EL HOMBRE QUE ESCALÓ EL EVEREST
Diálogo con JOHN NOEL He charlado con uno de los exploradores ingleses que, por vez primera, llegaron al Tíbet, en Asia, con permiso especial del Gran Lama y que ascendieron a la altura maravillosa de 8,845 metros sobre el nivel del mar, escalando el Everest, la cumbre más empinada de la cordillera Himalaya. Se trata del capitán John Noel, ilustre fotógrafo, alpinista intrépido.
Lo conocí en la residencia de la gentilísima dama americana que tuvo la amabilidad de presentármelo. El capital Noel es un caballero de cultura pulquérrima, modales sobrios, conversación cautivante. Mientras nos hacía el relato de sus acepciones a la más alta cumbre de la tierra, sus palabras fluían en murmullo lento de vocaciones, todo lo contrario del ruido de los grandes vendavales que forjan la sinfonía eterna del infinito sobre aquellas alturas que, a pesar de haber sido escaladas y medidas, se nos antojan de leyenda.
Hablando con el capitán Noel me ponía a pensar en la sorpresa que ha de haber producido a los hombres de Europa una conversación de Hernán Cortés o de Sir Walter Raleigh cuando hablaban, en ruedo confidencial, y las cosas asombrosas que habían encontrado en el mundo nuevo que les tocó en suerte descubrir y recorrer, en medio de gentes de idiomas y costumbres diversas a las de los occidentales, hallando a cada instante sensaciones extraordinarias que, por sí solas, bastaban a resarcir las penalidades de las travesías.
Se recordará que después de largas tentativas que fueron al fracaso, fue hasta 1921 cuando con la venia de Dalai Lama, una expedición inglesa alcanzó más de 5,000 metros; pero hubo de regresar sin haber logrado llegar al Everest. Más tarde -dicen los geógrafos- otra expedición corrió idéntico destino cuando procuró escalar la cordillera por el Nordeste, única fácil para el acceso, pero se detuvo en el Lhak-pa a 6,860 metros. Y fue hasta 1922 cuando una nueva expedición organizada por la Real Sociedad Geográfica de Londres y auspiciada por el Club Alpinista de aquella urbe, logró superar a todos los exploradores anteriores, culminando en el ascenso a 8,328 metros, es decir, 550 metros de la meta, la máxima altura a que las plantas humanas han podido llegar.
En esa expedición iba el capitán Noel, en calidad de fotógrafo, figurando en ella su comandante general Bruce; el coronel Etrutt, el doctor Longstaff, los alpinistas Mallory, Morshead, Sommevell y Wakefield, los capitanes Bruce y Morris y el capitán Finch que estaba encargado de las bolsas de oxígeno, que fue preciso idearse y de modo especial para poder salir con bien de la aventura.
-Eramos seis los viajeros en la primera expedición exploradora -me ha dicho el capitán Noel-; en la segunda diez, además de cien nativos que nos servían de compañeros. Íbamos a levantar el mapa geográfico del Everest, ¡maravillosa empresa! Y, sobre todo, nos sentíamos felices de haber obtenido permiso para cruzar por regiones que a muy pocos hombres les ha sido dado conocer y que tenían para nosotros el encanto de las tierras vírgenes?
¿Y cómo se obtuvo el permiso del Gran Lama?
-De eso se encargó la Sociedad Geográfica de Londres. La única condición que nos puso el celeste príncipe tibetano fue que no nos separaramos de la ruta que nos trazaron los guías y que, por ningún punto, sin pretenderlo siquiera, fuéramos a internarnos en parajes que tácitamente nos fueron vedados por dichos guías. Así lo hicimos. Es algo difícil de ser narrado en una simple entrevista. Sobre todo eso se han escrito libros y hasta hay uno en español por un señor Aguilar. También el "National Geográphical Magazine", de Washington, publicó la crónica de nuestras aventuras.
