CHARLANDO CON LA ÚLTIMA DAMA DE LA EMPERATRIZ CARLOTA
Diálogo con JOSEFITA VDA. DE LÓPEZCHARLANDO CON LA ÚLTIMA DAMA DE LA EMPERATRIZ CARLOTA
Capítulo I
Doña Josefita Vda. de López y sus 101 años orgullosos. -Su memoria brilla como la plata antigua de San Luis Potosí- Dice que Santa-Anna dio con un fuete en la cara al general Paredes. Su esposo fue muy amigo de Miramón.
Doña Josefa Cárdenas de López, a los 101 años, tiene la memoria primaveral, los ojos hundidos en los horizontes del sueño, la voz que se dobla en lentas espigas de nostalgia?
Vaya usted a verla -me dice doña Julia Herrera de Velázquez-, y verá que gusto conversar con ella, como se acuerda de todo lo que vio y que orgullo de haber llegado a esa edad.
Doña Josefita vive en la antigua Villa de Guadalupe Hidalgo, en una de esas calles que cambian de nombre en cada estación y que ahora se llama de Albino Corzo. Nos hace gentil presentación su hija, la señora viuda de Gandarilla. Hay buen sol de domingo, como para dorar recuerdos. Las campanas del santuario invaden el aire con su cristalería mágica, que nos traslada suavemente hacia 1865. La viejecilla, risueña, jovial, se siente contenta de haber vivido un siglo y de tener excelente salud. Nos acompaña Arturo Arnaiz y Freg, amigo a quien teníamos reservada esta sorpresa.
-Muchos años, señor, muchos años que me vine a la Villa. Yo soy mexicana, potosina. Sí, señor, soy potosina, y cuando se vino mi familia me vine para acá con mi madre?
¿Y no sale de casa?
Sí señor -contesta su hija- pues hace como quince días fue a comer a las Lomas de Chapultepec. La queríamos bajar y no quiso; no quiso, porque decía que como la iba a ver la vecindad bajar así, y lo hizo por su propio pie.
-Pues sí; todavía algunas cosas las puedo hacer muy bien -dice doña Josefita.
También fue y vino a la bendición de pobres que hubo en la Basílica. Yo pensé llevarla en coche; pero usted sabe que la subida y la bajada y las molestias? Mejor despacito, despacito, por su pie. Y todas las gentes al verla decían: "¡Sí, es Pepita!... ¡Mira a Pepita!" Y la felicitaban.
¿Y qué tal duerme?
A las diez de la noche se va a la cama. Muchas veces le digo: "Mamá, ya es hora de que se vaya usted a acostar", y me contesta que no es gallina? A las siete de la mañana se levanta todos los días a oír misa, que le dicen aquí. Ahora por lo que dice, su memoria está muy bien. Sólo en ciertas cosas, cuando está hablando, hay que llamarle la atención, para que siga?
-Pero, señor -exclama doña Josefita- ¡con esta edad! Muchas personas no cuentan ni siquiera la edad que tienen. Yo tengo 101 años cumplidos. Y oiga usted: hay personas que han creído que yo ya no puedo hablar. No, no, chiquitos, todavía puedo hablar, en lo que cabe, regular.
Y tiene mucha energía, porque a veces me regaña y me dice: "¡Ay, que falta me hace mi marido! Pero no creas que porque soy tan vieja no me van ustedes a respetar". Lo que la vino a acabar bastante fue la muerte de Fadrique. La acabó mucho? Fadrique trabajó en "Excélsior".
Sí, fuimos amigos. Le vi pocos días antes de morir.
-Pues en este retrato, como usted ve, mi mamá está muy bien; todavía tan risueña, tan contenta. Y cuando cumplió los cien años, que fue en 1938, yo estaba entonces en Hungría? La retrataron vestida de monja dominicana, toda de blanco?
¿Y de su marido, el coronel López, no hay retrato?
-Yo quisiera enseñarles hasta su ropa, su espada. Pero todo se quedó en poder de Fadrique.
¿Y cuántas fueron las damas, doña Josefita?
Sí, ¿cuántas damas de honor tuvo la emperatriz?
