DISCURSO DE INGRESO A LA ACADEMIA
HONDUREÑA DE LA LENGUA
RAFAEL HELIODORO VALLE EN LA CREACIÓN LITERARIA
En el año de 1956 Rafael Heliodoro Valle cumplía cincuenta años de intensa y fecunda vida literaria. Para entonces, había publicado no solamente una abundante obra en este ámbito sino también en el de la poesía. El Centro Mexicano de Escritores, que presidía el doctor Julio Jiménez Rueda, le ofreció un homenaje al que se adhirieron Alfonso Reyes, Francisco de la Maza, José Ángel Ceniceros, Alfredo Cardona Peña, Salvador Azuela, Luis G. Basurto, Wilberto Cantón y los destacados hondureños doctor Guillermo Alvarado, la novelista Paca Navas de Miralda y el licenciado Víctor Eugenio Castañeda. El acto fue expresión de reconocimiento y admiración para un intelectual que durante medio siglo había hecho uso de tan noble tarea para consolidar prestigios y exaltar la calidad de las letras americanas.
El 6 de febrero de 1908, acompañado por el cónsul de México en Honduras, general José Manuel Gutiérrez Zamora, Valle dejaba su patria rumbo a México. Hacia el puerto de Salina Cruz escribió sus primeros versos que hablaban del vapor que zarpaba, de las gaviotas que mojaban sus alas en el mar, y del puerto de Amapala que se quedaba atrás, entre la bruma.
La actividad literaria del joven hondureño pudo continuarse en México gracias al apoyo que le proporcionó el poeta Juan de Dios Peza. De aquellos días Valle recordaba que una de sus ilusiones había sido la de conocerlo puesto que por entonces gozaba de popularidad en todos los países de habla española. El bardo mexicano le proporcionó la carta de recomendación más afortunada en esos momentos: la dirigida a don Heriberto Barrón, director del Diario “La República”.
Las oportunidades para que Rafael Heliodoro Valle colaborara en otras publicaciones de importancia en la ciudad de México, se fueron ampliando conforme crecía su fama de buen escritor. En julio de 1909, como alumno normalista, inició sus participaciones en la revista La Enseñanza Normal, patrocinada por la Escuela Normal de Maestros. De esta época dos aportaciones merecen ser señaladas: El viaje de Cortés a las Hibueras, ensayo dedicado al escritor y diplomático Victoriano Salado Álvarez y La flor del Toloache. La revista “Arte y Letras” publicó en el mes de octubre del mismo año dos crónicas. La primera sobre el libro La musa bohemia del literato y narrador Carlos González Peña en la que Valle anotó: “En la musa Bohemia, vibra el alma de los campos, de las primaveras, de las cosas de esta florida maravillosa tierra. González Peña hace prosa de buena factura, de buena cepa y de vigorizante consuelo”.
El 17 de marzo de 1909 publicó el titulado A la bandera hondureña, tributado a su amigo puertorriqueño Ferdinand R. Cestero, personaje que le había sido presentado epistolarmente por Juan de Dios Peza: “Bandera de mi patria, así cuando te miro / subir por el espacio, semejas al flotar / paloma de alabastro con alas de zafiro / volando bajo el cielo, sobre el celeste mar. Corónante las brisas de las montañas mías, / arrúllate en sus alas el dios del huracán; / bajo su espada férrea, en los gloriosos días, / te coronó de lauros el héroe Morazán…
A éste siguieron “Homenaje”, el soneto “Crepuscular”, dedicado a Dolores Jiménez y Muro; “Sangre torera”, “Fugitiva” y “Excélsior”, publicados en México, y “Canto a la Primavera”, publicado en el diario El Nuevo Tiempo de Tegucigalpa. De esta época es también su poema titulado “A la Virgen de Suyapa”.
Las colaboraciones poéticas de Valle empezaron a aparecer también en La Semana Ilustrada y Artes y Letras de la ciudad de México. En ellas se pueden apreciar las siguientes: “La gloria del cisne”, “Francisco Clavijero”, “El Papa León XIII”, dedicado al poeta Luis G. Urbina, y “Florilegio” del álbum de María Otero y Ruisánchez.
