HABLANDO CON EL HOMBRE QUE RECIBIÓ EL MENSAJE A GARCÍA
Diálogo con JOSÉ ANTONIO FERNÁNDEZ DE CASTRO En el solario de la Embajada Cubana -a la hora en que el café y el ron necesitan la grata compañía del tabaco- el embajador García Vélez departe conmigo, interponiéndose discretamente Fernández de Castro, a quien debo este nuevo exquisito amigo cubano. Transcurren las evocaciones, se tiñen del sol isleño tamizado en aire de México los comentarios sobre días y hombres que ahora nos parecen mitológicos. ¡Tantas cosas!, ¡Tanta luz vertical estremeciendo el otoño elegante de este diplomático que juega al deporte con la vida y que se da el lujo de tener su biblioteca repartida entre Washington, La Habana, Santiago de Cuba y México!
El general don Carlos García Vélez, el hijo del ilustre Calixto García prócer de la independencia cubana, elástico de juventud, radiante de memoria, en su encalmado ambiente de otoño que le da dichas de plenitud acelerándole el pulso en la conversación cuando los temas son desafíos a su amenidad evocadora, impávido, mi primera pregunta:
¿Y el mensaje a García fue encontrado?
García, su padre, estaba alzado en armas en la manigua, luchando contra la dominación española. De pronto, el Presidente de los Estados Unidos, ya resuelta la guerra con España, le dice a uno de sus edecanes: "Tome esta carta y entréguesela a García". El edecán no preguntó más y salió en busca de García; pero ahora, ya muy viejo, el mensajero asegura que no llevó carta general del ilustre, sino un recado verbal del Presidente.
-Tengo que ir a la Habana a buscar entre mis papeles. Ese hombre negó que hubiera tal mensaje y dice que lo llevaba en su cabeza como si fuera un plano. Pero el mensaje recibido yo: era una cartita, una carta de presentación, de identificación. El hombre tenía que llevar algo. Porque eso de "tome usted esta carta y entréguesela a García", da a entender que había una carta que tiene que aparecer. Y fue a buscar a García; la verdad es que primero fue a la Delegación de la Revolución cubana, en Nueva York; esta lo mandó a la subdelegación en Jamaica, y ésta lo puso en el bote nuestro que hacía travesías semanales, con marinos cubanos; y desembarcó en Cuba y me lo trajeron, y yo se lo lleve a mi padre. Yo no he querido destruir la historia pintoresca que ahora cuentan porque es una historieta muy hermosa. Jamás he replicado nada. Las rectificaciones son inútiles, porque el que lee el ataque no lee la rectificación o viceversa.
¿Y en qué año fue?
-En 1898.
Y a García, ¿por qué lo buscaban?
-Porque había que ponerse de acuerdo para buscar la cooperación de las fuerzas cubanas.
¡Calixto García!
-Fue un hombre extraordinario -dice su hijo orgulloso, sabiendo que dice la verdad- un hombre competente que tenía una preparación que no tenían otros que habían viajado mucho; que había estudiado mucho. Estuvo cuatro años en un calabozo de España y en esos cuatro años se dedicó a estudiar.
¿Y a publicar usted algo sobre él?
-Esa es la lucha que tiene hace tiempo José Antonio conmigo. Porque no se puede decir toda la verdad y para decir lo que no es la verdad, mejor no. Los jóvenes lo harán.
José Antonio Fernández de Castro, que propicia esta conversación, insiste en que don Carlos García Vélez debe publicar el archivo de su padre.
¡Cuántas cosas debe saber usted sobre aquellos días terribles!.
