HUELLAS DE LOS SANTOS MISIONEROS
Diálogo con ROBERT RICARD Robert Ricard pone el ejemplo -investigador, crítico, fe andante- con su libro: La "conquéte spiritualle" du Mexique, un ensayo sobre el apostolado y los métodos misioneros de las órdenes mendicantes en la nueva España de 1523-24 a 1572. Durará su libro tanto como las piedras con las que aquellos hombres de paz comenzaron a levantar la cultura hispánica en esta tierra de dolor, permanecerá como las huellas que dejaron en sus obras y en sus días. Lo dedica en homenaje dignísimo a la memoria de don Joaquín García Icazbalceta, el maestro.
Aliados de la imaginación y con los otros -las dos ruedas de la lujosa carroza en que viajaba San Francisco- las tierras donde aquellos espíritus inclitos que nos demostraron la excelencia del Espíritu, dejaron su luz de afanes, su aliento que se hizo atmósfera que aún nos envuelve con halos de transfiguración, su palabra reconstruida cotidianamente para alzar una fábrica airosa que permanece esperando la pátina de la imitación para hacerse más pura.
Visitó las tierras que ellos bendijeron con su acción de gracias en el ejercicio ímprobo de amar; comprendió el paisaje hostil y atrayente que les sirvió de sencillo escenario para vitalizar su drama; exploró en piedras, en papeles, en ideas; y al final de la romería pudo delimitarlos en 1570 con un mapa en que se ve claramente la posición de los franciscanos, los dominicanos y los agustinos, distribuyéndose como similares dinámicas en un territorio que abarca por el norte desde Tampico hasta Santispac y por el sur colinda con las costas de Tehuantepec. Y a manera de guías en esa mapoteca ideal engarzó los documentos gráficos en que se realzan con su propia grandeza Huejotzingo, Acolman, Yuriria, Tula, Actópan, Tepeaca, y todos los santos lugares en que el acto creador del misionero puso una tregua a las iniquidades de la violencia. Y pasan las figuras -como en un frío mural o en uno de esos frescos restaurados cual si fueran gobelinos en negro y blanco- de Juan de Zumárraga, de Andrés de Olmos, de Domingo de Betanzos, de Juan de Grijalva, de Bartolomé de Ledesma, de Pedro de Gante y del que más me seduce por ser una antorcha del humanismo. Bernardino de Sahagún, cuya fisonomía no sé porqué se me parece un tanto a la de Savonarola. (Ya hemos contemplado a Erasmo en México a través de uno de los cristales ideológicos de Zumárraga, hombre de jerarquía renacentista).
Con el método con que los maestros franceses de investigación -disciplina, pasión, estética- dan vida a los valores del pasado para definir normas, Ricard hizo su viaje y al mismo tiempo, dentro de ese itinerario que lleva un ritmo interior, fue trazando el plan admirable de su libro, en que todo lo apuntó, lo cotejó, lo refinó con el gusto de un artista de la Historia. Comienza con la fundación de la Iglesia en México, disertando sobre los precursores de la evangelización metódica y los apostolados de Cortés y de Fray Bartolomé de Olmedo para explicar la situación política del Imperio Azteca y movilizar a los héroes de la nueva era dentro de un marco ambiental que estaba erizado de dificultades lingüísticas y hacer una de las más inteligentes interpretaciones de las ideas y de los ritos indígenas que eran vecinos de los de los cristianos. La enseñanza prebaptismal, la dispersión apostólica y la repartición geográfica de las fundaciones monásticas, los preparativos etnográficos y lingüísticos de los misioneros, la administración de los sacramentos, las virtudes de los fundadores de la Iglesia, la organización social y las obras de interés público (la fundación de pueblos indios, la industria de la seda, la irrigación) y enseguida los hospitales, la arquitectura religiosa, el teatro edificante de escuela primaria y la enseñanza técnica, la formación de las elites y el problema del clero indígena, las dificultades interiores de la obra apostólica, la resistencia indígena, la evangelización primitiva y la evolución religiosa: he ahí los temas que sirven de pauta a este libro que es uno de los más puros testimonios de la erudición amorosa.
De la lectura de estas páginas desglosamos estas conclusiones que nos parecen representativas:
1.-La actividad de los religiosos del siglo XVI ha pesado fuertemente en los destinos de México.
2.- No se puede estudiar la historia de la evangelización de México sin revelar las preocupaciones religiosas que animaron siempre ha conquistador Cortés.
3.- Es superfluo antes de abordar el problema lingüístico en la visión mexicana, buscar los precedentes y los puntos de comparación o recordar los principios fundamentales del trabajo del misionero.
4.- En la penetración espiritual, en la escogencia de las rutas y los territorios apostólicos, en la fundación de los monasterios, la iniciativa y el celo de los religiosos mendicantes tienen de hace mucho el primer rango.
5.- Los religiosos de México comprendieron como los otros, que era necesario imponerse por el desinterés, la pobreza y la austeridad de sus costumbres.
6.- No es menos cierto que, en términos generales, la presencia o el paso de los misioneros era para los indios la fuente de indiscutibles bienes materiales.
