FERNÁNDEZ DEL CASTILLO Y SU DIÁFANA MEMORIA
Diálogo con FRANCISCO FERNÁNDEZ DEL CASTILLO Diáfana, diamantina la memoria de este gran Don Panchito, que me concede un paréntesis de charla sobre esto, aquello y lo de más allá. En su casita de Tacubaya, donde lo arrullan los recuerdos, se dedica a sus anchas a hilvanarlos como en un taller callado que se alejara de los vanos estrépitos y rehúye orgullosamente la publicidad en el milagro de la convalecencia.
No sé por dónde empezó nuestra conversación, pero parece que se fue avivando al surgir el tema de la cocina tradicional y, de súbito, hundiéndose en sus conocimientos del náhuatl, para ser un gran conocedor del siglo XVI mexicano exclamó:
¿Ha comido usted los "tacos de zincuate?. La palabra "cuate" parece tener su origen en el hecho de que las culebras tienen siempre gemelos. Hay otra palabra que vale la pena dedicarse en ella: "chirrión". El "chirrión" es el látigo de los carreros para hacer obedecer a las mulas.
¿Y la barrica perulera?
-Sucede que en otro tiempo los frascos de azogue no podían ser llevados por los cargadores aunque los aguantaran en la espalda, porque, con el movimiento de la marcha el líquido se golpeaba fuertemente contra las paredes de la vasija y por su gran peso imposibilitaba el traslado. Y volviendo a la barrica, aunque fuera el líquido mucho menos pesado que el vino o el agua, también lo podían llevar siempre que no tuviera ese movimiento. Había toneles pequeños para que pudieran cargarlos las llamas. Estamos hablando de los famosos animalitos de carga que tienen en el Perú. No habrían podido conducir unas barricas en las que mandaban libros.
¿Libros dentro de barricas?
-No recuerdo bien el pasaje donde lo leí. Los barriles peruleros deben haber sido achatados por un lado como un cilindro cortado a la mitad, de manera que se les podía adaptar a los costados del animal de carga.
Usted me ha dicho que en la nueva España no había cabalgadura para carga.
-Los indios eran las únicas cabalgaduras que había, no obstante que pudieron domesticar la danta de Chiapas y no lo hicieron.
¿Y cuando hubo bestias de carga, en qué fecha?
-Cuando vino la mula y trajeron el burro. En alguna obra mía digo que el burro y la mula fueron los salvadores del indio porque éste dejó de ser animal de carga.
El Rey concedió privilegio a Bernal Díaz para que llevara a Guatemala los primeros garañones.
-Debe entonces haber habido yeguas. Hombre, dígales a sus compañeros de Guatemala que me manden la obra de Remesal. Una vez que quise encargarla resulta que me salía más caro que en dólares. Pero volviendo a lo de las barricas le diré que las había de 200 y 300 litros y también de diferentes tamaños. Y aquí viene lo de las castañas: unas barriquitas de pulque, que cada vez que éste salía de las haciendas, por cada número de cuartillos de pulque, porque no conocían los litros, daban una castaña; y dice no sé qué autor que llamaron "castaña" a la barrica, por un peinado de las señoras allá por la época del Imperio en que se usaba la castaña; pero se usaba tal vez desde fines del siglo XVIII o principios del XIX.
Pero, ¿qué relación tiene con la fruta castaña esta medida?
-Le pusieron castaña porque se parecía a la fruta, partida en dos lo mismo que el peinado postizo de las damas, que también llevaba ese nombre. La fruta vino a México en el siglo XVI.
¿No ha encontrado quien la trajo a América?
-Es muy difícil saberlo. Hasta la fecha la llaman castaña a la media barrica y la usan para algunas cosas pesadas, por ejemplo la miel. La miel la traen de los trapiches de Morelos, en castañas, porque vienen dos barrilitos, uno de cada lado de la mula y así llega muy bien sin fermentarse.
