Rafael Heliodoro Valle, dos espacios culturales: El Ateneo de Honduras y el Ateneo Americano de Washington
Dra. María de los Ángeles Chapa Bezanilla
UNAM-Instituto de Investigaciones Bibliográficas
Resumen
El presente artículo versa sobre la labor cultural del intelectual hondureño Rafael Heliodoro Valle, haciendo énfasis en dos de los grupos académicos con los que pretendió darle cauce en el rubro a su país natal y a la América toda: el Ateneo de Honduras y el Ateneo Americano de Washington. Lejanos en el tiempo, uno y otro se vincularon en el anhelo de consolidar la coordinación de las raíces indígenas y las occidentales tanto en la literatura como en la historia del mal llamado Nuevo Continente.
Palabras claves: Cultura, ateneo, América, Honduras, literatura, historia, México.
Antecedentes
Después de dos años de estancia en México capital, en julio de 1910 el hondureño Rafael Heliodoro Valle, alumno inquieto y talentoso de la porfiriana Escuela Normal para Profesores de Instrucción Primaria, inició sus prácticas de graduación. El 16 de octubre presentó su examen general para optar por el título correspondiente, con una tesis que versaba sobre la caída de México-Tenochtitlan en poder de Hernán Cortés; de inmediato aprovechó su descarga estudiantil para incrementar su contacto con los responsables de los principales diarios y revistas, a quienes les solicitó que lo admitieran como colaborador cotidiano en las lides periodísticas, a las cuales ya les había dedicado tiempo en su natal Honduras desde por lo menos cuatro años atrás.
De igual manera, con el auxilio pecuniario de sus padres, residentes en Comayagüela, y del profesor Leopoldo Kiel, pudo editar su primer libro: El rosal del ermitaño. En cuanto éste salió a la luz se lo envió a varias personalidades, entre ellas al historiador Francisco Sosa, por entonces director de la Biblioteca Nacional de México, y al escritor y poeta Severo Amador, quien correspondió al regalo con la publicación de un significativo artículo donde ponderó a Valle en los términos que cito a continuación:
Rubén Darío, poeta muy admirado por Valle y radicado entonces en París, recibió también la obra del hondureño, al que contestó en palabras elogiosas:
Al parecer el poeta de Nicaragua difundió luego el texto entre sus allegados, pues uno de éstos, Alejandro Sux, publicaría en el Mundial Magazine de la ciudad luz un elogioso comentario sobre tal escrito.
Al mismo tiempo que desempeñó su tarea con la obra señalada, se desató en su interior una lucha en torno a dos determinaciones cruciales para su futuro: regresar a su patria y dedicarse al magisterio entre niños y jóvenes verdaderamente necesitados de maestros preparados, o quedarse en México a realizar una brillante carrera en las letras, la investigación histórica y el periodismo. Acentuaban esta disyuntiva las opiniones divididas y los contrastados consejos de personalidades destacadas de su país, que por esas fechas se encontraban en la ciudad de México: mientras unos le recordaban el compromiso moral que tenía con su nación, otros trataban de disuadirlo para que no regresara a Centroamérica.
Entre los que le recomendaban no volver se hallaba el doctor Alberto Membreño, ministro plenipotenciario de Honduras en México, quien le habló de la conveniencia de que se examinara en la Secretaría de Relaciones Exteriores con el objetivo de ingresar al servicio diplomático mexicano, hecho factible en ese momento pues hasta quienes no contaban con la nacionalidad mexicana podían representarlo en el extranjero. En caso de que esta idea no fuera de su agrado, Membreño lo conminaba a que siguiera aquí y se dedicara a escribir.
Cuando estalló en el norte de la República Mexicana el movimiento revolucionario encabezado por Francisco I. Madero, el doctor Membreño recibió órdenes del gobierno hondureño de salir del país para desempeñar el cargo de ministro en Washington; sin embargo, antes de viajar hizo su máximo esfuerzo en favor de Valle, recomendándolo ante varias personas de crédito y sapiencia. Es conocido por ejemplo el hecho de que en su misiva de despedida, después de aconsejarle que se sobrepusiera a todas las dificultades, le pidió que se entrevistara con el señor Sánchez Azcona, quien ya se había comprometido para apoyarlo.
Como la gravedad de los acontecimientos políticos y sociales obligó a muchos de los benefactores de Rafael a dejar la ciudad de México, Valle se vio en la necesidad de salir rumbo a Honduras por la ruta de Nueva Orleáns. De aquí, a bordo de un barco frutero continuó su camino a La Ceiba, un puerto de primera importancia en su terruño. Al arribar se comunicó con su abuelo, don Olegario Varela, quien le hizo llegar una recua de mulas para que realizara el accidentado trayecto hasta Tegucigalpa. De ello escribiría Rafael posteriormente:
El Ateneo de Honduras
La estancia de Rafael Heliodoro Valle en México se había prolongado por cuatro años, tiempo durante el cual conoció a grandes personalidades con las que trabó una amistad entrañable y permanente. Tampoco fue cosa menor el vínculo que estableció con el país en general, llegándolo a considerar como su segunda patria. Aquí dejó raíces que constituirían una fuerza de atracción constante.
