AQUELLA TARDE CON GABRIELA MISTRAL
Diálogo con GABRIELA MISTRAL Alta y llena de sol, no sé por qué me ha evocado una de esas montañas andinas que ví en un libro de estampas: montañas a la apariencia con frialdad y hosquedad, excelsas de más allá, pero cuando uno se acerca, que dulzura contenida, y de pronto el paso de un cóndor familiar a las nubes. En su rostro tostado hay la iluminación cordial de la sonrisa; en los ojos de un verde doloroso y trémulo, se ahonda el negror del mirar; por la frente vuelan misericordias de alas abiertas, se apaciguan las cóleras del mar íntimo; y en la melena que se parte en dos bandas al desgaire, se desmayan hurañeces de pájaros que con sólo tocar la tierra casta de las sienes hacen más pura su melancolía. Ella me habla con orgullo de su sangre de india aymará, que le da la dulce desolación de ciertos parajes: y cuando volvemos a contemplar el mediodía en el valle mexicano le parece que los volcanes se hayan burilados y piensa en el verde sombrío del trópico frío de su tierra.
Es tibio el mediodía, julio está gris. El automóvil nos lleva a la posada de San Ángel, y esto le impide la alegría de andar como ella dice. Al ver la nieve de los volcanes se acuerda de los paisajes del sur de Chile, donde todo es alucinante, y de repente la luz envuelve las cosas en un velo azul y violeta que parece de sueño.
-Nosotros tenemos la araucaria; hay momentos en que nos falta la luz. Yo necesito de ella. Casi todo lo que he escrito ha nacido al amor de los Andes. En el sur yo no puede escribir. Estaba como aturdida, adormecida? Por eso siempre he delirado con este paréntesis de trópico. Aquí me siento como convaleciente.
Entramos a la posada. En los tejados gritaba el frenético rojo de las bugambilias y yo hablé de Cuernavaca en donde también hallará un recodo como ése, un patio así, la sombra de tejados alegres, el rumor del agua antigua y esas enredaderas que expresan dolor de almas?
Con ella nos sentamos a la mesa Palma Guillén su secretaria, la señora Soro de Baltra. Vasconcelos y Genaro Estrada. Vio el paisaje con esos sus grandes ojos quietos, de niño sublime, y me habló entonces de Jalapa donde yo bien sé que las flores, las mujeres y los niños, se disputaban para abrazarla.
-Todo aquí en México es lindo! -comentó- Las cosas feas andan escondidas.
En la mesa ardían los heliotropos y las rosas insignes y parecían celebrar su onomástico el mango la piña y el durazno. Hablaba lentamente, comía con dejadez, rechazó el vino y la vianda, sonreía con toda su alma y como al hablar hace poemas en prosa, y nadie se hubiera atrevido a empañar la ternura del momento con el horror de un brindis o una recitación de esas con que a otros está reservado atormentarla, todos comprendíamos lo que ella alguna vez dijo: "somos vasos con sed".
Hablamos de las ciudades de nuestra América con ella que ha vivido siete años refugiada en un pueblecito de la cordillera y que cuando bajó a Santiago se asustó. Hay ciudades a las que no volveremos jamás, porque les hemos dado la bendición al despedirnos? Vasconcelos refirió que eso le había pasado con Nueva York y que ahora va a ser castigado.
No recuerdo quién dijo (y esto sin molestar al peruanísimo Porras Barrenechea):
-Lima, la todavía virreinal que adoran como el opio a los que allí llegan y de quien huyen los que todavía están vivos, sus casi próceres, sus balcones heráldicos, su gente pulidísima y aquel aire adormilado por su río lleno de gatos muertos que el invierno limpia y lleva al mar.
Ella agregó:
-La Habana, donde no se sabe que es mejor: si el mar o el pan, Villaespeza me ha hablado mucho de Guadalajara.
Palma interrumpió:
-Pero no olvide que tenemos que visitar Querétaro y Oaxaca, y si hay tiempo verá usted una mañana con neblina en el lago de Pátzcuaro.
-Y a Puebla también -añadí- pues le encantaría como si viese uno de esos cántaros que usted hace cantar en sus poemas.
-De esos cántaros -concluyó ella- es que el alfarero deja enseñando el barro para que el cántaro se acuerde de que también es materia.