El capitán Noel, durante su relato, sin hacer alarde, lo más sintético posible, me fue contando algunas de las peripecias de lo que les acaeció. Fueron dos semanas de andanzas desde el último lugar habitado que está al pie del Everest. En torno de ellos era la soledad, el silencio que parecía del otro mundo, la nieve fantástica formando espectáculos de maravilla.
-Para un escenógrafo aquello ofrece horizontes fascinadores, montañas y lagos de imponderable belleza y la vasta soledad que hacía más vasto el ruido de las avalanchas en los abismos. Parecía que estuviéramos en otro planeta, tan lejos de la tierra estábamos? Con el salvoconducto del Gran Lama pudimos atravesar regiones completamente selladas antes a los hombres. De vez en cuando se nos aparecían los monasterios en que los sacerdotes tibetanos viven entregados totalmente a la oración, a la meditación, al éxtasis. Unos monasterios de rara y milagrosa arquitectura, construidos dentro de la belleza de las cumbres y adquiriendo formas que continuaban los perfiles de la cordillera.
¿Y cómo se hacían entender?
-Ninguno de los nativos que nos acompañaban conocía el inglés. Pero utilizábamos el servicio de los intérpretes. En el Tíbet se hablan dos idiomas: el de los sacerdotes que es de difícil acceso a los simples mortales, y el de éstos. Ni más ni menos que lo que sucedía en el antiguo Egipto. No se me olvidan los colores del cielo y de aquellas montañas desnudas?
El capitán Noel me hizo la advertencia de que al pie de la cordillera viven dos millones de habitantes, que llaman al Everest con este epíteto singular: "La madre del mundo". Cincuenta lamas (sacerdotes), están en la soledad más abstinente, entregados a las meditaciones insólitas, retirados en lo absoluto de la vida y sus vanidades. A nadie hablan desde el momento en que se han consagrado al sacerdocio. Creen en la reencarnación y atribuyen todas las desgracias que sobrevienen en el mísero planeta que habitamos a los pecados que los hombres cometen. Consideran que hay varios siglos por lo que deben pasar las almas en una metamorfosis de purificación, y que los que llegan al último han logrado la santidad, están en la gracia de lo perfecto y esas son las almas que dirigen a las otras hacia la conquista del bien y la belleza. Los eremitas se remontan a vivir entre la nieve.
Y cuando le pregunté si aquellos sacerdotes se dedican a hacer el bien en la tierra, a cuidar de los huérfanos, de los mendigos, de los desamparados, en una palabra a hacer servicio social, el capitán me contestó que su religión es egoísta: una derivación del budismo, pero transformada por el medio, por el tiempo, por tantas circunstancias que modifican las religiones. El Gran Lama es el sumo sacerdote, el Pontífice de esa religión; el Dalai Lama reside en Lhassa, en un edificio de extraordinaria belleza llamado Putalá. Hace dos mil años el budismo llegó a la India y de allí ascendió hacia el pie del Himalaya. Buda, el gran espíritu, hizo así su aparición entre los tibetanos. Y, en los muros de los monasterios, los artistas dejan lo más selecto de su genio, lo mismo los escultores, los tallistas, los mosaicistas, los orífices.
Me contó el capitán Noel que la gran altiplanicie por donde anduvo durante la expedición memorable, tiene 1,500 km de superficie, y que cuando el aire está claro se puede ver admirablemente al Everest, a una distancia de 45 km.
En uno de los grupos que me dio a conocer, tomándolo de su álbum fotográfico, están dos compañeros de viaje que fueron atacados de violenta enfermedad al hacer el descenso. En la siguiente excursión fueron siete los muertos, a causa de una avalancha; y en la tercera, cuatro. La mayor parte de los que sucumbieron fue por congelamiento, nuestros amigos quedaron congelados como si fueran estatuas -agregó-. Pudimos verlos desde abajo por medio del telescopio que llevábamos. Porque, además de levantar el mapa del Everest, de tomar fotografías y de hacer varias mediciones cuyos datos son hoy de gran utilidad a la ciencia geográfica, se hicieron algunas observaciones astronómicas de mucha importancia.