Con la mirada llena de mexicanidad y con la idea de continuar en su lugar de origen las tareas intelectuales y los proyectos culturales abandonados por ahora en los lares aztecas, inició el regreso. Durante el mismo se imaginó una Honduras más progresista, con una verdadera efervescencia cultural capaz de ofrecerle amplias posibilidades para su desempeño profesional; sin embargo, su decepción fue enorme al percatarse de que la realidad no correspondía a sus deseos o anhelos. Por eso, y con México como punto de referencia, anotó tristemente en sus escritos de aquella época:
Valle no se equivocaba. Honduras seguía teniendo problemas internos propiciados por la actitud irreconciliable de sus dos bandos políticos históricos, el liberal y el conservador. Si alguien pertenecía a uno de ellos, no podía participar en la fiesta de quien figurase en el contrario. No obstante Rafael Heliodoro visitaba a unos y a otros sin ningún prejuicio; lo hacía desenfadadamente, como si estuviera en México, donde había tenido muchas oportunidades de ver enemigos políticos sentados a la misma mesa y departiendo como si fueran del mismo grupo político.
No se quedó quieto, obviamente. De hecho, a unos cuantos días de su llegada a Honduras recibió un comunicado y se entrevistó con el presidente Manuel Bonilla, quien le pidió que trabajara al servicio de la instrucción pública nacional; a raíz de esta plática Valle fue nombrado catedrático de la Escuela Normal de Profesores, de la que había sido alumno, con el encargo explícito de enseñar literatura hispanoamericana e historia. Luego, desde esta plataforma se dio a la creación del Ateneo de Honduras, tomando como modelo la agrupación de México que él conocía muy bien.
En la cuantiosa documentación perteneciente a Valle sita en la Biblioteca Nacional de México, no existen referencias directas con las que se pueda demostrar en qué momento concibió la idea de conformar un Ateneo en Honduras. Mas es lógico suponer que con todo el bagaje cultural que adquirió durante sus estudios en México, dicho objetivo lo tuvo presente desde un principio, consciente de la necesidad que había de abrir espacios adecuados para que tanto los talentos como las jóvenes promesas de la literatura, la historia o el periodismo de Honduras presentaran sus trabajos, a la espera de que éstos trascendieran y le dieran a la nación otra cara ante los ojos del mundo.
Sobre esta base y cualquiera que haya sido la motivación, Rafael Heliodoro Valle se dio tiempo para organizar el Ateneo de Honduras, entrando éste en funciones ya para marzo de 1912, tal y como lo consigna un documento fechado en Tegucigalpa el 11 de dicho mes. Se trata de un manuscrito firmado por Valle y por J. Cruz Sologaistoa, en el que dan a conocer a diversos interesados los trabajos propiciatorios que preparaban:
El documento a que se alude contiene en su parte izquierda una columna en la que figuran los nombres de Alberto Zúñiga, Felipe Planas, J. M. Gutiérrez Zamora, Lázaro Mendoza, Rómulo E. Durón, Felipe Solano, Manuel Soto, Joaquín Bonilla, Esteban Guardiola, José Jorge Callejas, Manuel Zelaya, Remigio Díaz, José María Casco, Manuel A. Díaz, Alonso A. Brito, Salatiel Rosales, Adrián Canales, Federico Milton, Luis Suazo y Samuel Laínez, entre otros, personalidades todas que plasmaron su firma en el mismo ejemplar al recibir la invitación descrita.
Aunque no tenemos la plena seguridad de que todos estos destacados intelectuales hondureños hayan sido fundadores del Ateneo, sí podemos asegurar que por lo menos tuvieron alguna injerencia en él y que los trabajos de éste fueron viento en popa, con labores consolidadas y de reconocimiento ya desde mediados de ese año. Por ejemplo, en carta del 8 de julio de 1912, desde Tegucigalpa nuestro personaje le confirma a Primitivo Herrera, radicado en Santo Domingo, los avatares de algunos de los integrantes de la asociación:
Lo cierto es que una vez constituido el Ateneo, sus actividades culturales no se hicieron esperar. El periódico hondureño El Nuevo Tiempo reportó el martes 12 de marzo la información conducente, en su número 282:
Dicha tarjeta explicitaba el evento en estos términos:
Al parecer el acto de celebración salió como se esperaba: estupendo, y el viernes 15 el diario mencionado publicó el discurso que leyó Ugarte con motivo de su nombramiento como socio honorario del Ateneo. Reproduzco aquí el párrafo más trascendente:
La contestación corrió a cargo de Rafael Heliodoro Valle, quien hizo hincapié en las múltiples cualidades del escritor argentino, como lo prueba el párrafo que refiero a continuación:
La crónica periodística fue elaborada por Valle y divulgada por el diario en cuestión el día 16 de ese mes:
La gran fiesta de anoche —Manuel Ugarte hace una venia a las Emperatrices—. Lo más diamantino, lo más dilecto de la sociedad tegucigalpense se congregó anoche en los salones del Club Tegucigalpa, a las 8. El Ateneo de Honduras abría nuevamente los brazos de la admiración a Manuel Ugarte, el poeta argentino. Estaban las mujeres más resplandecientes como un gran rosal de la hermosura. Estaban Margarita Planas, Antonia Ugarte y Cristina Díaz, adorables en el salón constelado de ojos atónitos. En el ambiente se deshojó la flor de plata y cristal de nuestro himno patrio. Se levantó de la orquesta como una bandera tendida sobre el corazón. Se levantó como una escalinata milagrosa por donde ascendía el alma de la libertad. Fue la salutación de Carlota Membreño un bello manojo de rosas. Fue Ugarte el poeta en cuyo honor el homenaje era, con su elegancia romántica, el aleteo de la poesía vaporosa. Y cuando Margarita Planas fue designada Reina del festival, el Presidente provisional del Ateneo, Dr. Laínez, le ofreció en bandeja de plata, entre violetas puras, la máxima violeta de oro para que la prendiera en el pecho del eximio lírico.