7.- En sus orígenes la beneficencia médica ha podido ser un instrumento de conversión, un medio para retener a los indios y revelarles la existencia de la caridad cristiana. Pero la multiplicación de los hospitales respondió entre los misioneros a preocupaciones diversas.
8.- La enseñanza técnica procuraba a los indios un medio seguro y honorable de ganarse la vida; y era un elemento de estabilidad social que no podía menos de ser favorable a la cimentación de la Iglesia.
9.- Los indios se aislaron deteniendo su avance, moralmente sobre todo, se replegaron sobre los mismos y es así que hoy uno de los problemas esenciales de México es el de la incorporación del indio a la vida cívica y a la vida civilizada.
10.- La obra misionera de los religiosos de la Nueva España es compleja pero tiene unidad.
Al final de esta obra -joyel de alegría franciscana- M. Ricard pone un inventario que él llama modestamente ensayo, de las obras que escritas en lenguas indígenas o relativas a ellas, fueron escritas por los religiosos entre 1524 y 1572. Después de un momento cronológico de mucha utilidad el autor especifica las obras y los trabajos citados, haciendo verdadero derroche de bibliografía que viene a incorporarse lujosamente a la manera de un devocionario para estudiosos, a este libro que es una victoria del estilo, de la investigación y de la exégesis y que tiene diamantinamente las múltiples facetas que lo hacen definitivo.
EL IMPERIO JESUÍTICO
Es una presea de investigaciones y erudiciónes la "Historia de los descubrimientos y colonización de los Padres de la Compañía de Jesús en la Baja California" por Constantino Bayle. S. I. (Editorial "Razón y fe", Madrid, 1933), que se apoya en documentos inéditos que se custodian en el Archivo General de Indias de Sevilla el de Simancas, el Archivo de la Compañía en Roma, la Biblioteca Nacional de Madrid y el Archivo Provincial Toledano de la Compañía, así como en los cronistas clásicos: Venegas, Clavijero, Torquemada, Fernández Navarrete, Mang y también en las investigaciones de H. E. Bolton.
Los capítulos de este libro cardinal se refieren a las peripecias de la geografía en California y las hazañas de los grandes exploradores y misioneros Eusebio Kino, Juan María de Salvatierra, Juan de Ugarte, así como cuanto se relaciona con la expedición de don Isidro de Atondo y Antillón, puntualizando todo lo relativo a la industria, la agricultura y la ganadería en las comarcas en que los invictos jesuitas hicieron obra perdurable de "pioneers" hasta que fueron expulsados de los dominios españoles de América. Los piratas, los cartógrafos (uno de ellos el señor capitán Cardona), los exploradores, los pescadores de perlas, los indios neófitos, los pobladores que enseñaron la nueva técnica industrial y agrícola desfilan por las páginas de este libro iluminante.
Dice Bayle en uno de los más atractivos pasajes: "Conocido es el sistema empleado por los misioneros a fin de ensanchar los límites de la predicación y ganarse nuevos pueblos: desde las reducciones ya asentadas enviaban algunos neófitos a los salvajes para que les hablaran en favor de la vida cristiana y social; esto cuando recelaban que su presencia espantarse la caza; porque si el Padre confiaba ser bien recibido por sí propio iba con la buena nueva y el convite de la fe. Las primeras visitas eran de paso; algunas palabras de cariño, algún discursito por intérprete, buena ración de regalillos que quitaran recelos, vencieran esquiveces y ligaran voluntades y promesa de volver de asiento. Repetíanse las visitas y si el terreno se mostraba preparado, el misioneros se trasladaba allá definitivamente y empezaba la instrucción catequística y el bautizo de los párvulos".
"El P. Kino inauguró otro sistema más provechoso en las estepas de Sonora y Arizona desprovistas de bosques, más surtidas de agua y donde la escasez de víveres podía estorbar la fundación de pueblos. En las visitas preparatorias dejaba a los naturales simientes, les hacía las primeras siembras, les formaba estancias de ganado con algunas vacas y yeguas, les mandaba edificar casa e Iglesia, pobres y de adobe y cuando por fin venía el misionero fijo, el trabajo más rudo estaba ya hecho y la vida material de la reducción asegurada con las cosechas y ganaderías y los indios avezados con la experiencia a las ventajas de la vida social, del trabajo remunerador".
Entre los documentos para la historia del imperio jesuítico en América, este libro hace sobresalir la carta del P. Piccolo al Procurador don Manuel de Varaldua, desde Santa Rosalía, el 13 enero 1714. Dice la carta así: "Parto con V. Ra. De un regalo de medias y calzettas que me hicieron? me dize Jerónimo Palermo que dexó unas plantas de rosas de Cartilla en Raván para mí; si están en pie, V. Ra., Por quien es, me la remita en una olla juntamente con unos arbolillos de membrillos; y si V. Ra. tiene algunos de limón y naranjos se los estimare mucho; y que vengan en la dicha olla con tierra, encargando al contramaestre que las vaia echando agua, y V. Ra. escribe al Ho. Jaime que son para mí".
Publicado en "Revista de Revistas" en mayo de 1931.