasan todos
con las manos dentro de los sobretodos
pensando en un dulce calor de mujer.

La noche con astros su cabeza nimba
y es acariciada por un surtidor;
noche no de pianos, sino de marimba,,
de rejas, de novia, de luna y de amor...
27
 

  López Velarde, recuerden, inició su formación en un seminario católico, el que abandonó, ya lo he dicho, para estudiar la carrera de la abogacía. Pero su catolicismo tradicional imprimirá una nota preponderante a su producción poética. Este catolicismo militante incluso le traerá problemas en el México sacudido por la revolución que era, en esencia, anticlerical. En la obra de Rafael Heliodoro Valle está, igualmente, la constancia de lo religioso que lo lleva, incluso, a la santificación, por su propia cuenta, por las licencias que le permite la creación poética de Rubén Darío. Valle hace uso del lenguaje religioso para dar rienda suelta a su acendrado misticismo y utiliza todos los elementos a los que les da el toque literario para expresar sus fervientes creencias: el agua, las mariposas, las flores. Rafael no duda en armonizar el sentimiento religioso con la sensualidad:

Si está sobre los corpiños
Su perfume nos evoca
El beso, cuya miel loca
Deja sobre el corazón,
La inefable sensación
De una hostia en la boca...

...cuando nos ensalma
La novia, el jazmín del alma,
La hostia, el jazmín de la misa.

Para decir lo que yo
sentí cuando Ella me dio
de comulgar en su boca!
28

Mientras gemía entre la paz de la neblina
su corazón, la ingenua campana parroquial
("Navidad de mi país").29

Y me tiendes tus brazos, las más puras
guirnarldas mías en la hora aquella
en que bebí en tus labios de doncella
la miel de las Sagradas Escrituras
("La predilecta").30
 

  Común es también el elemento agua en ambos poetas: esta palabra, más todas las que se le relacionan, forman parte del armamento poético de Rafael y Ramón. El agua es el elemento que representa la castidad, lo cristalino, la música, el frescor, la melancolía, la elevación cristiana. Rafael utiliza muchos vocablos relacionados con el agua para expresar estas ideas: frescor, surtidor, nieve, espuma, regar, leche, sonoro, transparencia... En el poema "Surtidor de luna", Rafael Heliodoro Valle nos describe una fuente que bien podría dejar correr sus sentimientos, su contemplación mística, sus arrebatos amorosos:

Surtidor de leche, surtidor de plata,
en tus muselinas lento desbarata
este plenilunio, nieve sideral;
hermano sonoro que en tu pedrería
llevas empapada mi melancolía
con la trasparencia de tu azul cristal!
31
 

  Y qué decir de los conceptos de olfato, fuego y color. Rafael abunda en la utilización de estas ideas, hermanando de esta manera su poesía con la de Ramón López Velarde. El fuego se constituye en un elemento estético que trasunta purificación, pero también ardor amoroso que, como se ha dicho arriba, va a veces matizado de un trasfondo místico, pasión, estado anímico, hoguera en la que se purifica el sentimiento por la persona amada. Pero más insistente es Rafael con los colores que le permiten abrir una paleta de interminables tonos para sus mariposas, sus ángeles, sus flores, sus aromas. Él viste todas las cosas y los sentimientos con un ropaje caleidoscópico de un cromatismo inusitado. Así nos ofrece una rueca azul, un mar que anega todo en rosa, un surtidor de leche, mariposas blancas, azules, irisadas, tornasoles, clarineros azules...

  La ventana es otro símbolo de Rafael Heliodoro: con este concepto se permite abrir un escape al universo, el sitio pasa asomarse y ver al mundo:

y al corazón locuelo le dan ganas
de entreabrir las ventanas
y cantar

enfrente
a la ventana
en que se asoma
el niño
("La escuela de la niña Lola") 32

cuando en la ventana ya era de día
como en la alegría de su corazón!


¡El poeta desde una ventana
Oye voces que nunca podra decir!
("Balada del inútil azul").33
 

  El jazmín, repito, podría considerarse como la flor emblemática de Rafael Heliodoro Valle. Pero las flores aparecen con gran reiteración en sus poemas, llenando así sus versos de alborozo y de luminosidad, de aroma y elevación meditativa que nos hace llegar a través de la visión de los coloridos pétalos. Así se encuentra en la lectura de este libro, "La rosa intemporal": un florón de resplandores, milagrosas crisantemos, jazmineros de blancura hostial, dalias de alabastro, desprendidas miosotis, lluvia de flores, nostalgias de margaritas, lirios blancos y, por supuesto, jazmines sembrados.

