FONDO RAFAEL HELIODORO VALLE;
SEMBLANZA DE UNA COLECCIÓN
El quehacer bibliográfico de Rafael Heliodoro Valle fue cotidiano. Hondureño de nacimiento, 1891-1958, vivió más de 50 años en México desempeñando una extraordinaria labor humanista. Su producción histórica y literaria fue producto de su excepcional labor bibliográfica. Rafael Heliodoro Valle, gran amigo de Nicolás León y Luis González Obregón enriqueció con sus lazos de amistad su naciente pasión por tan destacada actividad. Posteriormente Agustín Millares Carlo y el doctor Ernesto de la Torre Villar compartieron con él su producción bibliográfica y su quehacer humanístico en pro de la América hispana.
El primer contacto que tuvo Valle con la Biblioteca Nacional se inició a los pocos meses de su llegada a nuestro país como joven estudiante que gracias al apoyo y la amistad del poeta Juan de Dios Peza y la del político hondureño, Alberto Membreño, pudo adentrarse también en una naciente labor bibliográfica, disciplina que lo distinguió toda su vida como eminente intelectual y lo convirtió en uno de los humanistas americanos cuyo amor a los libros lo significó enormemente, muestra de lo señalado está presente en la biblioteca que logró conformar durante toda su vida, indescriptible acervo de temas americanos depositada en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional.
Siguiendo los consejos del Dr. Membreño, quien constantemente le comentaba a Valle la importancia que tenía para el historiador y el humanista el diario contacto con los archivos y las bibliotecas, esto con el fin de analizar los datos históricos y hacer su fiel exégesis, añadió a su tarea cotidiana de estudiante normalista la regular asistencia a los repositorios bibliográficos y documentales más importantes de la ciudad de México. En una de varias cartas dirigida al político centroamericano, le relataba:
Mi vida aquí se reparte íntegra entre la lectura en la Biblioteca Nacional y la pluma. A las ocho de la mañana ya estoy sobre las cuartillas, a las diez entro en la Biblioteca, salgo de ella a la una para volver a las dos y leer hasta las cinco. En la noche estoy sobre el yunque hasta las once. Me solazo ahora con Bernal Díaz, con Remesal, con los historiadores de la Compañía de Jesús. Y entretanto, estoy escribiendo un estudio sobre lo que ésta hizo en Tepozotlán, estudio que ya se va haciendo largo. Esta es mi vida, mientras se abren nuevamente los cursos en la Normal.1
En julio de 1910 inició Valle sus prácticas para graduarse de maestro normalista, en octubre presentó su examen general para optar por el título correspondiente; su tesis versó sobre la caída de México en poder de Hernán Cortés. Lamentablemente la gravedad de los acontecimientos políticos en nuestro país lo obligaron a regresar a Honduras.
Diez años habían transcurrido desde que Rafael Heliodoro Valle dejara México. En 1921, aceptando la invitación que le hiciera Jaime Torres Bodet, regresó a nuestro país. Este año fue determinante en la vida del hondureño, pues de lo que habría de ocurrir en ese lapso se marcaron los derroteros de su obra bibliográfica, hemerográfica, histórica y literaria. Enterado Vasconcelos de su llegada a México, de inmediato formalizó sus primeros nombramientos, entre otros el de secretario particular del director general de Educación Pública y jefe del Departamento de Publicaciones del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología. La cátedra de literatura hispanoamericana en la Escuela Nacional Preparatoria le abrió las puertas de la docencia en la Universidad de México; entre sus alumnos se contaron jóvenes que con el curso de los años se convirtieron en brillantes personalidades: Salvador Azuela, Javier Gaxiola, Miguel N. Lira, Rubén Salazar Mallén, Miguel Alemán y en especial, Ernesto de la Torre Villar quien de alumno se convirtió en uno de sus mejores amigos y a quien se debe que a la muerte del hondureño, y cuando ocupaba la dirección del Instituto de Investigaciones Bibliográficas en 1974, ingresara a la Biblioteca Nacional el Fondo Completo por decisión testamentaria de Rafael Heliodoro Valle.
