TULIO M. CESTERO, BIÓGRAFO PUNTUAL
Diálogo con TULIO MANUEL CESTERO Al mediodía volvimos a estilizar la charla. Era huésped del grupo "Estar Contentos", en la comida atenagórica que servirá Pepe el Catalán; paella, bacalao a la vizcaína, cerdo en mole, todo un menú de dinamita. Ya estaban allí Núñez y Domínguez -el poeta del ilímite amor- Gómez Palacio, el que vio pasar a la tarde en féretro de seda, Rubén García -cuyos relatos históricos llevan polen de camelias- Xavier Sorondo, Ignacio Vallejo Macouzet, el ingeniero Riquelme Inda -biógrafo de cereales y de fibras preciosas- y el terrible charlista Vicente Medina, que nos entretuvo con una disertación de torbellino y Vicente Echeverría del Prado que sabe equilibrar el verso libre con los teoremas metálicos y Chucho Castillo -cazador de coleópteros marihuanos- y tantos amigos que son espuma de la risa en el huracán sabatino.
Tulio M. Cestero regresaba a México después de recorrer caminos equidistantes con la brújula de un deseo que le mordía la ansiedad y estaba entre nosotros seguro de que su presencia nos era bienvenida porque le conocíamos de sobra y ya nos preocupaba la tardanza de su visita.
Un día en Washington, otro en Lima, muchos en las ciudades de espejismo, y Cestero sin decidirse a venir a México. Vino al fin, traído por un deber oficial que le entregaba un codiciado premio: estar aquí.
Y así nos lo dijo mientras la charla engolosinaba a todos los que aproximaban más las sillas para oírlo. Su solo nombre bastaba de credencial. Las presentaciones no eran más que un trámite porque ya todos conocían sus campañas de Prensa en Cuba, sus andanzas diplomáticas, su prosa de transparencia y su nariz que evoca involuntariamente el verso del Alighieri en que César atisba con ojos de ave rapaz.
La alusión cesárea bien venía, porque Cestero ha terminado ya y la tiene en prensa, su biografía de César Borgia, para la que tuvo que hacer compulsa de documentos legales, de códices, de iconografías en la península de luz.
-Algunos capítulos de ese libro los publique primero en "La Reforma Social" de Ferrara. Y éste redactó por aquel tiempo su obra sobre Nicolás Maquiavelo. Y surgió un problema de biógrafo: el de aprovechar los materiales de difícil manejo, que no por íntimos pueden ser intencionalmente postergados: una carta, un chisme, una anécdota de categoría total.
-Se ha publicado la correspondencia de Maquiavelo, mutilando aquellos párrafos escabrosos y sustituyéndolos con puntos suspensivos; pero a fin de restituir en su íntegra belleza el epistolario, ha sido preciso ir a los archivos de Florencia.
Cestero me hace una confidencia que ojalá sirva de estímulo para que se nos depare el tesoro inédito:
-En poder de un amigo conocí en Caracas una copia de las "Tradiciones Salsa Verde", que escribió don Ricardo Palma. La copia fue permitida por éste a condición de que nunca fuera utilizado ese material para hacerlo público, pero yo creo que esas páginas, que por cierto, tienen una gracia y un hechizo muy de Palma, no pueden continuar en secreto. Se podría hacer una edición numerada de cincuenta, de cien ejemplares si se quiere, y sería un éxito no sólo editorial, sino que podríamos saber algo más sobre algunos personajes de América. Hay por ejemplo un episodio que se refiere a Bolívar, otro que perpetúa la última frase que dijo Sucre, el de los labios pulcros.
Alguien muerde la impaciencia de ver, algún día, en definitiva edición los versos que improvisó Luis G. Urbina en la intimidad -flores aéreas del donaire mexicano- y que Nicolás Rangel recogió con la devoción de quién sabe lo que son, para el caso, las memorias de Casanova en su texto original. Ese florilegio se llamaría "La hora del negrito poeta" y los bibliófilos se disputarían también esa presa. Por otra parte apremia conocer esas antologías, porque más tarde sería difícil identificar a los personajes aludidos y así como hay en Lima el grupo "Amigos de Palma", deben organizarse en México los de Urbina.
Está de acuerdo Cestero en que para entender al poeta lírico, al hombre épico, hay que utilizar las noticias de la intimidad. Un caso perfecto sería el de Rubén Darío, a quien pudo tratar en la plenitud de su melancolía y aún hay páginas admirables del diario de Cestero que se refieren al poeta y que fueron publicados en "El Fígaro" de la Habana.
Se dibujan en nuestra charla muchas imágenes que nos son familiares: Gómez Carrillo, con quien Darío tuvo incidentes regocijados; el secretario de Rubén, aquel Sedano que se decía hijo de Maximiliano y que por sus barbas era un personaje brutalmente decorativo; doña Blanca de Zelaya, a quien Darío escribió un acróstico memorable en que cada letra era piedra preciosa para una pulsera ilusoria.
-Rubén siempre deploró no haber podido conocer México.
Nada más Veracruz y Xalapa.
-Me contaba en Madrid algo delicioso que hay que recordar en su biografía: cuando insistía en llegar hasta esta capital, tuvo que pedir consejos ante la actitud elegantemente hostil con que don Porfirio lo detenía en Veracruz; y es el caso que mientras el Gobernador militar le demostraba la conveniencia de que continuase su viaje, el Gobernador Civil le hacía palpar la inconveniencia. Entonces Rubén ideo la noticia de que había recibido un cablegrama de "La Nación" de Buenos Aires en la que colaboraba pidiéndole que urgentemente saliera para aquella cosmopolis; y así se lo comunicó al Presidente Díaz, quien lo que más deseaba era que el poeta atendiese al llamado que le hacían. Poco tiempo después, se dijo que Díaz lo había nombrado Inspector de Monumentos Artísticos, nombramiento que sólo pudo disfrutar dos meses porque en eso cayó el dictador.