  Si recuerdan, Rafael Unda y Fuentes y su familia brindaron su amistad y su apoyo al recién llegado Rafael Heliodoro, proveniente de la rural Honduras. Esta familia estaba integrada por músicos e intérpretes excelentes. Quizás esta relación casi familiar lleva a Valle a desarrollar un exquisito amor por la música, amor que se deja traducir en muchos de sus poemas, en donde podemos advertir algunas de sus preferencias. En el poema "Las mariposas", tenemos esta alusión a Federico Chopin:

...es azul la música de las tardes divinas,
porque un tuberculoso que fue superhumano
en la Cruz del ensueño fue un Cristo del piano
que vivió con el alma coronada de espinas.
34
 

  Y en "Jazmines del Cabo":

Por qué causas misteriosas
la música de un violín
...
cuando hay una bandolina
temblando ante rejas raras
El marfil de los pianos.
35
 

  En "La ciudad natalicia":

Noche no de pianos, sino de marimba,36
 

  En "La garza":

¡Salve con el címbalo y el salterio
por el ave egregia que encarna el misterio
de la "Sinfonía en Blanco Mayor!"
37
 

  Y en "A Rubinstein":

Bendito sea el que te escuche, Arturo:
su Mozart de cristal sea bendito;
y el corazón, así como en un rito,
oiga tu luz en el camino oscuro.
...

En medio del recuerdo y del azoro
sangra Chopin entre ángeles de oro
en ese instante en que la luna asoma,

y sólo deja la ilusión del rastro
más tenue en el suspiro del aroma
azúl entre tus rosas de alabastro.
38
 

  Otro soneto es dedicado al pianista José Kahan:

Bendición a tu Mozart de cristal y a tus manos
Que en el marfil entreabren magnolias de blancor,
Viene tu angustia desde los días más lejanos
para pedir un mundo sin mancha ni dolor.

...

Bach te guarde, y que Ponce te dé sus diamantinas
estrellas en el fondo más azul, y en el foro
de la noche de luna de Beethoven, sus minas

te ofrezcan Mozart cándido, mas llevas un tesoro
de excelsa pedrería y tus manos de oro
y tu Chopin muriéndose coronado de espinas.
39
 

  Pero la plenitud de su creación poética está en el amor, el santo amor, el amor preñado de penas y alegrías, el amor conjugado por los días, los climas, la luz, el agua, el fuego, el misticismo...

  Rafael Heliodoro Valle contrajo matrimonio en dos ocasiones y estuvo a punto de casarse también con una de las hijas de Juan de Dios Peza. Su primera esposa, la muchacha tegucigalpense Laura Álvarez muere muy joven, a causa de un parto. La segunda, la escritora peruana Emilia Romero, le sobrevive por varios años en México. En La rosa intemporal se recogen poemas dedicados a los primeros y juveniles amores de Rafael Heliodoro Valle, pero siendo ésta una antología preparada por doña Emilia, vemos cómo predominan los poemas que Rafael escribió para ella, en los que la simboliza como el ideal de mujer, como la personificación del amor más puro y verdadero:

Emilia tan dulce,
tan suave, tan mía;
celeste en la noche,
perfecta en el día.

Hace mucho tiempo
que te quiero mucho;
de día te sueño
de noche te escucho.

Suavemente suave,
dulcemente mía,
y sobre las nubes
más alta que el día.

Eres amor mío
la dicha inmortal,
de un mundo en rocío
y un sueño en cristal.
40
 

  Al morir Ramón López Velarde, la Universidad de México le rindió un homenaje y Rafael Heliodoro, su amigo entrañable y su compañero de andanzas, escribió este emotivo poema denominado "Elegía juvenil":

"Está amaneciendo", decía
el poeta desesperado:
¡ya el sol había besado
la frente azulada del día!
Sangrar de pétalo estrujado,
horror de ardiente pedrería,
y el sol prolongaba su alarde
en los embriagados vergeles:
¡Góngora traía claveles
para Ramón López Velarde!

La tarde es como un pintor
embelesado y altanero:
¡el aire parece lucero
la tierra siembra como flor!
Luego una voz en el sendero:
sollozo, niebla, surtidor...
¡Y se pone dulce la tarde
y está opalesciendo el nublado,
porque purpúreo y enlutado
pasa Ramón López Velarde!

Y la luna apenas asoma
tan melancólica y perlina:
¡y el aire que se hace neblina
y la tierra que se hace aroma!
Un niño... un monte... una paloma...
Y, provinciana y campesina,
la luna refulge cobarde
en la penumbra de la fronda,
como una lágrima muy honda,
como Ramón López Velarde!

Cisnes negros sobre las olas
de una laguna de amaranto;
y la brisa que suelta el llanto
y suspira entre las corolas...
Pálidos sistros, claras violas
sufriendo mucho en el quebranto
y en la querella y el reproche,
porque el poeta halló a la Amada
y es una alondra desmayada
sobre los brazos de la noche.
41
 

  El poema "A Honduras" fue escrito en sus últimos años. En él, Rafael Heliodoro Valle ha de traducir todo su amor por su patria; hace una extensa postal en la que describe a vuelo de pájaro la triste historia de su tierra natal y pinta una acuarela de los más connotados paisajes y recuerdos del terruño en donde se yerguen enhiestos los pinos balsámicos y los pueblos que dormitan en la noche:

Te quiero por pequeña, por suave y sensitiva,
ásperamente dulce como la piña de oro
que en tus vergeles surge con su miel concentrada
como si fuera síntesis del verano moreno
en que la abeja hilvana sus sueños con paciencia
flotando entre las frutas que los golosos pájaros
--los más esplendorosos del mundo-- picotean
en las cuatro estaciones.
42
 

 
IIII
El libro La rosa intemporal abre sus páginas con la parte poética de Rafael Heliodoro Valle, su Credo poético:

  Creo en la Poesía pura, la Poesía en sí, la que nos libera de las cadenas del amor y de la muerte. Creo que en el principio fue la Poesía y que las palabras sólo son la escala de Jacob que ella nos tiende para evadirnos hacia la pureza.