Indiscutiblemente, la columna vertebral de la colección lo conforma el epistolario generado durante 68 años de vida, día a día, semana a semana, mes a mes y año con año. Formado por cerca de 36,000 cartas, a través de ellas es posible conocer la vida, pensamiento y actividades de políticos, dictadores, diplomáticos, académicos, historiadores, bibliógrafos, periodistas, poetas, pintores, familiares y amigos. En ellas se encuentra plasmada también la vida cotidiana de principios del siglo XX, no solo de México sino de centro y sur América.
La diversidad de temas presentes son por demás atrayentes: agradecimientos, condolencias, felicitaciones por libros publicados, premios obtenidos, grados académicos alcanzados, conferencias, acontecimientos políticos, gobernantes corruptos, conspiraciones, desgracias naturales, cartas de amor, etc. Su importancia radica en la posibilidad de reconstruir, mediante su consulta, acontecimientos históricos y culturales desconocidos que le permitan al investigador interesado rescatar y reflexionar acerca del devenir de nuestros pueblos, tener un acercamiento con las ideas de personalidades como Víctor Raúl Haya de la Torre, Jorge Basadre, Alfredo González Prada, Jorge Guillermo Leguía y otros más que contribuyeron, con sus pensamientos y acciones, a transformar la historia del Perú, y con su ejemplo a propiciar otros derroteros para América.
Entre la correspondencia sostenida con costarricenses figuran nombres como el de Roberto Brenes Mesen, Alfredo Cardona Peña, Raúl Cordero Amador y Máximo Soto Hall, personalidades que engrandecieron la cultura de su país.
En su su epistolario están presentes Argentina, Venezuela, Uruguay, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Bolivia, Brasil, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Panamá, Cuba, República Dominicana, Puerto Rico y desde luego, Honduras y México en mayor proporción. Entre los mexicanos se encuentran Manuel Alcalá, Miguel Alemán Valdés, Vito Alessio Robles, Manuel Ávila Camacho, Mariano y Salvador Azuela, Luis G. Basurto, Juan de Dios Bojórquez, Wilberto Cantón, Rafael Carrasco Puente, Manuel Carrera Stampa, Alfonso Caso, Antonio Castro Leal, Alfonso Cravioto, José Luis Cuevas, Ignacio Chávez, Salvador Díaz Mirón, Isidro Fabela, Enrique Fernández Ledesma, Manuel Gamio, Enrique González Martínez, Eulalia Guzmán, Juan Bautista Iguíniz, Miguel N. Lira, Rafael López, Juan de Dios Peza, Samuel Ramos, Antonieta Rivas Mercado, Victoriano Salado Álvarez, Adolfo Ruiz Cortines y Alfonso Teja Sabre, entre otros.
Mantuvo también correspondencia con españoles, norteamericanos, portugueses, franceses, italianos, polacos, húngaros y alemanes así como con un importante número de Sociedades de Geografía e Historia, Bibliográficas, Pedagógicas y de Antropología de varios países.
Actualmente el archivo epistolar de Rafael Heliodoro Valle se encuentra ordenado alfabéticamente conservando su estado original, las cartas están colocadas por año, mes y día, la catalogación de los expedientes se inició en 2006 según las normas establecidas por la Biblioteca Nacional y pueden ser consultadas en línea por Internet.