-Algunos detalles de aquella hábil intriga para impedir que Rubén presentase sus credenciales de Ministro de Nicaragua, mientras los internacionalistas discutían sobre la validez de ellas, puede darlos Amadeo Solórzano, quien fue secretario de la malhadada misión especial y tiene diamantina memoria.
-Darío tuvo siempre altercados con Gómez Carrillo. No hay que negar que Enrique era más inteligente que Rubén, más generoso, más amigo; pero aquel pudo herirlo con sus sutilísimos datos cordiales. Alguna vez me encargó Rubén que le comprara en Holanda una cartera de piel fina. Atendí su petición y un día me dijo: "Estoy muy molesto porque Enrique me asegura que esta cartera no es de las que usan los abogados, sino los músicos. Enrique no se porque ha dado en hostilizarme. ¿Que tiene que ver Sarah Bernhardt con la bella Otero?" Y efectivamente, mientras Rubén se ufanaba de ser una gran figura teatral, dejaba a Enrique las frivolidades de la bailarina. Y cuando escribió aquel artículo punzante que comenzaba así: "Cuando Gómez Carrillo tenía talento?
Cestero evoca también a Nervo. Nos dice sin asordinar la voz:
-Cuando Darío publicó "Peregrinaciones" me hizo esta confidencia: "El capítulo que se refiere a Nápoles no es mío, sino de Amado. Tenía que enviar esa colaboración y encontrándome enfermo le supliqué la escribiera. Por cierto que es una de las páginas más hermosas del libro".
-Me ha contado algo idéntico Luis Andrés Zúñiga, quien fue secretario de Rubén en dos días de "Mundial". Rubén escribía los primeros y los últimos párrafos de los artículos editoriales que la revista consagró a cada país hispanoamericano. Tenía largas crisis en sus enfermedades, fui testigo de uno de sus delirios de persecución, cuando hablándome de una mujer decía: "¿Sabes? No puede abandonarme porque nos conocimos en una vida remota en la que ella era bruja y yo un inquisidor?"
Luego hay otras confidencias que nunca se publicarán. Aparece en escena Rosario de Darío, que fue dama de compañía de la señora de Blasco Ibáñez. Cestero me habla también del novelista a quien trató mucho en Washington y recuerda que tenía el plan de escribir una serie de novelas, una para cada país de este hemisferio de la cual sería el prólogo "Los Argonautas" siguiendo por Argentina y terminando en México.
-Yo estaba de subdirector de "El Heraldo de Cuba" cuando Blasco Ibáñez regresaba de México. Supo que yo estaba en la Habana y bajó del barco para verme. Hizo declaraciones que más tarde publicaría contra este país en la prensa amarillista de New York: y rehusé darlas en mi diario. ¿Por qué no atacaba al militarismo español?
-Yo escuché a Blasco Ibáñez en una conferencia que dio sobre California y España ante el ansioso público de Washington. Era un orador extraordinario y ya es mucho decir tratándose de los españoles.
-De los oradores que he oído, nada como Martí. Y conste que no creo en la oratoria. Martí estuvo unas cuantas horas que Santo Domingo; yo era un adolescente y no se me olvidará la estupenda oración que le escuchamos. Era en vísperas de la Guerra en que sucumbiría. Aquel discurso no figura en las obras del Maestro y es que fue realmente improvisado. Recuerdo que comenzaba así: "Yo no soy un hombre que viaja sino un pueblo que sufre; no soy un hombre que habla, sino un pueblo que se levanta exigiendo su libertad".
¿No oyó usted a Urueta?
-Habría deseado oír a Castelar. Y, sin embargo me dijo alguna vez Hostos que?
¿Don Eugenio María?
-Don Eugenio me dijo que Castelar aunque era orador único, había escrito el famoso discurso con que replicó a Manterola. Le constaba a Hostos que lo había escrito. Y eso no niega que Castelar haya sido el más puro verbo-motor en nuestro idioma. Las improvisaciones son muy raras. El general máximo Gómez que era hombre de mucho talento, después de haber oído el discurso con que le di la bienvenida en nombre de la juventud dominicana, una vez que pasó la guerra de Cuba me felicitó así: "Tienes una admirable memoria, pues te aprendiste muy bien el discurso".
Ustedes han tenido un gran orador en Arturo Logroño.
-En verdad Logroño es orador.
¿Y Américo Lugo?
-Es el mejor escritor que tenemos en Santo Domingo. Y será quien escriba la historia de mi país, porque nadie está mejor documentado que él, como que en el Archivo de Indias hizo consultas durante cinco años. Es curioso que siendo un gran escritor, escribe poco.
Los temas irizan nuestra charla: le ponen esa vibración que hace deslizarse las horas sin sentirlas. Y de pronto, el hombre mundano que hay en Cestero -el gourmet, el bulevardero- me pregunta cuál es el mejor sastre que hay en la ciudad, y le respondo:
El mío.
Cestero comprende mi categórica afirmación. Y esto me da pretexto para contarle la anécdota que Alfonso Cravioto me refirió cuando Darío le hizo una confidencia: la dirección de su sastre en París. Y esto que Cestero también ha sido cónsul en Hamburgo.
-Pero también he sido invitado por el síndico de la ciudad de Roma a una comida íntima que comenzaba con un plato de maravilla: la "probatura". Y la mandó servir nada menos que frente al Panteón de Agripa, en una tarde en que se veía correr por el aire el inefable temblor del vino de Italia.
Publicado en "Revista de Revistas" en 1934.