VALLE INCLÁN, EL FAUNO MUTILO
Diálogo con RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN Si alguna vez don Ramón se expresó en verdad -el maravilloso embustero- fue cuando dijo a nuestro Alfonso Reyes: -México me abrió los ojos y me hizo poeta-. Hasta entonces, yo no sabía qué rumbo tomar. Y agregaba: ¡Y decidí irme a México porque México se escribe con X!
Dos meses vino Valle-Inclán a esta tierra que le dio tantos materiales de imaginería para sus divinas fábulas. La primera cuando, en un recodo del tiempo, se encontró con la Niña Chole, cuya belleza bárbara dejó indeleble en las páginas de su "Sonata de Estío"; y fue entonces cuando hizo sus primeras armas como periodista en "El Imparcial", en la sección de traductores que dirigía don Balbino Dávalos.
Alguna vez, charlando con él en los pasillos del "Regis", más allá de la medianoche, cuando estábamos en los jardines resplandecientes de su conversación, nos refería que fue sargento del Ejército Mexicano, a las órdenes del general Rocha, aquel que mordía los vasos al beber. Y la segunda, cuando en 1921, vino invitado por el Gobierno en calidad de huésped de honor a las fiestas del Centenario. Pero él aún ausente su persona física, seguía viviendo estilos y primaveras en el México que recreaba en sus cuentos de opio y sus tertulias de café.
Éramos sus oyentes -porque él monopolizaba la palabra- en la tertulia que habíamos improvisado entre los gallos y la medianoche, don Ricardo Fernández Guardia y Raúl Porras, el biógrafo de Lima, para quien los chistes de Valle-Inclán eran manjar imponderable. Y se nos reveló "causseur" en aquellas charlas a que lo invitó Vasconcelos para que en el Anfiteatro de la Preparatoria explicara el origen de las "Sonatas" y que hasta hoy no han tenido émulo en el prestigioso recinto.
Y la comida en "Los Monotes" y la noche del Principal en que la Rivas Cacho estuvo airosa y la cena en que estuvieron Montenegro Enciso y Porras, y en la que don Ramón se superó disertando sobre las cosas estupendas de España y de América. Y la fiesta que en el Restaurante Chapultepec, fue dada a los delegados del Congreso Internacional de Estudiantes, cuando después de la arenga del poeta Pellicer, habló así el mago de "las barbas de chivo":
-"Ilustre Rector, animosos estudiantes: Voy a brindar por vosotros y por la juventud que representáis. Yo, que siempre he sido el eterno joven, os admiro. Para conservar siempre los ideales y la fragancia juveniles hay que dar un salto mortal con peligro de romperse el espinazo. Y yo lo he dado. Constantino, con el objeto de allegarse soldados, proclamó el infundio de que había visto la Cruz "in hoc signo vincis". Pero desde ese preciso momento Constantino, en vez de hacerse cristiano, dejó de ser cristiano? Seamos rebeldes? La juventud debe ahora en una sincera rebeldía".
LA FLOR DE SU FIGURA
En "Cartones de Madrid", Alfonso Reyes, lo atrapó en estas líneas: "Don Ramón es una figura rudimentaria de fácil contorno; el mirarlo incita dibujarlo: con dos circuitos y unas cuantas rayas verticales queda hecha su cara (quevedos y barbas); y con cuatro rectas y una curva su mano derecha (índice, cordial, anular, meñique y pulgar). Cara y mano: lo demás no existe o es sólo un ligero sustentáculo para esa cara y esa mano?"
Y Manuel Horta convocando sus añoranzas lo recuerda así: "Es amplia la frente, pálida y envejecida. La silueta general es flaca, huesuda, con el pecho hundido y una sola mano moviéndose en la penumbra. La barba escurre lacia y cenicienta y a momentos se agita levemente con el airecillo que se cuela por la ventana que ofrece luz mercurial.
Como dos chispas verdosas y satánicas brillan los ojos pecadores tras el cristal opaco de los grandes quevedos, de los desmesurados anteojos con arillo petulante y quintañón. La voz es fina como un silbido, y en los periodos de entusiasmo y la controversia se agiganta, se hace hueca, con sonoridades extrañas como si viniera de otro siglo? Y si la ira llegó hasta el pecho hundido y estremece todo el esqueleto del hombre, entonces la chispa de los ojos se hace terrible, y tiempo en aquel ambiente de tabaco y de camaradería, un muñón florecido de leyendas".