Alguna vez, platicando con usted sobre Hernán Cortés me dijo que los españoles trajeron el sombrero y los huaraches; pero releyendo esto me pregunto: ¿qué, el huarache no es indio?
-No, el cacle es indio: lo hacían de ixtle. Todavía hay en el Museo algunos, tal vez encontrados en alguna gruta. Los indios le deben al español los calzones, el sombrero y hasta el huarache; hasta eso le deben, no la forma pero si el cuero.
Pero, entonces, ¿de qué piel pudieron hacerlo? Quizá de la del venado.
-La piel del venado no resistiría por ser muy flexible y suave. Fernández Ledesma publicó un libro muy interesante sobre el calzado y en alguna de mis obras yo hablo de los diferentes calzados que los indios usaban; pero el huarache no lo pudieron tener los indios hasta que tuvieron cuero. De conejo, no; de liebre, no?
¡De León!
-De león tampoco, pues el cuero del leoncito que tenemos aquí, el puma, es bastante fuerte, y lo digo porque conozco mucho las pieles de León; pues teníamos en mi familia algunas tierritas en Tehuantepec, unos siete sitios de ganado mayor en donde hace curva el Río Suchi, en Coatzacoalcos y la población se fundó en un rancho de mis tierras, ¡porque yo también fui latifundista!
Las tierras que conquistó Gonzalo de Sandoval?
-Si; las tierras las tuvo mi abuelo por haber figurado en la Legación que fue a Londres para arreglar el reconocimiento de la Independencia de México.
¿Y cómo se llamaba su abuelo?
-Pedro Fernández del Castillo. Mi familia es de los Corrales de Buelna; imagínese no más: a mí me correspondería ser Señor de los Corrales de Buelna. Gómez Orozco es pariente del virrey don Antonio de Mendoza, de Carlos V y posiblemente de Alfonso el Sabio.
Ha comenzado a resbalar, acariciando la punzante ironía de Fernández del Castillo, que en eso de hacer comentarios me recuerda por el donaire y el color folklórico, al Padre Mier, al Padre Rivera y don Carlos María Bustamante.
-Yo no sé etnografía, no se iconografía pero podemos hablar de muchas cosas.
Por ejemplo de los retratos de Hernán Cortés.
-El del Hospital de Jesús, el que publiqué en mi libro sobre Doña Catalina Juárez, me gustó mucho. Hay otro que está de pie y que tiene mucha semejanza con el de Carlos V.
El del Ayuntamiento lo pasaron al Museo.
-Sí. Lo del retrato que pintó el Tiziano es una invención. Realmente parece que el de Lasso de la Vega es uno de los buenos e iba dedicado a un nieto de don Hernando, que también se llamaba Fernando.
Debe usted publicar un libro sobre todo lo que encontró en el Archivo del Hospital de Jesús sé que usted fue el primero que hizo investigaciones allí.
-Sí; y de eso les viene la envidia a unos y a otros la codicia. Hay un trabajo sobre lo que encontré.
Pero lo mejor de ese archivo, ¿está aquí o se fue?
-Se vendió algo; pero los Pignatelli arreglaron que se les devolviera y el asunto fue a la Suprema Corte y quién sabe cuántas cosas más; y parece que ganaron, porque don Antonio me vino a ver y me dijo: "Don Pancho: quiero que acepte una comisiónsita que le voy a dar. Que me haga un avalúo de los papeles de Cortés porque parece que van a devolver todo lo de la familia, pero los que son documentos esencialmente históricos, como el de la Noche Triste, se quedará el Gobierno con ellos; que se haga un avalúo y me lo pagarán". Y luego, confidencialmente, me dijo que le hiciera favor de atender eso de una manera especial, porque habían desaparecido muchos documentos. Yo acepté hacer el avalúo pero siempre que lo que resultase no fuera motivo de disgusto para México o de México con Italia por ejemplo. Los documentos estaban y se hizo la lista. Ahora están algunos muy molestos porque no los dejaron curiosear, porque no los dejaron ver papeles que servirían para cuestiones de tierras y ordeñar a los indios. Y por eso me dieron cuartelazo en la Academia de la Historia, de Madrid.