Varios de los intelectuales contemporáneos de Valle lo consideraron, más que historiador y literato, un gran bibliógrafo. Su obra en esta disciplina fue, en efecto, densa y su colaboración en las revistas del ramo, inconmensurable. Algunas de sus principales aportaciones bibliográficas, aparecieron el año de 1930 al crear, sin ayuda de ninguna institución, un Boletín de Bibliografía Mexicana que lamentablemente sólo alcanzó cuatro números. Él aparece como director y en el primer número manifestó los siguientes propósitos:
Esta revista quiere servir a México y a los amigos de México dándoles, especialmente, informaciones sobre lo que aquí se publica. Es lógico que el país que tuvo la primera imprenta en América y que ha tenido y tiene una producción bibliográfica intensa, tenga una revista de bibliografía. No es de crítica, sino de información. A través de ella pretendemos dar a conocer un México inédito, dinámico, que trabaja calladamente, que sigue elaborando cultura; que tiene entre sus riquezas de grandes posibilidades latentes, una muy vasta: la bibliográfica. Hay que ir desamortizando esa riqueza, para ofrecerla como un valor vivo a las manos y a las mentes ávidas.2
El boletín estaba conformado por varias secciones: la primera en la que aparecían noticias sobre eventos a realizarse relacionados con bibliotecas, presentaciones de libros, concursos bibliográficos, etc.; otra denominada “Algunas revistas mexicanas”, en que se anunciaban las publicaciones culturales más sobresalientes con datos breves sobre su contenido, precio, lugares donde era posible adquirirlas, tiraje y tipo de divulgación. La tercera parte conformada por las novedades bibliográficas mexicanas que proporcionaba al lector, además de un listado de obras de reciente aparición, un análisis de contenido. La cuarta parte informaba al interesado sobre una serie de revistas extranjeras culturales y la forma de adquirirlas. En una última sección Valle reseñaba una obra, generalmente histórica de reciente aparición. Los colaboradores fueron Joaquín Díaz Mercado, Ermilo Abreu Gómez y Armando Arteaga. Las instituciones que apoyaron académicamente su efímera existencia estaban la Secretaría de Educación Pública de México a través del Departamento de Bibliotecas y la Bibiographical Society of America, en Estados Unidos. Sin conocerse las razones de su efímera existencia, el último número apareció en diciembre de 1930.
La situación anterior no fue obstáculo para que Valle se detuviera en su cada vez más empeñosa actividad bibliográfica. De ella, en su colección, es posible consultar los siguientes títulos: Bibliografía de don José Cecilio del Valle, México, 1934; Bibliografía de Historia de América, 1938; Bibliografía de Ignacio Manuel Altamirano, 1939; Bibliografía maya, 1941; La cirugía mexicana del siglo XIX, 1942; Bibliografía del periodismo en la América Española, 1942; La Bibliografía cervantina en la América Española, 1950; Bibliografía de Hernán Cortés, 1953; Bibliografía de Rafael Landívar, 1953; Bibliografía de Sebastián de Aparicio, 1954. A su muerte varios estudios quedaron inconclusos: Bibliografía de Justo Sierra, Bibliografía de Francisco Morazán, Bibliografía de Benito Juárez y bibliografía de Centroamérica, calculada en 12 volúmenes.
La temática americanista en la obra bibliográfica de Valle es indiscutible. Mediante ella divulgó la cultura mexicana y centroamericana en todo el Continente. Sin embargo, la mejor bibliografía fue el propio Rafael Heliodoro, pues su memoria prodigiosa, en opinión de sus contemporáneos, le permitía citar nombres y fechas sin necesidad de consultar archivos, aunado a ello, sus ficheros, con varios miles de cédulas, fueron considerados en su momento, de los más completos de América.
Otra sección importante del Fondo Rafael Heliodoro Valle está conformada por un aproximado de 20,000 volúmenes especializados en historia y literatura hispanoamericanas dentro de los que se encuentran poemas, relatos, antologías, y obras históricas de su autoria, además de otras obras con temas de geografía, folclore, religión, medicina, filosofía, arte, novela y cuento de reconocidos escritores.
