OCARANZA, EL DOCTOR SOLAR
Diálogo con FERNANDO OCARANZA Que él quien dijo que sólo había tres fisiólogos de verdad, uno de ellos él, y que no llegaban a nones? No lo creo. No es posible creerlo cuando se habla largo rato con él, en el amable retraso de una conversación que no tiene intenciones futuristas porque don Fernando Ocaranza, el doctor Ocaranza, el ilustre catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina, no teme al futuro, pues según está de este, a pesar de que bien sabe que vivimos en la inseguridad y de que aquí no es fácil llegar a los 70 años, como Janet, como Roger, como Gley -para no citar a los ases como Berthelot- en vibrante actividad mental, en alegría de crear y de darse, hundidos los ojos en la entraña de la materia, buscando mundos bastos en el área mínima del microscopio.
A los 50 años -me dice Ocaranza- la vida mexicana ha estrujado tanto al hombre de estudio que no es posible "empezar a saber" a los sesenta como en Francia. Y es que nos dedicamos a múltiples actividades. Nuestra curiosidad nos lleva a diversos caminos? Yo, por ejemplo.
¿Llegaran a nones? -murmuro en lo íntimo-.
Ejemplo vivo, cordial de lo que es un hombre que tiene pasión, no simple curiosidad frívola, por los problemas totales de la cultura, es este del doctor Ocaranza, alma de personal en el trato, garra y ala, llaneza franciscana y orgullo del varón honrado que está en la vida en una gran tarea amorosa. No le ha bastado adueñarse de los secretos de la Fisiología, señorear los dominios seductores de la Biología, sino que goza con fruición ante el enigma de una joya pictórica -y es que su tío don Manuel supo manejar diestros pinceles- y ahora está plenamente comprometido en conocer a fondo, no a través de cronistas sino ahondando en los manuscritos vírgenes, el panorama de la obra franciscana en México, desde el cual puede atisbar un fenómeno social que está en la médula de las inquietudes, en esta hora de acción más que de ensueño.
Hemos ido desviando el tema desde asuntos militantes como por suaves declives que permitan llegar a los claros senderos que aún muestran las huellas de los misioneros alucinados del siglo XVI. Porque ¿no sería insensatez mía iniciar el palique puntualizando, por ejemplo, el de las peripecias de la Fisiología hasta llegar a situarse a la vanguardia de las ciencias de altitud, casi me atrevo a decir de las ciencias ocultas? ¿Pues qué no sería posible hablar del franciscanismo como un motivo de especulación biológica? ¿Biología en acción el franciscano puro?
El doctor Ocaranza nos ha dado sorpresas con sus estudios sobre ciertos aspectos de la obra franciscana, apoyándose en documentaciones esenciales, entrevistando a los primeros constructores de esta nacionalidad que son los que más han hecho, y que lo hicieron ceñidos a un programa que no admite rectificaciones, sino es en aquello que tiene mayor contemporaneidad; porque el programa es el mismo, no puede ser otro, y éste es el elogio que mejor puede hacerse de los idealistas que todavía pasan descalzos, ricos de modestia, por montes nutridos de dolor, por aldeas donde el acueducto está y el árbol que aún da frutos, viene de aquellos días que son espuma del desinterés de la óptima ilusión, de la simpatía humana.
Y bien doctor ¿cómo fue usted tentado a estos estudios?
-Primero como un deporte intelectual, pues me gustaba salir los domingos por esos pueblos de México en que hay sitios callados y en compañía de mi mujer me detenía a ver una capillita en abandono, un arco roto, una pobre cúpula. Pero poco tardé para darme cuenta de que, a fin de conocer a fondo, un poco a fondo, los estilos arquitectónicos de las diversas órdenes religiosas, era necesario aprender algo sobre Historia del Arte y cuando me asomé a ella, relacionándola con la arquitectura franciscana, encontré que ésta era la que más me emocionaba. Y lo demás ya se comprenderá: para entender esa arquitectura fue preciso estudiar la historia de los franciscanos en México, leer los principales cronistas, tomar apuntes y cotejar el documento artístico con lo que se había aprendido. Hace ya de esto algunos años, sólo que hasta última hora me decidí a publicar mis apuntes para ver si algún día ese material puede reunirse en uno o en varios libros.
Pero al doctor Ocaranza que está apasionado del franciscano con un fervor de fuego lento no le basta sostener diálogos con los cronistas de la orden -Mendieta en el XVI, Arricivita en el XVII- sino que se ha impuesto la tarea de buscar y compulsar manuscritos en la Biblioteca Nacional -"muéstrame el lirio puro que sigues en tu veta y hazme escuchar el eco de tu alma sideral"- y así, según me confiesa, ha encontrado más que vetas, filones, más que oro mucha luz de sol. De sol franciscano en el cual es también doctor, pues sin ser astrónomo conoce el funcionamiento de esa relojería que es terror de los que estudian la víscera y quieren entrar a la esencia imponderable del átomo. Por eso es un doctor solar que alaba al Hermano sol y a la Hermana Hormiga.
-Sí- me dice- nuestros historiadores con las excepciones de estilo, se olvidan de los manuscritos y prefieren sumergirse en los mares de los periódicos viejos. Me consta.
Para mis adentros formuló una réplica:
-Algunos historiadores, los que copian, que plagian, que se valen de la calca vil; pero ¿y Rangel? ¿Y Fernández del Castillo? Y en cuanto a los periódicos viejos, ¿no son muchos de ellos papeles inéditos también?
