UNA VISITA AL GENERAL DOMINGO VÁZQUEZ
Diálogo con DOMINGO VÁZQUEZ TORUÑOUNA VISITA AL GENERAL DOMINGO VÁZQUEZ
Recuerdo ahora el día que visité al ex-Presidente hondureño: hace muy poco tiempo, y, quien lo creyera, ya no me acuerdo de él; ya se va borrando de mi memoria su bizarra imagen. Al escribir estas líneas hago esfuerzos para evocarla; me inquieto tratando de revelar esta vieja placa que guardé en mi pensamiento, para fijar ese perfil que pasó muy leve por mis recuerdos, muy leve, como un soplo de bravo viento sobre una gasa perennemente blanca, Sólo aparece a mi cerebro el sencillo traje negro que el general vestía; la corbata blanca prendida con elegancia sobre la pechera tersa; y la roja flor de fuego que decoraba el negro pliegue de la solapa.
Aquella tarde estaba tibia y azul. Abril floreaba. Supe que él había llegado, y diez años se amontonaron sobre mí. Mi abuelo fusilado en Tatumbla, mi padre revolucionario, mi infancia llena de inquietudes; todo surgió en mi cerebro como si lo estuviera viendo ahora mismo? Y acudí a saludarle con curiosidad, trazando su silueta en mi interior. -¡Cómo será!-me decía?
¡Pero que cambiado estaba! Cuán diferente el viejo que conocía en esos momentos, de aquel Vázquez que en imagen, tantas veces vi en el Salón de Retratos de Tegucigalpa. Este era otro? era otro? ¡Por algo corre el tiempo! Y a la erupción de la blanca cima sucede un torrente de ceniza? Los hombres viejos ceñidos de canas, tienen para mí la majestad de los volcanes apagados?
Me recibió con desconfianza. Tal vez creyó que yo era periodista, que iba a entrevistarle, o que era un espía. Yo no sé que se imaginó de mí. Pero estoy seguro que después se convenció de que yo le era inofensivo? Y empezó a hablar, tras mi pregunta inicial procuré no perderle una sola palabra. ¡Una sola! Hoy esa palabra faltaría en mi crónica. Seguro estaba de que pronto moriría. Le ví muy pálido: parecía tener untada la piel sobre los huesos?
Y, oh! Acaba de morir en Honduras. Por fin descansó ya el pobre peregrino, viejo, fatigado. Dicen que manos piadosas echaron tierra sobre su ataúd!...
-Centro-América está en un estado lamentable, me dijo. Aquellos gobiernos no conocen lo que tanto elogió D. Ramón Rosa en Juan Mora: la moralidad administrativa. Necesitamos un ejército disciplinado, y hombres que se eduquen en la ciencia del gobierno?
Y después de una pausa, se irguió en su asiento: sorprendí la actitud que tal vez tenía en sus tiempos de poder, cuando a una voz suya temblaba el ejército?
-Qué le diré a usted-prosiguió-acerca de los hombres de Centro-América? Estrada cabrera es un tirano tenebroso, pavoroso; es sanguinario y sombrío. Zelaya es un tirano asqueroso. ¡Son los hombres de mayor valía en Centro-América! El presidente Figueroa es mi amigo y fue mi compañero de armas el año de 1874. En Honduras, ah! Yo no quiero decir nada? Solo le aseguro a usted que jamás tomaré participación en la política. Porque me temen, porque de mi sospechan, yo no vuelvo a Honduras? Me considerarían conspirador. A Vázquez le tienen miedo?
¿Y usted piensa residir aquí en esta capital? -proseguí.
-Hay cuarentena en Tejas y me iré a Nueva York, hasta dentro de cinco días. Allá tengo mi residencia desde hace varios años. Estuve curándome en un sanatorio de aquella metrópoli. Salí bastante mejorado pero muy débil. Invierno El invierno del año pasado-1907-fue muy riguroso en aquella ciudad. Las calles se cubrieron de nieve y volví a recaer? Los médicos me aconsejaron saliera del país para regresar hasta en la primavera de este año. Me fui a Costa Rica y ahora regreso a Nueva York. Hace muy poco tiempo me avisté con Miguel Oquelí Bustillo, quien me prometió garantías en Honduras. Había pensado volver a la patria apenas subió al poder Manuel Bonilla. Urgíame arreglar allá un asunto privado. Deseaba ver a una sobrina mía, la única que me queda de la familia. Preparé mi viaje. Bonilla es mi amigo y está obligado conmigo por deberes de gratitud. Yo le salvé la vida cuando cayó prisionesro en mis manos. Pero también sospechó de mi viaje: dio orden para que no se me dejara desembarcar en Amapala.
Cuando yo era Presidente (y el pobre hombre suspiraba) escribí una carta a mi amigo D. Ignacio Mariscal pidiéndole varios militares educados en Chapultepec, para que fueran a disciplinar a nuestro ejército?
Yo desearía que de allá se estableciera una perenne corriente de amistad; que se viniera en masa toda la juventud: porque educando a ésta el porvenir está asegurado. Centro-América no podrá sustraerse de la civilizadora corriente venida de los Estados Unidos de Norte-América. Hay, pués que aprender inglés. Yo lo hablo con perfección lo mismo que el francés. Pero aprenda usted el inglés que es el idioma del porvenir.
¿Sería fácil -le dije-, que una revolución derroque a Estrada Cabrera, aprovechando los elementos dispersos que odian a su gobierno?
