ENTREVISTA CON ROBERTO MONTENEGRO
Diálogo con ROBERTO MONTENEGRO-Allá vi a don Justo Sierra, en París. Y me dijo que todas las ideas que yo tuviera no tenían que ver con las de él, no por falta de voluntad, sino de experiencia. Yo querría saber si al morir muere la conciencia del ser. Lo que yo querría en París era escuchar las canciones, ver a la Mistinguette, ir al Follies Bergere. Todo eso que parece que ya se acabó. Pero, de todos modos, tengo que volver a Paris, a Europa. Es que hay algo que no se puede perder: los templos italianos en que están las cosas de los primitivos, Florencia el camposanto de Pisa.
Mi conversación con el pintor Roberto Montenegro -gran amigo de Darío, primo hermano de Nervo, cabeza llena de sueños conversación cóncava, convexa, cristalina, cordial- se inicia en su estudio en donde casi siempre atareado, en plena juventud, a pesar de que ya la luz del sol cae vertical sobre su frente, dedicado a pintar retratos, siempre goloso de viajes, hoy a Guadalajara, mañana a Mérida.
-En "Chinatown" de San Francisco de California compré esas telas. El Doctor Atl, en su último viaje a china, se robó la biblioteca intima del último emperador y yo se la robé- dice en el vértigo de la conversación-, sabiendo que está inventando una historieta.
Y como surge el nombre del Doctor Atl, le pregunto:
¿Pero ya en 1910 había pintado?
-Recuerdo que en una barriada de Guadalajara había un muchacho, el indio Martínez, que hacia unas acuarelas muy simpáticas; pero que no tenía ningún conocimiento de la pintura. Un dia acertó a pasar por allí una yanquecita y le llamó la atención el muchacho, indagó su vida, vió la modestísima casa en que vivía y le propuso una beca. El "Indio" era amigo del Doctor Atl y de Encino, que formaban una pléyade de artistas, con Othón Aguinaga y don Eduardo Villaseñor.
¿Padre del banquero?
-No. Era otro Villaseñor. Pues bien, aquellos artistas formaban con don Felipe Castro el grupo de profesores y discípulos de pintura, hace cuarenta años.
Me enseña algunos de los bocetos de sus frescos para el Hotel del Prado; un salón para tomar el coctel en un ambiente alegre; un ballet de Petruchka; una naturaleza muerta en que aparecen la piña, el plátano y un cardenal traveseando sobre ellos.
¡Se diría que todo esto es para la Cena de 1os Cardenales!
-Ayer me hizo una teoría muy curiosa Xavier Villaurrutia sobre la palabra "disciplinado".
¿Se podría conocer?
-Dice que disciplinado es lo que está sometido a lo indisciplinado. Por ejemplo, este ramo de claveles que llevan unas gotitas de sangre?
Luego habla de la necesidad de que haya en español una buena edición de las Cartas de Plinio. Cuando Torres Bodet era Secretario de Educación le sugerí que la hiciera. Solamente son diez las cartas.
Pero veo que no sólo pintas, sino que también lees.
-Y a veces escribo, Había una familia de esas que dan funciones de teatro y yo tenía una cosa que se llama Te volví a ver y lo he dicho en casa de unos amigos. No soy dramaturgo ni escritor. Temí que la gente cabeceara mientras yo leía, pero no fué así, porque después de que leí hasta el acto tercero, les gustó y decidieron representarla en el Teatro Ideal en 1945.
¿Y el argumento en qué consiste? No conozco ese trabajo.
-Se trata de una familia provinciana cuya señora tenía sueños de grandeza y unos parientes ricos en la capital. El marido era director de rentas de un pueblo de Jalisco, pero su ambición principal era la de conocer la metrópoli, y así fué como vendieron todo lo que tenían, se instalaron aquí en un buen apartamiento, pusieron coche y con gran sorpresa el pariente rico no los recibió, sino que se marchó en avión con rumbo desconocido. Los hijos del matrimonio aprendieron a malgastar dinero y entonces vino la bancarrota. El tercer acto ocurre en el mismo apartamiento, pero ya sin muebles, porque la miseria es espantosa y acuerdan regresar al pueblo y le escriben a un hermano del marido para saber si será posible obtener un empleo; pero él les entrega su casa y su empleo y las gentes del pueblo los reciben con cariño. Por último, llega carta de don Manuel y entonces dicen: "Al aire lo que es del aire y nos vamos a comer."