-No fuimos muchas? Once solamente? Pero no me acuerdo de los nombres de ellas? Oiga usted, espere? Las dos hijas del señor Salinas, la señora Cortina, una señorita que quiero recordar, pero se me va el nombre? Era del rumbo del Parral; que sé yo cuantas más. Oiga usted, hace tantísimos años; tantos, tantos años? Porque yo hago memoria? porque de "los americanos" les puedo contar cosas que no han puesto en ninguna historia?
¡Que les platique de Santa-Anna! Mamá, platícales a los señores de Santa-Anna.
-Oiga usted, ¡pero qué ejército!, ¡Qué lujo! ¡Qué bien vestidos todos!
¿Y al otro presidente?
-A don Mariano lo conocí divinamente. ¡Cómo estoy viendo a este señor Don Mariano Paredes, don Mariano Paredes? estaba alojado en la casa que llamaban de la Caja, en San Luis Potosí.
¿De la Caja?
-Así la llamaban, porque allí se depositaban todos los valores de las minas? para cuando salían de Europa, cada dos meses. Pero oiga usted, ¡caramba! ¡cuánta plata salía de aquella caja! Iban formando una trinchera de puras cajas, o costales, diré mejor, y claro que las iban formando en trincheras? Mucha plata, pero mucha? y en esa casa vivía Paredes. Oiga usted, conservo un recuerdo de Santa-Anna, cuando llegó de aquí de México, que dijo que Paredes andaba haciendo algunas cositas que a él no le convenían. Esto que le cuento es la verdad, y a la `persona que lo desmienta yo le doy los datos. Pues sí, llegó Santa-Anna de aquí, de México, y comenzó a hablar con Paredes, y, hablando, hablando, le pegó en la cara con un fuetecito que llevaba. Sí, señor; le pegó en la cara con el fuete, en la cara; yo lo ví, y la persona que diga que no es verdad, que me lo venga a probar. Yo le diré cómo y cuando?
¡Pero qué Santa-Anna tan bravo!
-Sí señor; con el fuete que traía en la mano le pegó en la cara. Santa-Anna sabía que Paredes, en San Luis, andaba medio turbio. Yo le digo a usted que conozco hasta La Angostura, donde estaba alojado cuando llegaron los primeros americanos. Sí, señor; yo la conozco, La Angostura, porque pasaron para Monterrey, y mandó que tumbaran una pared para entrar a aquella fortaleza. Es un cuadrilátero apoyado en un altarcito, en el camino para Monterrey. Yo pasé por allí con mi hermano, y me dijo: "Mira, Josefa, La Angostura". Y entonces me bajé, luego, luego, porque andaba en mi carruaje particular, y le dije: "A ver, a ver". Pues oiga usted: yo ví con mis ojos que todas las puertas y las troneras de los cañones estaban tapados con piedras; unas piedras de esas medio negras. En aquel entonces mi marido tenía el nombramiento en San Luis Potosí, por Miramón.
Ah, ¿era amigo de Miramón?
-Muy amigos, y de nuestra casa salió Miramón para casarse aquí con la Lombardo. Porque, oiga usted, yo de estas cosas, luego que están contando y más contando, delante de mí, sólo me digo: "¡Cuánta mentira, cuánta mentira!"
Doña Josefita sigue el hilo de la charla, infatigable, nerviosa, sin olvidar detalle. Aquí suspendemos para que nuestros lectores se preparen a conocer muchas cosas que ignoran.
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DE LA EMPERATRIZ CARLOTA
Capítulo II
Vamos poco a poco, a través de un laberinto en el que brillan luces misteriosas, luciérnagas, recuerdos, y se oyen pasos de fantasmas. Doña Josefita viuda de López, insiste en decirme:
-Mentiras; porque, oiga usted, he conservado alguna memoria de muchas de estas cosas de San Luis Potosí, con todo y los muchísimos años que tengo. Yo soy potosina; si señor, potosina, aunque nacida en el Estado de Zacatecas, en el mineral de Pinos.
¡Con que esas tenemos!
-Sí señor; en el mineral de Pinos. Allí tenía mi padre dos haciendas: la de la Pendencia y la de Santa Ana. Santa de los Caballeros, porque hay una hacienda de Santa Ana de los López?
Que bello nombre! -exclama Arnaiz y Freg.
