EL CAMARADA CRANE A LA INTEMPERIE
Diálogo con HAROLD HART CRANE A Hart Crane, el poeta de "The Bridge" y de "White Buildings" le he conocido en un furioso anochecer de mayo, luciendo un traje de marino francés, en la perfecta majestad imperial del Puente de Brooklyn, me lo presentó Walt Whitman, más acá del grito de un canto estentóreo.
Después nos encontramos en un rincón de Mixcoac, antonomasia de Primavera, y hemos paseado por la Avenida Madero entre el pavor de las farolas eléctricas, mientras el arremolinaba los transeúntes con el escándalo de una magnolia en la solapa que hacía desaforarse épicamente el rojo del suéter.
Hemos pasado sobre las huellas de los barcos: Nueva York, el Cabo Hatteras, la isla del Gran Caimán, el huracán de Cuba en 1926 que se llevó la hacienda de su abuelo en la isla de Pinos. Las carcajadas felices del poeta se detienen, haciendo la biografía pintoresca de algún episodio entre la pompa verde de un cocal.
-He sido estibador en un muelle, agricultor, reportero del diario, mecánico, empleado de librería, y sólo pude hacer la educación preparatoria.
Y ahora en México, pensionado por la Guggenheim Fundation, para estar aquí un año entregado a sus poemas. Los Estados Unidos envían al gran poeta joven a la América de los líricos; los Estados Unidos, mecánicos estandarizados, materialistas, ¿qué más?
-¡Ah "imperialistas!"
-¿Conoce usted -me dice- los poemas de Eduard Cummings? Lea " Portrait XII". Little ladies more than dead exactly dance in my head".
El fascinante poema irrumpe en la residencia rústica de Crane con un aire pausado de saudades. Los ídolos aztecas de la colección de Spratling que se han quedado en poder del poeta, gozando de vacaciones, danzan como mujercitas bien muertas a perfección en nuestras cabezas atarantadas de júbilo.
Crane revuelve sus recuerdos: fotografías con nombres que se truncan, torzos de hadas, Whitman a la edad en que escribió "Calamus", y las revistas en que ha colaborado: "The Dial", "Double Dealer", "Brown", "Little Review", "Poetry" etcétera.
-Y diez años en Nueva York. Aquí estaba mi cuarto -exclama enseñándome la fotografía-hacia el Puente de Brooklyn. ¡Oh maravillosos días!
Me regala un ejemplar de "The Bridge", edición de Horace Liveright, con una fotografía de Walker Evans que refleja toda la arquitectura dinámica del monstruo fluvial sobre cuyas osamentas de acero pasan las muchedumbres semiaéreas.
-Este poema -subraya- fue apadrinado por Otto Kahan, quien es uno de los grandes animadores de las artes y las letras en mi país, por más que su patrocinio de Mecenas sea anónimo.
Alaba con gratitud, por su camaradería estimulante, a Waldo Frank, a quien considera un gran novelista, a la vez que el embajador extraordinario de los Estados Unidos en nuestra América.
¿Y ahora?
-Preparo otro libro de poemas que llamaré "Key West".
En un año se está llenando el cartapacio con esquemas de cantos, de fisonomías del paisaje mexicano, de sinfónicas voces. ¿Acaso Hernán Cortés sembrando caña de azúcar? ¿Una galería con pinturas murales?
-Iré a dónde hay que ir: vengo de Taxco, y voy para Guanajuato, Guadalajara?
La risa iluminada de Hart Crane lo deja a la intemperie. Se antoja que es un muchacho que ha vivido un siglo en una ciudad que hace tiempo es saqueada por los arqueólogos, y que, de pronto, entre las ruinas, al desplomarse un friso con figuras impávidas, aparece un hombre nuevo con un canto nuevo. En sus ojos arde la llama antigua del frenesí y la ceniza de los incendios íntimos se complica en el brillo de las canas que cobran un módico interés de plata a la cabellera.
Así he visto al gran poeta Crane, en la hospitalidad de su camaradería.
Al poeta que ha merecido de Eugen O´Neil este elogio lapidario: sus poemas son profundos y penetrantes. En ellos revela, con un nuevo conocimiento y poder único, los semitonos misteriosos de la belleza que hacen vibrar a las palabras para expresar la visión.
-Un año tal vez sea poco para concluir el poema que estoy amasando con la tierra y el sol de México.
Y de pronto iza en el tope la bandera internacional de su risa, que a de bastar, a quien la distingue una vez, para reconocerlo en la pasarela de los barcos fantasmas.
Publicado en "Revista de Revistas" en julio de 1931.