CONCHA MELÉNDEZ, DOCTORA EN LETRAS
Diálogo con CONCHA MELÉNDEZ Días antes de su retorno a Puerto Rico la conocí en el chocolate de despedida que le dio Isabel Estrada, una de lasd indias más hermosas e inteligentes de que se tiene noticia. Tan hermosa que el fotógrafo Márquez le ha hecho uno de sus mejores poemas en sepia y en negro, y tan inteligente que tuvo el tino de reunir, en esa velada, a gentes que, por su ironía, su cultura, su cortesía, son la voz y el ademán del México paradógico: Alejandro Gómez Arias, Andrés Henestrosa. Gentes de México, de las que se saben entender, debían dar a Cocha Meléndez la emoción que la haga volver a esta tierra que la ha retenido sólo un año.
La primera doctora en letras que se ha graduado en la Universidad de México es esta portorriqueña que nos habla de su isla con un fervor sosegado y un gran afán de darla a conocer en lo que más vale, en su afianzamiento paulatino de la tradición hispánica, única arma que puede servirle para mantener invicta la personalidad. Su tesis "La novela indianista hispanoamericana" del 30 al 89, le valió el unánime dictamen de hombres de letras qué sin ser doctores, se han quemado las pestañas estudiando algunos problemas de historia literaria, de bibliografía y de crítica.
-Debo regresar a Puerto Rico para tomar parte en los cursos de Verano de aquella universidad. Pienso dar una serie de conferencias sobre literatura mexicana. He reunido muchos materiales para un estudio del siglo XVII.
DE pronto nos habla con orgullo de su Universidad, de la excelencia de los estudios hispanistas que en ella se fortalecen día a día, gracias al núcleo de catedráticos ?buen sueldo, íntegra labor para la Universidad, que diferencia? y a las orientaciones que diera Federico de Onís, el maestro insigne.
?Onís?dice?nos ha hecho mucho bien, Fundó una revista que dejó semillas firmes. Tomé lecciones con él. Un gran maestro, con una sensibilidad exquisital. Y tuvimos también a don Américo Castro.
-Los he escuchado. Onís nos explicó "El Quijote", Castro a Santa Teresa y "La Celestina". Inolvidables.
Surge en la charla el nombre de un radioso español que pasó por México, Salvador de Madariaga. Hablamos de Dámaso Alonso, de Pedro Henríquez Ureña, de Max, de Alfonso Reyes, de los vanguardistas españoles.
?Sí?ella irrumpe? los vanguardistas de allá se distinguen porque saben mucho, tienen una fuerte disciplina. Ese García Lorca, por ejemplo.
Ella evoca sus días universitarios en España, mientras Gómez Arias se reconcentra pensando en sus andares y vagares por otras tierras europeas. Y a insistencias nuestras, que tienen aguzada la intención, se comenta a los catedráticos que ha tratado aquí, a la manera de trabajar en las investigaciones, a sus fructuosos viajes entre los libros que México le ha brindado. Un fino, rico arsenal; y la visión de un México del que estaba enamorada desde los albores de su alma.
?Anda por allá, en Puerto Rico, un yanqui que estudia a Bernardo de Balbuena ? murmura Gómez Arias.
?Van Horne?puntualizó.
-En cambio, yo volveré a México. ¿Cuándo? Tan difícil que es hablar de estas cosas. Pero he de volver. Y lo haré despacio. No pude ir a Oaxaca. El tiempo lo entregué al estudio. Hasta tomé un curso, muy interesante curso, sobre arqueología mexicana, con don Alfonso Caso.
-¿Tepalcates?
¿Por qué Tepalcates?
-Eran las cosas que nos hacía estudiar don Enrique Juan Palacios. Y nos ponía a ver figuras en cada una de ellas. Era algo delicioso?
¿Quiere decir que no sólo griego con el licenciado Herrasti?
¡También la arqueología!
-Y cuándo escogí un tema, la diosa Xochiquetzalli, se me fue complicando el tiempo. Es una diosa que yo he calificado de ubicua, porque la encontré en piedras, en códices?
?Al fin diosa mexicana? dijo Gómez Arias.
-El señor Caso me sugirió analizar el comentario que Seller hizo al Códice Borgiano. Pero desgraciadamente ese comentario no ha sido traducido del alemán, ni siquiera al inglés. Don Luis de la Borbolla tuvo la bondad?
El momento es oportuno para que Henestrosa complique la madeja de los idiomas, cuando uno de los comensales opina que el alemán es idioma muy fácil para ser aprendido. Pero hay que suspender tal divagación, porque nos espera un chocolate servido en jícaras que fueron labradas como para enviarlas de tributo a Moctezuma. Por otra parte, considero pertinente dedicar un elogio a Pedro Henríquez Ureña y su magisterio mexicano; su egregia habilidad para el diálogo platónico, la vastitud de su saber, su buen gusto indudable.