-De todo eso dimos cuenta a la Real Sociedad que nos envió. Fue la tercera ascensión la más notable en resultados porque las dos primeras fueron simples exploraciones.
De los peligros enormes que tuvieron que afrontar los expedicionarios, nada fueron los que se les ofrecían en los desfiladeros a pesar de las excelentes pértigas que llevaban y de los magníficos guías, sino los accidentes de la respiración. El corazón trabajaba de manera brutal. Fue necesario llevar aparatos que se construyeron especialmente acondicionándolos con tubos llenos de oxígeno para poder disminuir las fatigas. Aquello ya no es alpinismo; es algo más serio? Cuando regresamos -dijo- a la base de la Gran Madre del Universo, nos sentíamos físicamente deshechos; pero la fruición de nuestros espíritus se había desbordado contemplando paisajes que para nuestros ojos eran increíbles.
Cuando pregunté al capitán Noel sí sería fácil ahora llegar a aquellas cumbres por medio del avión, nos contestó que no lo era, pues en una conversación tenida a este propósito con el coronel Lindberg, en esta capital, éste fue de parecer que se puede volar sobre el Himalaya pero el aterrizaje no puede hacerse porque no hay donde, y por otra parte, hay que luchar duramente con los grandes vientos que merodean en aquellas alturas.
Lo que también es difícil para un periodista es captar, en una reseña como ésta, todos los detalles que el capitán Noel refirió en la charla. Fue necesario hacerle que pisara un poco menos alto sobre el nivel del mar e invitarlo a que remontara el Popocatépetl o el Ixtaccihuatl -éste lleva nombre femenino, "Mujer Dormida", como entre los tibetanos- y me declaró que haría esas ascensiones, y que también le interesa muchísimo trepar al pico de Orizaba y al Jorullo. Después de haber ascendido a 8,845 metros sobre el nivel del mar, los 4,190 del Ixtla le serían un recreo para los tendones, una fiestecita para las pupilas. Pero siempre es algo, señor capitán. Sobre todo para quien ya puede decir lo que Simón Bolívar, cuando después de subir hasta dónde llegaron Humboldt y Lacondamine en su "Delirio sobre el Chimborazo": "Yo venía envuelto en el manto del iris"
El capitán Noel no se preocupa por la notoriedad. Cuando se dio cuenta de que los reporteros lo buscaban como en una película en pleno ambiente mexicano, no importa lo que cueste, y tengo entendido que lo trajo de Inglaterra, expresamente para colaborar en esa obra. Y cuando Spratling me preguntó si me habían visto, pues deseaba que se les pusiera al habla con el creador de "Las bodas de Rosario" en la cual aparecemos varios periodistas, me preguntó bobaliconamente:
¿Sabe usted que el fotógrafo es el capitán Noel, nada menos que uno de los hombres que ascendieron por vez primera al Everest?
Mi sorpresa no es para decirla. Salí a la calle en busca de Noel y fue en un té de las cinco, al que asistió el Marqués de Guadalupe, insigne deportista mexicano en donde a nuestras anchas hablamos de lo que ya referí.
-Usted naturalmente -dijo el marqués- ha de ser ducho en el "golf" y en el polo; pero en una cosa no le cedería el puesto: el tiro al blanco. Yo aprendí la técnica en el manual de un inglés a quien tengo por la más alta autoridad en la materia: el capitán John Noel.
-Servidor de usted- respondió el capitán.
Todos reímos del incidente. Es que el marqués no se había fijado en el nombre de su interlocutor cuando se lo dijeron al presentarse. Así andan las cosas por acá.
Publicado en "Revista de Revistas" en agosto de 1933.