En las copas se tranquilizaba el vino blanco, pero ella prefirió el agua clara. Trajeron el pastel de fresas y el helado y como estábamos en el reino amoroso de las frutas ella exclamó casi alborozándose:
-Las frutas me parecen el corazón del trópico. Cuando yo veo una piña la toco, la acaricio, la beso, y me la como con la fruición que debe tener un animalito? ¡Qué cosa tan hermosa es una fruta!
Por vez primera la señora Soro de Baltra conocía los mangos. Gabriela, como una chiquilla, paladeaba aquel postre del paraíso. No sé por qué se me ocurrió recordar entonces la "Oda a la Zona Tórrida", de don Andrés Bello:
Tú das la caña hermosa
de do la miel se acendra,
por quien desdeña el mundo los panales.
Y todos convinimos en que si los versos no son malos y acusan al humanista meticuloso, la onda no es sino un inventario empalagoso.
Me atreví a insinuar:
-Pero en el Antiguo Testamento también se abusa de la enumeración. Basta recordar que del templo salomónico habla con minucia de cada una de las maderas y de las piedras preciosas que emplearon carpinteros y lapidarios.
-Pero no es lo mismo hablar de la chirimoya, la tuna, el mamey y el zapote prieto que decir "áloe", "zafiros", "mirra", etc.
-Pues si serviría de algo la Oda, porque si nuestra América desapareciera por una travesura de la Geología, (la América del Sur -aclaró Gabriela- es decir desde México hasta Chile, que es como yo se mi Geografía), de algo serviría la Oda, porque los sabios de Europa podrían así saber qué frutas había en el trópico en tiempo de don Andrés?
-A este don Andrés -dijo ella- que tradujo la "Oración por Todos" de Víctor Hugo, no le podemos perdonar en Chile lo mal que se portó con Bilbao, Don Andrés, que era Senador, le tenía envidia a aquel hombre que era el más atrevido intelectual nuestro, pero como aquél era amigo de los capitalistas, no quiso salvar a Bilbao, a la hora del destierro, el, que era el único que podía.
-Pues no olvide -repuso Estrada- que varios de nosotros hemos aprendido a conjugar según la nomenclatura de Bello.
Vasconcelos, incisivamente rápido, advirtió:
-Ahora ya no le pongo a una de las escuelas el nombre de don Andrés. Con eso que usted nos cuenta, ya no? Mejor será el de Montalvo, o el de Martí.
-Qué mal he hecho en hablar así, pero hay que decir la verdad. -repuso Gabriela- Martí es una de las voces que me han formado. Raras veces se presenta ese caso: el de un hombre de ideales, de acción, que hace obra de arte y hasta versos maravillosos, él, cuya vida fué un verso sin mancilla. Pero no hablemos de versos?
-Ya veo que los periodistas han dicho la verdad, ellos que pocas veces la dicen.
-Pues algunos han creído en Sud América que todo eso es "pose" mía. Cuando afirmo que me interesa más mi labor de maestra, no lo creen. La poesía se siente, pero no se discute. La poesía es en sí, pero el profesorado es algo humano, y también es poesía, es acción, es ideas en marcha. A mí me llama más la atención un alma que lo que ella dice en verso: hay almas más interesantes que lo que de ellas sabemos por medio de las letras de molde? En Cuba, por ejemplo, conocí a Raquel Catalá, sin renombre, pero qué criatura, tan alerta, tan atenta; se diría que escucha con los ojos y los labios. Cuando yo me despedí de ella fue con pena, porque hubiera deseado que hablásemos siquiera dos días. No parece cubana: más bien una mujercita de mi país, por la apariencia quieta, por el alma ardiente pero llena de dignidad.
Vasconcelos dijo:
-Yo tengo trabajando conmigo dos tipos de mujer: la que es intelecto puro, espíritu crítico que me sirve de mucho para la cátedra, y la otra que es acción, a quien nada le importa la literatura, el arte, sino la vida y que yo llamo una "santa laica". Aquella no cree que hay en el mundo unos brazos misericordiosos que invisiblemente nos suspenden cuando estamos próximos a caer: sería incapaz de sacrificarse a favor de una empresa humana.