Ambiente de iluminaciones y de trasgos en el que vivía don Ramón. ¿Quién ha dicho que el que vive entre fantasmas acaba por ser uno de ellos? Eduardo Colín tuvo que hacer esta declaración categórica: "Don Ramón del Valle-Inclán existe. Yo lo vi con los ojos de la cara y lo oí con mis propios oídos. Comienzo por declarar esto porque muchos creen que tal nombre sólo corresponde a una mixtificación, que su retrato es superchería, que el autor de la "Sonata de Otoño" no es un individuo registrado en el censo de una ciudad española, que viaja en tranvía y tiene su papeleta de elector. Suponese su efigie tomada de uno de esos lienzos de museo que representan hijodalgos, patricios de otras edades y, más puntualmente que ha sido calcada de esas espirituales, dignas y pías figuras que asisten al entierro de Orgaz en el famoso cuadro del Greco".
DESCUBRIDOR DE MÉXICO
Una de las páginas más bellas que viajero de Occidente ha escrito al descubrir el paisaje mexicano es la que don Ramón nos dejó en su "Sonata de Estío". Quizá fue entonces cuando ideó escribir la biografía de Hernán Cortés. Hay el México de Bernal Días, el de Humboldt, el de Valle-Inclán; pero el de éste es más fabuloso.
Y ésta es la página: "Ensoñador y melancólico permanecí toda la tarde sentado a la sombra del foque que caía lacio sobre mi cabeza. Solamente al declinar el sol se levantó una ventolina y la fragata con todo su velamen desplegado pudo doblar la Isla de Sacrificios y dar fondo en aguas de Veracruz. Cautiva el alma de religiosa emoción contemple la abrazada playa donde desembarcaron antes que pueblo alguno de la vieja Europa, los aventureros españoles, hijos de Alarico el bárbaro y de Tarik el moro. Vi la ciudad que fundaron y a la que dieron abolengo de valentía, espejarse en el mar quieto y de plomo, como si mirase fascinada la ruta que trajeron los hombres blancos. A un lado, sobre desierto de granito, baña sus pies en las olas el Castillo de Ulúa, sombra romántica que invoca un pasado feudal que allí no hubo y a lo lejos la cordillera del Orizaba, blanca como la cabeza de un abuelo, dibujase con indecisión fantástica sobre un cielo clásico de limpido y profundo azul. Recordé lecturas casi olvidadas que niño aún, me habían hecho soñar con aquella tierra hija del sol. Narraciones medio históricas, medio novelescas, en que siempre se dibujaban hombres de tez cobriza, tristes y silenciosos como cumple a los héroes vencidos y selvas vírgenes pobladas de pájaros de brillante plumaje y mujeres como la Niña Chole, ardientes y morenas, símbolo de la pasión que dijo un cuitado poeta de estos tiempos".
-"Como no es posible renunciar a la patria, yo, español y caballero sentía el corazón henchido de entusiasmo y poblada de visiones gloriosas la mente y la memoria llena de recuerdos históricos. La imaginación exaltada me fingía al aventurero extremeño poniendo fuego a sus naves y a sus hombres esparcidos por la arena, atisbándole de través los mostachos enhiestos al antiguo uso marcial y sombríos los rostros varoniles curtidos y con patina, como las figuras de los cuadros muy viejos. Yo iba a desembarcar en aquella playa sagrada, siguiendo los impulsos de una vida errante, y al perderme quizá para siempre en la vastedad del viejo imperio azteca, sentía levantarse en mi alma de aventurero de hidalgo y de cristiano el rumor augusto de la Historia".
Si la obra impresa de Valle-Inclán es numerosa, su iconografía supera a la de los escritores de su tiempo. Hay dibujos, retratos, apuntes en que lo han dejado -perfecto de gracia, en el tiempo con su aire de alquimista o de brujo- Juan Echeverría, Moya del Pino, Anselmo Miguel Nieto, García Cabral, R Fuentes, Sirio Massaguer Fresno y Toño Salazar.
Publicado en "Revista de Revistas" en enero de 1936.