La revista cubana Hero, dirigida por Anastasio Fernández Morera publicó por primera vez su poema “La garza”, el único de estos primeros versos que Valle recogió después, en 1922, para conformar su libro de poemas Ánfora sedienta, y que le mereció un elogio muy especial del poeta español Salvador Rueda.
Por sus reconocidas aptitudes oratorias, la comunidad de la Escuela Normal lo designó en septiembre de 1909 para pronunciar un discurso en honor a los Niños Héroes de Chapultepec. Este fue su primer triunfo público en México. De su composición rescato el siguiente párrafo:
La producción de Rafael Heliodoro Valle en 1910 fue abundante. Sólo en el mes de enero, publicó en La Enseñanza Normal, cuatro artículos: “De lo empírico a lo racional” en el que ofrece una serie de elementos útiles para lograr una buena redacción; “El maestro Violeta en donde describe la recia personalidad de uno de los más destacados maestros de la juventud hondureña: don Pedro Nufio; “El bachiller Muñoz” que relata un episodio de la vida estudiantil colonial en la intendencia de Guanajuato, y “La visita del señor Cura”, narración y descripción de los mesones coloniales de Guanajuato.
Para la revista Artes y Letras, entre los meses de marzo y junio, entregó las siguientes narraciones: “La perla de San Bartolomé de las Casas”, consagrado a su amigo Rafael Unda; “Puestas de sol”, y “Para un óleo”, trabajo que después formó parte de su obra El rosal del Ermitaño.
Con motivo de los actos oficiales que se efectuaron para celebrar la conmemoración del Primer Centenario de la Independencia, Valle leyó, en nombre de los estudiantes normalistas, su Arenga lírica en loor de Juárez. Días después fue invitado por un grupo de estudiantes de Toluca a rendir, en aquella ciudad, un nuevo homenaje al benemérito. Ahí leyó su Oda a Juárez y pronunció un discurso en honor del prócer.
Al año siguiente, 1911, con la beca que le otorgara don Justo Sierra, pagó la edición de su primer libro, El rosal del ermitaño, impreso por don Carlos de Gante. Un ejemplar lo envió de inmediato a Rubén Darío, por quien Valle sintió siempre gran admiración. Semanas después recibió del poeta nicaragüense una carta con los siguientes halagos:
Contra lo que pudiera suponerse después de diez años de ausencia, México lo acogió por segunda ocasión y puso a su alcance buenas oportunidades de desarrollo profesional. El año 1921 fue determinante en la vida de Rafael Heliodoro, pues de lo que habría de ocurrir en él dependería su determinación de radicar definitivamente en este país y marcó los derroteros de su obra literaria. Volvió a dialogar con sus amigos los escritores y poetas Salvador Díaz Mirón, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y Ramón López Velarde. Respecto a su amistad con este último, recordaba Valle: “Uno de los primeros hombres de letras que traté a mi retorno a tierra mexicana fue Ramón López Velarde, quien trabajaba en la redacción de la revista El Maestro, fundada por José Vasconcelos.
A la muerte de López Velarde producida el 23 de junio de ese año, Vasconcelos por entonces rector de la Universidad Nacional de México, nombró a Valle catedrático de la materia de literatura mexicana e hispanoamericana en la Facultad de Altos Estudios, en sustitución del poeta zacatecano.
En 1934, paralelamente al inicio de las actividades del Instituto de Historia de la Universidad de México, entró en funciones el Instituto de Letras de la misma casa de estudios y dentro de ella se le otorgó a Valle el nombramiento de profesor titular de literatura castellana.
Es muy probable que el reinicio de su actividad poética en el año de 1940, estuviera motivada por la visita que hizo a México Pablo Neruda. En ceremonia que la Embajada de Chile ofreció a su bardo, Valle tuvo oportunidad de conocerlo, charlar con él y, como era su costumbre, trabar una sólida amistad. Neruda no desconocía la trayectoria del hondureño; por ello cuando estaba por inaugurarse la Biblioteca del Consulado Chileno en este año, Neruda buscó inmediatamente el consejo y la asesoría de Rafael Heliodoro respecto del nombre que debería adjudicarse al recinto bibliográfico.