La aludida interpuso un comentario sobre sus días de Italia, para desviar la conversación, y después de ponderar las maravillas del agua, la piedra y el aire, y de afirmar que allá hasta los tipos humanos parecen lienzos de los pintores célebres, habló de las ciudades.
-Ya lo ve -añadió Vasconcelos- el estilo, la preocupación del estilo: eso le atrae, eso es lo que vio.
-A mí me interesan más -exclamó Gabriela- los frutos de América que sus ciudades, porque una ciudad pues es una cosa vasta, múltiple, eso ya lo sabemos.
Estrada recordó a Vasconcelos que también él gustaba del estilo y que eso de atacarlo era una forma de realizarlo: su discurso reciente sobre Dante es un argumento a maravilla.
-Ya el estilo es algo. Yo he sufrido mucho para lograr cierta sencillez -decía Gabriela en su hablar lento y desdeñoso. Pero siempre se nos conquistará con la música. Yo no creo que el verso, para el caso, vaya a desaparecer: es cierto que exige una concentración mayor del pensamiento, que es más limitación; y cuando he escrito "poemas en prosa", ha sido por pereza.
-Usted ya tiene un libro con sólo ellos. Aquí se ha dicho que viene a editar varios libros suyos, -insinué.
-Le han dicho mal. Yo tengo serio compromiso con mi editor chileno, quien tiene la propiedad exclusiva de ellos, menos la del que pronto, en agosto, me publicará el Instituto de las Españas de Nueva York, y que he titulado "Desolación", prosa y verso. No se? tengo también unas "Rondas de Niños", que acaban de dar a conocer en "El Maestro"; y si yo hallara aquí un músico que me ayudase! Querría también escribir un libro de lectura en compañía de María Enriqueta, pero para niñas, porque en América seguimos en la creencia de que el mismo libro debe servir a mujeres y a hombres. ¿Qué es de María Enriqueta?
-Acaba de publicar "El Secreto", una novela. Verá usted que simplicidad. Ya eso es definitivo. Usted y ella se parecen en muchas cosas. Ahora vive en Madrid y ha anunciado otro libro de poemas.
-¿Usted la conoce? Sé que la han olvidado, no los intelectuales, sino los otros y que no le ayudan a vivir en Madrid, y eso es cruel. Pues le decía, Valle, que Maturana me ha escrito música ¡y qué bien! Allá en mi país algunos me censuran que yo escriba para los niños y dicen que yo gasto mi tiempo inútilmente. Armando Donoso me lo reprochó una vez, pero Pedro Prado (que es casado y tiene cinco niños) me vengó y yo le respondí a Donoso que aunque se me diga que son chocheses, yo seguiré escribiendo para los niños. Hagamos obra que quede, pensemos en los humildes, limpiemos nuestra alma de soberbia.
Las frutas de la estación aprobaban con un comentario de dulzura risueña. Gabriela encontró secretos en el pastel y en el helado y luego, abriendo los dulces ojos, añadió:
-Sólo por las sandías yo querría que Tacna no fuera de los peruanos?
Mondando una pera, de aquellas que servían de inspiración a los monjes descalzos, Palma Guillén repuso:
-Hay frutas que saben a aguacero, y otras que huelen a mes de agosto, a tarde tibia?
-Y a sonrisa de niño -agregó Gabriela.
Eso me suscitó la evocación del verso de Jammes que González Martínez tradujo: "entre melones de oro, bajo la Primavera".
-¿Se imagina usted, Valle, un libro de lectura para niñas con todos esos temas del campo y de la canción? Yo ya no quiero hacer más poesía dolorosa. Le voy a dar para EL UNIVERSAL del domingo un poema que es el último grito de mi poesía desesperada. Ya es tiempo de aquietarse, de serenarse: se encienden lámparas, el agua tiene un color de paz y si yo persisto en esa actitud parecerá que es "pose" y yo detesto "la pose": por eso me enfada que se me quiera retratar con un libro en la mano o escribiendo. Yo he visto algo de la vida, pero sé poco. Eso de la erudición me asusta. Hablemos más bien de las rondas de niño y de las canciones de cuna.
Ahora comprendía por qué algunas gentes asustadizas, que escriben crónicas, la van a visitar con curiosidad.