¿Y que fue de la hacienda de Santa Ana?
-Pues se perdió en una revolución. Le voy a contar de que manera. Dijo el Presidente? ¿Cómo se llamaba éste??
¿Juárez?
-Sí, Juárez?
¿Y usted conoció a Juárez, doña Josefita?
-Lo conocí divinamente?
¿En dónde?
-Pues en San Luis Potosí, porque la casa de nosotros forma calle, precisamente, con el palacio de San Luis.
¿Y qué le dijo Juárez?
-¡Ah! Se me va el nombre?
-Hay nombres que se me van?
-Pues le dijo a un tío de Luis de la Rosa, le dijo?
-Oiga usted, yo no sé? El que usted dice es Luis de la Rosa Oteyza, el que habló con "los americanos".
Ah, entonces fue el de los Tratados de Guadalupe Hidalgo.
-Sí, sí, ese mismo?
Bueno, ¿pues qué dijo Juárez?
-No me acuerdo el nombre? Bueno, pues Juárez dijo: "Este Fulano me ha acompañado mucho, en toda la revolución, y no le he hecho todavía un regalo. A ver cuál de todas esas haciendas escoge". Y, señor, escogió la hacienda de la Pendencia, que era de mi padre?
Y su padre, ¿cómo se llamaba?
-Mi padre era hijo de puros españoles y se llamaba Ambrosio Cárdenas.
¿Y la confusión que hubo entre el López que fue su marido y el otro, Miguel López, a qué se debió?
-¡Ah!, El hombre ese?
¿Usted lo conoció?
Era rubio, tenía el pelo rojo? -interrumpe, bromeando, Arnaiz y Freg.
-Que rojo ni que rojo, pelo negro -contesta doña Josefina- Mire usted: ese López y yo fuimos vecinos, porque ya viuda compré una casa en la calle que se llamó de Hidalgo, aquí, aquí.
-En México, en la calle de Hidalgo, y él tenía la otra casa, que era de tabique. Y de allí vino la confusión.
¿En la Villa o en México?
¿Y guarda algunos retratos?
-Tenía un retrato de la emperatriz, iluminado, pero lo escondí por el temor de que me lo fueran a robar. Más tarde se lo di a mi hijo Fadrique, con las condecoraciones y la espada de mi marido. El retrato de la emperatriz se lo regaló el emperador a mi marido.
¿Y qué grado tenía su marido en el ejército?
-Parece que Miramón le dio el nombramiento de general de brigada. Miramón era el novio de Lola Cárdenas, mi hermana; pero luego Miramón se casó con otra.
¿Con Concha Lombardo?
-Sí, se casó con la Lombardo.
¿Y qué tan hermosa era Concha Lombardo? -inquiere Arnáiz y Freg.
-La verdad, la verdad era fea y más vieja que Miramón.
¿Y porqué no se casó entonces con Lola tu hermana, mejor que con Concha? -pregunta su hija, la señora viuda de Gandarilla- Yo tengo por allí un retrato de mi tía Lola, cuando era novia de Miramón, pero se me ha extraviado? Miramón le dio más tarde, a mi padre el grado de general de división.
Y, dígame, ¿Cómo fue usted señalada para dama de la emperatriz?
-Oiga usted, yo había venido de San Luis Potosí a México, cuando llegó Maximiliano. Entonces fue cuando me hicieron dama. Yo fui una de las primeras que llegaron a Palacio, sin conocer ni entender nada de lo que se trataba?
¿Del protocolo, del ceremonial?
-Oiga usted, como yo era bien querida, López me había llevado con Miramón y con Concha, y no teníamos una gran ocupación. Yo fui porque me nombraron, y desde luego fui a Palacio, en donde estuve alojada algunos meses, porque me estaban arreglando la casa que está en Isabel la Católica, al lado del Banco.
¿Del Banco Nacional?
-Allí mismo. La que tiene una portada de cristales a la calle, era la casa del Banco; y yo vivía en la casa del lado, cuando llegué de San Luis. Cuando nos vinimos de allí, también se vino mi familia, porque ya no quiso López que estuviéramos allá, porque mi padre atendía sus haciendas y las tenía que manejar cuando todavía no se las cogían. Mi padre murió asesinado. ¡Lo asesinaron, porque dijeron que era un causante de que los franceses vinieran aquí! Mi padre decía que en ese asunto, no tenía ningún papel; que no se metía en política. Después vino la orden para que le quitaran una de las haciendas y que se la dieran a?