  Clásicos, románticos, modernistas, ultramodernistas: son solamente nombres para ubicar, en la cronología de las esencias y los valores, las formas de la expresión poética que cambia con el clima de la sensibilidad.

  La rosa es intemporal. La primavera no muere, porque sólo se esconde a los sentidos impuros. En ella nos verificamos, y por ella somos habitantes provisionales de su mundo de encantamiento, sombras que fugazmente se iluminan. Desde Homero hasta San Juan, hasta Góngora y Verlaine, en Darío y en González Martínez, la poesía es la misma, innumerable, indivisible. Los sabios han pretendido clasificarla, como las flores y las estrellas; pero ella está más allá del tiempo, más allá de nuestros más hermosos sueños, haciéndonos confidentes de sus sagrados misterios, dándonos nuestra ilusión de cada día.

  Creo en que la Poesía tiene el secreto de la redención del hombre, y que ella es la tierra prometida en que el acto puro es igual a la música azul de la estrella que hace muchos siglos murió pero sigue iluminando la tierra.43


Tegucigalpa, 14 de febrero de 2012




1 María de los Ángeles Chapa Bezanilla, Rafael Heliodoro Valle, humanista de América. Tegucigalpa: Instituto Hondureño de Antropología e Historia, 2011, p. 125.

2 Ludmilla Valadez Valderrábano, Guía del archivo de la correspondencia de Rafael Heliodoro Valle. Tegucigalpa: Instituto Hondureño de Antropología e Historia, 2009.

3 María de los Ángeles Chapa Bezanilla, id., p. 136.

4 Id., p. 140.

5 Id., p. 192.

6 Rafael Heliodoro Valle, La rosa intemporal. México: Taller de Editorial Libros de México, 1964. Todos los textos poéticos de Rafael Heliodoro Valle proceden de esta edición.

7 Citado por María de los Ángeles Chapa Bezanilla, id., p. 418.

8 Véase la Presentación de La rosa intemporal.

9 Id.

10 María de los Ángeles Chapa Bezanilla, id., p. 124.

11 Víctor Manuel Ramos, "Influencia de Rubén Darío en la poesía hondureña". Revista de la Academia Hondureña de la Lengua, núm. 11, jul.-dic. 2004. Tegucigalpa, Honduras, p. 157-190.

12 Óscar Acosta, "Rubén visto por Rafael Heliodoro Valle". Revista de la Academia Hondureña de la Lengua, núm. 11, jul-dic 2004,Tegucigalpa, Honduras

13 Rafael Heliodoro Valle, "Oda a Juárez", en La rosa intemporal, p. 29-33.

14 Rafael Heliodoro Valle, "Elogio del Maestro", id., p. 23-26.

15 Rafael Heliodoro Valle, "Balada del inútil Azul", id., p. 113-115.

16 Rafael Heliodoro Valle, "El alcaraván del patio", id., p. 57-59.

17 Rafael Heliodoro Valle, "Jazmines del cabo", id., p. 51-55.

18 Rafael Heliodoro Valle, "Oda a Juárez", id., p. 29-33.

19 Rafael Heliodoro Valle, "Las mariposas", id., p. 43-47.

20 Rafael Heliodoro Valle, "Ave María del mar", id., p. 116-117.

21 Óscar Acosta, "Rubén visto por Rafael Heliodoro Valle". Revista de la Academia Hondureña de la Lengua, núm. 11, jul.-dic. 2004, p. 197.

22 Rafael Heliodoro Valle, "San Rubén Darío", id., p. 133-135.

23 María de los Ángeles Chapa Bezanilla, id., p. 409.

24 María de los Ángeles Chapa Bezanilla, id., p. 184-185.

25 Concepción Gálvez de Tovar, Ramón López Velarde en tres tiempos. México: Editorial Porrúa, 1971.

26 Agustín Yáñez, El contenido social de la Literatura Iberoamericana, citado por Gálvez de Tovar.

27 Rafael Heliodoro Valle, "La ciudad natalicia", id., p. 63-64.

28 Rafael Heliodoro Valle, "Jazmines del Cabo", id., p. 51-55.

29 Id., p. 67-68.

30 Id., p. 83.

31 Id., p. 19.

32 Id., p. 84-88.

33 Id., p. 113-115.

34 Id., p. 43-47.

35 Id., p. 51-55.

36 Id., p. 63-64.

37 Id., p. 81-82.

38 Id., p. 182.

39 Id., p. 215.

40 Id., p. 144.

41 Id., p. 77-78.

42 Id., p. 188-197.

43 Id., p. 13.






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