-Dicen que cuando fue por primera vez al museo del Louvre, al salir exclamó Pedro: "Todo está en su lugar".
Con franqueza le pregunto ¿qué impresión se lleva de la gente mexicana?. Me imagino que al principio tuvo desconfianza.
-Cuando supieron en mi tierra que yo venía para acá, creyeron algunos que estaba perdiendo el juicio. Empezaba a darles la razón cuando fui retenida a bordo del barco, en Veracruz, por culpa del cónsul mexicano en Nueva York y eso que yo traía una carta para el Rector de la Universidad.
Gómez Arias, pérfido como un felino, pone un punto en las íes, que nos hace reír a sabiendas de que es sólo una broma:
-Y se encontró usted con que el Rector no sabía leer. Cosas de México?
-Pero a los pocos días, la gente, el clima, los primeros amigos, el ambiente universitario, hicieron variar mi opinión. Uno de los catedráticos se empeñaba en preguntarme todos los días.
?Eso era porque él estaba ansioso de aprender. Por eso le preguntaba?es la advertencia de Alejandro.
Y el buen humor de ustedes. Ya me voy acostumbrando a él. Lo que sí he notado, ya para marcharme, es que muchos son puntillosos, sensibles. Me he visto en aprietos al mencionar nombres en mi tesis. ¿A quién primero?
-Es que este país, según diría Ruiz de Alarcón acudiendo a una cita de Henríquez Ureña, es el país de la delicada cortesía.
El chocolate ha comenzado a espumar. Xochiquetzal parece estar de plácemes. Mito y realidad, la bebida gloriosa en las jícaras que en la oda clásica de Andrés Bello serena sus almendras, en tanto que -tal en la del poema- en los manteles comienza a presentarse "la cena que recrea y enamora".
Gómez Arias recuerda de nuestra clase de Historia de México el "dénles su chocolate" del señor cura Hidalgo que Iturbide parodiaba cuando erguía patíbulos. Y como nuestra doctora es apasionada por la filología y el folklore, se inicia un ameno palique acerca de los términos sinónimos que se han empleado en México para dar una orden de muerte. El "mátalos en caliente" que se atribuye a Díaz, el "québrenlos" de Villa, el "dénles su agua" de Palomera López y hasta el "fusílenlos con un cuchillo" de cierto canibalito pintoresco.
?En mi tierra?les digo-conocí a un cabecilla qué al poner en capilla a sus víctimas, exclamaba: "Ya sabes hijito, mañana muy de mañanita, bien fusiladito". Y los fusilaba en diminutivo.
Van, vienen, vuelven las anécdotas. Henestrosa insiste en que la ironía es flor de la cultura. Es Salvador de Madariaga quien ha hecho la semblanza de varios pueblos figurándolos en un certamen mundial para premiar el mejor libro sobre el elefante.
¿Y en Puerto Rico cuántas revoluciones hubo antes de la llegada del primer gobernador americano? Me interesa un epítome de aquella historia.
-Hubo una, encabezada por Lares.
Nuestras preguntas asedian a la amiga que está marchándose. Preguntas sobre la población, la situación de la caña de azúcar, las bibliotecas, las relaciones con las otras Antillas.
-Hay una corriente generosa de amistad con Cuba, y así con las otras. Sentimos la necesidad de conocernos.
¿Qué es de la revista "Indice"?
-Se suspendió, pero ahora a mi regreso hay que revivirla. Por cierto que en ella publiqué un ensayo sobre la personalidad de Juan Marinello, el gran joven cubano.
-Nos informan que ahora está en otra de las islas, la Isla de Pinos.
¿Y que hace allí?, si usted lo ve, no olvide darle mis recuerdos.
Se hace tarde y la charla no lleva trazas de concluir. Tengo tantos encargos que hacer para Puerto Rico, por medio de esta generosa embajadora, que el primero sería en forma de un ramo de flores para la tumba de un amigo que ya no conocí, don Cayetano Coll y Toste, el autor de aquel relato sobre las fiestas que se hicieron a un arzobispo que venía a México, en la época colonial: un negro se fue mar adentro a retar a un tiburón y desde la playa era de verse el espectáculo.
?Me saluda a Juan Ramón?dice la tehuana aludiendo a su primo, el doctor Uriarte. Mis amigos fingen no entender.
?¿Juan Ramón Molina?? inquiere Henestrosa.
?Juan Ramón Jiménez?subraya Gómez Arias.
Y así termina nuestra charla con la amiga que ha comenzado a saber lo que es este México y que ha de volver, porque el que viene a este país, aunque se marche, se queda para siempre. No lo olvide, Conchita Meléndez: ironía, flor de la cultura; chocolate, espuma de la cortesía.
Publicado en "Revista de Revistas" el 10 de julio de 1932.