NICARAGUA EN LA FUGA DE NAPOLEÓN
Diálogo con SALVADOR CALDERON RAMÍREZ Ya verán, ya verán.
Fue todo lo que dijo don Salvador Calderón Ramírez a los periodistas de su país antes de salir para México trayendo la representación diplomática de Nicaragua.
-Ya verá usted-me decía al llegar-la sorpresa que le traigo cuando le enseñe unos papeles?
¿Algún autógrafo de Rubén Darío?
-Ya verá?
Pues Calderón Ramírez cultivó la amistad de Rubén como flor de invernadero en tierra de nieblas y de sueños cuando el poeta daba de comer estrellas a los cisnes y contaba en un prólogo de azul y de sol un nuevo cuento a Carmencita. En un libro que don Salvador escribió hace algún tiempo, un libro de ópalos solares, de begonias que se quedaron petrificadas como joyas de la fragancia bajo uno de esos capelos que ya no labran más los artífices del cristal de policromía.
Y nuestra conversación, entreverada de recuerdos que peinan canas, de evocaciones que se quiebran en cuanto atardece, se fue desarrollando paulatinamente, cálida de luces íntimas como en la paz de un sueño del río por donde van resbalándose barcas que llevan tesoros en la sobrecubierta. Porque es una melancólica amistad refinada como el vino en las ánforas antiguas. Una amistad que se hace primavera al influjo de aquellos días de la ciudad de Washington, cuando veíamos desde las colinas, muy allá del Potomac iluminado por las hogueras de los indios que se fueron quién sabe a dónde, las fieras saciadas en el jardín zoológico y los pájaros de colores eléctricos?
Pero yo estoy intrigado por la sorpresa que me trae. Esos papeles, acaso un libro viejo que no conocen los bibliófilos, quizás una nueva leyenda sobre el pirata William Walker o el indio Aquino. Porque los dos feroces cabecillas han ocupado mucho la atención de Calderón Ramírez en investigaciones que le han permitido hacer dos buenos libros que son devorados por quienes se aficionan a lecturas sobre personajes que más parecen surgidos de la imaginación popular que de la realidad apachurrante.
Yo le menciono, mientras hago cambiar la charla a otros temas, al bandido que antes había sido caballero, aquel Joaquín Murrieta que fue terror de las gentes cuando en California comenzaron a encontrar los célebres lavaderos de oro. Murrieta podría figurar en esa galería diabólica en que ya son personas importantes Chávez García, el de Michoacán y Corta-Cabezas el de Honduras. Pero Calderón Ramírez continúa hermético. De pronto hago brotar un nombre de bucanero que dio mucho trabajo para hacerlo caer en la red: el Conde Raousset de Bouibon justamente contemporáneo de Walker y como éste atraído por las fabulosas minas de Sonora, algo más soñadoras que el oro de las siete ciudades de Cibola, porque sedujo a un hermano natural de Napoleón III.
¿Sabe usted algo más sobre esa intriga que tanto tuvo que ver en la intervención Francesa en México?
-Le contaré algo que yo creía que era una simple leyenda callejera. ¿Es posible que Luis Napoleón antes de ser Emperador de los franceses haya recibido de un diplomático de Nicaragua la ayuda para escaparse fácilmente del Castillo en que lo tenían prisionero?
Era ya el momento preciso para aproximar las sillas. Habíamos echado suficiente leña al rescoldo para poder gozar las peripecias de un relato maravillante. De la conversación se iba alzando azulada y lenta la tibia llama. Y yo escuchaba absorto para tomar un buen paseo a lo largo del siglo XIX.
Calderón Ramírez que ha leído cuanta biografía se pudiera encontrar sobre Napoleón subrayó tranquilamente.
-Lo que voy a decirle ha sido plenamente comprobado y no son escarceos de la imaginación. Le anticipare una de las páginas, quizás la más interesante de un libro que estoy escribiendo. Pues bien?
Y el relato comenzó recordando que a la muerte del Duque de Reichstadt, el partido bonapartista reconoció como jefe al Príncipe Luis Napoleón, quien al ser sorprendido conspirando en Bologne para restaurar su dinastía fue llevado a la fortaleza de Ham. Seis años permaneció en aquel castillo, entregándose ahincadamente al estudio con tal frenesí que andando el tiempo aseguraba que a la "Universidad de Ham" debía sus conocimientos.
-Una tarde de agosto de 1844 mientras el prisionero estaba sumido en hondas cavilaciones, el intendente de la prisión le informó que un diplomático hispanoamericano le pedía audiencia, contándose de antemano con la venia de Luis Felipe de Orleans para poder visitarlo. Bonaparte, no sin sorpresa, accedió a la entrevista en la que debía estar presente uno de sus guardianes. ¿Quién era el visitante? Un diplomático que desde el primer momento se le insinuó por lo fino de las preguntas, y sobre todo, por la facilidad con que parlaba francés. El diplomático era don Francisco Castellón, nombrado Ministro Plenipotenciario de Nicaragua ante el rey Luis Felipe?
-Este Luis Felipe era el padre de aquel Príncipe de Joinville que vino con la flota de guerra francesa cuando la primera invasión a México y que pretendía ser rey.