-Eso podría creerse; pero note usted que Cabrera emplea terribles medios de represión y ha sembrado el pánico entre los guatemaltecos. Una vez que en las masas se logra sembrar el miedo por virtud de las armas del poder, todas sus cóleras quedan adormecidas?
(¿Entendéis ahora por qué empleó él su máxima política, creyendo que así vencería a sus enemigos?)
Yo había oído decir que Vázquez había ido a la Tierra Santa y que en el Perú estuvo de jefe del ejército.
¿Es cierto que usted prestó servicios militares en la América del Sur?, le interrogué.
-Cuando era Presidente el Dr. Soto fui nombrado Ministro Plenipotenciario de mi patria en aquel país. Era presidente del Perú el Sr. Prado, y acompañé a éste en la guerra que emprendió contra Bolivia. Yo iba con él, no como militar en servicio de campaña, sino como simple espectador de la lucha? Quizá muchos de mis consejos sirvieron en aquella guerra.
He viajado por Rusia, Alemania, Italia, Grecia, y Turquía; conozco Egipto, Palestina y Siria. Puedo informar a usted cuanto he visto. He visitado ciudad por ciudad en Europa; he llegado a todos los centros de progreso tanto en lo artístico, en lo comercial como en lo manufacturero, en lo científico, en lo militar y en lo histórico? y confieso que no he visto en mis viajes, lo he buscado con curiosidad, con deseo de disculpar nuestra pobreza, un país tan triste y tan atrasado como el nuestro. Cuando ustedes, los que estudian aquí, vuelvan a Honduras, llevarán buena simiente. Por eso, los gobiernos deben mandar muchos jóvenes al extranjero, para que cuando éstos regresen a la patria, hagan mayoría entre los suyos y lleven las ideas sanas que cosecharon.
Yo no volveré a Honduras tan pronto, quien sabe cuando acabe mi peregrinación. Aquello es tan pobre. Es mentira el verso de José Joaquín Palma: Tegucigalpa no es el nido de paloma sobre una rama florida, como dice la décima.. Tegucigalpa vista desde el Cerro de Hule infunde mucho desconsuelo.
No, señor General Vázquez, aunque usted no quiera a aquel pedacito de tierra que bañan dos mares, aunque usted no ame a mi floresta de pinos y rosales en que el cielo es más azul y la tierra más fragante? Yo la quiero así, fea, abandonada, harapienta, llena de miseria. ¿No querría usted a su madre, aunque fuera una anciana piojosa y limosnera? Yo la quiero con todas las fuerzas de mi corazón: es algo de mi alma, algo que he adorado desde la cuna; porque en mis huesos hay fósforo de su tierra, porque en mi carne hay vibraciones de su fuego, porque en mis ojos hay luz de su sol, porque el primer aroma que aspiré andaba errante en sus aires, porque ella es hermosa como la primera plegaria, dulce como el primer beso, inefable como la primera flor que brotó en los campos, limpia como la primera gota de agua que fecundó los bosques, eternamente casta como la primera aurora que rompió el azul de los cielos. Yo la quiero así, la amo así, y no quiero morirme si no es en sus brazos, no quiero separarme de la vestidura corpórea sin beber su último beso, no quiero descansar para siempre si no es junto a la tierra que calentó mis primeros suspiros, junto al cielo que desde la infancia adoraron mis ojos.
Porque mi madre la ama, porque la adora mi padre, porque ellos dos me enseñaron a bendecirla desde niño; cuando aún no podía decir las primeras palabras, porque mi primera frase fue para ella, por eso la amo con el amor salvaje de la planta que no quiere desprenderse de su bosque, con la caricia de la bestia que ama los aires de su patria montaña, con el calor del pájaro que jamás quisiera abandonar su nido de barro, su rama de verdores, su agujero labrado en el tronco de la selva, para ir a suspirar en la jaula que ultraja el matiz de sus doradas alas, por el libre viento en que cantó sus divinos gorjeos, en que arrulló sus primeros amores, en que le sorprendió el ósculo de fuego de las puestas de sol, cuando la oración de la tarde pliega las manos del labriego y la estrella de la tarde asciende sobre los azules horizontes.
Bien dijo el poeta que todo puede ser luz, pero no como la luz que se enciende en los cielos de la patria; en todos los campos hay perfumes, pero no tan suaves como en los que se embriagan sus flores; cualquier tierra puede brindar su seno para esconder en él los despojos que nos deja la muerte, pero nunca como la tierra querida de la patria, en que descansan las cenizas de nuestros abuelos, los restos de nuestros mártires, los besos que nuestra madre arrancó de sus dulces labios para besar por vez primera nuestra frente el día que nos enseñó a amarla en el inocente lenguaje de la casta oración.
La patria es dulce, la patria es inefable, es algo que está en todas partes, como Dios; que en todas partes se halla dispersa, en el aire que respiramos, en el suspiro que huye de nuestro dolorido pecho, en el humo que sube en blancos copos a los cielos, en el trino del pájaro que canta enamorado al ver desde su asilo de paja a la que ha de brindarle el tesoro de sus perennes arrullos. La patria es algo que no podemos ver con los ojos del cuerpo, algo oculto y misterioso que calienta la hoguera de nuestro pensamiento, algo que vaga en la onda de la luz para poner en nuestra frente el sello de la caricia que nos brindan sus labios, algo fragante como la flor primera que brota en el tallo de la planta, como un suave arrullo de pájaro, como un largo beso de amor.
Publicado en "México Nuevo" el 28 de enero de 1910.