En el sólido panorama literario que Valle había logrado construir, la investigación ocupó buena parte de su tiempo y dentro de ella tuvo preferencia por algunos temas; uno de ellos fue el de Rubén Darío, que exploró en el recuerdo de los contemporáneos del gran poeta de Chocojos y para llevar a cabo su cometido entrevistó a poco más de cien personas que conocieron al máximo representante del modernismo literario en lengua española. El mismo proceso lo utilizó con Enrique Gómez Carrillo, José Asunción Silva, Porfirio Barba-Jacob y otras figuras. Su quehacer literario por estos años se significó por la producción de trabajos como el denominado Joven poesía moderna de México en coautoría con Alí Chumacero y Contigo, prologado por Enrique González Martínez.
Sin embargo, la magna obra literaria de Rafael Heliodoro Valle fue sin duda la realizada en el marco de las actividades culturales a las que se entregó cuando fue nombrado embajador extraordinario y ministro plenipotenciario de Honduras ante el gobierno de los Estados Unidos de América en 1949. Con la creación del Ateneo Hispanoamericano de Washington las tareas en el ámbito señalado no se hicieron esperar. La apertura de dicha agrupación inició con un ciclo de homenajes a los poetas Manuel Acuña, Sor Juana Inés de la Cruz y Edgar Allan Poe, Salomé Ureña y Rubén Darío, entre otros.
Gracias a las gestiones de Valle, se logró que constantemente se celebraran reuniones de estudiantes de literatura hispanoamericana en varias casas de enseñanza superior de Estados Unidos como las Universidades de Washington, Delaware, Michigan y Pennsylvania. Y si la cancillería de Honduras en Washington era un foco de activo trabajo, la residencia del embajador fue el centro de reunión de intelectuales de toda clase, que residían en la ciudad o pasaban por ella. Con mucha frecuencia ofreció recepciones, cumpliendo siempre y de manera estricta con el protocolo. Por ser un hombre cultivado, cuyo espíritu se había ido transformando al toque del arte y de la cultura, gustaba de congregar en torno a su mesa a los hombres dilectos con los que podía platicar de los tópicos más diversos en conversaciones de gran refinamiento.
Durante el periodo en que sirvió a su patria como embajador, la salud de Rafael Heliodoro Valle se fue deteriorando, su renuncia a ese cargo diplomático le fue aceptada en marzo de 1955. Regresó a su casa ubicada en San Pedro de los Pinos, ciudad de México pero ya no pudo dedicarse a todas sus actividades, las que únicamente prevalecieron fueron la literaria y la periodística. Su empresa intelectual se fue reduciendo paulatinamente hasta desaparecer con su muerte el 29 de julio de 1959.
CREACIÓN LITERARIA.
Rafael Heliodoro Valle produjo abundante obra literaria en muy diversos géneros: crónica, cuento, novela, ensayo y poesía. Como hombre de letras adquirió una profunda cultura que le permitió crear de cuanto absorbía su espíritu, transformando las vivencias mediante el embrujo de su estilo, en las maravillosas crónicas, antologías y ensayos que dejó esparcidos en todos los periódicos de habla castellana y en una buena cantidad de editoriales.
Supo hallar un motivo literario de cuanto percibió su alma: un paseo, la visita a una biblioteca o la plática con alguna personalidad le dieron temas para sus escritos. Durante toda una época, la que siguió inmediatamente al modernismo mexicano encabezado por Manuel Gutiérrez Nájera, Rafael Heliodoro Valle realizó una difusión sin precedentes alrededor de la personalidad de este poeta, de Porfirio Barba-Jacob, de Salvador Díaz Mirón y de Ramón López Velarde, de quien fue amigo íntimo y con quien recorrió calle por calle la inmensa ciudad de México. Lo que Valle refería sobre la vida anecdótica de estos escritores despertaba la curiosidad de los jóvenes de las nuevas generaciones por conocer sus obras, y así cumplía una faceta más de su tarea de hombre de letras.
Valle fue insistente y tenaz en la investigación literaria, y sus resultados siempre los dio a conocer en crónicas periodísticas. Muchas veces sorprendió con trabajos exhaustivos, como aquel en que contaba las peripecias del primer ejemplar del Don Quijote llegado a México o el relacionado con el centenario de la Gramática de Andrés Bello, considerado un pretexto de erudición literaria. De este último declaraba: “Don Andrés Bello es uno de los seres ejemplares del hombre de estudio que traza los esquemas de la convivencia humana sobre las posibilidades de una nueva sensibilidad”.