A las tareas comprometidas con el Ateneo de Honduras, en este año se le sumaron a Valle otras responsabilidades culturales que, probablemente, lo empujaron a tratar de mantener vivo el espíritu de exaltación intelectual. Entre ellas destacan los nombramientos que recibió como Socio Honorario de parte de otros Ateneos Centroamericanos interesados en su participación, como el Ateneo Batres Montúfar, de Guatemala, y el Ateneo del Salvador. Esta última invitación la respondió con las siguientes palabras:
Los trabajos del Ateneo correspondientes a 1914 iniciaron en enero con un discurso pronunciado por J. Cruz Sologaistoa, con motivo de la muerte del intelectual hondureño Enrique Pinel; siguieron con la organización, en el mes de marzo, de los Juegos Florales del Ateneo; continuaron con una invitación del presidente de la mencionada asociación, Froilán Turcios, a todos los miembros, para llevar a cabo una sesión extraordinaria el 14 de agosto en la Cámara de Comercio; hasta culminar con la elección de nuevos cargos en septiembre y en diciembre, tras la salida de Valle rumbo a Estados Unidos donde cumpliría con encargos diplomáticos. Tenemos la certeza no obstante de que las cosas no habían mejorado para estas fechas, de acuerdo al testimonio de J. López Pineda, quien el 20 de diciembre le escribió a don Heliodoro para pedirle ayuda en el desempeño de sus funciones:
Estimado amigo: Me nombraron Secretario del Ateneo y al pedir el Archivo, sólo me
entregaron unos pocos papeles en desorden. No hay actas, ni Libro de Actas. Es
decir, no existe la historia de la Institución. Eso me mueve a dirigirme a Ud,
rogándole se digne decirme, lo más pronto posible dónde quedó el Libro de Actas
y quien puede entregármelo con los demás papeles de la Sría. Por esta su tierra no
ocurre nada nuevo. Todo en calma siempre. Ud. nos hace mucha falta: todos lo
recordamos con afecto. ¿Cómo lo pasa? ¿Le gusta el país de los yanquis? ¿Ha
encontrado ambiente propicio a sus hermosas facultades? ¿Qué hace? Escriba.
Sobre el nombramiento de Valle como diplomático, cabe decir que tiene por base su inquietud intelectual. Como Honduras no le ofrecía las perspectivas adecuadas y el regreso a México le resultaba cada vez más improbable por las tensiones políticas que se vivían en éste, buscó nuevas posibilidades. Consideró así que vivir en cualquier lugar fuera de su patria era mejor que quedarse y consumirse lentamente. Al respecto tenía dos alternativas: la primera era Washington, en donde se encontraba como cónsul su amigo y coterráneo el doctor Alberto Membreño; la segunda era el Consulado de su país en Madrid. Decidido a viajar a España, se entrevistó con el presidente Francisco Bertrand para pedirle además que apoyara sus labores en el Archivo de Indias de Sevilla, con el fin de que Honduras se preparara para el litigio de límites con Guatemala que tendría curso durante ese mismo año de 1914.
Como el estallido de la primera guerra mundial obligó al presidente Bertrand a retirar a los cónsules hondureños en Europa, decidió proponerle a Valle el puesto de canciller en Nueva York o en Mobile. Rafael Heliodoro prefirió ir a esta última localidad, donde despachaba como cónsul el doctor Timoteo Miralda, un buen amigo del presidente Bertrand. Así, en agosto de aquel año Rafael Heliodoro Valle ingresó por vez primera al servicio exterior de su país como canciller del Consulado de Honduras en Mobile, Alabama. Treinta y cinco años después, en 1949, despacharía por segunda vez en el servicio exterior de su país, ahora como Embajador de Honduras en la capital estadounidense, cargo desde el cual fundaría el Ateneo Americano de Washington.
Ateneo Americano de Washington
A fines del mes de marzo de 1955 se reunieron los miembros del Ateneo Americano de Washington y la intelectualidad de la metrópoli norteamericana en un elegante salón del Hotel Plaza, para rendir homenaje y decir adiós a su presidente, el Excelentísimo Señor Doctor Rafael Heliodoro Valle.
