ALFREDO GÓMEZ DE LA VEGA Y EL TEATRO MEXICANO
Diálogo con ALFREDO GÓMEZ DE LA VEGAALFREDO GÓMEZ DE LA VEGA Y EL TEATRO MEXICANO
En cuanto llegó Alfredo Gómez de la Vega, nuestro primer gran actor, después de residir trece años en Europa, tuve deseos de charlar con él sobre muchos temas que probablemente merezcan la atención de cuantos se preocupan por el porvenir del teatro mexicano.
Gómez de la Vega es sencillo en su trato, gentilísimo, extraordinariamente comprensivo y no rehusó comunicarme sus primeras impresiones especialmente cuando le pregunté cuál era la que había recibido después de hallarse tanto tiempo fuera de la patria.
-Es magnífica ?me contestó? la ciudad que, que dejé bella en 1913, es ahora una gran ciudad bellísima.
Me habló en seguida de sus amigos que dejó en España, de lo que piensa hacer, de lo que quisiera hacer. Naturalmente, de lo primero que tratamos fue de lo que se proponen realizar los autores mexicanos, a fin de demostrar que es posible crear nuestro teatro. Gómez de la Vega desconoce aún las obras de los jóvenes actores mexicanos que están haciendo una tentativa y de la cual se enteró él, según insistió, antes de regresar a México.
A su juicio las reiteradas manifestaciones de esa noble y legítima ambición acusan una inquietud espiritual, que por si sola constituye el más feliz augurio para anunciar desde luego una fuerte producción escénica nacional. Y bordando la conversación en el canevá de ese tema, le pregunté si ya es tiempo de que haya teatro mexicano propio; y él sinceramente, me contestó: creo que ya es tiempo de que, por lo menos, se aspire a tenerlo y cuanto en este sentido se intente es digno de una máxima atención e incondicional apoyo: sobre todo, teniendo en cuenta que teatro nacional no puede improvisarse, y que su formación es obra lenta, de amor y de esfuerzo perseverante. Las circunstancias especiales en que la revolución nos ha colocado en los últimos diez años, me parece que han agudizado aún más nuestra sensibilidad ingénita y preparado maravillosamente a la juventud para incorporarse a los movimientos revolucionarios que hoy constituyen la más firme esperanza del arte dramático, y creo, al mismo tiempo que la familiaridad con las obras maestras del teatro de vanguardia mundial, sería un gran factor para el desarrollo de nuestro naciente teatro nacional.
Como yo le preguntara, cuanto tiempo piensa permanecer entre nosotros y cuáles eran los planes que tiene por ahora, Gómez de la Vega me dijo que no puede precisarlo, ya que eso depende de que pueda o no realizar los proyectos artísticos que lo han decidido a regresar a México. He venido con la ilusión de formar una gran compañía mexicana, que sea perfectamente capaz y disciplinada y que lleve con verdadero amor y entusiasmo nuestra bandera artística a todos los rumbos del extranjero; pero eso sí, interpretando con el mayor decoro posible lo que de la producción nacional significa un verdadero esfuerzo noble y levantado que pueda mantenerse dignamente al lado de lo más fuerte y representativo del teatro contemporáneo.
Demás está decir que las declaraciones que me hiciera el gran actor tienen un interés palpitante, no sólo por venir de una producción ya estable sino porque la seguridad de su programa viene a rectificar valientemente las opiniones de primera fila, que sobre el gran actor ha formulado la prensa madrileña, por medio de autoridades tan acatadas como las de los críticos Enrique Diez Canedo, Luis Araquistáin, Gómez de Baquero, Juan de la Encina y otros, no menos ilustres, que comentan con asiduidad la producción literaria y artística de México con el más vivo interés y con un perfecto conocimiento de nuestros valores.
Me dijo Gómez de la Vega que en los círculos literarios de Madrid se mantiene constante la atención a las cosas de México, atención que significa no sólo curiosidad sino también cariño. Su larga permanencia en aquella capital la pasó en contacto íntimo con los escritores y dramaturgos de mayor figuración es España, entre ellos Valle Inclán, Benavente, Unamuno, Diez Canedo, Manuel Machado, Eduardo Marquina y Martínez Sierra y entre los más jóvenes: Ricardo Baeza, Cipriano Rivas Cheriff, Claudio de la Torre y muchos otros.
Como final de nuestra conversación procuré inquirir del gran actor cuál es el dramaturgo que le seduce más en este momento pidiéndole lo señalara no sólo entre los de nuestro idioma sino entre los de la fuerte producción contemporánea, y así me contestó: Entre los italianos Pirandello y Rosso di San Secondo; entre los franceses, Lenormand, Marcel Ashard, Charles Vildrac, el belga Crommelynak, el Bernstein rejuvenecido de ?La galerie des glaces? y ?Julio?; los rusos en general: Artschebecef, Gogol, Evreinov, etc.; las recientes obras en un acto de don Ramón de Valle Inclán, como ?La Cabeza de Bautista? y ?Ligazón?. Sin olvidar las últimas cosas del maestro Benavente.
Publicado en ?Revista de Revistas? el 7 de noviembre de 1926.