ENTREVISTA CON PABLO ABRIL DE VIVERO
Diálogo con PABLO ABRIL DE VIVERO-México es la tierra que más me parece el trasunto de España. Por su ambiente, por sus gestos españoles. No cabe duda que es lo más grande que España hizo en América. A pesar de la revolución Mexicana, que podía creerse había alejado a México y España, no ha habido solución de continuidad en el mutuo conocimiento, en la cultura. Puedo afirmar que aquí se conoce más a España que en el Perú. Un amigo mío de allá había leído hasta hace poco a Gracián, y conste que es catedrático universitario. El siglo XIX nos hizo mucho daño, alejándonos, y nos aficionamos más a la Francia bulevardera. Sin embargo hispanistas como don Francisco A. de Icaza y don Alfonso Reyes no tiene par en el Perú.
Es una de las afirmaciones que me ha hecho en animadísima charla Pablo Abril de Vivero, la víspera de abandonar México, prendado de emociones, seguro del retorno. El tema fundamental de nuestra conversación no podía ser otro: Bolívar.
-1930 -me dice- fue un año crucial en la vida española, porque ya estábamos trabajando por la República. Era la dictadura de Primo de Rivera en toda su plenitud. En aquel año fundé la revista Bolívar ¡Y en Madrid! Conservo ejemplares de ella que muestran los sellos rojos de la dictadura militar. Estaba en el servicio diplomático, como secretario de la Embajada de mi país desde 1924 y lo abandoné por una intriga? Pero me quedé en Madrid y contaba con elementos para hacer la revista. Era el momento preciso.
¿Los colaboradores?
-Unamuno, Pérez de Ayala, D?Ors y Rafael Alberti. Por cierto que don Miguel me dio inédito su artículo "Don Quijote-Bolívar" y Alberti me entregó las primicias de su elegía a Fernando Villalón. También publiqué poemas de César Vallejo.
Recuerdo haber leído algunos números de dicha revista aquí en México. Eran los días en que Blanco Fombona promovía sus ataques demasiado bolivarianos contra los sanmartinianos.
-Mi revista hizo algo de historia. Por cierto que a Pablo Neruda le publiqué el primer poema que publicó en España. No hallaba editor y recuerdo que me permití extraer dicho poema al tener en mis manos el original de Residencia en la tierra. Neruda es un hispanista feroz. Publiqué también los primeros versos de Vallejo que aparecieron es España ilustrándolos con dibujos, y también algunos de Jaime Torres Bodet. Vallejo me dio después los primeros capítulos de su libro sobre Rusia. Poemas de mi hermano Xavier, a quien me gusta mencionarlo siempre; de Martín Adán, de José María Eguren. A éste le hice un homenaje especial, lo mismo que a Mariátegui, cuando éste murió. Igualmente al gran don Joaquín García Monge. Y a pesar de que yo era dueño y señor de la revista, tuve el gran gusto de no publicar un solo poema mío.
Pero ¿ya había publicado antes en volumen?
-En 1927 Ausencia, en parís, con prólogo de Pérez de Ayala; un prólogo que se titula "En torno a la poesía de Pablo abril de Vivero". Pero eso no era lo importante. Lo importante era que Bolívar estuviese abriendo la brecha en España.
Debe haber espantado a muchas gentes?
-Las espantaba, como era natural. Pero el estilo de la revista era elevado, constructivo. La sección editorial permitía enjuiciar las realidades americana y española desde un punto de vista democrático. No era una revista heterodoxa. Creo que la propaganda del nombre de Bolívar en España -al principio era quincenal y se vendía clandestinamente, dentro de los diarios- no podía ser más cuidadosa. El nombre de Bolívar no se pronunciaba en Madrid. Era una hazaña inverosímil, indudablemente la de que ese gloriosa nombre fuese evocado en las calles madrileñas. Pero mi asombro fue extraordinario cuando un buen día recibí un tarjetón con orla de luto: "Su Majestad el Rey invita a usted a las solemnes honras fúnebres que, por el alma de don Simón Bolívar, se celebrarán en la iglesia de San Francisco el Grande." Era mi primer triunfo. Concurrí a la ceremonia, y asistían el Rey, toda la Corte -uniformes, condecoraciones, etc., etc.- y en aquel día de diciembre, el canónigo Torregrosa hizo el elogio del Libertador como solo pudo hacerlo hace cien años antes Chaquehuanca, en su discurso que es todo un poema epigráfico, y ello delante del Rey, y, lo más singular, pronunciando el elogio de la libertad. Me quedé turulato, porque así quedaba consagrado en España el nombre de Bolívar.