La idea que dio origen al Ateneo Americano de Washington surgió en enero de 1949, desde el momento en el que Valle inició sus funciones oficiales como embajador extraordinario y plenipotenciario de Honduras ante el gobierno de los Estados Unidos de América. Igual a como lo había hecho treinta años antes al desempeñar tareas consulares en Alabama y en Belice, organizó sus actividades procurando que le quedara tiempo para realizar sus investigaciones, en esta ocasión en bibliotecas como la del Congreso y la de la Unión Panamericana, las que utilizaría para preparar sus colaboraciones en los periódicos Excélsior, Novedades y El Nacional, y para iniciar una vasta labor cultural en pro de Hispanoamérica.
Para consolidar sus afanes, Valle oficializó entrevistas protocolarias con otras embajadas, con el propósito de precisar cuáles de sus amigos, antiguos colaboradores o discípulos realizaban alguna actividad cultural en Washington, y con cuántos de ellos podía contar en las legaciones latinoamericanas, en especial las centroamericanas, para impulsar una política sólida de colaboración y ayuda mutua en asuntos oficiales y culturales. A lo anterior hay que agregar también los contactos que estableció con los embajadores que se encontraban en los países de América Central, con el objetivo de involucrarlos en las tareas que le interesaban. Estos esfuerzos le arrojaron excelentes resultados en corto tiempo.
En su afán por concretar la mutua colaboración cultural y con el anhelo de dar a conocer y hacer presente en ella a su natal Honduras, Valle estableció inmediata comunicación con asociaciones tales como el Grupo de Historiadores de la América Hispánica, el Rotary Internacional, el Pen Club de Washington y la Hispanic Foundation, entre otras. Organizó con ellas ciclos de conferencias en los que se habló de la cultura, la literatura y la historia de Honduras, asistiendo a su celebración destacadas personalidades hispanoamericanas y hondureñas.
Conformado con la categoría de autónomo, el Ateneo dio cabida a todos aquellos hombres de letras interesados en trabajar "Por el espíritu de América”, como definía el lema en el cual se sustentaban sus propósitos. De éstos, los más trascendentes eran:
1.Dialogar sobre los problemas específicos del mundo literario americano en su relación con las humanidades y las bellas artes, procurando su comprensión y su explicación.
2.Estimular el mejor conocimiento de los valores literarios e intelectuales de los países americanos, sobre la base de que la exaltación de estos valores era una de las preocupaciones esenciales de la UNESCO y de la Organización de los Estados Americanos.
3.Cooperar con las instituciones y los voceros de la cultura de la América española que, viviendo en los Estados Unidos, se afanaban por dar a conocer sus más claros ejemplos al mayor número de espíritus.
El Ateneo postuló a veintiún candidatos como socios correspondientes, entre ellos a Baldomero Sanín Cano, de Colombia; Eduardo Mallea, de Argentina; Fernando Ortiz, de Cuba; Luis Andrés Zúñiga, de Honduras; Joaquín García Monje, de Costa Rica; Eduardo Barrios, de Chile; Guillermo Francovich, de Bolivia; Octavio Méndez Pereira, de Panamá; Tomás Blanco, de Puerto Rico; Emilio Oribe, de Uruguay; Ventura García Calderón, de Perú; Jacinto Bombona, de Venezuela, y Alfredo Pareja Díez Canseco, del Ecuador.
La mesa directiva quedó integrada con Rafael Heliodoro Valle como presidente; el doctor peruano Jorge Basadre como director; el mexicano Ermilo Abreu Gómez como secretario general. Entre los socios honorarios figuraron Juan Ramón Jiménez, Américo Castro, Federico de Onís, Pedro Salinas y el poeta estadounidense Archibaldo McCleish; mientras que entre los correspondientes sobresalían Germán Arciniegas, Andrés Iduarte, Gabriela Mistral, Arturo Torres Rioseco, Eugenio Fiorit, Roy Temple, Alberto Rembao, Carlos García Prada, Ángel Flores y Salvador Salazar Arrué.
Uno de los primeros trabajos que realizó esta nueva agrupación fue la publicación del boletín Ateneo, en cuyo primer número del 21 de junio de 1949 se rindieron homenajes a cuatro personalidades de la educación en América: Joaquín Nabuco, Justo Sierra, Baldomero Sanín Cano y Joaquín García Monge.
La solemne inauguración oficial se efectuó a partir de las nueve de la noche del 12 de octubre de 1949, en el Salón de las Américas de la Unión Panamericana. La ceremonia resultó de gran significación para los círculos intelectuales y diplomáticos de Washington, los que no dejaron de exaltar los discursos de Jorge Basadre, Juan Ramón Jiménez y Rafael Heliodoro Valle. En su calidad de director del Ateneo, el primero de los mencionados hizo hincapié en el papel de Valle para la conformación de este Instituto Cultural. Dijo:
Por su parte, tras encomiar la labor de Valle y la de Abreu Gómez en el evento que se celebraba, el poeta español Juan Ramón Jiménez aseguró a la concurrencia que en la medida en que los hispanoamericanos de enamoraran y defendieran lo propio, lo suyo, sus creaciones no serían ajenas a la comprensión del resto del mundo. A su vez, en un discurso vehementemente americanista, Rafael Heliodoro Valle indicó:
La prensa también se volcó en halagos sobre la inauguración del Ateneo. Las entrevistas a los directivos se sucedieron unas a otras, e incluso la gran mayoría de los periódicos latinoamericanos y algunos estadounidenses ofrecieron los espacios adecuados para publicar artículos de las personalidades integrantes de dicha agrupación, o para dar a conocer las actividades culturales que efectuarían, con las consabidas notas relativas a su desarrollo y ejecución.