-Al principio distribuían las proclamas, organizaba logias. Y estuve en la guerra. Recuerdo que di a conocer en pleno Ateneo de Madrid el Manifiesto de Montecristi en 1895. Y estuve en la delegación de la Revolución en Nueva York, en un puesto muy modesto -descifrador de cables- y después embarqué en una expedición que naufragó. Nos salvamos milagrosamente. Volví a embarcarme en otra y las autoridades norteamericanas nos tomaron presos. Me escapé y puede llegar en la tercera intentona y ya me quedé allá, en Cuba. Antes habíamos pasado los mayores peligros en la Manigua, pues desde que yo tenía dos años expulsaron a toda mi familia, al campo insurrecto primero, y luego al destierro. Una lucha implacable desde la quinta generación. De ahí nos derramamos por los Estados Unidos y mi madre tuvo que trabajar para darnos de comer. De vez en cuando nos ayudaba en las Juntas Patrióticas de Tabaqueros. Y así me crié yo. En una ocasión mi padre -en la Guerra Grande- estaba cercado y se disparó una bala en la boca y le salió por la frente. Tuvo que aprender a hablar de nuevo. La bala le rompió la mandíbula, le perforó el paladar detrás de la nariz y le salió por la frente, una trayectoria maravillosa. Aprendió el francés, el inglés y daba clases, y cuando le dieron Madrid por cárcel, con eso se mantenía la segunda vez que lo capturaron y después volvió a la Guerra del 95 y estuve Jamaica y en los Estados Unidos.
¿Y en donde murió?
-En Washington. Fue a una comisión de la Asamblea Revolucionaria para negociar un empréstito con qué pagar al ejército cubano. Murió muy joven, a los 59 años en 1899.
El general García Vélez, al hablar así se siente remozado en sus setenta años, tan sólidos, tal agiles, enorgullecido de ser todavía alpinista que huye de las ventanas cerradas, del abrigo, del confort que desdeñan los adoradores del frío y de la nieve.
-A eso se debe muy buena salud. Y aquí he llevado una vida de lucha. En Madrid por ejemplo, fui dentista y de los buenos. Lo digo sin modestia porque ahora no tengo pretensiones de vivir de esa profesión. Fue el fundador de la primera revista de Estomatología que se publicó en idioma español y eso fue en 1894, y así se hace constar en un libro que se está publicando sobre los precursores de la ciencia estomatológica en el mundo, y en el que ponen a Magitot en París y a García Vélez en Madrid.
¿Y cómo van los papeles de Heredia?
No era impertinente la pregunta porque las memorias de José María de Heredia fueron encontradas hace poco por Arturo Arnáiz y Freg, el notable investigador mexicano que tanto tiene que enseñar a muchos maestros aquí y allá. Este hallazgo es sensacional no sólo para las letras de Cuba sino para las de América sobre todo en vísperas de nuestros preparativos para solemnizar el primer centenario del poeta del Niágara y el Teocalli de Cholula.
-Los papeles de Heredia van muy bien. Y la embajada los publicará. Todo depende ahora del joven Arnaiz. Es algo notable este muchacho. Y el talento que tiene para la búsqueda de los documentos que hacen luz, que orientan. Porque eso ya es de hombres avezados, eso se adquiere después de los 50 años. Pues amigo, yo estoy en el ocaso de la vida y no me gusta remover papeles viejos. Es una laguna un poco Estigia.
¿Y el trabajo que sobre Martí ha preparado Camilo Carranca y Trujillo?
-La Embajada está lista para contribuir a publicárselo. Todo depende también de él.
Suena la conversación, paulatina, rondadora de recuerdos, punzando nombres que van y vienen por ella como por la trama sutil de una red al sol. De súbito se colora una emoción, se escurre un comentario. El General García Vélez, que hizo sus primeras armas diplomáticas en 1902, habiendo sido el primer ministro de Cuba en México, es actualmente el decano de los diplomáticos de su país. Y vaya que le han ocurrido peripecias dignas de que las contara en un libro tan sabroso, tan ducho como su conversación. ¡Buenos Aires, Washington, Londres! Y su incidente con el secretario de Estado Knox. Y su aventura de rebelde cuando Estrada Palma quiso perpetuarse en el poder. Y los pronósticos que hizo a su Gobierno desde México, sobre las vísperas de la revolución que derribó a Díaz.
