CARMEN ROMERO RUBIO DE DÍAZ
Diálogo con MARIA FABIANA SEBASTIANA CARMEN ROMERO RUBIO Faltan unos cuantos segundos para las cuatro de la tarde cuando llegamos a la casa número 87 de las calles de Quintana Roo, residencia de doña Carmen Romero Rubio viuda de Díaz. Ambiente tranquilo, en la nueva sección de la Colonia Roma, apenas a unos cuantos pasos de la avenida de los Insurgentes, junto a la rotonda donde las jacarandas están cubiertas de ramos azules. Una alta barda de truenos oculta por completo la residencia. Abre un criado que andaba ocupado podando las plantas del bien arreglado jardín inglés que nos rodea.
En el vestíbulo, una pajarera de cristal alberga periquitos de indias azules, verdes, blanqui-azules. En el hall, un gran espejo refleja dos o tres sillas de un viejo mueble austriaco, incrustado de nácar. En la mesa, un jarrón de porcelana y una pequeña alcancía con la leyenda: "Dónde está tu tesoro, estará en tu corazón" "Prívate de un pequeño gusto por echar aquí dinero, con el harás bien a muchos niños que sin conocerte, te lo agradecerán".
Llega doña Carmen Romero Rubio Vda. De Díaz, saluda brevemente y se disculpa mientras despide a su hermana que -nos dice- se marcha.
En la sala, un ambiente moderno, distinguido. Dos confortables de piel, verde uno, forrado de cretona cruda el otro. Un enorme mazo de azucenas y nube de precioso tibor.
Vuelve la señora y gentilmente, invita al señor Valle a pasar a un anexo.
Señora, me siento verdaderamente abrumado con su gentileza, me parecía increíble la noticia que me ha dado el señor Escudero. ¿Cómo ha estado usted?
-Mal, muy mal, he pasado tres meses en cama. Ahora me siento un poco mejor, parece que la tensión ha descendido, pero la circulación no está bien, me he sentido muy mala.
Recuerdo, señora, una fiesta en la Escuela Normal. Usted estuvo ahí con don Porfirio. En esa ocasión dije unos versos?
-Lo recuerdo muy bien, era usted muy joven entonces. Dígame usted, se ha casado, tiene familia?
He permanecido soltero. Tengo la grandísima dicha de tener a mi madre.
-Bien, tendrá su casa, libertad, completa independencia?
No crea usted. Me veo obligado a llegar temprano a casa porque mi madre siempre me espera. No se duerme hasta que no llego?
Soy hondureño, aunque ya son veinte años que estoy en México. Vine en 1908, hace diez años. Pero me sentía desvinculado, en otra atmósfera. Muchas personas me creen mexicano, sin embargo, el trato constante con la familia, con personas que conservan el acento, ha hecho posible que a través de tantos años no lo haya perdido.
-Oh, tuvimos una vida muy feliz. Era un marido excepcional. Siempre me tuvo completamente alejada de todo lo que fuese política.
Tengo, entre los periodistas, fama de ser el que más personas ha entrevistado en México. Pienso hacer un libro. Aunque tengo muy buena memoria, siempre se escapan detalles, pero hay muchas personas a quienes molesta que tomrn una versión taquigráfica de sus impresiones. Veremos que sale. Es usted una persona delicada y tengo que ser diplomático. Quisiera preguntarle algunas cosas, por ejemplo, hablaremos de lo que piensa la mujer en Europa?
-Francamente, eso nó, son cosas un poco molestas y yo vivo completamente alejada de todo. Mire usted, a mi marido tanto que le tachan que no fue amigo del obrero, y sin embargo, era un hombre que lo amaba, de verdad, que lo comprendía perfectamente. El, en lo personal, independientemente de su actitud como gobernante, se preocupaba por los obreros. En una ocasión llegó a casa y me dijo: hay que hacer algo, lo que tú puedas, pero quisiera que fuese algo sencillo, perdurable, que realmente los beneficie. Nos pusimos a pensar y de él salió establecer una casa en la que dejaran las madres a sus hijos mientras estaban en la fábrica. Antes de entrar a trabajar, les podían dar de comer, y luego que salían, darles sus alimentos. Compró una casa, conseguí una buena "maestrita" de primaria y una directora incomparable. Establecimos dos grupos, uno con niños menores de dos años y otro de "kínder". Eso duró varios años, sostenido con dinero mío, exclusivamente. El gobierno daba tan solo una pequeña ayuda. Después compré un terreno que había sido mi ilusión por muchos años. Estaba constantemente pendiente; era mucho lo que esa escuela me interesaba. En el terreno haría una construcción de más importancia. Ya usted sabe lo que somos las mujeres mexicanas en cuestión de creencias. Los niños recibían su educación, y cada Semana Santa, era un grupo considerable que hacían su primera comunión. Tuve la ventaja de que enfrente se fundó una casa para ancianos, atendida por franceses y no tiene usted idea de los servicios que me prestaron. En las posadas, en Navidad, en Año Nuevo, en los Reyes. Les ponían su árbol de Navidad y muchas otras fiestas que hacían. Los niños de 8 a 10 años que salían llevaban ya completada su educación religiosa; así cada año. Hasta que la señorita directora, una santa, me mandó una carta cuando le quitaron la casa, diciendo que era del Gobierno, y se la quitaron sin más. Esa casa es mía, comprada con mi dinero.