La colección de documentos correspondientes al Ateneo Americano, insertos en el Fondo Valle de la Biblioteca Nacional de México, nos ofrece evidencias sugestivas respecto al comportamiento de los diarios hispanoamericanos en lo que concierne a las actividades de la asociación señalada. Por ejemplo, el 14 de febrero de 1950 el periódico El Tiempo, de Bogotá, publicó:
Las tareas del Ateneo no se hicieron esperar, destacando en principio las ceremonias de ingreso de socios honorarios como Pablo Neruda y Rómulo Gallegos; la celebración de un ciclo de homenajes a poetas como Manuel Acuña, Sor Juana Inés de la Cruz y Edgar Allan Poe; y de otro a héroes como Francisco de Miranda, sudamericano, y Dionisio de Herrera, hondureño.
Además del anterior, otros actos de celebración y conmemoración fueron los dedicados al escritor peruano Ricardo Palma, el 10 de febrero de 1950; del liberal mexicano José María Luis Mora, en julio de 1950; del prócer hondureño Dionisio Herrera y de la escritora dominicana Salomé Ureña, el 29 de noviembre de 1950; del héroe cubano José Martí, el 27 de enero de 1953; y el del prócer mexicano don Miguel Hidalgo y Costilla en el Segundo Centenario de su nacimiento, con festejos conjuntos con la Embajada Mexicana en Washington durante los días del 8 al 15 de mayo de 1953.
Por su parte, las conferencias se organizaron de forma regular, participando en ellas especialistas de casi todos los países de América. Se discutieron ahí tópicos de literatura, ciencia, educación, filosofía, historia, derecho internacional, pintura y música, concluyendo en trabajos que serían publicados posteriormente. Destacan así: “Tribulaciones de un viaje a Sur América”, “La novela de la Revolución Mexicana” y “Martín Luis Guzmán, observaciones sobre su estilo”, dictadas por Ermilo Abreu Gómez; “La vida intelectual del México de hoy”, de Arturo Arnáiz y Freg; “La política internacional de El Salvador”, de Héctor David Castro, Embajador de El Salvador y Presidente del Consejo de la OEA; “Poemas del Perú, lectura y comentarios” de Ricardo Leguía; “Lo erótico en Rubén Darío” de Pedro Salinas; “El análisis y el valor de la ciencia”, de Walter Peñaloza; “La figura de Enrique José Varona” y “El ensayo contemporáneo Argentino”, de Aníbal Sánchez Reulet; y “Lo que dijeron sobre la muerte de Martí” y “Presentación de Honduras”, de Rafael Heliodoro Valle.
Según testimonios diversos, estos encuentros eran presididos siempre por Valle, quien con su magistral elocuencia ponía en predicamentos a más de un orador. En este sentido, no cabe duda que Rafael Heliodoro Valle cuidó el Ateneo como si fuera su hijo, de manera que no sólo invitó a sus tribunas a los hombres de prestigio para que dieran un mensaje acabado, sino también a los jóvenes de gran promesa quienes trajeron a la obra del Ateneo el ardor y la fe de su juventud, como fueron los casos de Pedro Salinas y de Juan Ramón Jiménez.
Historiador, bibliógrafo y literato consciente de la fuerza de la palabra impresa, Valle no dejó pasar la oportunidad de que el Ateneo tuviera una publicación periódica. Así, en el mes de octubre comenzó a circular el Boletín del Ateneo, figurando en su directorio el propio Rafael Heliodoro, Jorge Basadre, Muna Lee, Manuel F. Rugeles y Aníbal Sánchez Reulet. Además de dar a conocer el estatuto y las listas de sus socios numerarios, corresponsales y honorarios, en el primer número se plantearon en el apartado editorial los objetivos esenciales de la asociación referida:
Es indudable que Valle aprovechó su tarea cotidiana de recibir y enviar nutrida correspondencia en los ámbitos oficial, cultural y personal, para posicionar dicha publicación entre amplios sectores, pero sin olvidar que su objetivo primordial eran los creadores e intelectuales de la talla de José de Jesús Núñez y Domínguez, Xavier Villaurrutia, Luis G. Basurto, Jaime Torres Bodet, Miguel Ángel Asturias, Artemio de Valle Arizpe y el doctor Timoteo Miralda, entre otros. De la correspondencia entre éstos y Valle sobre el tema, una de las misivas más significativas fue la de Miguel Ángel Asturias, quien dijo en una de sus partes:
Paralelamente a sus actividades diplomáticas, Valle se encargó también de otros asuntos relacionados con América Latina al ser designado como presidente de la Comisión de Conferencias Interamericanas de la Organización de Estados Americanos, y como representante de Honduras en el Consejo Interamericano Cultural. Estos nombramientos los aprovechó además para promover las actividades comprometidas con el Ateneo, lo que le dejó grandes satisfacciones. Por ejemplo en 1949 aseguró en su acostumbrado balance anual:
Sobre esta base, sabemos que en 1950 Valle redobló esfuerzos para vincular al Ateneo con organismos estatales y particulares. En consecuencia, conformó una agenda de actividades culturales a realizarse durante los meses por venir. Se giraron por ende las invitaciones correspondientes, se publicitaron los eventos y se preparó el material que se incluiría en los números del Boletín.