Ataques, elogios? yo conocí algunos.
-Sí, la revista era combatida por los reaccionarios españoles; pero mereció elogios de ABC, y uno de ellos iba firmado por un revistero, un húngaro, Andrés Revesz. Se llamaba "Un héroe stendhaliano". Aparecieron 18números y el último fue consagrado íntegramente a Bolívar, pues hice una selección de las mejores opiniones hasta de yugoeslavos y franceses: Mauclair, el general Mangín, Paul Claudel. También reuní algunos datos iconográficos. En la portada apareció un gran dibujo a pluma de Juan García Calderón, hermano de Francisco y Ventura.
¿Y las sociedades bolivarianas?
-La de Colombia me parece que es una de las más nobles, porque está integrada por los hombres más importantes de ese país. La del Perú, por desgracia, nada ha hecho y ha seguido las fluctuaciones de la política militante, y esto es una vergüenza, porque el Perú fue el gran escenario de Bolívar y fue allí en donde hizo el elogio de Cusco ¡y lo coronaron en el Cusco!
¿Por qué coronado?
-Lo que quiero decir es que allí rechazó la corona que le ofrecían y allí la puso sobre la cabeza de Sucre. No ha habido ningún capitán de la historia como Bolívar, con tal devoción por su gran epígono. Insisto, porque soy gran bolivariano. Los sanmartinianos dicen que era un gran ególatra, y en respuesta se les puede decir que si lo hubiera sido no habría pensado tan altamente sobre Sucre, olvidándose de sí mismo.
¿A qué obedece la diversidad de opiniones de Bolívar en el Perú?
-Tiene que surgir siempre la sombra horrible de Pruvonena.
¿Pruvonena?
-Este es el seudónimo con que escribió el Mariscal José de la Riva-Agüero un libro contra Bolívar y otros héroes de la independencia. A pesar de que el Perú ha hecho esfuerzos por ser digno de Bolívar y de San Martín y de los otros grandes libertadores, no ha podido librarse de la influencia nefasta de las camarillas que descienden ideológicamente de los patricidas que como Riva-Agüero y Torre-Tagle fueron execrados no sólo por Bolivar, como algunos pretenden, sino también por San Martín. ¡Hay que leer la carta de éste dirigida a Riva-Agüero!
Pero se dice que esa carta es apócrifa?
-Figura en todos los epistolarios. Puedo asegurar que no lo es.
Yo iba a publicarla en mi antología de Cartas hispanoamericanas, pero preferí hacerla a un lado.
-Escribí un romance histórico burlesco en relación con ella, del cual a nadie he proporcionado copia. Esa carta es el único momento de ira, de exaltación, que tuvo San Martín. En ella dice: "Un canalla como usted no puede distraer por más tiempo la atención de un hombre honrado." Me he leído a todo Pruvonena; es un panfleto en contra de todos los libertadores. Hay que explicarse, pues, ese fenómeno. Pero el pueblo del perú es bolivariano. Pocos elogios habrá recibido Bolívar como el del discurso de don Germán Leguía y Martínez. Tengo una selección de las opiniones peruanas sobre Bolívar, que son muchas. Ahora bien, si me parece que el país que ha tratado peor a Bolívar es el Perú.
¿Cómo?
-Allí están las leyes que él dio y que no se han cumplido, pero no se han derogado. El acta del municipio del Cusco, encabezada por la firma del general Gamarra, no pudo ser más descomunal. Bolívar sí conoció la gloria en el Perú. Allí está en Bogotá la bandera que las señoras de Lima le regalaron; está en la Casa de Bolívar. Y en Caracas puede admirarse la espada que el Perú le regaló, una maravilla, la espada mejor del mundo.
¿Y la polémica entre bolivarianos y sanmartinianos?
-Está concluida. Yo creo. Argentina ya ha levantado un monumento a Bolívar. ¡Los documentos apócrifos que publicó el señor Colombres Mármol, todo un fracaso! La pedagogía dirigida ha pasado ya de moda y no se preguntan quién era superior, si Bolívar o San Martín. En el Perú tenemos por San Martín reverencia, admiración. Pero Bolívar es el genio de América. Por San Martín una devoción tremenda; pero Bolívar es casi mitológico, a mi juicio la mayor gloria de América.
Me parece que hay mucha insistencia por referir todo a Bolívar, como en Cuba todo a Martí.
-En el Perú ha habido un intento de convertir a Bolívar en un precursor de los sistemas radicales.