-Todos los países -prosiguió- tienen la canción de cuna artística y sólo en nuestra América Española la tenemos trivial y fea; hay que depurarla, clarificarla.
-En Chile es donde más se ha hecho en asuntos de folklore. Y hasta he encontrado la semejanza de un mito de los araucanos con una creencia de los indios de Centro América: un ojo de agua quiere decir que cerca vive una culebra y si ésta muere o la matan, el agua también se muere.
-¿Y dónde conseguir preguntó ella- las leyendas de México, un libro que me vaya orientando?
Le sugerí la obra que acaba de editar la Secretaría de Fomento bajo la dirección de Manuel Gamio y el Ilhuicamina que ha inmortalizado Montenegro en un vitral nos llevó de la mano hasta el cielo inefable en que vive y reina el Padre Sahagún.
-No crea que leo mucho; me leen de noche. Algunos no se explican por qué no les contesto las cartas. Figúrese: allá en Santiago el día se me reparte en labor del Liceo de las 8 de la mañana hasta las 5 de la tarde, y cuando llego a casa, estoy muy cansada, casi deshecha. Mi madre vive en La Serena, por exigencias del clima, y cuando quiero verla voy a Coquimbo y la hago una señita y ella viene. La Serena es una ciudad de beatas.
-Ya sabía -argüí- que usted no cree en las beatas pero que cree en Dios.
-¡Pero si hasta se ha dicho que he querido tomar el hábito franciscano! Sólo que yo no creo en que el signo visible es preciso para poseer la gracia invisible.
El nombre del padre Margíl nos oreó como una brisa en la floresta.
-¿Sabe, Gabriela que el P. Margil tenía como usted la alegría de andar, pues fue desde California hasta Costa Rica?
-¿La California? La única tierra que, según sé, es lo único que tienen los yanquis, ¡como fue de México! -interrumpió.
-Pues el padre Margil por dónde iba, cantaba: así, cantando un "Alabado" que todavía repiten los indios a la caída de la tarde, cuando suspenden sus labores?
-Ya usted ve! La melodía del verso, la Valdivia, que también es inolvidable, almas oscuras que se alegran cuando cae esa luz? Allá en Chile tuvimos al Padre.
-No sé por qué he pensado en el Padre Margil. Y me figuro que usted tiene mucho de aquel gran espíritu y que él como usted tenía la voz de maitines, pareja, pero con una voluntad que hacía manar agua y aceite de las rocas. Si hubiera vivido en el desierto, habría vendido arena para no estar de ocioso. Únicamente que el sí escribía muchas cartas al día, no tuvo la inteligencia mágica de yo sé quién?
-Todos tenemos la influencia de alguien pero debemos conversar sólo con uno o con dos, porque cuando yo hablo con muchos a la vez en un día, me parece que no he hablado con nadie.
Quiero a la sombra de un ala
contar este cuento en flor?
(Martí, Margil? era la grata resonancia en mis oídos).
-Cuéntenos un cuento de su país. Ya nos dijo que no hay toros, ni deportes nacionales como en México, y que el "rotito" chileno bebe mucho y no da esperanza de hacer algo.
-¡Y sin embargo, qué nacionalistas somos; mejor dicho, yo soy la más nacionalista allá, y por eso me apenaba que en El Callao algunos me llamaran "la chilena". Sólo que allá en mi país no todo está nacionalizado como en Francia, donde hasta la Virgen de Lourdes lo está ("se vende agua milagrosa", etc.) El lema de los chilenos ya lo saben: Por la razón o por la fuerza? (El mío, repuso Vasconcelos).
El aire era una caricia resplandeciente. Más allá se erguían, labrados en plata de fábula, los volcanes. Estaba floral y pasajero el Valle. De pronto, alguien, y no se sabe por qué ni cómo, inició relatos de cuentos con uno en que aparece una tarántula.
-¿Conoce usted la tarántula? -preguntó a Gabriela.