Una sección de este impreso se dedicó a proporcionar noticias de diversas actividades intelectuales de los socios y directivos, independientemente de las ya comprometidas con el Ateneo, como sucedió con la conferencia que el 16 de marzo sustentaría el doctor Ermilo Abreu Gómez en la Escuela de Servicio Extranjero de la Universidad de Georgetown, cuyo tema sería el de la evolución de la literatura española de los siglos XII al XX.
Una de las labores más trascendentes en este año fue la del homenaje ya mencionado al prócer sudamericano José de San Martín. En la ceremonia correspondiente, celebrada en la Sala de las Américas de la Unión Panamericana, Valle pronunció un discurso vehemente, con palabras como éstas, plenas y cálidas:
Igual se le tributaron honores al prócer de la independencia centroamericana Dionisio de Herrera. Este evento se efectuó en el mes de abril en el Columbian Hall de la Universidad George Washington, correspondiéndole a Valle dictar la conferencia magistral sobre la personalidad de Herrera y los escritores políticos de la América española.
Ya en 1951, los esfuerzos de todos los que conformaban el Ateneo o se relacionaban con él se aglutinaron en torno a un objetivo común: la organización del homenaje que se ofrecería a la poetisa y escritora Sor Juana Inés de la Cruz durante el mes de noviembre inmediato, con motivo del tercer centenario de su nacimiento. Lo interesante de dicho acontecimiento fue la creación, por parte del Ateneo, de la Comisión Interamericana de Mujeres gracias a la iniciativa de doña Amalia de Castillo Ledón. Tal Comisión se encargaría de la organización de celebraciones semejantes en toda la América hispana.
En 1952, durante la primera sesión del instituto se acordó apoyar la postulación de Ramón Menéndez Pidal para el Premio Nobel de Literatura; luego, a mediados de abril se rindió homenaje a la memoria de los poetas Enrique González Martínez y Pedro Salinas, cuyo elogio del primero lo realizó el doctor Antonio Gómez Robledo. Por unanimidad se acordó también el envío de un mensaje de felicitación al doctor Luis Andrés Zúñiga, por haber obtenido el Premio Nacional de Literatura en Honduras, además de que se celebraron dos ceremonias para enaltecer la obra de los escritores Mariano Azuela y Manuel Ugarte, ambos fallecidos hacía poco tiempo.
En lo relativo a los trabajos del segundo semestre del año, los directivos del Ateneo presentaron un proyecto para celebrar el primer centenario del natalicio del gran bibliógrafo, historiador y hombre de letras chileno José Toribio Medina. Por el mismo motivo Valle viajó a Santiago de Chile, en el mes de octubre, para asistir como delegado de Honduras a las fiestas conmemorativas.
En 1953 el fantasma de la sucesión presidencial en Honduras tensó el ambiente de Valle. Como al año siguiente terminaría la gestión del doctor Juan Manuel Gálvez, en los círculos políticos empezaron a surgir ya las opiniones encontradas y cierto ambiente de desasosiego. La causa inicial de intranquilidad la constituían las declaraciones de Gálvez, según las cuales no era de su interés reelegirse, lo que favorecía los intentos de Tiburcio Carías Andino por recobrar el poder.
Afortunadamente las actividades del Ateneo distrajeron a Valle de la preocupación que le suscitaba la situación política de su país. Destacan al respecto el homenaje a Martí en el mes de enero, y el de Miguel Hidalgo en mayo. Conviene afirmar aquí que este festejo comenzó en abril con la conformación del Comité Pro Conmemoración del Centenario del prócer mexicano Miguel Hidalgo, en el que quedaron adscritos destacados hombres de estudio y escritores pertenecientes al Grupo de Historiadores de la América Latina: Luis Quintanilla, Amalia de Castillo Ledón, Ermilo Abreu Gómez y el propio Rafael Heliodoro. El 8 de mayo se inauguró dicha conmemoración en la embajada de México, con un brillante discurso de apertura por parte del embajador mexicano Luis Quintanilla. Días después se llevaron a cabo en la Unión Panamericana otras actividades, donde participaron figuras de la historia y la literatura de Hispanoamérica dedicadas al estudio del padre Hidalgo.
Las tareas oficiales del Ateneo en este año terminaron en octubre, con algunas conferencias sobre destacados literatos mexicanos. Sobresalió entre éstas la ofrecida por Ermilo Abreu Gómez acerca de la vida y obra de Martín Luis Guzmán. Por esas mismas fechas, la efervescencia electoral hondureña había motivado en Valle una honda preocupación por el futuro de su país. El peligro latente de que Tiburcio Carías Andino se lanzara por segunda ocasión a la contienda política por el poder generó una fuerte zozobra y un desequilibrio notorio en la embajada de Honduras en Washington, lo que repercutió en las actividades culturales e intelectuales impulsadas ahí gracias a su connotado embajador.