¿Y la dictadura bolivariana?
-No fue su característica, porque dijo que no había para él un título superior al de "ciudadano". Varias veces renunció al poder. Lo que dijo del hombre de espada como peligro, ya es un axioma. Ahora bien, no me acuerdo si en una carta de Santander hay una iniciativa de Bolívar: su preocupación por formar el censo de los hombres dignos de cada país.
La presidencia vitalicia invita, como teoría política de Bolívar, a la formal meditación.
-Bolívar acabó en el desconsuelo. De allí su permanente actualidad. Se puede decir que todavía estamos muy lejos de él. Le llevan coronas fúnebres cada año, ante su monumento, y es que muchos creen que está muerto, a pesar de que los pueblos saben que está vivo y que sigue batallando. El tema de Bolívar en el Perú, en estos momentos?
He revisado lo que don Ricardo Palma escribió sobre Bolívar, aquello que tanto disgustó a Blanco Fombona. Alguien me ha contado que en Caracas está depositado el original inédito de Tradiciones en salsa verde en que hay uno sobre Bolívar, muy ingenioso?
-No hay que volver a hablar de Palma llamándolo "viejecito zumbón". Palma fue algo más que eso.
¿Conoció usted a Palma?
-Era un gran amigo de mis tíos. El primer libro literario que leí fue Tradiciones peruanas y yo iba con impaciencia a la Biblioteca de Lima para leerlas. Allí vivía don Ricardo. Me entusiasmaba ver allí al viejecito que a cada rato pasaba a la Sala de América para ver cómo estaba. Era muy regañón, ya de viejo; con su gorrita, tan simpático. Ya cuando yo era mayor, le consultaba sobre algunos libros. Me hice amigo de su hijo Clemente, y cuando murió, la Federación de Estudiantes me comisionó para que hablara en sus funerales.
¿Y a González Prada?
-No le traté mucho. Pero ayudé a vestir su cadáver. Yo era sin embargo, uno de los jóvenes que iban a su casa. Mi nombre, o el de mi tío Domingo de Vivero, aparece en el libro Mi Manuel de doña Adriana, su viuda. Algunos capítulos están bien en ese libro, y aunque ella no fue escritora, no puede negarse su gran valor documental, si bien es cierto que da algunas noticias que no deberían figurar en ese libro. Su amor a don Manuel lo salva.
Sé que usted fue amigo de Chocano. ¿Cómo trabó amistad con él?
-Le conocí en Lima en 1921, cuando regresó después de 18 años de ausencia, al escapar de Guatemala. Le hicimos un recibimiento triunfal, y me acuerdo que en el mismo barco llegaba al Callao Rafael Gómez El Gallo y el pueblo de Lima supo escoger muy bien entre los dos. Había quince calles llenas de gente. Le ovacionaron el pueblo, los estudiantes, la gente, pero no los señorones.
Hay que escribir esos recuerdos.
-Planeo un libro sobre Chocano. Pues bien: en la Plaza San Martín, en Lima, le escuché por primera vez hablar en público, y cuando ya tenía ganada su confianza le pregunté si era orador, porque en aquella ocasión dirigiéndose a la multitud exclamó inolvidablemente: "Solo los pueblos que aman las rosas son dignos de los laureles." Chocano me dio por toda respuesta: "No soy cómico que se aprende de memoria su papel", porque en los momentos en que iba a hablar, le vimos sacarse de su cartera unas notas. Fue entonces cuando le oímos algo que para muchos era petulancia: "Como poeta os lo agradezco, pero como compatriota os felicito." Siempre fue un amigo muy cordial y nunca he olvidado que al regresar yo de Buenos Aires me comunicó que el Presidente Leguía le había ofrecido el nombramiento de plenipotenciario en México, y que yo sería el secretario de la legación. El nombramiento no llegó pero Chocano, con su simple deseo, me dio un ascenso en mi carrera diplomática. Tengo buenos materiales para hacer su biografía.
¿Algunos rasgos que usted recuerda?
-Era muy supersticioso. Adoraba la vida como nadie, era muy generoso. Un día me llamó -estando enfermo- para decirme: "Esto se va, no voy a durar mucho. Y tengo un montón de cosas en la cabeza. He discurrido que un grupo de jóvenes poetas podrían recoger los temas de algunos poemas que yo pensaba escribir; no saldrán como yo los haría, pero temo que se pierdan." Y lo decía con mucha gracia y con vehemente seguridad.
¿No le oyó decir algo sobre aquellos días en que escaparon de fusilarle en Guatemala?