En la crónica y el cuento Valle alcanzó expresión personalísima. Se sirvió de ellos para manifestar su señalado optimismo y su constante buen humor. En sus crónicas, la belleza y la alegría brillaban; como consideraba ese género un arte delicado y fugaz, hizo que en sus textos prevaleciera el estilo sobre el tema o el pretexto de la crónica.
Este territorio fue el que más oportunidades le brindó al escritor para urdir las metáforas e imágenes que caracterizaron su estilo y le imprimieron originalidad. Para comprobarlo, basta revisar su obra titulada Flor de Mesoamérica, publicada en 1955 por el Ministerio de Cultura de San Salvador, en que plasmó muchas de sus mejores páginas sobre pueblos, hombres, costumbres y paisajes hispanoamericanos a los que dotó de gracia singular, colorido, plasticidad y agreste belleza.
En sus crónicas, Valle tuvo la virtud de crear atmósferas apropiadas para que el lector se sintiera transportado a otra época y, como la crónica es sensación, un modo de hacer algo de la nada, el aprovechó el silencio de la noche y la ausencia de personas para poner en escena a los personajes que convocaba su imaginación.
A lo largo de su carrera literaria conservó su capacidad de crear frescas imágenes, fundadas en la riqueza y la variedad de sus vivencias, captadas en numerosos viajes realizados por América, aunque también en las conversaciones, en su inagotable actividad y en su insaciable curiosidad, traducida siempre en la búsqueda de datos, noticias y hechos parcial o completamente desconocidos. En su prosa el estilo es sonoro, florido, abundante en colores que suscitan en el lector diversas sensaciones. Con gran cantidad de éstas se construye su obra El convento de Tepotzotlán, donde los matices se suavizan aún más, los sonidos se apagan y el estilo fluye sin interrumpir el silencio.
Su pluma honrada y su mensaje provisto siempre de perfecta claridad convirtieron a Valle en un vigoroso vínculo literario entre los pueblos americanos. También en esta faceta predominó su gran interés por Hispanoamérica, tema sobre el cual se le consideró un verdadero maestro de las letras; sin embargo, México y Centroamérica, en particular, fueron su pasión literaria. Valle, como el mejor mexicano, divulgó a lo largo de América las maravillas de nuestro país, su historia viva, su pintura, su poesía y sus tesoros arqueológicos.
Bastaría examinar un solo libro suyo para confirmar lo anterior: México imponderable. En esta obra, con peculiar estilo lírico, Rafael Heliodoro pintó, llenó de fragancia y transpirante frescura, el paisaje mexicano. Fue a los pueblos, se detuvo ante el detalle barroco de una puerta, la blanca arquitectura de una iglesia o la sorprendente joyería de plata y jade que nace en las habilidosas manos de los orfebres. La loza torneada amorosamente, los tejidos que aprisionan los más vivos colores vegetales, la figura estática del indio siempre en actitud meditativa, el amplio y seco paisaje erizado de cactos, las frágiles embarcaciones de Pátzcuaro que parecen grandes mariposas del agua, las balsas cargadas de flores en Xochimilco, las imponentes siluetas de las pirámides de Teotihuacán: todo cuanto de original y bello hay en México desfiló en las páginas de Valle. El mismo, en una de tantas, señaló:
Su abundante obra literaria estuvo relacionada con su quehacer histórico y poético. De ella, el título sobresaliente fue Oradores americanos, publicado en 1946. En él salta a la vista que el autor recurrió a la literatura como instrumento de construcción americana, a la palabra como acto reafirmador del Nuevo Mundo, como ha ocurrido desde que la América precolombina alcanzó la madurez, en la obra de los hombres que han hecho revoluciones en busca de una América mejor.
Oradores americanos se desenvuelve a partir de la conquista de México, al vibrar en las playas de Veracruz el discurso que don Antonio de Solís puso en labios de Hernán Cortés. Los frailes aprendieron los idiomas indígenas para poder adoctrinar fácilmente a los vencidos, y nada más inolvidable que la figura de Pedro de Gante en el grabado de Valadés, al pronunciar un sermón en una asamblea de catecúmenos. Valle puso especial énfasis en la vida colonial de América, estremecida por los oradores religiosos que no podían pronunciar homilía o panegírico sin citar a san Agustín o santo Tomás, y que desde el púlpito lanzaron anatemas contra los paladines de la emancipación, a quienes caracterizaban como representaciones del demonio.