Honduras proclamó periodista a Rafael Heliodoro Valle. Tegucigalpa le proporcionó el ambiente, la atmósfera y los motivos para sus primeros artículos y reportajes. El periodismo fue en su vida la actividad que más horas le exigió, por ello en este género alcanzó una jerarquía excepcional. A Valle se le consideró como uno de los periodistas que dieron más prestigio y más lustre a la profesión en el continente, hasta el punto de convertir el oficio de “gacetillero” en respetable actividad universitaria. Por ser uno de los hombres mejor enterados de cuestiones americanas, capitalizó extraordinariamente todas las posibilidades del periodismo para trabajar por el continente americano. El periodismo de Valle se caracterizó por la erudición, estilo iridiscente y sutileza; hay en sus reportajes dos esencias profundas que deben señalarse: la probidad y la veracidad en la información, es decir dos elementos consustanciales a la ética periodística. Los géneros que frecuentó fueron la crónica, el artículo, la columna y la entrevista. En 1957, año en que cumplió cincuenta años en el periodismo, era colaborador regular de los siguientes diarios: La Prensa, de Buenos Aires; Excélsior, El Universal, Novedades, ABC y El Nacional, de la ciudad de México; Diario de la Marina, de La Habana; La Crónica y El Comercio, de Lima; diario de Yucatán, de Mérida, Yucatán; La Prensa, de San Antonio y de Nueva York; La Opinión, de Los Ángeles, California; El Dictamen, de Veracruz; El Imparcial, de Guadalajara y El Día, de Tegucigalpa.
A esta lista hay que añadir cantidad de revistas, en las que publicó regularmente: Revista de Historia de América, Revista Chilena de Historia y Geografía, Revista del Archivo y Biblioteca Nacionales (Honduras), Centroamérica (Guatemala) y La Nueva Democracia (Estados Unidos), entre otras. Su actividad en el ramo lo hizo merecedor al premio “Marie Moors Cabot” que recibió en la Universidad de Columbia en 1940.
Su producción hemerográfica está inserta en otra sección del Fondo, la que corresponde a periódicos y revistas todavía sin catalogar. Es imposible cuantificar la totalidad de ejemplares pues existen infinidad de títulos de publicaciones de la mayoría de los países de América Latina, Estados Unidos y algunos de Europa, desde finales del siglo xix hasta 1959, año del fallecimiento del polígrafo hondureño.
En sus artículos Valle conformó su propio estilo y divulgó ideas originales nacidas de su vastísima ilustración; su excelente preparación en la materia lo inclinó con frecuencia a escribir sobre historia. Al exponer hechos fue siempre claro y profundo, características relevantes para quienes, como él, vivieron siempre del periodismo activo. Eternamente urgido para enviar buen número de artículos a los múltiples diarios ya señalados, practicó el análisis crítico de las ideas en cuanto a temas de esferas tan diversas como la política, la literatura y la historia.
Además de su memoria prodigiosa, contaba con un archivo extraordinariamente rico que le permitía redactar sus columnas. Así se explica que pudiera ofrecer al público una serie de datos importantes a los que la mayoría de los lectores no tenían acceso. Enriqueció también sus estudios y reseñas presentados en las revistas en las que colaboró, con información proveniente de una considerable colección de misceláneas, entre 1890 y 1960 con aproximadamente 5,000 títulos organizados en 341 volúmenes perfectamente empastados y en los que abundan temas literarios, filosóficos, religiosos, históricos, folclóricos, médicos, etc., de América Latina y que difícilmente se podrían encontrar en otros repositorios.
Después de algunos años se logró concentrar en el Fondo, su impresionante colección fotográfica dispersa en otros acervos de la Biblioteca la cual se encuentra ahora en proceso de limpieza, identificación de personajes y catalogación.
La obra ciclópea de Rafael Heliodoro Valle resultó inconclusa. En su mesa de trabajo quedaron pendientes varias obras, entre ellas, la Historia de Honduras y Las relaciones diplomáticas del Perú: infinidad de temas e infinidad de posibilidades, todos relacionados con América, con sus riquezas naturales y sus caudales espirituales, con sus personajes y hechos históricos, en titánica empresa por echar vastos cimientos a una nueva y magna conciencia americana, a una gran cultura nutrida de savias ancestrales indígenas y españolas, y de las mejores corrientes universales contemporáneas. La mayoría de sus obras, dedicadas a México son ejemplo del intenso agradecimiento de un hombre al país de su predilección.
Dra. María de los Ángeles Chapa Bezanilla.
1 FRHV, BNM, correspondencia personal.
2 FRHV, BNM, correspondencia personal.