GUTIERREZ Y MORENO, PREGUNTÓN Y PEREGRINO
Diálogo con PABLO GUTIERREZ Y MORENO Cuando me lo presentó don Francisco Gamoneda, -su secuestrador -vale decir su ángel de la guardia contra el mole de guajolote, la mariguana y otras hierbas- me pareció estar ante una lechuza, no sólo por la manera como poner los ojos en las cosas, por lo mucho que sabe en su oficio -uno de los más difíciles, el de arquitecto, y de los más peligrosos, por las caídas que son más fuertes cuando más alto se sube-: y especialmente, porque como buen estudioso, es uno de esos templos de España, que nos describió en sus pláticas, que necesitan para ser religiosos, reconcentrarse en la oscuridad: poca luz de afuera y mucha vida interior.
Don Pablo ha sido la lechuza andariega que voló, calladamente, desde la Giralda, desde San Juan de los Reyes, desde la Universidad salmantina, hasta Guadalupe de Puebla, hasta el Sagrario de México, hasta Yolotepec, "el Cerro del corazón". Y han dado en busca de lo barroco mexicano, más lenguas que uno de los misioneros de la Conquista, superando a quienes mejor con O la carta geográfica de la arquitectura postcortesiana. Y ha sido casi secuestrado, pero por orden suya, en dos buenas compañías: la de Carlos Lazo y de Federico Mariscal, dos de los arquitectos que más saben aquí y que, sobre todo, no tienen puertas falsas.
Pues bien: costo que Gutiérrez y moreno hablará para los periódicos, que se dejara retratar, que se pusiera en carácter de entrevistado. Y es que no venía a buscar notoriedad, quien como el tiene prestigios de sólida mampostería, sino a estudiar, a aprender, el que tanto puede enseñar. Director de las Misiones de Arquitectura en España, anda y anda, por costumbre, y se mete por otra curiosidad a los pueblitos donde poquísimos ojos se han clavado, por saciarlo en las ninfas corrientes en que pocos han debido?
-Ante todo -me dijo con aire confidencial-: lo que más les agradezco en México, es que me hayan dejado fuera de los protocolos, de las visitas, de las llamadas por teléfono, de las comidas, porque entonces nada habría podido ver. Y a eso vino, haber. Especialmente a ver lo barroco, lo barroco mexicano, que es lo más original de esta arquitectura. Pero no hay que tratar de revivir lo barroco, de reproducirlo, porque eso sería fuera de tiempo y de medida.
Y evoca a los obreros árabes que colaboraron dentro del arte cristiano, para poner de relieve a los artistas indígenas que se metieron de golpe en la obra española aquí. Y frente a la pantalla moviliza sus fotografías, -todo un archivo que a la sensación en España, -y dice, con una memoria que nos aplasta: -"aquí tenemos el camarín de Loreto de Tepoztlán, esta es Regina, estas cúpulas, sorpresa de la cerámica, son del Carmen en San Ágil?" Y luego pondera la magnitud y la riqueza de la obra arquitectónica que la vida colonial dejó en este ambiente, mucho mayor, a su juicio, en la que se ha logrado en España.
La razón es muy sencilla -arguye-: es que aquí había más espacio y el jornal era más barato. Por eso, la sensación de grandeza que aquí se siente es abrumadora. Allá había que pasar muchas veces la sopa boba de los conventos, para dar de comer a los obreros?
y se gasta su humorismo sobriamente barroco, al explicarnos la Torre Nueva de Zaragoza:
-Cinco maestros dirigieron la obra: dos eran españoles, dos moriscos y uno judío. Lo más probable es que el último piso el presupuesto?
Luego, cuando habla del Museo del Prado, para explicar por qué fue italiano el estilo, nos dice:
-El rey era francés, uno de los Borbones, pero la reina era de Italia, y, claro, ganó ella?
-¿Y cómo surgió su viaje?
-Verá usted, me interesaba mucho el barroco español. Había que ver lo de América, claro. Y aquí estoy, se me habló de dar unas conferencias y yo dije que no vendría a eso, sino haber. Y así se aceptó. Si contaba con tiempo hablaría, pero después de haber visto. Y gracias a Gamoneda, he podido ir de aquí para allá, sin tiempo limitado, sin obligaciones sociales, a todo mi gusto, sin prisas? Un sueño?
Don Pablo advierte enseguida que si de allá vinieron los arquitectos españoles a dejar su obra y su influencia en arte, hubo un día en el siglo XVIII en que los mexicanos fueron de aquí a España, por reflujo, y hay que ir a Cádiz para darse cuenta de que su tesis debe seguir siendo ahondada.
-¿Y "Las Iglesias de México"?
-Estupenda la parte gráfica de esa obra. Es algo que la Secretaría de Hacienda ha sabido distribuir en Europa entre quienes debía. Las fotografías dicen mucho, ¡pero el texto! Fuera de lo que corresponde a los señores Toussaint y Benítez, lo demás tiene errores fundamentales que perjudican a México. ¡Y no hay derecho! Se debe estudiar profundamente y conociéndolo español?
Hablamos de turismo, de las misiones de arquitectura, de la conservación de los monumentos artísticos de Puebla, que lleva el antifaz que le han puesto sobre la policromía a revisar los muros con capas de otros materiales, creyendo que así lo embellecían, que la limpiaban. ¿Es que no limpio es lo bello?
-¡Y cada cosa que aprendemos cuando pasan los turistas! -Agrega- recuerdo a ciertas señoras de esas que ven con "impertinentes" la Giralda y que preguntan cuantos metros, cuantos dólares, cuántas toneladas, y que cuentan los perros que hay en los cuadros célebres? ¡Hay cada cosa que tiembla el mundo!
-¿Y como suelo del baño de doña María de Padilla que usted ha contado por allí?
-Pues había una de esas señoras turísticas que lanzaba exclamaciones cuando le enseñaron el que se dice baño de aquella dama. Y luego preguntó si Doña María se bañaba; y el cicerone, muy listo y muy gitano le contestó airosamente: -"¡Como no salía de allí!"
La conversación se va poniendo gótica en las puntas. Don Pablo se anima: ha dejado su ingénita hurañéz, mientras Gamoneda interviene con sus comentarios sobre Tasco, sobre los amigos de Tasco (con "s", como lo pide Salinas) y sobre los tascenses. (¿Así se dice, Cordero Amador, usted que sabe tanta gramática como don Pablo arquitectura?)
Desfila la casa del Alfeñique, un patio de Querétaro, una iglesia en el camino de Puebla. Y volvemos al cabo de una gira mental rompiendo récords a la velocidad, hasta ese altar de los Reyes en que grita frenético de entusiasmo el barroco furibundo de Jerónimo Balbas.
Don Pablo Gutiérrez y Moreno se despide de nosotros. Va rumbo a Aguascalientes, San Luis Potosí, después de haber visitado Oaxaca, Morelos, Guanajuato, Querétaro, el Valle de México, Puebla y Tlaxcala. Y continúa a la intemperie, como buen edificio español del siglo XVI, con la portada que casi nada dice en apariencia, porque es un orgullo disimular la alegría que adentro pone el temblor de su fuente morisca.
Publicado en ?Revista de Revistas? en febrero de 1931.