La hebra se va rompiendo por lo más delgado. Un instante, al tocar un tema tan escabroso, le pregunto:
¿Cómo hago para conseguir un retrato en que Cortés aparece arrodillado? Es el que está en el Hospital de Jesús.
-Se lo prestaré, si usted no se ofende. No sé si se lo presté al Padre Cuevas; pero si lo tengo usted lo tendrá.
No olvida sus días de santa paciencia en el Archivo General de la Nación. No puede olvidarlos. Hace constante recuerdos del autor de "México Viejo y Anecdótico" y exige que se le conteste:
¿Alguna vez lo ha encontrado usted trabajando? Siempre está acumulando fuerzas?
Me asedia la curiosidad de saber cuál fue, mientras estuve en el Archivo, su mejor hallazgo.
-Yo me encontraba desconsolado cuando pasaba dos o tres días sin hallar algo enteramente desconocido. Me acuerdo que cuando encontré lo del Padre Durán llegó? ¿quién? ¿Quién fue el que llegó? No sé si fue Juan Iguíniz y a él se lo dediqué por haber llegado en el momento del hallazgo. ¿Se acuerda de los pleitos que hubo por saber quiénes habían sido los padres de Fray Diego? Porque humildemente venía yo rebatiendo a los grandes maestros. Y cuando me separé del Archivo, dejé 25,000 tarjetas que allí deben estar.
¿Ya sabía usted paleografía cuando entró al Archivo?
-Sabía algo. Los primeros trabajos fueron en los papeles de mi abuelo, don Pedro, cuya biblioteca tiene ahora mi sobrino Rafael Fernández del Castillo. Allí empecé a ver la letra del siglo XVII y el XVIII.
¿Es una sola familia la de los Fernández del Castillo?
-Sí; y creo que había unos que estaban muy relacionados con los incas del Perú. Un señor Castillo se casó con una hija del Inca; y dice en la información que estaba bastante bien porque tenía una hacienda (así la llamaban ya); una hacienda que le producía cien mil ducados. Cada ducado era algo así como un peso veinticinco centavos de nuestra moneda. Y esos cien mil ducados la hacienda los producía sólo de coca?
¿Y cómo vino de allá ese señor Castillo?
-Al mismo tiempo que vino ese Castillo, sus hermanos vinieron a México en compañía de don Juan Fernández del Castillo, que era el secretario del Ayuntamiento, y el notario ante quien rindió pleito homenaje Moctezuma. En las actas del Cabido puede usted ver: Pedro, Juan y Martín Fernández del Castillo que también fue escribano.
¿Cuando tomamos un paseíto por la parte más vieja de la ciudad de México? Quiero que me enseñe dónde estuvo el primer molino pues me parece que alguna vez me dijo que fue por Santa María la Redonda y me interesaría también saber el sitio en que estuvo la primera botica. ¿Usted redactó el texto de las placas conmemorativas que han puesto a la ciudad?
-Ya de eso hablaremos otro día. El trabajo es del ingeniero José R. Benítez
En el barrio del Carmen hay un letrero en que se dice que allí ha estado, desde cierto año del siglo XVII la misma tienda de comercio.
-Me he encontrado cosas curiosas -dice Fernández del Castillo- Una vez Pérez Salazar escribió sobre la porcelana rebatiendo a un inglés que se había dedicado al mismo estudio, y asegurando que el inglés estaba equivocado por tal y cual razón, al decir que en tal tiempo no se hacía loza en México. Estaba contándome todo lo que había escrito, más de 30 páginas a máquina cuando yo le dije: "Usted habrá leído esto: se trata de dos hermanos que vivían aquí en México que eran loceros y formaron una sociedad parir a trabajar la losa en Puebla" A lo que Pérez Salazar contestó: ¡Ay! Don Pancho, con una cara tan apacible me da usted un mazazo que me deja frío, y mire usted todo lo que he trabajado y que ya no vale nada". Entonces le propuse que yo pondría otra vez en su lugar el legajo y nadie sabría los nuevos datos, porque no hay en el archivo quien haya leído dos mil volúmenes, hoja por hoja; lo hubo, y eso lo digo sin modestia.
