EL JIU-JITSU, FRUTO PERFECTO DEL DEPORTE
Diálogo con NOBOUTAKA SATAKE La primavera agresiva unta aceites de luz en las espaldas de los jóvenes atletas. Sombras y luces dinámicas, brillos de ojos que se incrustan en el corazón tumultuoso del tiempo y el espacio, mentes núbiles que todavía no juegan con la esencia sagrada de las cosas porque apenas pueden entregarse a los libres juegos de la imaginación. Y los rostros se iluminan frente a la cámara mágica de Jiménez y luego dan paso al relampagueo de la inteligencia que lanza -invisible discóbolo- el oro vehemente de la juventud que salpica la red del tiempo con brillanteces de la sensibilidad y que tiene la causa del ritmo en los milagros de la actitud.
Tal veo a los jugadores de jiu-jitsu que adiestran diariamente Naboutaka Satake, el célebre maestro de ese deporte que es más bien un fruto milenario del espíritu oriental que un inútil festival de la fuerza. Viéndolos así, en la mañana rutilante de este mayor vencedor, entrenándose en la terraza de la Y. M. C. A., encuentro un motivo más de aprendizaje. Trazan -entre el clásico vaivén que podría dar motivos nuevos a un vale aéreo- figuras novedosas, de esas que nunca se repiten, como ciertas combinaciones de letras y de números. Y me ha venido a la mente limpia en toda su expresión, la estrofa que comienza en una profecía: "Era un aire suave de pausados giros?"
Y como el maestro Satake está de buen humor, nuestro diálogo puede iniciarse bajo los mejores auspicios. Su sonrisa misma tiene una sobriedad deportista que sirve de invitación a la charla.
Comienza a contarme sus idas y venidas por América desde que salió de Japón. Le pregunto por qué no escribe sus memorias, ahora que muchas gentes -aún aquellas que nada interesante tiene que decirnos- gasta no sólo tinta y papel sino la paciencia de los lectores infantiles.
-Vine del Japón en 1906 para hacer una gira por los Estados Unidos, acompañando al Conde Koma, quien ha sido uno de los grandes maestros del jiu-jitsu.
-¿Con que usted anduvo con el Conde? ¿Y dónde se esconde el Conde?
-Ahora el Conde está en el Brasil. Es sabido que es muy rico, pues aquel gobierno le regaló 40,000 hectáreas de terreno.
Y Satake prosigue contándome que de los Estados Unidos fueron a La Habana haciendo lucidas exhibiciones con ese juego de primo deporte de manera que el Conde y el fueron realmente los que lo importaron a estas tierras beisboleras. Enseguida pasaron a Centroamérica y más tarde a las repúblicas del Sur, quedándose cinco años en el Brasil.
-Y luego aquí estoy- me dice mostrando sus dientes joviales- Me ha gustado mucho México y no he regresado a mi tierra desde entonces. Ni se cuando regrese.
De la historia del jiu-jitsu, el amigo Satake hace emocionadas evocaciones. Se adivina que el deporte favorito de Japón se ha posesionado de él con una elegancia de sinceridad, que ya nunca dejará de ser su devoto. Seguirá jugándolo sin que sea necesario que lo aplaudan cuando hace alguna exhibición para que vean los progresos de sus alumnos. Ni para que?
Le preguntó:
-Ya usted debía retirarse de la escena.
-¿Cual escena?
-El deporte, que es lo mismo?
-No lo diga otra vez. El jiu-jitsu es un deporte, pero no es un espectáculo tal como la mayor parte de los deportes. Debo decirle que los japoneses cuando se presentan en la sala de jiu-jitsu, no importa que haya espectadores, lo hacen con un temor de respeto, porque para nosotros, desde pequeños, se nos ha enseñado que el deporte es algo ritual. Y por eso lo vemos como algo muy sagrado. Un deportista japonés tiene cuando juega una actitud religiosa.
Y al decirme esto, Satake se pone más serio que de costumbre y me mira para ver hasta donde ha entrado a mi alma con su pensamiento. Me imagino entonces estar junto a un samurai auténtico, que se me aparece redivivo con su dignidad pura de varón estético.
-Los samurais, los caballeros?
-Eso le iba a decir -subraya- que los samurais hace ya muchos siglos, no hay que decir el año, fueron, según las crónicas de mi país, los que crearon este deporte tan japonés, acaso más japonés que los cerezos, que los crisantemos? Y es que solamente nosotros podemos aprenderlo a conciencia, porque lo sentimos. Es cuestión de temperamento, según he podido darme cuenta en todo el tiempo que llevo de enseñarlo.
-¿De manera que sólo ustedes lo aprenden?
-Lo que le digo. Nos pasa lo mismo con el español, que no podemos aprenderlo bien del todo. Por supuesto que entre nosotros hay excepciones. Pero tratándose del jiu-jitsu, los únicos que no siendo de Japón logra penetrar en la intimidad, ¿quiénes cree que son?
-Los chinos?
-Está en un error. Son los alemanes. Ya le explicaré porque. Sucede que ha habido encuentros entre japoneses y alemanes para disputarse el campeonato y hasta hoy no nos lo han podido quitar, y ya se convencieron de que, por mucho tiempo, no diré por algunos siglos, nosotros tendremos la supremacía. Es cuestión, quizá, de raza. Vea usted lo que pasa con los muchachos latinos?
-Dígame, que todo esto me interesa muchísimo.
-Pues los latinos y también los sajones, logran aprender bastante pero no pueden dominarlo. Y es que, por más que se los advertimos mientras estamos entrenándolos, se olvidan de que no hay que apasionarse, de que para nada hay que emplear la fuerza. ¿Usted sabe lo que quiere decir "jiu-jitsu" en japonés?
