BARBA JACOB, El PRÍNCIPE SOMBRÍO
Diálogo con PORFIRIO BARBA JACOB Leer periódicos, recibir cartas de amigos, releer la mejor página de un libro en que se condense mejor el pensamiento contemporáneo -para no perder el tiempo así, asá- y charlar de vez en cuando a la sombra del aire o de un pedestal de luz con un poeta a quien se admira y se quiere unánimemente, por ejemplo con Porfirio Barba-Jacob, es regalarse con una fruta de sabor y de nombre muy raro, encontrar un joyel en el polvo, darle a la vida uno de sus íntimos estremecimientos.
La primera mañana de año nuevo, reuní esta vez a un grupo de amigos que deseaban como yo, escuchar a Barba-Jacob; pero escucharlo volviéndonos acústicos, dejándolo a él sentado en su solio como un príncipe sombrío del cual se desprenden luces sidéreas. Porque una de sus vanidades infantiles es la de que él sea el centro de una conversación, el motivo de un agasajo. Si el arte de conversar no existiera, Porfirio lo habría inventado. Y conste que he tenido el privilegio de permanecer horas oyendo a gentes que han vivido mucho, que han cultivado en su invernadero la ironía; uno de ellos don Victoriano Salado Álvarez, otro Artemio de Valle Arizpe, otro, don Federico Gamboa. No quiero citar más.
Aquella mañana estábamos a la mesa con Barba-Jacob, mi médico el doctor Flores Rosa, el gran fotógrafo Márquez, mi grabador Rubén Fernández, el Gral. Umaña, Andrés Henestrosa, Ciriaco Pacheco Calvo entre otros. Todos estábamos bien gracias. Y todos acercábamos las sillas para oír a Barba-Jacob quien acababa de regresar de uno de sus largos viajes por esas tierras que ha recorrido con sus poemas de radio, de brujerías y de esencias ultramarinas. Estaba radioso como pocas veces lo he visto, radioso de confianza, de optimismo, con esa seguridad con que sabe transmutar las cosas y los recuerdos y todo lo que custodia en las arcas áureas de su imaginación. Nos habló de las islas, los volcanes, las nieblas, los caminos que van no se sabe a dónde, las gentes que le salieron al paso, los proyectos que hizo y deshizo, los peligros que le imantaron, y hasta nos regaló, impresa con palabras de lapislázuli algunas páginas de su autobiografía, la que nunca escribirá, la que está escribiendo con elegancia de sinceridad en algunos de sus poemas, la que nos ha ido contando no sólo en sus charlas sino también en sus cartas con posdatas de paisajes?
Alardeó esa vez de su ascendencia judía -un judío que nació en Santa Rosa de Osos, remoto pueblo de Colombia- y de su padre, que fue abogado y escritor. Y luego nos refirió su culpabilidad en las primeras actividades de Julio Antonio Mella en Cuba, a poco de fundada por nuestro poeta la Universidad Popular de la Habana, que ya tenía antecedentes en las que instaló en Guadalajara y Guatemala. Este es uno de los capítulos más interesantes en la vida de Barba-Jacob, sobre el cual tengo reunidos algunos datos que servirán de esquema.
Con que nos decías que de Barranquillas te hiciste a la mar, ¿rumbo a dónde?
-A Cuba, a Centroamérica. El día que en un periódico de Costa Rica me elogiaron "La Tristeza de los Caminos", se me cayó el papel de las manos y me vi en el espejo para ver si me aparecían laureles en la frente. ¡Qué día aquel!.
¿Y cuándo llegaste a México?
-La primera vez que pisé la tierra épica, no pude encontrar trabajo durante varios días. Tomé una moneda y dije: "Águila, Monterrey; Sol, Guadalajara", salió águila. Y me fui para Monterrey y entré de redactor en "El Espectador", ganándome el afecto de quien lo dirigía, el doctor Ramón Treviño. Luego salí para los Estados Unidos. Más tarde volví a México. He vuelto a México. Me quedo en México.
Pero en Lima, porque también el Ashaverus de América ha estado en tierra peruana, tuvo una gravedad, a consecuencia de un salmón diabólico. Y el que se apiada de los lirios del campo y de las luciérnagas en la noche, también es cariñoso con los poetas que tienen una misión que cumplir.
-Nada tan hermoso como pasarse unos 15 días en el monte, sin hacer nada, sin leer periódicos, vigilando todas las mañanas a la cocinera mientras guisa y sugerirle lo que debe hacer para que le resulte mejor?
El "gourmet" que en él se ha ido perfeccionando, estilizando, hasta convertirlo en un maestro -ante quien mudas se postran las cocineras- salto de pronto para recordar con fruición sus ideas puestas en las sartenes, combinadas con frutos y con carnes que él mismo ha ido a comprar en persona el pavo y a escoger en esas temporadas de ejercicios espirituales en que se lanza al mercado como los cuákeros a perejil, en acto de plenitud después de haber pintado hábil escenógrafo, las bambalinas de sus teatros infantiles y de haber preparado ritualmente el sobrio desayuno.