Después de hablar de los pintores que escriben, excepción hecha de José Clemente Orozco, le pregunto si ha visitado ya Sudamérica.
-Fui a Buenos Aires, Chile y el Brasil. Pero sueño en conocer el Perú.
¿Como diplomático?
-No olvidar que Rubens también fue embajador, ¿y yo por qué no podría ser un simple agregado Cultural?
-Darío suspiraba por su casaca diplomática y por eso, porque no le recibieron como enviado extraordinario en misión especial, no pudo visitar la ciudad de México.
-Estas son -dice Montenegro- las ilustraciones que yo puse a unos versos de Rubén, y que se titulaban "La vida y la muerte". Por cierto que después de haberlas conocido, escribió, dedicándomelos, unos versos en que habla de Ecbatana y cuyo origen en tinta verde se me perdió. Dicen así:
Cantó con su trino y su allegro
y su stacato y són sonoro
y venían del monte negro
voz de plata y llanto de oro
"¡En Ecbatana fue una vez¡"
-He perdido el original. Anda por ahí. Lo grave es que no sé quién los ha modificado y al tercer verso le ha puesto "bosque negro" en vez de "monte negro". ¿Qué te parece mi retrato de Alfonso Reyes,?
¡Me parece formidable!
-Pues lo hice por mandato de Eduardo Villaseñor. Pero resulta que no le gustó a "Alfonso y tampoco a mi. Está muy joven en él. Aunque Alfonso en realidad no es viejo. Las gentes que no han llegado a los doscientos cincuenta años, todavía están jóvenes?
¿Cómo conociste a Rubén Darío?
-Estaba yo en París, y llegué a verle con una carta de Amado y unos dibujitos míos, y me dijo: "¡Perfectamente! Yo soy un desdichado. No tengo amigos y usted está muy jovencito." ¡Porque hay que saber que yo también fui joven¡ ... Aquella vez me dijo Rubén que volviera otro día y que 1os dibujos que le llevaba tenían mucha poesía y esa cosa medular de Beardsley, y dijo que se los dejara, y con gran sorpresa mía escribió entonces "La bailarina de 1os pies desnudos". Empezamos a ser muy buenos amigos. Otro día le pedí que me contara su anécdota de México. "No le puedo contar nada -me dijo-, porque no pasó nada." Lo que debe haber sucedido es que debe haberse puesto una gran borrachera veracruzana. Otro día, a eso de las nueve de la noche, fuí a visitarle, en momentos en que aparecía en escena Francisca, llevando una bandeja llena de unas fritangas pequeñitas, y oí a Rubén decir cosas maravillosas, unos versos que recitaba muy mal, y me suplicaba que no lo dejara solo, que tenía miedo y me quedé hasta la medianoche y se puso necio. Yo sabía muchos versos de él y se los dije bastante bien y le encantaba que le dijese aquellos que comienzan: "Yo soy aquel que ayer no más decía"? Y encontró que lo que había que hacer era emborracharse, y de pronto trajo un vino de Samos muy agradable, en unas copas para agua, redondas, y las llenaba y me pedía que tomara y? ¡claro¡ a la segunda copa empecé a sentirme ateniense y a las once ya nos dábamos abrazos y éramos hermanos inseparables. Al día siguiente yo llegué avergonzado a verle. Rubén tomo su bastón y su sombrero y nos fuimos hacia el Luxemburgo, y recuerdo que me decía que los árboles le cerraban el paso, y yo le decía. "¡Pues hay que abrirse paso!" Eso sucedió un día de 1909. Volví a visitarle los tres años siguientes.
¿En Paris?
-No, en Madrid. Vendió un piano. Le preguntaron si le mandaban su dinero en cheques o en efectivo y contestó que mejor se lo mandaran en vino y comenzaron a llegar cajas y cajas ¡y también champaña! Fué entonces cuando conocí a Leopoldo Lugones. Y recuerdo que me regaló un precioso mate de plata y uno de sus libros.
¿Y de Rubén, no tienes algún recuerdo?
-Tengo dos cartas y aquí las tienes.
Voy a copiarlas, porque no tengo noticias de que hayan sido publicadas antes.