¿Lerdo, Oteyza?
-No, Oteyza era de la época de "los americanos".
El ovillo dorado del recuerdo se enreda al querer concretar el nombre del personaje que doña Josefita en vano trata de seguir en su laberinto. Mejor será hablar de otras cosas.
¿Y en la coronación de Maximiliano y de Carlota no estuvo usted?
-Pero si no los coronaron?
Pues yo creía que sí.
Tiene razón, no los coronaron -dice Arnáiz y Freg.
Oye mamá, ¿y no les cantaron el Te-Deum cuando llegaron a México?
-¡Cómo no! Entraron por la calle esta de Peralvillo, donde estaba el panteón de Santa Paula. Por allí entraron. Pero, oiga usted, una entrada en la que hubo muchísima gente, pero mucha, mucha, y por delante de la carroza iban doscientas señoritas a caballo, muy bien montadas, muy bien vestidas. Entonces fue cuando conocí a Maximiliano.
¿Y en que fiesta estuvo primeramente usted?
-La primera fiesta, oiga usted, fue la que se efectuó frente a eso que era entonces un corral de vacas, la Alameda. Ay, que cosas?
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DE LA EMPERATRIZ CARLOTA
Capítulo III
De pronto doña Josefita hunde los ojos semiciegos en una lontananza de fiesta. Sus manos nerviosas se mueven como si agitaran el abanico en un sarao. Habla con voz que se le quiebra, y en un aire de ópalos antiguos su cabecita se alborota.
-Yo llevé a San Luis Potosí la primera crinolina. Sí señor, la primera crinolina, aunque le diré que no era tan exagerada. Estaba muy jovencita. Tendría unos trece años. Pues figúrese usted, que me casé de trece años.
Pero, ¿es posible?
-Si, tan posible que a los catorce tuve a mi primer hijo, a Fadrique. Y Fadrique murió de 70. Lo mandé a Hamburgo cuando solo tenía nueve, solito, solito? Estuvo allá 37 años. Hablaba varios idiomas. Y un día ya muerto mi marido, iba Fadrique por la calle de San Francisco, cuando se lo encontró un general. ¿Cómo se llamaba este general? No me acuerdo?
-Bueno, un general.
-Y le dijo: -"Oiga, Fadrique, allá le tengo una colocación propia para usted. Son cinco pesos diarios, con todo lo que demás usted ya sabe?"
-"Mire, general -le contestó Fadrique- ni el grueso de una uña admito de política", y así fue: nunca quiso. Al llegar de Europa le daban el nombramiento para recibir a los personajes? Sí, en Palacio.
Introductor de embajadores?
-Sí, por los idiomas que hablaba.
Y la emperatriz, ¿Qué tal hablaba el español?
-Lo hablaba bien. La emperatriz era muy seria.
¡Ah! ¿No sonreía a sus damas?
-Casi nunca. En cambio, Maximiliano, siempre con su cara tan risueña. Y a mí me gustaba siempre llegar ante él; entonces yo era tan charlatana?
¿Y usted estaba siempre en palacio?
-No. Nos nombraban de dos en dos, de manera que pudiéramos estar en nuestras casas. Entonces yo vivía en el Hotel Iturbide. Era de don Juan Landa, aunque no estoy muy segura.
A ver, mamá -dijo la señora de Gandarillas- platícales de Maximiliano.
-Oiga usted, apenas se oía en la calle el ruido del caballo, me asomaba al balcón y decía: "Allí viene su majestad", porque siempre me gustó llamarle así, sobre todo cuando me paraba delante de él, con su cara tan amable, tan risueña, tan cariñoso?
¿Y se acuerda de la inundación que hubo en aquellos días?
-Maximiliano pasaba en su caballo alazán, con su "pañuelo de sol", como se usaba entonces, rodeado de muchos ingenieros? Andaban buscando por donde se podría escapar el agua. Y atrás iba la escolta?
¿Y Carlota trabajaba?