-Oiga usted -me dijo- me metieron en una mazmorra y por una claraboya entraban la luz y los gritos de los esbirros que pedían mi cabeza. ¡Naturalmente! ¡como que no tenían otra! Pocos hombres daban como él la sensación del hombre importante. Nunca le oí hablar mal de nadie, pero sobre todo, de ningún escritor. Con frecuencia me invitaba para leerme algo. "Se trata de un poema que no es mio, es de un joven que me los ha enviado de Centro-América"? Era un gran consumidor de helados y de champaña. Como los toreros, siempre tenía a la puerta un coche tirado por caballos; en los días de auge, por supuesto. Tenía una majestad natural y no se la soportaba cierta gente? "estoy repleto de orgullo y, por consiguiente, no tengo sitio para la vanidad." Evoco siempre su memoria con gran afecto.
¿Y trató usted a César Vallejo?
-Lo quiero recordar. En 1918 le conocí, cuando acababa de publicar Heraldos negros. Me lo presentó Abraham Valdelomar, en Lima. Valdelomar fue también uno de mis buenos amigos. A Vallejo le traté detenidamente cuando llegué a París en 1922. Por cierto que me citó a las ocho de la mañana en el cementerio de Montparnasse, porque a esa hora se iba a celebrar una ceremonia para recordar a Verlaine, en su aniversario. En América no comprendemos bien estas cosas. Llovía fuerte aquella mañana. Los declamadores eran de la Comedia Francesa, que habían trabajado en altas horas de la noche, pero no se amilanaron ni por la hora ni por el estado del tiempo para rendir homenaje al poeta. Raúl Porras pretende ignorar mi amistad con Vallejo, en un libro que ha publicado, y olvida que yo conseguí para éste una beca de 330 pesetas que recibía en París. Se había matriculado para estudiar Derecho, y en aquella época yo estudiaba Derecho Romano, habiendo ganado una alta calificación, yo no sé ni cómo, pues nada sé de ese Derecho. En El Heraldo de Madrid apareció el primer reportaje en España y allí conoció a Gerardo Diego, a Bergamín y a otros hombres de letras, y allí surgió la segunda edición de Trilce y luego empezó a ser muy difundido. Lo veía con mucha frecuencia. Lo recuerdo con su gorra vasca, lo cual no les gusta a los indigenistas; pero es que ignoran que César era un Belmonte por los ojos del hombre que piensa y la cabeza con mucho de la de Beethoven. El mentón, la cabellera? César fue mi íntimo amigo y he pedido a mi hermano Xavier que publique la edición completa de sus obras y la va a hacer en Argentina. Vallejo era un hombre purísimo y así se pinta en alguna de las cartas que me escribió y en las que se transparenta la miseria en que vivía el gran poeta.
¿Algún recuerdo preciso de Abraham Valdelomar?
-Ha sido uno de los grandes escritores que ha tenido el Perú. Fue él quien intentó con La Mariscala la biografía novelada cuando nadie pensaba en eso en América. Escribió "El Caballero Carmelo", que es un cuento de antología. También escribió muchos poemas, artículos para periódicos, pues era un gran periodista y con acento propio, y dio muchas conferencias. El tema que tocaba lo hacía leve, gracioso y fino. Fue él quien hizo que todos los escritores volvieran a sentir al Perú. Era un provinciano, un gran actor y le encantaba recorrer el Perú, en embajadas de arte. Hablaba vestido de Frac, con monóculo "¡Lo que es hacerle oír a la gente de Corongo las sinfonías de Beethoven!" De esto se han ya olvidado en el Perú. Pasaba por los pueblos sembrando emociones. No creo que en el Perú haya habido un escritor como él. Era tan extravagante, que tenía sobre su mesa un retrato suyo que él mismo se había dedicado. En su despacho del periódico La Prensa había que verle, bajo un viejo parasol, con una calavera negra a la que ponía encima una naranja. La mesa de trabajo tenía brocados, telas antiguas incaicas en las paredes, plumas de ganso, medias luces; y hasta convenció al director del periódico, don Carlos Rey de Castro, de que la calavera se comía la naranja y de que no podía escribir si no tenía rosas sobre la mesa. Nadie ha tenido en el Perú sus desplantes. Se hace llamar "El Conde de Lemus".
Pablo Abril de Vivero, es un hombre de la más limpia transparencia cordial, un estupendo conversador, y un conocedor, como pocos, de la riqueza espiritual del Perú.
Entrevista original, Fondo Rafael Heliodoro Valle, ERHE Expediente 179, 1948.