La hermana hormiga se nos aparece viajando a hurtadillas por las veredas imposibles. Y es que ha surgido un nombre en nuestra conversación, salpicada de luces áureas, lejanas luces distraídas, que se ven de cuando en vez en la tierra.
-He reconstruido varias listas de gastos para tramitar la causa de la beatificación de Sebastián de Aparicio.
¿El que construyó según dicen sus apologistas las primeras carretas que hubo en México?
-El mismo; el que más tarde se retiró a un eremitorio próximo a Puebla y allí hablaba con los cuadrúpedos y aconsejaba a las hormigas el camino que debían seguir.
Entiendo que ha ido usted levantando el mapa de las misiones y los templos franciscanos. ¿No?
-Algo de eso se me ha ocurrido. Pero es que la materia es vasta. Le enseñaré algunos materiales reunidos como para unos seis libros. Son noticias que abarcan las provincias del Santo Evangelio y la de San Pedro y San Pablo, cerrando el perímetro en Sonora y Sinaloa. Me he encontrado algunos misioneros que nunca estuvieron en un lugar. Para el caso, aquel Fray Francisco Garcés que entró hasta el Nuevo México; y luego aquel Fray Diego Durán que decía tres sermones al día en Toluca, uno en matlazinca, otro en azteca y otro en no sé qué idioma; y luego se iba a curar a los enfermos, a enseñar a los niños y hasta tenía tiempo para redactar su crónica famosa. ¡Que hombres! ¿No le parece?
Hemos hablado de Fray Pedro de Gante, cuya actividad era tan sorprendente que hubo que llegarle a la mano para que no siguiera construyendo; y luego de los santos lugares por donde los hermanitos de la paloma y del lobo fueron pasando haciendo el bien y cantando, enseñando, alegrando este mundo demasiado biológico. Amecameca, Tlalnepantla, Huejotzingo, San Francisco Acatepec, Calpan y los innumerables pueblos en que todavía se hacen impávidos en la intemperie, truncos a veces, un muro, una fuente, un claustro con cuadros murales en blanco y negro, como en el agustino de Actopan.
-Hasta me he metido a fotógrafo para aprovechar bien mis excursiones. Y algunas fotografías me han salido admirables.
-El sol, el Hermano Sol?
-Pienso hacer un libro que lleve muchas de esas ilustraciones.
Me enseña su estampería, sus películas, sus manuscritos. Reverbera en todos ellos la pasión del doctor solar, en un himno que difunde los ecos del canto llano. Las letras se van apiñando como afanadas hormigas. Y me lee un capítulo de monografía en que se habla de las tierras de pan llevar, en un territorio que fue habitado por indios indóciles. Toma el manuscrito al abrir un armario de madera bronca en que hay calor de leyenda.
-Quien me regaló este armarito me refería que era tradicional en aquella casa, que el mueble perteneció a Sor Juana Inés de la Cruz. Verdad o no, el hecho es que el mueble es una delicia de obra a mano.
Entramos a la biblioteca en que nuestros pasos se acallan y hay orden y simplicidad que convencen. Volúmenes y volúmenes; oro de investigaciones, crónicas e historias y en un estante privilegiado, las obras que forman la historia de la Fisiología contada por los libros de texto.
Mi ojo clínico -no diría bibliofílico, porque no soy Gómez de Orozco o Toussaint- se desliza hacia un libro inocente. Es la "Historia del Nayarit, Sonora, Sinaloa y ambas Californias" por el P. José Ortega.
-El duplicado es suyo - me dice- ¡Qué bien que se lleve algo! Lléveselo.
Y hago mi dócil presa y abro hacia donde está el exlibris del doctor Ocaranza, que fue redactado frente al Golfo de California y en el Valle de México. Es lapidario exlibris, que delata a Teixidor, coleccionista de esas joyas de papel, y lleva como un fondo de perla circunscrita por oro de luz: "He llorado con los judíos ante el Muro de las Lamentaciones; me he quitado las sandalias en Santa Sofía y he tocado la frente con el suelo de la Basílica Romana. Mi espíritu siempre estuvo abierto a todas las ideas y a todas las bellezas".
-Se nos ha perdido una crónica del Padre Oroz. La he buscado en vano entre los papeles que he visto en la Biblioteca. Y no aparece aún. Se nos ha perdido?
Ya aparecerá -le digo- Ese día será de fiesta en la casa franciscana.
Y por un instante entrecierro las pupilas íntimas pensando en aquellos andariegos que, a la manera de Margil de Jesús, fueron cantando el alabado, sólo con un bordón y un breviario a la buena de Dios, desde Texas hasta Costa Rica, pasando por otras partes. Y allá en el lejano pueblo de Luquigiie quedó el rastro del ángel de la Propaganda Fide, en un acueducto, en un árbol, en un templo que se cubre de parásitas.
Está limpia la luz vista desde uno de los balcones de la residencia del doctor solar. La luz, enamorada de sí misma, al caer sobre una masa de árboles altos mientras la lluvia está de plácemes en el paisaje y en nuestra conversación. ¿Qué temas mejores pudimos tener que San Francisco de Asís, que fue catedrático de Fisiología Especial para el mundo de la Edad Media y ahora es doctor "honoris causa" en una tierra que no es la que él soñó, la que vio herida y quiso curarla?.
Como un peregrino que se detiene a descansar y después de descansar se despide, así me retiro de esa casa en que hay sobria alegría, paz medida por un reloj y la esposa es un joyel en el relicario de mi amigo, una estrella que regulariza noche.
Publicado en "Revista de Revistas" en agosto de 1932.