Esta compilación realizada por Rafael Heliodoro Valle sólo es un muestrario de lo que hicieron los disertantes por América: la forjaron con su ademán, su optimismo, su encantamiento; la llenaron de estruendos líricos y fanfarrias generosas, y hasta cometieron el pecado de hablar en demasía.
Seis imágenes de Morelos, texto conformado por seis ensayos en que se destacan varios aspectos del pensamiento, la personalidad y la obra del prócer mexicano José María Morelos, lo publicó en 1950 la XLI Legislatura de la Cámara de Diputados.
Mediante Animales de la América antigua, antología editada por la Secretaría de Educación Pública en 1947, Valle recuperó la fauna descrita en códices y leyendas mexicanas, e incluso la que todavía poblaba las selvas del país. Aquí aparece la iguana que asustó a Colón, el manatí que veía con ojos hechizados el cronista Oviedo, el pavo que descubrió en Panamá Andrés Niño, el quetzal que describió Pablo de la Llave, el cocuyo que brilla en el mundo poético de Fernando Benítez, el cenzontle que ensalzó Landívar y el lagarto que Hartman analizó como uno de los motivos decorativos de la cerámica. Tanto a hombres como a animales Rafael Heliodoro supo dotarlos de talla literaria y trascendencia histórica.
En sus páginas el escritor hondureño dio cabida a la serpiente de ojos milenarios convertida en Quetzalcoatl, al colibrí prestidigitador, al alcaraván, al tucán y al tomeguín, y describió también, silenciosos, a la llama que se aparecía como fantasma al inca Garcilaso y al cóndor que pasaba entre las brumas rumbo a los cielos de la leyenda. En esa obra, bellamente escrita, el autor presenta 31 descripciones más, todas de animales pertenecientes a nuestro continente, a los que en algún párrafo definió así:
Vinculada con otra faceta literaria de Rafael Heliodoro Valle, la lírica, su obra Índice de la poesía centroamericana ofrece un panorama completo del género en la parte del continente en que le tocó nacer. Aunque por su larga residencia en México se le llegó a considerar nacional de este país, conservó no sólo su ciudadanía política, sino también su ciudadanía espiritual de hombre de trópico, y a ella rindió tributo en este libro, preparado con tanta sapiencia como con amor.
Aunque para muchos la poesía centroamericana se concentra en Rubén Darío, en su obra Valle no redactó sobre él nada más que aquellas notas terrígenas que lo identifican con su suelo, brindándonos así un perfil rubendariano al que no estamos habituados, además de proyectar luz certerísima sobre los antecesores y continuadores del gran bardo.
En la obra comentada se incluye lo que ha parecido mejor al antologista, y a la vez lo que representa en orden cronológico la producción en verso de la América Central. El autor no trata en ningún momento de afirmar que hay una poesía esencialmente centroamericana, sino de ponderar lo que en ella hay de tropical, romántico y lírico, es decir lo propio del alma de esta franja territorial. Para ello Rafael Heliodoro Valle seleccionó con gran tino, gracias a un método de investigación disciplinado, y en especial animado por su cariñoso apego, todo aquello relacionado a tales aspectos.
El coleccionista reunió lo de mejor calidad, lo que fuese típico de la zona física del Istmo centroamericano y lo que se ubicara dentro de la zona anímica más íntima del poeta. Encierra esta antología una selección de la floresta lírica de la América Central, incluido lo autóctono, y resalta no sólo el interés por las formas, sino por las esencias de la realidad centroamericana en el orden social.
Valle se preocupó en el Índice de fijar límites para valoraciones futuras. Para ello consultó todo lo disponible, además de lo que estaba disperso en diarios y revistas como Guirnalda salvadoreña (San Salvador, 1884-1886), Galería poética centroamericana (Guatemala, 1888), Lira costarricense (San José, 1890-1891), Honduras literaria (Tegucigalpa, 1899) y Parnaso nicaragüense (Barcelona, 1912).
Respecto a la producción poética, aunque no fue la mejor actividad del hondureño, enamorado de la forma, plasmó sus versos en distintos moldes: sonetos, madrigales, décimas y otros. Su poesía fue expresión espontánea y natural y la entregó a los lectores con gesto de la misma índole. Por eso, en ocasiones se advierte en sus versos y en toda su producción poética el apresuramiento consustancial a su vida: una natural impaciencia por publicar sin permitir el natural añejamiento de la obra en el espíritu.