Ojalá que usted publicara algo de lo que tiene inédito, para las fiestas que habrá en el Cuarto Centenario de la introducción de la imprenta.
-Muchas veces ni me mencionan y cuando hacen la publicación de su obra, si acaso, cuando mucho dicen: "Datos del Sr. Fernández del Castillo". Pero volviendo a lo de la cerámica poblana de diré que al Callejón de Talavera que está por San Pedro lo llaman así por eso; y allí estaba la fábrica de los que fueron más tarde a hacer loza de Talavera de Puebla.
Y para usted, ¿cuándo vino la imprenta a México, el 39 o el 36?
Pero, ¿no es la base más fidedigna el contrato de Cromberger en Sevilla?. Demetrio García sospecha que Cortés debe haber hecho algunas gestiones para traer la imprenta a México y dice muy bien al preguntarse: ¿cómo es posible que un hombre como aquel, ilustrado, leído, no la hubiera traído, como trajo tantas otras cosas?
-Ya le dije que a Hernán Cortés donde se le conoce bien es en su Archivo. Hablo de las exportaciones de armas que hizo al Perú pero no de armas compradas aquí, sino que mandó a hacer escudos de madera especiales para que pudieran servir. Y luego las grandes exportaciones que hacía, admírese usted, de muchas mercaderías como petates, telas y la gran cantidad de barcos en que mandó esa mercancía al Perú.
Nuestra conversación va en ascenso a medida que los temas se renuevan y las figuras humanas se perfilan mejor, sobre todo esa figura de Cortés que merece un estudio concienzudo que haga resaltar sus sombras en el ambiente de luz que se merece. Ninguno mejor que Fernández del Castillo, porque ha tenido a la mano los materiales de primera calidad para concurrir con algo nuevo, inaudito, a la biografía cortesiana.
¿Y este centenario de la Baja California?
-Allí tiene usted una oportunidad para estudiar mejor a Cortés. Quien encontró el documento sobre la fundación y todo lo de San Diego de California fue mi hijo Salvador. Lo puse a que buscara en un legajo en que tenía yo sospechas de que se iba a encontrar algo muy bueno, y lo halló.
¿En dónde?
-En el Archivo General. Me dio la Comisión Ezequiel Chávez y yo la trasmití a Salvador. Por supuesto que le querían mandar desde San Diego como recompensa, un estradivarius y no era para tanto.
Ha concluido por ahora, mi charla con el insigne autor de "Libros y Libreros del Siglo XVI" supremo triunfo de una vida. El tiempo le afina la pátina interior y le enriquece días y comentarios. Se siente una atmósfera de felicidad para los que nos recreamos escuchando a los ilustres abuelos sobre tantas cosas que están en el papel o que han pasado por el pulido cristal de su imaginación. Fernández del Castillo, con esa memoria privilegiada, con esa manera de estimular los relatos de tertulia y clavar aquí y allá un dardo que a veces se va a lo hondo, pero que tiene un abolengo mexicanísimo, por la inconformidad, por el buen humor con que lo arroja, como si estuviera en los episodios de un deporte favorito, logra retener al oyente y hacerlo vivir en las realidades brumosas de un México que ya no es, que a pesar de todo el presente y que regresa cada día con el encanto de una sorpresa o se nos escapa -ceñido por la memoria-, como el pez que rompe suavemente la red.
Publicado en "Revista de Revistas" en agosto de 1935.