-Vale la pena saberlo?
-Quiere decir "arte suave", mejor dicho, "arte en que más vale la maña que la fuerza". Y esto les pasa a los latinos que son todo ímpetu, que se impacientan por ganar en el juego. Mire usted a este muchacho Wallerstein, que entre paréntesis es uno de los discípulos más comprensivos que he tenido. Pues este muchacho como usted tal vez lo ha podido notar, cada vez que ve rotar sobre la colchoneta se imagina que ya me está venciendo y se olvida de que tras esta maña mía lo que viene es una nueva tunda que le doy. Lo importante es saber refrenarse las ganas de triunfar. Este deporte es esencialmente japonés. Los deportistas japoneses no tratan de triunfar sino de demostrar que tienen temperamento tranquilo. Por eso en el Japón los deportistas no pueden hacer dinero, como sucede en otros públicos en que el deporte profesional produce buenas entradas. El deporte en mi país es una religión.
Y después de este prodigioso discurso que no trato de reconstruir por la sencilla razón de que mi gran amigo Satake habla perfectamente mal el español, orgullosamente mal, como aquel portugués que habla Eca de Queiroz, me invita a que conozca en mi propia infeliz madera humana las vibraciones de un corte brusco que me hará caer anonadado sobre la colchoneta.
-Acuérdese, maestro -dice Wallerstein, sonriendo, -que también en ese caso no sería más que una exhibición.
-Por supuesto que sí -dice Satake- Lo que quiero es que sienta en su sistema nervioso un choque rápido, brutal, que le haga perder el sentido. No crea que le ocasionará la muerte. Será un choque en cierta parte que tenemos admirablemente estudiada, porque muchas veces hay que recurrir al golpe decisivo para poner a raya al otro. Y enseguida le aplicaré otro golpe entre dos vértebras, con tal precisión, que también de repente volverá en sí, lanzando un suspiro. Es que para nosotros los japoneses el deporte no solamente tiene un sentido religioso sino que tiene una técnica muy científica.
-Supongo que esos conocimientos usted los habrá puesto muchas veces al servicio de la Humanidad.
-Ha dicho usted muy bien. El deporte es democracia y también es servicio social. En algunas ocasiones, tratándose de casos de emergencia, un golpe entre esas vértebras de que le hablo, es espléndido para revivir a uno que se está ahogando en el agua. Con decirle que el procedimiento es más efectivo que el de la respiración artificial, porque para ésta hay que emplear mayor tiempo.
Y Satake me transporta durante su plática matizada de errores verbales, de recuerdos de otros países, hacia los sitios predilectos del deporte en el Japón. Me enseña la edición última del gran diario "Asaji" que es, en estos momentos, uno de los alardes voluptuosos de las artes gráficas en aquella tierra que, a pesar de todo, se nos aparece teñida por los colores enigmáticos. Y no puede disimular su júbilo al encontrarse con mirada de sorpresa porque Satake es un japonés perfecto, un nacionalista de pasión acallada que sabe sonreír, agradar, servir.
-¿Cuando le presento a mi discípulo increíble? Creo que ni en el Japón hay un caso igual a éste. Tiene 65 años. Es el licenciado mexicano don Roberto Castro. Es un verdadero prodigio ver a este hombre de tanta voluntad, que ha podido aprender el jiu-jitsu, como si fuera un joven. Ni en el Japón?
Y enseguida me invita a ver las nuevas maniobras que ha enseñado a sus alumnos, dándoles diaria lección, insuflándoles aire de optimismo, como si él también fuera el hermano menor de ellos. Porque el deporte, sin la concurrencia del buen humor -según me dice- sería algo inicuo, sobre todo ese deporte que él -sin vanidad ostensible- estima el que debían de jugar los hombres que aman la paz estando preparados para la guerra y los que cultivan las artes plásticas, una de ellas el arte de ser inteligente.
-Venga acá, para enseñar a mi amigo lo que bien puede llamarse la instantánea de la agonía- dice Satake a su alumno Wallerstein.
Y en un instante, que se desliza rápido como la muerte, logra adueñarse de él por la espalda, apretando la garganta hasta detener la respiración y causarle una muerte ilusoria. El espectáculo me calosfría. Los otros alumnos también se alarman, a pesar de que ya conocen los efectos de la peligrosa "llave". De pronto, mientras Wallerstein se ha quedado lívido, inmóvil sobre el colchón, Satake le da un golpe suscinto en un sitio de la columna vertebral y ante mis ojos atónitos lo revive.
-Esto lo aprendí en una de mis primeras lecciones -subraya- No me gusta enseñarla porque puede correrse peligros. Me ha servido de mucho, eso sí?
Siguen evolucionando los discípulos de jiu-jitsu, frente a la cámara alerta de Jiménez. La cámara que se ha enriquecido ahora por motivos dinámicamente puros, esguinces que -como las decoraciones mayas- pocas veces repiten contorsiones y ademanes que son documentos para un álbum de elegancia ritual. El jiu-jitsu -hay que insistir- un deporte, un rito, también una nueva filosofía, porque es un tratado de actitudes ante la vida. El juego que evade más que ninguno, la violencia, porque es resumen de la cortesía y de la astucia. Y lo más emocionante es saber que Naboutaka Satake, el risueño compañero del Conde Koma, el masajista del ex presidente Calles, el entrenador, el animador, ha sido periodista en más de una ocasión, cronista de deportes, y a más de eso -parece algo inverosímil- terminó estudios de economista en una universidad de su país, acaso para demostrarnos que la economía es elemento motor del deporte, así como éste es fruto de la inteligencia en movimiento.
Publicado en "Revista de Revistas" en junio de 1933.