El texto de la primera a un amigo de Montenegro, es el siguiente:
"Querido amigo: He dejado la pagoda por Brest y aquí hay más comodidad y más facilidad de comunicación. Recibí su carta y me alegro verle animado. El viaje lo haremos. Comprendo su reserva con los amigos. Indudablemente, no va usted sobre seguro, como dicen. Mas hay muchas probabilidades de éxito, y muchas veces el viaje de Jasón en busca del Vellocino se ha renovado. Yo por mi parte haré allá todo lo posible porque usted vuelva al menos contento, si no completamente satisfecho. Es claro que, como le he dicho, no tenemos nada seguro; pero a eso vamos, a ver si nos aseguramos.-Me complace que esté alli entre personas que le hagan las horas gratas.-Recibí los ejemplares del retrato. Me parecen bien. He remitido dos, a la Habana y México.-Si está aún por allí Montenegro, afectuosos saludos.- Estaré en este hotel hasta fin del verano; nos pondremos de acuerdo para vernos en París. Averiguaré salidas de vapores y demás detalles.- Sin más quedo, con todo afecto, muy suyo, Rubén Darío.- Recuerdos de Francisca. A fines de mes se va a París a dar a luz. Eso será a comienzos de octubre, más o menos cuando haremos el viaje. Y cuando venga, váyase directamente a casa- Rue Corncille y no a hotel." La otra carta, dirigida a Montenegro, dice así: "Mi querido amigo: Aquí me tiene Ud. de director de revista y de 1a revista que rodos soñábamos fuerte y bella en pleno París. Es el momento en que nuestros esfuerzos pueden contribuir a esta empresa que hará conocer todas nuestras manifestaciones intelectuales en el mundo entero. Será presentada con la mayor belleza y elegancia, mi querido amigo; y prosas y versos serán ilustrados por dignos artistas.-Espero que Ud. nos enviará su colaboración que será remunerada por de pronto conforme con los grandes sacrificios que han tenido que hacer los propietarios de nuestro magazine. Dándole las gracias anticipadas, quedo siempre su amigo. Rubén Darío."
-Por aquella época conocí a don Justo Sierra, también en París -agrega Montenegro-. Era un hombre encantador, hechicero.
¿Y al Doctor Atl?
-Creo que llegó a París en 1908. No lo recuerdo muy bien; pero eso no importa. De lo que sí me acuerdo es que estaban allá entonces Nervo, Luis Quintanilla -el padre del embajador mexicano-, Urueta y no sé quién más.
¿Y cuándo hiciste tu aparición en la ciudad de México?
-Yo vine en 1904. Tenía yo un empleo en el que ganaba treinta pesos mensuales, que me permitían muy bien estudiar, y por cierto que me sobraban tres para derrocharlos. Tenía yo no una estrella en la mano -como dice Rubén-, sino todo el firmamento. Obtuve una beca. Estudié con Fabrés. En la Revista Moderna de Valenzuela se habla de los premios.
¿Pero cuando empezaste a fijarte en los temas mexicanos?
-En París. Hay que ver mis aguafuertes de 1919. Hay un libro, Aguafuertistas, por? ¿cómo se llamaba aquel escritor? ... ¡Ay, Dios mio¡ ¡qué memoria! ¡Aquél de la compañía con Catalina Bárcena!
¡Se llamaba Gregorio Martínez Sierra!
-Hay que ver también mi "Clavileño" en Lecturas para niños.
¿Y la primera pintura mural?
-Es la que todavía puede verse en uno de los muros de la Hemeroteca Nacional. Se trata del Arbol de la Vida; es muy decorativa, pero el tiempo y 1os retocadores la han convertido en otra cosa. Vino la demagogia política. Pero, ¡no importa¡, lo que vale sigue valiendo. El buen espectador siempre ve la buena pintura. Yo creo que la verdadera pintura nada tiene que ver con la política. Yo soy partidario de la poesía pura en la pintura.
Interrumpo mi charla con Roberto Montenegro para proseguirla otro día, porque en los momentos en que la redondea, le llaman por teléfono comunicándole que le esperan en el aeródromo, rumbo a Mérida.
Entrevista original, Fondo Rafael Heliodoro Valle, ERHE Expediente 179, 1946.