SANSORES HACE UN GUIÑO
Diálogo con ROSARIO SANSORES Esbeltez que no ha sido integrada por régimen vegetariano, ojos tras los que se esconde un corazón enamorado del Amor, y para todo una sonrisa que lleva dinamita como si fuera enemiga del general Machado?
Rosario Sansores, Yucatán, Cuba, el mar, los barcos que pasan y un novio pensativo en cada uno de los puertos del mundo. No hay necesidad de leer en la palma de esas manos para hacer vaticinios, ni fijarse mucho en esa letra para que leamos el presente y el pretérito pluscuamperfecto? No hay necesidad.
¡Un novio pensativo!
¿Tanto ha viajado usted?
Y la conversación vibra, suena, brilla. Tiene un fuerte olor de guanábanas maduras, de luciérnagas que hacen su luna de miel en tálamos floridos, de ardientes tardes marinas sobre las que cae el polen de electricidad del "rayo verde". A medida que voy escuchándola, veo girar las veletas de Mérida, encenderse el faro de Cozumel, posarse un ave de rapiña sobre el mástil suspenso en la noche "a giorno" iluminada? Zumba la conversación, mientras la mañana febrerina se mete por el mirador de REVISTA DE REVISTAS y ya están atareados Roque Armando que dibuja deseos y Ortega que los convierte en caprichos.
Y a poco entra, como si fuera el rubicundo Febo, Manuelito Horta, alma como la urna de una flor, el que al hablar pone irisaciones fiesteras en la ironía. Presentaciones, Sonrisas, Sustos. Ya está listo el cotarro. Y ha dicho las primeras palabras José Esquivel Pren, que se pone a disertar amablemente sobre los últimos románticos que en el mundo han sido desde Becquer hasta su prima Rosario, que en la historia literaria de México tiene una tocaya, la de Acuña?
-Pero ya no me hacen caso- nos dice haciendo un mohín que azuza los dardos venenosamente perfumados de Manuel. Sigo escribiendo versos románticos y no me hacen caso.
¿Y sus 400 novios?
-Sí; tengo un enamorado en cada puerto. Entre las cartas que me escriben hay algunas que valdría la pena de publicar. Les contaré la última aventura epistolar. Tenía yo un novio que me escribía desde Jibara, en Cuba y un buen día me llega su retrato con una carta en que me dice que tiene de estatura un metro veinte centímetros. Ni siquiera me llegaría al hombro. Una desilusión. Y luego ¡qué ortografía: "pasión con "c"!
¿Y cuando hace el viaje para detenerse en tantos puertos? -le preguntó. Y se me antoja este comentario que García Sanchiz me hizo de una cubanita impetuosa. ¡Esta mujer es todo un clima!
-Horta, flotando recuerdos contra suspiros, murmura:
¡Una carta que antes de llegar rompe el sobre!
¿Cubanita? Aclaremos este punto que es fundamental en la biografía de la penúltima romántica de América Española. No por eso temamos que Cuba y México lleguen a las manos. Ella sigue amando a Cuba, mejor dicho a La Habana, y siendo tan mexicana como yucateca.
-¡Hay que aclarar que soy mexicana!
Una mexicana cubanizada que habla como las gentes de las islas.
Y mientras Roque Armando hace notar que Yucatán sólo tiene otra poetisa, Lolita Bolio, se aclaran citas antológicas que alegran la tristeza de Cuba: Gertrudis, Nieves, Aurelia.
-Y Mariblanca- añade Rosario. Sólo que Mariblanca escribe versos pero no los pública.
Nos enredamos por culpa de Esquivel Pren, en la vana congoja de que la Avellaneda pueda dejar de ser cubana por haber nacido en Cuba bajo la dominación española, como si a Sor Juana? (pero aquí entramos en terrenos amurallados de Abreu Gómez).
Pasemos a otro número, que la tertulia ha interesado a Ortega, una vez que la Mistral acude a la cita. "Hombres, Mujeres", se llama el libro de entrevistas del travieso compañero que pasó sus dedos sobre el gato que le sirve de reloj a la condesa de Noailles. ¿Qué animal prefiere usted, Gabriela? Como buena franciscana, el lobo de marras que a veces se disfraza con un pardo sayal.
Sobre la mesa de redacción ha puesto Rosario un ejemplar de su último libro. Comienzo a hojearlo y veo un prólogo de Vargas Vila.
¿Don Pepe el Intranquilo?
-No, su hermano, José Ignacio, cuyas iniciales aparecieron cambiadas.
¿Y quién de los dos es el mayorcito? - Pregunto, mientras Ortega urde un comentario dinamitero.
Rosario, que no se viste con sayal de malicias, a pesar de sus fuegos de San Telmo, no entiende mi pregunta, y explica que José Ignacio sería un éxito prestigioso si no fuera porque el hermano le hace sombra. Y salta un nombre, como sardina en el sol: Raquel Sáenz, la amiga epistolar de Ángel de Falco.
¿Y el feminismo?
-No me interesa en lo más mínimo. Ni la política, Ni el sufragismo.
¿Ya supo lo que dijo la señora de Joseph, como si lanzara un cohete en la noche callada?
-Dígamelo, que me quema la curiosidad?
Pues ha dicho algo sensacional: "ya no queremos que los hombres nos hagan madrigales?"
Horta, que atisba hacia la veste floja de esa frase lapidaria, prende un clavel de zozobra en los aplausos que cosechó la señora de Joseph:
Pues si no quieren madrigales ¿qué quieren?
Hemos navegado sobre el mar Caribe, sin que nos faltara viento. Rosario -a quien yo me imaginaba una poetisa gorda, como una que tiene estatua de piedra por allí- se nos aparece en el claro de luna de la conversación -¡el romántico Hortita!- Como una amazona que, antes de posar ante el fotógrafo Ezquerro, se arregla coquetamente el sombrerito. Y en el romance popular brilla el elogio con aire suave de rumba: Rosa, Rosita, Rosaura.
La entrevista, discretamente manejada por Ortega, ha podido atracar al muelle de flores de México, gran puerto entre las nubes en donde Rosario Sansores tiene muchos novios que hace días la estaban esperando.
Publicado en "Revista de Revistas" en febrero de 1932.