-¡Que el movimiento más hermoso el de los Veteranos de Cuba en 1924! Si hubiéramos triunfado nos habríamos evitado tanta sangre y tanto disgusto; pero en nuestro pueblo no se puede hacer nada por la persuasión. Parece que siempre tiene que haber sangre, machete, ametralladora. Por eso no creo en la evolución, únicamente en la evolución biológica.
-Cuando estuve arreglando el Archivo de la Embajada -nos hace notar Fernández de Castro- he conocido los informes del general al Gobierno de Cuba en que preveía la revolución de 1910 en México. Son documentos de un valor incuestionable.
-Sucede que yo trataba continuamente al general Díaz y estaba bien informado de muchas cosas no sólo entre los diplomáticos sino entre otras gentes, y luego que hay que estar alerta para contar con buena información. Yo estoy de duelo ahora porque Fernández de Castro se va de México. Fuera del cariño que yo le tengo, pues se conoce a todo el mundo aquí; él me ha facilitado mucho la labor, se pone al habla con los funcionarios mexicanos, pero la carrera diplomática es así porque lo trasladan a uno de una ciudad a otra a veces con una simple orden telegráfica.
-José Antonio se ve muy bien en las tres ocasiones que ha estado aquí, todo lo que se le ha estimado y se le quiere- subrayó.
Y el embajador asiente cuando hago esta afirmación. Porque él también es testigo de que Fernández de Castro ha hecho en México una de esas labores en que el diplomático, el hombre de letras y el hombre de mundo han estado en íntima alianza, percibiendo los más íntimos latidos espirituales, relacionándose con todos los escritores y artistas que tratan de expresar el mensaje de México, de condensarlo en voces diáfanas. Fernández de Castro ha servido a los cubanos y a los mexicanos con la devoción de quien respira a pulmón pleno en el aire de la historia común de los dos pueblos; y mientras interrumpe sus investigaciones sobre gentes de Cuba que han pasado por México dejando huella perdurable, lo hemos visto haciendo acto de presencia -siempre con su esposa o con "El General" como llama a su Embajador- , en todo lo que significa expresión de nobleza auténtica, en exposiciones, en conferencias, en tertulias, siguiendo la pista de las ideas, pulsando las inquietudes y siendo siempre el cubano, que era antes de ser diplomático, el hombre atento a las mínimas vibraciones del pensamiento y la sensibilidad en nuestros pueblos. A última hora sus afanes han encontrado un motivo más para que su cultura se rebele en una novedosa síntesis: un libro sobre los negros y para ello ha tenido que remover documentaciones inéditas, que desempolvar manuscritos, periódicos, folklore, paisajes estéticos y que sentir el contenido rumor de la subconciencia de esa raza que, cuando aflora en el canto o en la onda plástica, deja transparentar la riqueza de una emoción que ha dado calosfrío a la lírica de América en Langston Huges -su amigo el gran poeta norteamericano que ha sabido interpretar en español-, o se expresa en la torturante querella de un José White y en las melodías insulares que Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, Regino Pedroso y José Zacarías Tallet, han divulgado con una pasión que se hace pleamar ceñida de luceros. Y esto sin abandonar ninguno de los deberes de su cargo.
-Viene Eusebia Cosme y siento mucho que no llegue antes de que yo me vaya de México.
Lo sentimos también todos los que en Fernández de Castro admiramos al guía inteligente que gusta de señalar caminos y de vincular amistades. Pero su ausencia no será por mucho tiempo, porque aunque la diplomacia lo lleve hacia otros países, sus libros, sus cartas, lo tendrán siempre atento a todo lo que sea eficaz para que Cuba y México sostengan el viejo y equidistante cariño. Pocos pueden como él, sentirse con la satisfacción del cumplido deber, y pocos los que hayan construido el perdurable efecto que se apoya en la defensa de aquellos valores que el sol de Cuba manda México en la palabra escrita y en el limpio ademán, y que en México se aquilatan hechos, canción para decirnos lo que es la isla que es lujo en los jardines del islario.
Publicado en "Revista de Revistas" en marzo de 1936.