Dos influencias fundamentales orientaron su producción poética: la de Rubén Darío, desde sus años de juventud, y la de Ramón López Velarde, asimilada ya en la madurez. Resulta curioso advertir que, a pesar de su gran admiración y amistad con Porfirio Barba-Jacob, se sustrajo, quizá por temperamento, a cualquier posible influjo del colombiano.
Algunos analistas de este arte opinaron en su momento que Valle, como poeta, se hallaba fuera de su tiempo, en calidad de epígono de una escuela o de una corriente que ya estaba en vías de desaparición y, a la vez, de autor situado a mucha distancia de las preocupaciones sociales o las angustias que cercaron a los poetas de su tiempo.
La obra poética del ilustre hondureño, aún entre todas estas controversias y en opinión de la destacada poetisa coterránea Clementina Suárez, su contemporánea, alcanzó las siguientes valoraciones:
La primera influencia, la de Darío, se manifiesta en los temas iniciales de la poesía de Valle. He aquí uno de los más conocidos denominado “Jazmines del Cabo”:
¿Por qué causas misteriosas la música de un violín o el perfume de un jazmín nos recuerdan muchas cosas?
En México, la cercanía del poeta Ramón López Velarde, de quien Valle fue íntimo amigo y cuya obra conocía con profundidad, determinó en el escritor hondureño cierta resonancia que puede percibirse fácilmente en la siguiente estrofa, comprendida en su colección poética titulada Unísono amor:
Rafael Heliodoro Valle fue un inconstante creador de poesía. Por entregarse a otras tareas la abandonaba por largos periodos; quizá por ello, al querer aprisionarla definitivamente se le escapaba de las manos. Con todo, aunque en contadas ocasiones, fue capaz de concebir poesía original, depurada, ajena a influencias y por ello obediente sólo a su temperamento; fue lenguaje que utilizó para comunicar lo más íntimo de su sentir en momentos muy especiales de su vida, y por eso con ella alcanzó su más sincera y personal forma de expresión. Para apreciarlo basta leer dos poemas suyos relacionados con la muerte: el primero titulado “Vísperas de la muerte”, escrito cuando su primera esposa, Laura Álvarez, gravemente enferma, estaba a punto de morir:
El segundo lo escribió a consecuencia de la entrega del cuerpo inerte de su compañera:
Aunque la poesía fue lo menos trascendente de la obra de Valle, no por ello reviste poca importancia. Recurrió también a este género para manifestar su americanismo. Una buena cantidad de versos están llenos de paisaje hondureño y mexicano. Lamentablemente, no se ha podido realizar un análisis preciso para determinar las directrices de su obra poética, no obstante encontrarse bien organizada en varias antologías como: El rosal del ermitaño (México, 1911), colección donde Valle versificó la historia conventual de los recintos coloniales mexicanos y hondureños y de algunos de sus huéspedes, de los que resaltó la piedad y la extática dulzura, así como la sencillez y el simbolismo de los actos litúrgicos.
En los versos de los poemarios Como la luz del día (Tegucigalpa, 1913) y El perfume de la tierra natal (Tegucigalpa, 1917) se puede percibir que lo retórico y lo puramente literario ceden el paso a la emoción humana y revelan lo más noble del espíritu de Valle. En 1943 Ediciones Rafael Loera y Chávez le publicó su colección denominada Contigo, libro prologado por Enrique González Martínez, que contiene 19 poemas producidos en la cúspide de la madurez literaria de Rafael Heliodoro. González Martínez, amigo del autor, señala en el preámbulo:
Sin duda estas frases constituyen la mejor semblanza del hondureño y el mejor juicio referente a su poesía.
El último poemario que Rafael Heliodoro Valle escribió fue Ánfora sedienta (México, 1954). Aquí reunió sus recuerdos de la infancia y de la patria distante. Al evocar sus años juveniles en Honduras, discurren por sus versos tradiciones, consejas, aromas y ritmos del terruño natal. Valle canta en sus páginas las noches de luna, las rondas bulliciosas y el aroma de los jazmines que se confunde con el aliento de las muchachas en flor, aquellas que besaron al poeta en la penumbra cómplice de las noches bajo el grito estridente y agorero del alcaraván.