-Oiga usted, la Emperatriz tenía su departamento en Palacio, por el lado de la Acequia. Allí estaba con sus chambelanes. No éramos más que dos damas de servicio por turnos.
¿Y quién les señalaba los turnos?
-Quien sabe. Yo, de Palacio recibía la orden, diciéndome que al día siguiente tendría que presentarme a las ocho de la mañana, a las órdenes de Su Majestad.
¿Y que ordenaba la Emperatriz?
-Nada, nada. Atendía a las amistades que siempre había en la sala. Y, oiga usted, cuantos personajes, cuántos? Y allí estábamos nosotras de charlatanas, platicando con todo el mundo, acompañadas de los chambelanes.
¿Y de qué platicaban cuando iban de paseo?
-Del tiempo, de la política, de los acontecimientos?
¿Y a Carlota le gustaba México?
-Sí, pues decía que México era muy bonito, pero tenía un número de familias muy contado que la iban a visitar.
¿Y cómo iba Carlota cuando iban a la Alameda?
-Salía vestida con otra toca y otro vestido.
¿Joyas?
-No, sencilla; con traje sencillo. Tomábamos por la calle de Plateros; y en la esquinq de Gante había un cuartel francés, y luego que veían al paje con el fuetecito en la mano y a galope? pues le hacían los honores? y al llegar a la Alameda, se bajaba del carruaje, y principiaba a ordenar por qué lado estas plantas y estas otras, y los mozos las iban poniendo como ella lo ordenaba. Casi siempre entrábamos por el lado donde está la iglesia ésta de?
¿La Santa Veracruz?,
-No, la de Corpus Christi. Y el coche entraba, se paraba allí, bajo una sombra. Los caballos, ¡qué lindos los caballos! Y ella seguía dando órdenes.
Oye, mamá, ¿y cuándo se la iba a robar aquel hombre?
-Espérate, espérate; a eso voy. Cuando Pontones se iba a robar a la emperatriz; pues oiga usted, fue un día que nos fuimos a pasear por la Calzada de la Piedad. A ella le gustaba ir allá, porque era muy solo. Llegábamos a la entrada de La Piedad, y cuando se bajaba, un criado de Palacio, de librea y todo, ya estaba allí, y era el encargado de llevarle el caballo. Se bajaba del coche, se alzaba su vestido, se lo recogía. Un vestido muy bonito, de amazona? Precisamente en los primeros árboles de la entrada, de este lado del paseo, a la derecha, allí se bajaba, se sacudía el vestido y se ponía su sombrerito; pero se lo ponía sobre la toca, porque no le estorbaba. Y luego montaba en su caballo. Con mucha frecuencia, quien le ayudaba a subir al caballo era el mariscal.
¿Bazaine?
-Sí Bazaine. Era un vestido de Amazona, obscuro. Daba dos o tres vueltas, en La Piedad, y ¡cómo se veía bien! Yo la acompañaba casi todos los días, aunque no me tocara ir con ella. Iba en mi coche particular, que era muy conocido, porque yo tenía una berlina inglesa? Una berlina que me gustaba muchísimo y que no se confundía con ninguna.
De modo que Pontones, ¿no?
-Pues, le iba diciendo, que la Emperatriz daba dos o tres vueltas a caballo y luego regresaba donde estaba el coche, y luego se bajaba. Y Pontones iba todos los días por aquel rumbo.
¿Pues quien era Pontones?
-Era un "chinacote", por más que era persona de algún roce, de algún trato. Pontones llegó un día como de costumbre, a esperarla. Pero Bazaine, que no estaba todavía casado, también llegó y empezó a pasearse, Mientras llegaba la Emperatriz, y no llegó la Emperatriz. Después se supo que este Pontones ya tenía metidos a un grupo de "chinacos", bien armados y montados para correr con ella y llevársela? Llevársela, llevársela?
¿Y la gente de Pontones dónde estaba?