Mientras esperaba la respuesta a su renuncia como embajador de Honduras en Washington, Rafael Heliodoro Valle cerró el año de 1954 con la conclusión de las actividades a que se había comprometido el Ateneo, entre ellas la celebración de los 150 años de independencia de Haití; esta última se sumó a las efectuadas durante el mes de abril, dentro de las cuales sobresalieron las conferencias tituladas “Paisajes de Honduras”, a cargo del agregado cultural de Estados Unidos en Tegucigalpa, señor James E. Webb, y la impartida por Valle en la Sociedad Panamericana sobre la influencia de la Constitución de Estados Unidos en la primera Carta Magna de Centroamérica.
Con la caída de Gálvez la carrera diplomática de Rafael Heliodoro Valle llegó a su fin. Aunque muchos políticos hondureños no se explicaron en su momento cómo un humanista había sido nombrado para desempeñar el más importante cargo de la diplomacia de Honduras, el gobierno del doctor Juan Manuel Gálvez sí conocía las razones y en ello fue muy sabio, ya que el culto hombre de letras representó a su país como nunca antes lo había hecho nadie: era un embajador de lujo que lo mismo brillaba en el Departamento de Estado que en las actividades de la Unión Panamericana. Por ende, su notoria personalidad hacía pensar en un país de cultura superior, capaz de dar al mundo hombres de la misma preparación y talento que los suyos. De hecho, sus responsabilidades diplomáticas no lo apartaron de la labor intelectual y humanista; antes bien extendió ésta al promover el diálogo entre los creadores y los artistas de Estados Unidos y sus homólogos de la América hispana, al fundar el Ateneo Americano de Washington en cuyo seno figuraron los escritores más brillantes del continente.
Conviene precisar que alrededor del Ateneo giró la vida cultural de nuestros pueblos en la capital estadounidense, siendo la embajada de Honduras y la residencia de su titular los puntos centrales de reunión. Ahí, Valle hacía gala de fácil erudición, de buen humor y de tacto. Por ser un hombre cultivado cuyo espíritu se había ido transformando al toque del arte y de la cultura, gustaba de congregar en torno a su mesa a hombres dilectos con los que podía platicar con refinamiento de los tópicos más variados.
Una vez separado de su carga diplomática, Valle dispuso su viaje a México. Antes de efectuar el periplo, una tarde de marzo de 1955 los miembros del Ateneo Americano de Washington y muchos otros invitados se reunieron para rendir homenaje y decir adiós a su presidente. En el banquete encabezado por el presidente de la Organización de los Estados Americanos, le reconocieron por supuesto su don de gran y fiel amigo, amante de las letras latinoamericanas, incansable bibliógrafo, agudo historiador, poeta de sincera cualidad, ensayista y eficaz puente de cultura y amistad entre los países que constituían la Unión Panamericana.
Al terminar la larga lista de encomios pronunciados por amigos y colaboradores, Rafael Heliodoro Valle dio las gracias en forma escueta. El hombre de elocuencia se lució por su digno silencio y su honda emoción. Sólo dio sus mejores parabienes al nuevo presidente del Ateneo, doctor César Tulio Delgado, quien no tendría una tarea fácil. ¿Cómo suplir a un individuo de extraordinaria capacidad tanto en lo académico como en lo práctico? No es talento de todos el abrir puertas y allanar dificultades, y mucho menos cuando de cultura se trata.
El 6 de abril, acompañado de su esposa Emilia Romero, nuestro personaje partió de Washington hacia la casa que había ocupado en San Pedro de los Pinos, en la ciudad de México. Cuando abandonó la capital estadounidense, los principales diarios de este país y de Latinoamérica comentaron su salida en términos muy parecidos. He aquí la nota algo ingenua en las líneas iniciales de uno de ellos, según recorte guardado por el propio Valle en su archivo personal:
Consideraciones finales
La vida y la obra de Rafael Heliodoro Valle estuvieron unidas en perfecta congruencia por un hilo conductor interno del que jamás se separó, y al que yo denominaría “humanismo”. Sus actividades en el Ateneo de Honduras y en el Ateneo Americano de Washington, a pesar de la diferencia de años, pueden ligarse en este denominador común.
Si nos remontamos a finales del siglo XIX, cuando Valle nace en Honduras, en la América hispana se hablaba de una vuelta a lo propio como una necesidad para alimentar el orgullo latinoamericano y oponerse a la poderosa nación estadounidense, la que se mostraba más que dispuesta para participar en un nuevo reparto del mundo. En ese entonces la preocupación de pensadores americanos como José Martí era la de volver a las raíces propias de nuestros pueblos, de crear y recrear la realidad y la conciencia para enfrentar con éxito al vecino del norte puesto que este país, desconociéndonos y despreciándonos, no se tocaría el corazón para devorarnos. El desdén de Estados Unidos, que no conocía a la América Latina, era el mayor peligro para ésta. Había que mostrar lo que era América, lo que había podido ser y lo que era capaz de hacer antes de que fuera tarde. Por eso, para volver a conocernos a nosotros mismos y a nuestra América, había que convertir al hombre y la tierra de este continente en el centro de un pensamiento que aspirara a dar sentido a una larga trayectoria histórica; sólo así existiría la posibilidad de salvarnos.
