FERNANDO OCARANZA. Médico cirujano, militar de carrera e historiador, estudió en el Instituto Científico y Literario de Toluca, Escuela Nacional de Medicina y en el Hospital Militar. Nació en la ciudad de México en 1876 y después de realizar sus estudios se desempeñó como director del Lazareto de Churubusco. Sus primeros servicios los desempeñó ayudando a los yaquis en la campaña que se había orquestado en su contra atendiéndolos en varios hospitales militares.
Retirado del ejército incursionó en la carrera política en Guaymas, Sonora. En el momento más álgido del movimiento revolucionario, en 1915, ejerció en pleno sus conocimientos como cirujano en la Cruz Roja y el Hospital General en la capital de la República en donde se desempeñó como catedrático de fisiología, biología y clínica.
A partir de 1916 dirigió un movimiento de avanzada en la Facultad de Medicina convencido de la necesidad de encauzar el pensamiento de los profesores y alumnos de dicha dependencia universitaria por el rumbo de la fisiología. A través de sus lecturas y meditaciones se dio cuenta de que el signo de la medicina de su tiempo debía cambiar. Producto de sus conjeturas fueron tres libros fundamentales: Lecciones de biología general (1925), Fisiología general (1927) y fisiología humana (1940).
Fue secretario de la Escuela de Medicina de 1921 a 1923 y director de la misma de 1924 a 1934 y ejerció la docencia también en la Facultad de Filosofía y Letras. A sus trabajos sobre medicina y su enseñanza, Fernando Ocaranza unió su interés por la historia de México y en especial la de la época colonial. De ellos destacaron: Juárez y sus amigos (1930); Capítulos de la historia franciscana (1934); El imperial Colegio de Indios de Santa Cruz de Santiago Tlatelolco (1934) y Crónicas de las provincias internas de la Nueva España (1939).
La Universidad reconoció sus méritos nombrándolo miembro de la primera Junta de Gobierno que tuvo la institución, nombrándolo además "Doctor Honoris Causa" en 1949. De sus experiencias personales surgieron las obras La novela de un médico (1940) y La tragedia de un rector (1943). Durante su vida demostró, de palabra y de obra, su desdén por la política, el amor a su biblioteca y su laboratorio. Su vida concluyó en 1965.
FERNANDO OCARANZA. Médico cirujano, militar de carrera e historiador, estudió en el Instituto Científico y Literario de Toluca, Escuela Nacional de Medicina y en el Hospital Militar. Nació en la ciudad de México en 1876 y después de realizar sus estudios se desempeñó como director del Lazareto de Churubusco. Sus primeros servicios los desempeñó ayudando a los yaquis en la campaña que se había orquestado en su contra atendiéndolos en varios hospitales militares.
Retirado del ejército incursionó en la carrera política en Guaymas, Sonora. En el momento más álgido del movimiento revolucionario, en 1915, ejerció en pleno sus conocimientos como cirujano en la Cruz Roja y el Hospital General en la capital de la República en donde se desempeñó como catedrático de fisiología, biología y clínica.
A partir de 1916 dirigió un movimiento de avanzada en la Facultad de Medicina convencido de la necesidad de encauzar el pensamiento de los profesores y alumnos de dicha dependencia universitaria por el rumbo de la fisiología. A través de sus lecturas y meditaciones se dio cuenta de que el signo de la medicina de su tiempo debía cambiar. Producto de sus conjeturas fueron tres libros fundamentales: Lecciones de biología general (1925), Fisiología general (1927) y fisiología humana (1940).
Fue secretario de la Escuela de Medicina de 1921 a 1923 y director de la misma de 1924 a 1934 y ejerció la docencia también en la Facultad de Filosofía y Letras. A sus trabajos sobre medicina y su enseñanza, Fernando Ocaranza unió su interés por la historia de México y en especial la de la época colonial. De ellos destacaron: Juárez y sus amigos (1930); Capítulos de la historia franciscana (1934); El imperial Colegio de Indios de Santa Cruz de Santiago Tlatelolco (1934) y Crónicas de las provincias internas de la Nueva España (1939).
La Universidad reconoció sus méritos nombrándolo miembro de la primera Junta de Gobierno que tuvo la institución, nombrándolo además "Doctor Honoris Causa" en 1949. De sus experiencias personales surgieron las obras La novela de un médico (1940) y La tragedia de un rector (1943). Durante su vida demostró, de palabra y de obra, su desdén por la política, el amor a su biblioteca y su laboratorio. Su vida concluyó en 1965.