-Entre la arboleda aquella. Oiga usted, y viendo Pontones que la Emperatriz no llegaba, se fue? Y no llegó, porque mire usted lo que Dios hace? Yo en todo invoco el santo nombre de Dios. Ella llegó a La Piedad, montó en su caballo, con su fuete en la mano y allí se quedó. Por lo que usted quiera, por una corazonada, de él o de ella, para escaparse, lo cierto es que nada pasó. Y al día siguiente se hablaba de que iban a robar a la Emperatriz, de que me iban a robar a mí. Luego nos dieron datos de todo. Y volvimos a La Piedad, y ya ve usted: no pasó nada.
¿Y a Pontones qué le pasó?
-Oiga usted, no me diga que hable, porque si no, se me suelta la lengua?
¿Y usted fue con Carlota a Yucatán?
-A sus damas nos dejó aquí. Era muy recatada para salir, muy seria. En cambio el Emperador, con su cara tan amable, tan risueña?
¿Y lo que dicen que algunas señoras iban a bañarse al Peñón?
-Cuando las Meternich, las Subikurski?
¿Austríacas?
-Eran cuatro alemanas. Y la gente entonces decía, como por burla: "¡Que se bañe la Emperatriz en el Peñón y verá si no tiene familia! ¡Que se bañe en el Peñón y ya verá?!" Pues oiga usted, y una de ellas, creo que una de las Meternich, se empeñó en ir, y probó los baños, y allí tiene usted que le vino la familia. Mire usted: le voy a contar una cosa que yo vi? Tuvo siete niños de una sola vez?
Pero, ¿cómo fue eso?
-Sí? oiga usted, a los niños los mostraron en Palacio, en una charola, para que los vieran todos? Yo no los vi vivos; pero mi marido me contaba que se movían como gusanos, tamañas criaturas? Fueron siete?
Pero la Emperatriz, ¿no fue?
-Ella tuvo hijos adoptivos. El Príncipe de Iturbide?
¿Y a Carlota le gustaba la comida mexicana?
-Cómo no; comía muy bien, pues tenía una cocinera muy buena.
¿Y les gustaba mucho ir a Cuernavaca?
-No, a ella no. Todas esas invenciones de Cuernavaca, todas han sido puras invenciones? Yo lo sé porque llevé mucha intimidad con el cónsul alemán, el señor Vancen, el que quiso salvar a Maximiliano cuando cayó preso, y se quedaron listos los caballos?
CHARLANDO CON LA ÚLTIMA DAMA DE HONOR
DE LA EMPERATRIZ CARLOTA
Capítulo IV y último
Han desfilado varios fantasmas por la galería de oro, rosa y cristal. Doña Josefita deshilvana sus telas de arácnido en recuerdos azules. Algunos se irisan, tiemblan, se evaporan. Hay mucho de mitología, de cuento de abuela que en su memoria clara ha ido prendiendo rosas, perlas, voces muertas, sonrisas fragmentarias.
Arnaiz y Freg -gozoso interlocutor- con sus preguntas da voces de alarma. De súbito las fechas se enredan, los rostros se desprenden como el azogue de los espejos derruidos.
¿Y cómo fue el matrimonio del Mariscal Bazaine con Pepita Peña?
-El hermano de Josefa -responde- era teniente. No fue muy lujoso el matrimonio, ni nada de nada?
¿Es que el Mariscal estaba de luto?
-No, no estaba de luto. Yo lo veía. Usaba uniforme y era chaparrito y casi siempre, durante los paseos, lo veía llevando el perrito de Josefa, un perrito así, medio mechudo?
¡Qué maravilla! Todo un Mariscal de Francia llevando un perro.
-Y la gente, al verle, decía: ¡Qué bonito general francés! Después el perrito llevaba una rosa de listón azul y así también lo cargaba?
Y usted ¿bailó con Bazaine?
-Sí bailé con él. Yo fui a muchos bailes. Muchas veces llegaba mi marido, muy cansado, y él mismo me decía si no iba yo a tal o cual baile. Sí, mi marido era un militar a toda prueba. Mire usted, López entraba a la frontera y decían: "Allí vienen los soldados de don Florentino". Y es que le tenían miedo. Pero miedo, mucho miedo. ¡Qué gusto me daba a mí que López hiciera correr a Vidaurri y a Naranjo!... Y yo le decía a López: "Oye, no más corren como gatos"? Y hasta en el corrido le cantaban.
¿Cómo decía el corrido?