Tlalpan, México, Diciembre de 2012.
Dra. María de los Ángeles Chapa Bezanilla.
1 Rafael Heliodoro Valle, Ánfora sedienta, México, D. F., 1922, p. 89-95.
2 Este artículo fue reproducido también en el Anuario Bibliográfico Cubano correspondiente a los meses de abril-diciembre de 1959.
3 La noticia de la publicación del folleto apareció en La Prensa de Tegucigalpa el 17 de septiembre de 1907.
4 Rafael Heliodoro Valle, “Memorias, Reliquias y Retratos” en El Progreso, 10 de junio de 1908, p. 14-17.
5 Periodista, fundadora de grupos políticos de obreros y de mujeres, de diarios y revistas, estratega y dirigente de protestas públicas, colaboró en El Diario del Hogar.
6 El cuento fue publicado en Diario del Hogar del 23 de agosto de 1908; en La República, III, núm.156, correspondiente al 20 de septiembre de 1908, pág. 2.
7 Rafael Heliodoro Valle, “Amanecer del día” en Ateneo, Santo Domingo, núm. XI-XII, diciembre de 1908.
8 Rafael Heliodoro Valle, “La Escuela” en La Enseñanza Normal, núm. 1, 2da. época, México, julio de 1909, p. 147.
9 Escritor y político mexicano, uno de los forjadores del México moderno, abogado y periodista liberal, cuando se desempeñaba como subsecretario de Instrucción Pública, en 1910, le otorgó a Valle una beca para continuar sus estudios en la Escuela Normal.
10 Rafael Heliodoro Valle, escritos, Fondo Rafael Heliodoro Valle, Biblioteca Nacional de México.
11 Rafael Heliodoro Valle, “Pensando en México: los funerales de Peza” en Ateneo de Honduras, Tegucigalpa, Honduras, II, núm. 16, 22 de enero de 1915, p. 496.
12 La carta original se encuentra entre los documentos personales de Valle depositados en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional.
13 Revolucionario mexicano, 1882-1915, simpatizante de Francisco I. Madero se unió al movimiento antirreeleccionista y se comprometió a levantarse en armas contra el gobierno del general Porfirio Díaz. A partir de 1910 libró una serie de batallas que le valieron el título de Comandante de las Fuerzas Rurales del Estado de Chihuahua en 1911. Después de la muerte de Madero reconoció a Huerta. Más tarde se exilió en El Paso, Texas.
14 Escritor, abogado, y diplomático mexicano (1884-1961), pilar de la literatura mexicana.
15 Rafael Heliodoro Valle, México imponderable, México: Botas, 1935, p. 46.
16 Rafael Heliodoro Valle, Semblanza de Honduras, Tegucigalpa: Calderón, 1947, p. 38.
17 Rafael Heliodoro Valle, Tierras de pan llevar, Santiago de Chile: Ercilla, 1939, p. 160.
18 Escritor, político, periodista e ideólogo liberal mexicano (1818-1879) conocido como el Nigromante.
19 Escritor mexicano (1834-1893), considerado padre de la literatura nacional y maestro de la segunda generación romántica.
20 Periodista hondureño (1839-1882), Diputado de la Asamblea Nacional Constituyente y Secretario General en el gobierno del General José Trinidad Cabañas.
21 Rafael Heliodoro Valle, Animales de la América antigua, México: Secretaría de Educación Pública, 1947, p. 63.
22 Poeta, editorialista y diplomático mexicano (1871-1952), considerado uno de los “siete dioses mayores de la lírica mexicana”, nominado al Premio Nobel de Literatura.
23 Clementina Suárez, El cronista de Tegucigalpa, Honduras: 1932.
24 Rafael Heliodoro Valle, Índice de la poesía centroamericana, Santiago de Chile: 1941, p. 163.
25 Rafael Heliodoro Valle, Unísono amor, México: Imprenta de Miguel N. Lira, 1940, p. 18.
26 Rafael Heliodoro Valle, Índice…, op. cit. P. 185.
27 Ibid., p. 186.
28 Rafael Heliodoro Valle, Contigo, México: Ediciones Loera y Chávez, 1943, p. 9.