Entonces nos hizo el elogio -subrayándolo en epítetos graciosos- de triales y ha rectificado los paisajes de México- se había estremecido de gozo al oír la palabra ecuménica de Barba-Jacob en aquel momento de cátedra matinal en que su figura humana se crecía, engreída de su saber y su elocuencia, relatándonos los episodios más iluminantes que han metamorfoseado al fruto precioso de la economía precolombina; el tamal, que es pequeñín en cuanto aparece en la frontera Norte de México, adquiere un nuevo contenido a llegar a tierras de Tabasco y Oaxaca y poco a poco se va enriqueciendo con motivos únicos hasta que en Nicaragua se presenta en una forma que? ¡válganos Dios! Ya es una obra maestra, que justifica toda una cátedra de geografía económica?
Así hablaba Porfirio, olvidándose de los graves trances que tuvo en Lima a consecuencia de una golosina, pero es que todo eso no es más que la espuma y el hervor que le sirven de prólogo para hablar de aquel cocinero hazañoso que le cultivaba a conciencia la gula en los días convalecientes que siguieron a su última -la antepenúltima- agonía.
¿Y usted conoció en Centroamérica a Ricardo Arenales?- le preguntó intempestivamente sin maldad uno de los comensales.
No se inmutó Porfirio. Disimulando la inocente ironía, con esa habilidad con que sabe esconderse tras la máscara replicó:
-Lo conocí. Claro que lo conocí. Era uno de los hombres más perversos de que hablan las historias. Afortunadamente lo fusilaron en uno de tantos terremotos centroamericanos?
Y luego, preguntándose asimismo, exclamó:
-¿Pues qué, ¿todavía vive el doctor Muñoz? Yo creía que también lo habían fusilado en La Ceiba.
Nos contó, a instancias mías, porque había dado muerte a Ricardo Arenales con una crueldad que subía de punto cuando nos lo participó en elegantes esquelas fúnebres.
-Estaba yo en Guatemala en unos días de horror, porque estaban fusilando gente, sacándolas de sus casas. No había piedad. Yo me había guarecido no sé dónde. Me buscaban, me acechaban. Lograron capturarme una noche, la noche más inolvidable de mi vida. Me llevaron ante un Consejo de Guerra pero afortunadamente en momentos en que iban a pronunciar la sentencia terrible, pues yo iba a ser fusilado sin misericordia, el fiscal se irguió para decir que me conocía y que se me estaba confundiendo con el licenciado Alejandro Arenales. Alejandro Ricardo: todo era cuestión de asonantes. Y al día siguiente decidí matar a Ricardo Arenales.
Su periódico "Churubusco" en los días huertianos, que se vendía localmente y en el que escribía desde el editorial hasta las noticias; sus reportajes truculentos en "El Demócrata"; su periódico "Ideas y Noticias", que apareció en La Ceiba, gracias a su amistad con el general Monterroso, y el otro periódico "El Territorial", cuando estuvo en Quintana Roo; y sus conciliábulos de la Habana, sus siestas de Managua, sus regresos pródigos a Bogotá, todo eso, todo fue pensado, untado de luz de selenio por su palabra que tiene quintaesencias de humanismo, porque Barba-Jacob será todo lo ignorante que él presume, pero su vida está siempre en combustión sobre los libros recientes, sobre las emociones vírgenes, esmaltándole sabidurías que acaso sean infusas, como las de la serpiente que estrangula con voracidad y le precipita las mieles de sus manzanas íntimas.
Estaba cautivador, como pocas veces lo había visto, en aquel ágape y le rebosaban su dinamicidad su ubicuidad, sus ternuras de amigo, sus modales que son de gran señor cuando él quiere y que nada tienen que ver con los desplantes que gusta ostentar cuando se haya entre gente timorata, por ejemplo -me acuerdo muy bien, mientras estábamos con él a la mesa González Guerrero y López y Fuentes- aquella vez en que delante de un coronel que refería proezas espeluznantes en cierta campaña de Jalisco y en un alto de la conversación Barba-Jacob sacó del saco un puñal para limpiarse ingenuamente las uñas?
Se mostró desencantado al comentar los conflictos de nuestro tiempo, especialmente los que nos hacen temer que estamos en vísperas del milenio. No podíamos evadir ese tema en la conversación a pesar de los tamales y del café humeante. Porque el poeta está a la expectativa esperando que surja una solución que ponga siquiera un punto y coma a nuestras congojas. "Una nueva Edad Media", "El Capital" -libros que nos están quemando- le sirven de cabecera y no aquella almohada matutina, aquel amor con cabellos ardientes. Y es que también la poesía ha tomado su cruz y hay que seguirla, gritando paz, paz, como la grande alma medieval que se detenía en los dinteles del siglo XIII a predicar al borde de los sepulcros.
-Y pensar que mientras estamos tan contentos no podemos menos que quejarnos de la situación mundial?
No era ese el poeta que ha declarado en manifiestos de verdades desnudas que no cree en nada. Ahora frente al pavor de los enigmas que quieren enseñarnos sus claves, ante un mundo atormentado de profecías, el poeta tiene algo que no ha perdido: la esperanza. Ahora quiere quedarse aquí para siempre en su tierra de México, donde el dueño orgulloso de su libertad, de sus ímpetus, de sus diálogos, de sus lágrimas. Y por eso el momento solemne de sus confesiones, cuando con sus propias manos mortales hace el pan de su desayuno y pinta las decoraciones de sus teatros mínimos, ha sido aquel en que delante de nosotros ratificó su testamento de alegría:
Pero estoy en México, la alacena familiar en que guardamos los más ricos panales.
Publicado en "Revista de Revistas" en febrero de 1931.