EL ALEMÁN LEICHT, HISTORIADOR DE PUEBLA
Diálogo con HUGO LEICHT MEYER Cuarto centenario de la ciudad del mono y el perico, pero también de las mujeres y de las campanas. El doctor Hugo Leicht no ha concluido aún su libro "Las Calles de Puebla", después de cinco años de labor de araña y, como cada día le aporta nuevos datos, hay que apresurarse a publicarlo. Nada de cuentos de viejos que fuman tras las bardas, ni de imaginaciones sietemesinas, ni de pretender emular a Ricardo Palma, el de las tradiciones limeñas. Leitch, como buen alemán, prefiere el buen lúpulo y por eso atrapa la noticia, le saca toda la fibra al documento y al margen pone las notas, las cifras, las señas bibliográficas con una heroicidad que nos recuerda a don Esteban de Antuñano, el héroe de la industria fabril poblana.
Nos presenta Eduardo Gómez Haro. Y va de charla. Y saltan los recuerdos, y las poblanerías y mis amigos remotos, y el Mesón de Sosa en que me hospedé por vez primera. El doctor Leicht, ex Director de aquel Colegio Alemán, pone un ejemplo a seguir: es uno de los extranjeros que aman a México de veras, con hechos y también con palabras. Pero con palabras que han ido colocando en forma de piedras broncas para este altar de erudición en que su cariño a la ciudad policromada tiembla con luces de candil.
Mi pregunta estalla:
¿Por fin, fue en abril o fue en septiembre de 1531?
-Había trabajos para hacer la ciudad desde el 30 de marzo. Antes del 14 de abril llegó el licenciado Salmerón.
¿Don Pedro Salmerón?
-Don Juan de Salmerón, presidente de la Audiencia antes de la llegada de Ramírez de Fuenleal, fue a nombrar las autoridades. Se sabe esto por el cronista Herrera.
¿Éste Salmerón es el que fue Gobernador de Castilla del Oro?
-El mismo. Es todo lo que sé.
¿Y por qué no pide a Colombia o a Venezuela noticias para saber más de su biografía?
El doctor Leicht sonríe pérfidamente. Es que entonces el libro se saldría de las calles. Aunque las calles permiten acceso fácil a las casas.
-Ya es bastante con lo que he revisado. Los 70 libros documentales desde 1586 hasta fines del siglo pasado; los expedientes en el Ayuntamiento, en la Catedral y en las parroquias; las escrituras de casas; las bibliotecas particulares, y luego, aquí en México, en el Museo, en el Archivo General, en Relaciones.
Los dueños de las casas, muy desconfiados para prestarle las escrituras. Lo primero haberse ganado su confianza. Fue lo que hizo el doctor Marroquí, al historiar la ciudad de México. Sólo que Leicht ha hecho una obra que excede en amplitud.
¿Por cuál de las dos iglesias catedrales se decide doctor? ¿México o Puebla? ¿Águila o ángel?
-Le estaba hablando de los dueños de casas. Uno de ellos el licenciado Pérez y Salazar.
¿La más antigua?
-La más antiguamente habitada por la misma familia. Se la ha considerado erróneamente, Casa del Antiguo Obispado. Data de la primera parte del siglo XVI. Fue la casa del Deán Torres de la Plaza.
Me explica las dificultades que ha tenido que domeñar, las amistades que le han servido de paracaídas, el apoyo de algunos poblanos que se enorgullecen de serlo, entre otros Luis Sánchez Pontón. Y también el método que ha seguido en sus pesquisas, explorando todos los recovecos de historia, afinando el bronce con la mezcla de la plata fina, para que esta campaña sea, de verdad, poblana.
-El más curioso hallazgo -me dice- fue la historia de las caleras. Pero ya es preciso terminar. Es necesario dejar algo para otros?
Motolinía se nos aparece en un claro-oscuro de las evocaciones. Y me preocupa saber de dónde procede el error de considerarlo uno de los fundadores.
-Es el primero que habla de la fundación de Puebla y da una descripción de un acto en que dice que estuvo presente. Pero no se puede probar que tomara una participación especial, tratándose de los franciscanos.
La tarea del doctor Leicht al aclarar los orígenes de nombres de las calles poblanas, ha sido ardua, procelosa. En el siglo XVI las señalaban con nombres de vecinos de pro. Después fueron yuxtaponiendo nombres a nombres y al dar su aldabonazo la Independencia las calles "reales" pasaron a ser "imperiales" y más tarde "nacionales". ¿Y después? Todo un laberinto de palabras. Calles de América en vez de España. Y a los nombres de próceres, sucedieron los de los gobernadores, de los generales. En los planos de la ciudad aparecieron erratas de cuantía: de "la Compañía" en vez de "la Cañería" del "General Arteaga" en vez de "la Atarjea".
-Los nombres populares -me dice- no tiene raíz en leyendas o sucedidos. Sí quedan algunas ficciones literarias del siglo pasado metidas en algunas de esas leyendas. Le voy a contar algo que vale la pena.
Y el doctor Leicht, entrecerrando los ojos, prosigue:
-A la calle de la Obligación la llamaban así porque en ella estaba la oficina del "obligado" (el que tenía que abastecer de carne a la ciudad). Cierto literato inventó una historieta parecida a la del doctor Fausto, en la que el vecino vendió su alma al Diablo, firmando para ello una "obligación". Y más tarde, un licenciado pidió al Ayuntamiento, consiguiéndolo, que la calle se llamara de "la Libertad" ya que estamos disfrutando de esta?
¿Y el mole de guajolote, doctor? ¿Fue una invención de las monjas de Santa Rosa, como dice Carlos de Gante? ¿O una invención del Diablo para perder a este?
-No crea ni lo uno ni lo otro. Lo que hay de cierto es que el autor de ese relato vio azulejos en la cocina del convento y tuvo la ocurrencia de guisar allí la famosa vianda?
Lo cual no será óbice para que el próximo 29 de septiembre, día de gala en Puebla, al doctor Leicht y a mí nos invite Carlos de Gante a tomar el "mole" en su casona, como para reconciliar una querella de historiadores ante un plato de rechupete y de leyenda.
Publicado en "Revista de Revistas" en mayo de 1931.