¿Y no ha reclamado usted?
-Señor, que quiere usted que haga, sólo lo siento por la directora, una verdadera santa? La idea fue de mi marido. Poco tiempo después le ofrecieron una comida los obreros y en esa ocasión les dijo Porfirio que él quería hacer algo por sus hijos. Pensamos en poner unos talleres con máquinas de coser, los que finalmente, establecimos?
¿Y cuántos niños acudían?
-Unas iban y otras no, pero llegamos a tener una asistencia entre cincuenta y cien. Después, cuando me fui a Europa, iban más. Y luego, después de todo eso, cuando oigo decir que Porfirio no quería a los obreros, pienso que no es justo, señor. Eso lo hicimos nosotros con nuestro dinero, sin que tuviera ninguna intervención el gobierno. Era un gran mexicano, quería al campesino, a sus soldados, los comprendía como pocos. Muy modesto, sentía un gran cariño por su pueblo.
-Un 16 de septiembre, viniendo de Chapultepec, ví como el pueblo, entusiasmado, lo aclamaba delirante, formaban la vanguardia los cadetes del Colegio Militar?
-Nunca alzaba la voz para nada, tenía un corazón magnífico?
He leído en uno de los diarios de don Federico Gamboa una página muy hermosa, de cuando Díaz llegó al Havre, con esa misma sencillez, esa dignidad que siempre lo acompañó. Hoy salió en el "EXCÉLSIOR" una nota, que recuerda cuando en 1911 fueron recibidos en España por los Reyes. Ustedes estuvieron en España y Francia, no fueron a Italia?
-Estuvimos en Italia, y en Alemania, pero muy poco tiempo, por prescripción médica, siguiendo un tratamiento que le hizo mucho bien?
Aquí se dijo que el Kaiser los había invitado a una revista militar?
-No fue así, yo le contaré como fue eso, pero le suplico que no haga mención: Nosotros estábamos justamente cerca de donde debía de efectuarse la revista y unos amigos nos insistían que asistiéramos. Porfirio les decía que no estaba para salir, pero ellos seguían rogándole que fuésemos. En esos momentos llegó el señor Rener con su automóvil, y nos dijo que la revista nos iba a gustar mucho, que entre la gente pasaríamos desapercibidos y a tanto insistir, salimos y confundidos entre el pueblo contemplamos el desfile. Pasó el Kaiser por delante de nosotros, tan cerca, que los caballos casi nos atropellaron?
Aquí se habló de que el Kaiser tuvo conocimiento que el General Díaz se encontraba en Berlín, y que los mandó invitar a su palco para presenciar la revista?
-En Berlín, ciertamente, se mostraron muy amables, muy hospitalarios?
También se dijo que un inválido, soldado de Napoleón, había estado a saludarlos en Francia?
¿Cómo se encuentra en México?
-Ya me estoy aclimatando, sobre todo, me encuentro de nuevo en mi patria. He perdido muchas amistades, pero con las que me quedan son suficientes?
Hemos platicado mucho de usted en casa de una familia en la que viví varios años, donde la quisieron mucho, la familia Unda de Sáenz, y yo quiero hacerle una petición: Cuando usted vino de Europa, me dijeron: Carmelita está aquí. Cholita, que la quiere a usted muchísimo, sin saber mis intenciones, comenzó a platicarme, ignorando que la estaba entrevistando. Después me dijo que eso no le había gustado a usted. Yo tengo la culpa, ella no me autorizó habiéndole yo prometido solicitar una entrevista para rectificar, Créame que me da mucha pena, me declaro culpable. Los periodistas somos muy indiscretos? ¿Quiere usted, que antes de publicarlo, le pase mi artículo?
-Si usted hace eso, me tendrá completamente a su disposición?
Lo haré desde luego, procurando darle un tono en que no parezca que es usted quien lo dice y vuelvo a pedirle disculpas por mi indiscreción. Cholita no tuvo la culpa. Yo pasaré a usted el original para que le ponga su visto bueno?
Doña Carmen Romero Rubio de Díaz se levanta dando por terminada la entrevista, y acompaña al señor Valle hasta el recibidor, en donde se despide, volviendo a sus habitaciones, antes que acabemos de salir al vestíbulo.
Publicado en abril de 1937.