-Pues bien, don Francisco Castellón había ido a Francia para interesar a Luis Felipe en un proyecto de canal interoceánico por Nicaragua. La cancillería de su país buscaba así un medio para refrenar las hostilidades de la Gran Bretaña en Centroamérica, que ya no podían ser más francas desde las notas que insolentemente enviaba a aquellos gobiernos un cónsul?
¿Chatfield?
-El mismísimo Chatfield, usted lo ha dicho. Este cónsul pretendía imponer a Nicaragua el cupón que a su juicio le correspondía en la deuda que Centro América cuando era república federal, contrajo con Inglaterra. Y al mismo tiempo Chatfield respaldaba las reclamaciones que contra Nicaragua habían presentado dos súbditos británicos, Manning y Glenton. Pero es el caso que Francia e Inglaterra estaban a partir de un piñón en aquella época y nada era posible hacer, por parte de Castellón, para interesar a Luis Felipe en lo del canal interoceánico. El secretario de la Legación nicaragüense en París era don Máximo Jerez quien no se sabe cómo había logrado hacerse de relaciones con el secretario del Comité Bonapartista, un tal M. Dupluis, quien trabajaba naturalmente por la restauración imperial en Francia. Sabía muy bien Jerez que los esfuerzos de los bonapartistas tendían en primer término a sacar del Castillo de Ham a Luis Napoleón, burlando la vigilancia, haciendo todo lo que fuera posible.
-El Ministro Castellón, seducido por su secretario Jerez, se convenció de que era inútil seguir en pláticas con Luis Felipe y así fue que lo inclinó a que visitara al prisionero, llevándole un plano perfecto del Castillo y suministrándole los datos que M. Duplius le quisiera enviar cautelosamente. Es así como la entrevista de que le estoy hablando se efectuó con el pretexto de explicar a Luis Napoleón el proyecto del Canal por Nicaragua ya que aquel príncipe era apasionado por los estudios geográficos.
-Expuso Castellón ante Bonaparte los proyectos de Nicaragua para que el canal se hiciese con el apoyo de Francia. Le hablo de ésta y de su misión latina en América y mientras la conversación era acechada por el vigilante, hubo un minuto en que fue posible, mezclando a los datos técnicos sobre la vasta obra de ingeniería interoceánica unas palabras en voz baja que pusieron al tanto al prisionero de que entre la tela y el papel del mapa que le habían llevado iba nada menos que un plano del Castillo de Ham que le enviaba M. Dupluis, con datos concretos para que pudiera efectuar su evasión. El Príncipe que sabía refrenar emociones continuó la charla en torno al tema fundamental de la entrevista:
-El canal de Nicaragua-dijo-efectivamente es algo que Francia debía realizar.
Y la entrevista terminó en tono afectuoso en momentos en que Napoleón decía al diplomático que recordara que ese día, 15 agosto se cumplían 75 años de haber nacido en Córcega su tío glorioso. Y esto era de buen agüero para él, así como su gratitud sería eterna.
-Dieciocho meses más tarde pudo Luis Bonaparte huir del Castillo de Ham, gracias al plano que le había proporcionado el diplomático centroamericano, y todos los biógrafos afirman que en aquella fuga espectacular colaboraron el doctor Canneau y un carpintero que trabajaba en el castillo. Luis Napoleón se refugió en Bélgica, más tarde en Inglaterra. La revolución del 48 le permitió volver a Francia y sabido es que, siendo presidente de la República, dio el golpe de Estado de diciembre de 1851 que le permitió restaurar el Segundo Imperio. Ya poderoso, no se olvidó del licenciado Castellón: escribió a Nicaragua preguntando por él, y al informársele que había muerto a consecuencia de una epidemia, trató de averiguar si había dejado familia. Como se le informará que vivía su hijo Jorge lo llevó a Francia para darle una buena educación y lo hizo alumno del Liceo Imperial en donde estudiaba el que debía ser Napoleón IV. Pero Jorge no quiso ni pudo aprovechar aquella protección porque se dedicó a las copas.
-¿Se acuerda usted de la célebre frase de Napoleón III? Alguna vez la dijo: "Constantinopla y Centro América son los países más bellos del mundo, pero lástima que estén en las manos de los turcos y de los centroamericanos?
De buena gana rio mi amigo, él, que tiene maravillosas anécdotas en su armario. Anécdotas de presidentes que en un coche se metían al mar para refrescarse la borrachera o que resibían en pechos de camisa al diplomático que iba a presentar credenciales. Tal un Barrios con don Juan J. Cañas, tal un Regalado que apagaba faroles a balazos.
-¿Sospecha usted-le dije-que Napoleón haya pensado en hacer el Canal por Nicaragua o por Panamá cuando se formalizó la intervención en México?
Y aquí volvieron a surgir otra vez las minas de Sonora que codiciaban el Conde de Boulbon y el Duque de Morny. Los lavaderos de oro en Olancho que a veces sueltan pepitas del tamaño de un huevo de paloma; los ópalos de Erandique, tan grandes como para que los luciera en su corona el indio Aquino. Y hablamos también de aquel Walker que era universitario, que tenía buenas costumbres privadas y, sin embargo quemaba pueblos y fusilaba sin piedad. La conversación con Calderón Ramírez entreverada de recuerdos terminó así, mientras nuestra amistad se iba poniendo del color del cielo cuando está radioso de símbolos.
Publicado en "Revista de Revistas" en agosto de 1936.