El puente de Guadalupe
Donde pasan a galope
La guerrilla de cuerudos
De don Florentino López.
Pero ¿cómo se escapó López antes de que cayera el Imperio?
-Cuando vio venir la cosa mal, se fue a España.
¿Y qué recuerda de Almonte?
-Otro indio? Si a todos me cansé de hablarles. Era fino, sociable, eso sí; porque había otros que no sabían ni hablar?
¿Quiénes?
-Los "chinacos", porque así los nombro? Los "chinacos" de Juárez. Los indios de "huaraches chuecos"?
¿Y cuándo vio por última vez a Carlota?
-El último día que estuvo en México. Por cierto que me tocó acompañarla a despedirse de la Virgen de Guadalupe. ¿Cree usted que la Emperatriz era un año mayor que yo?
¿Y nunca tuvo aquí síntomas de que estuviera con locura?
-Nunca, ni de locura ni de nada. Siempre muy bien pero siempre muy seria?
Y de los dos ¿quién hablaba mejor el español?
-Maximiliano lo hablaba divinamente, sin el acento extranjero?
¿Y usted conoció a don José Zorrilla?
-Lo conocí precisamente en este teatro que se llamaba de Colón.
¿Y asistió usted al estreno de "Don Juan Tenorio"?
-Precisamente, el día que se estrenó, lo recuerdo muy bien. Era una compañía regularcita, que duró algún tiempo aquí. Yo siempre estaba abonada en el teatro. Y no perdía una función. Y también oí a la Peralta.
¿Dónde?
-Yo la visitaba en su casa, en la 2da. calle de Mesones, en el número 9, allí vivía. La visitaba porque un amigo, un cuñado mío, me dijo: "Mira te voy a llevar a la casa de una señora que canta muy bien", y la estuve viendo hasta que se marchó a Europa.
¿Conoció al Padre Fisher?
-Hasta tengo su retrato. Iba mucho, mucho a Palacio, pues era muy íntimo de la familia real. Oiga usted, yo conocí a tantas personas, pero no las traté. Me acuerdo hasta de un gran "cajón" que vendía las cosas muy baratas, cosas de ropa, y que estaba por el teatro, este teatro? No lo puedo recordar. Y hasta recuerdo que una vez fue con López y vi una preciosa alfombra. Dicen que aquel "cajón" era de Bazaine.
¿Y por qué daban tan barato?
-No sé; quizá por ser de contrabando?
Y usted ¿está segura de que Miguel López traicionó?
-Hasta le puedo decir de dónde sacaron los siete mil pesos que le dieron. Recuerdo que era compadre de Maximiliano, pues a un "chamaco" le pusieron de nombre Fernando Maximiliano, y después le cambiaron el nombre.
Tan lo conoció -dice la señora de Gandarillas- que mi mamá tenía una casa que era muy cerca de la de Miguel López. Las criadas me enseñaron una vez una bandeja y una jícara de oro, que le regaló Maximiliano el día del bautizo del muchacho.
-Sí, señor -añade doña Josefita- de esa casa salió el cadáver de Miguel López hacia el panteón, con solo cuatro hombres que lo iban cargando.
¿Tan abandonado quedó?
-Completamente abandonado, de todos. En una ocasión pasaba un joven pidiendo ayuda y del balcón le tiraron una moneda; pero cuando levantó la cara para ver de donde vanía, exclamó: "tengo hambre, pero de un traidor no quiero nada"?
Y a todo esto ¿no tiene alguna carta de Maximiliano?
-Todos los papeles se los di a mi hijo Fadrique y él los conservaba.
-Porque he buscado en el escalafón militar de entonces el nombre del general Florentino López, y dice el General Torrea que él no recuerda ese nombre. Y he leído también el Almanaque Imperial de 1866, en que figuran todos los que formaron la Corte y tampoco?
La charla se interrumpe. Nos despedimos. Ya en la calle Arnáiz y yo sentimos lo que se siente al salir de la leyenda para entrar en la historia. Hemos estado largo rato suspensos, dentro de una de las más amenas películas sonoras, oyendo a esta abuelita de 102 años relatar algo de lo que vio y oyó en un remoto, lejano, distante sueño?
Publicados en "Revista de Revistas en junio de 1939.