-No la recuerdo bien. Las conozco mucho de nombre y hasta me las han presentado, pero tengo tan mala memoria? Voy a contar a ustedes un cuento vivido, algo que me pasó: Yo trabajaba en ese pueblecito de que le he hablado tanto -Los Andes-, pero vivía fuera de él, en un monte, acompañada de dos criadas, y había un guardián que me salía al camino a darme los buenos días. La directora de la escuela era de parecer que yo viviese en el pueblecito para no tener tanto que caminar, pero yo le prometí que sería la profesora más puntual. La víspera del día que iba a comenzar mis labores, advertí a la india que la primera que se levantase temprano despertaría a la otra. Me retiré al piso de arriba cuando todo estaba envuelto en esa calma de los Andes. Dormimos. Pero cuando desperté, vi que había mucha claridad afuera y llame a la muchacha; ella encendió lumbre para hacer té "me desayunó", y le dije que sacara el quitasol porque esa mañana estaría ardiente. Nos pusimos en marcha y el guardia del camino nos preguntó a dónde íbamos tan de mañana. Le expliqué todo y él se rió: "Pero si es la luna señorita y serán las dos de la mañana". Cerré mi quitasol y nos volvimos a casa a seguir durmiendo. La directora rió mucho cuando le conté lo sucedido y desde entonces me llamaba por "la del quitasol bajo la luna".
Así fue el cuento de Gabriela. Es una parábola que conmoverá a muchos corazones sin maldad, capaces de elevarse hasta su alto sentido humano. He pensado en Pedro Prado el de "Las Pataguas". Yo no la oí, ni aquella tarde, ni otras después, hablar de cosas torvas ni decir mal de nadie: cuando ha aludido a alguien, por quien tal vez no tiene simpatía, ha hecho tan discreta la herida, que al segundo se la ve cicatrizarse con el aroma del dardo. "¡Tanta palabra airada!", exclamó ella una vez. Lo más que le he oído decir de un escritor es lo siguiente: "Hace malos versos, pero es tán simpática su persona!"
-No crea -me dice- han exagerado: lo que yo he hecho es poesía dolorosa, pero ya me estoy aliviando.
Y enseguida, no sé por qué:
-Lo que no está bien en mi país es que no tengamos un poeta que sea total: Colombia tiene a Valencia, Perú Chocano; aquí, Díaz Mirón, González Martínez. Yo voy a hablar en una conferencia sobre los poetas nuevos de allá; uno que hubiera sido mucho es Pezoa Véliz; el más popular, según el plebiscito, es Daniel de la Vega, el de "Las Montañas Ardientes"; y sobre Prado, a quien mucho quiero por su limpieza de espíritu, está escribiendo algo Castro Leal, y lo que ustedes no saben es que los dos se reúnen a leer lo que va escrito y que se ríen. ¿Y los de Centroamérica?
-Un día de estos le voy a presentar a Arévalo Martínez, Guillén Zelaya, Wyld Ospina, Robleto y hay un Pedro Pallais que le llamará la atención.
-Los poetas de allá -repuso- se distinguen por eso: por la movilidad, por lo cambiante, por el color. Darío era en eso muy centroamericano, Chocano parece que allá?
-En Costa Rica la esperan desde hace unos días. Hasta hay -añadí- una suscripción nacional de los maestros y los intelectuales para que usted vaya.
-Iría si se arreglasen ciertas dificultades que podemos vencer. Quiero visitar la tumba de Rubén. ¿Ustedes saben, Rubén me hizo entrar en mi país cuando publicó un cuento mío en su revista "Elegancias". Allá en Costa Rica tengo un amigo: García Monge, el que con su "Repertorio Americano", como Turcios con "Esfinge" ha hecho mucho por la publicación americanista. Yo leo totalmente el "Repertorio" y en Sud América nos hace mucho bien.
Con su voz discreta, apenumbrando toda emoción, matizando lo que dice con eso que tiene lo que ella ha llamado "el paisaje fino de México", Gabriela Mistral es humilde y orgullosa como el lirio y quieta como el campo en que todos tenemos el derecho divino de sembrar o de cortar una sonrisa; y es a la vez imperiosa y misteriosa como la estrella de la tarde.
Aquella vez cuando la luz era una bondad y el aroma un delirio, charlando con Gabriela que estaba como nunca llena de sol, me sentía como en el poema de Juan Oruchaga con "ganas de hacer del alma un aro azul para echarlo a rodar hacia los valles".
Publicado en "El Universal Ilustrado" el 27 de julio de 1922.
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