Esta generación se volvió sobre su propia realidad puesto que los animaba un interés paradójico: el de conocerse y potenciarse como personalidad y, a partir de ésta, exigir un puesto en la tarea que, según ellos, debía ser propia de todos los hombres y de todos los pueblos: consumar su individualidad y alcanzar la universalidad. En consecuencia, pugnaron en sus obras por un lugar en la construcción del mundo, argumentando que América Latina ya no era menor de edad, que tenía una historia, su historia, aunque todavía la estaba convirtiendo en propia, la estaba asimilando, para así colaborar como par entre pares en la acción propia de todos los pueblos.
Cuando Rafael Heliodoro Valle llegó en 1908 a la ciudad de México para estudiar en la Escuela Normal de Maestros, éste fue el ambiente intelectual que respiró y que le llevó, al año siguiente cuando inició sus colaboraciones regulares en el periódico La República, a tratar de relacionarse con las personalidades que enmarcaban el ambiente cultural e intelectual prevaleciente, en especial con Henríquez Ureña.
Con semejante influencia leyó con avidez las obras de todos estos intelectuales, buscando en sus escritos y en sus teorías la redención de Centroamérica y en especial de Honduras. Así, Valle, estudiante normalista, fue forjando su carácter y moldeando sus pensamientos en un sólido ambiente americanista, el cual plasmaría después en el Ateneo de Honduras y en el Ateneo Americano de Washington. No debemos olvidar además que en su formación también estuvieron presentes destacadas personalidades hondureñas, como el estadista Policarpo Bonilla, de quienes adquiriría las primeras lecciones de ética y de probidad intelectuales que le distinguieron siempre.
América fue el camino que Valle escogió, recorrió y defendió toda su vida de intelectual y humanista; pero también vivió siempre la amargura de una Centroamérica angustiada, de ahí su afán de atraerla a ese primer plano de unidad y reconocimiento por el que pugnaba toda la intelectualidad de América Latina. Éste fue el motor que lo impulsó a crear el Ateneo de Honduras, su labor de juventud, y el Ateneo Americano de Washington, su labor de madurez intelectual, así como a producir su innumerable obra escrita; estos afanes lo convirtieron en uno de las más respetables intelectuales de Hispanoamérica.
El humanismo de Rafael Heliodoro Valle fue de un americanismo puro: esencia de su amor y su entrega al estudio incansable de América bajo los ángulos históricos, arqueológicos, folclóricos, literarios, bibliográficos y periodísticos, y esencia también de su amor a las culturas maya, azteca e inca, al hombre cobrizo de América, a su pasado, su presente y su futuro inciertos. En un limpio sentido de servicio a su América, gran parte de su creación y de su actividad en los Ateneos se consagró a poner de relieve las riquezas naturales, los tesoros espirituales y los trabajos intelectuales de las personalidades de todos los países que la integran. Fue por lo tanto su trabajo una ardua empresa dedicada a echar vastos cimientos a una gran cultura americana, la que debía nutrirse siempre de sus savias ancestrales indígenas y españolas, así como de las mejores corrientes universales contemporáneas.
Selección de fuentes consultadas
Archivo:
Fondo Rafael Heliodoro Valle, Biblioteca Nacional de México: correspondencia, varios años.
Fondo Rafael Heliodoro Valle, Biblioteca Nacional de México: documentos oficiales.
Bibliografía:
Acosta, Óscar, Rafael Heliodoro Valle, vida y obra, Roma, Instituto Italo-Latino Americano, 1981.
Chapa Bezanilla, María de los Ángeles, Rafael Heliodoro Valle, humanista de América, México, UNAM-Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2004.
Hemerografía:
Valle, Rafael Heliodoro, "Fiestas literarias en honor del poeta Manuel Ugarte", en El Nuevo Tiempo, Tegucigalpa, Honduras, 12 de marzo de 1912, año 1, número 282.
------, "Discurso del poeta argentino Manuel Ugarte con motivo de su ingreso como socio honorario al Ateneo de Honduras", en El Nuevo Tiempo, Tegucigalpa, Honduras, 15 de marzo de 1912, año 1, número 285.
------, "La gran fiesta de anoche, Manuel Ugarte hace una venia a las Emperatrices", en El Nuevo Tiempo, Tegucigalpa, Honduras, 16 de marzo de 1912, año 1, número 286.
Topete, José Manuel, “Rafael Heliodoro Valle y el Ateneo Americano de Washington”, en Revista Iberoamericana, vol. XXII, Núm. 43.
1 Poeta mexicano y dramaturgo, Juan de Dios Peza (1852-1910) fue fundador de la primera Sociedad de Autores Mexicanos y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
2 Filomeno Mata (1845-1911) fundó el Diario del Hogar en 1881, publicación que se constituyó en una de las principales tribunas contra el porfirismo.
3 Leopoldo Kiel (1876-1943) fue Director General de Enseñanza Normal. Entre sus discípulos más destacados estuvieron Gregorio López y Fuentes, Basilio Badillo, Rafael Heliodoro Valle, José Ángel Ceniceros y Agustín Loera y Chávez.
4 Fondo Reservado Heliodoro Valle (FRHV), Biblioteca Nacional de México (BNM), correspondencia, documentos sin catalogar.
5 Luis Larroder (1871-1946) fue un periodista español que colaboró en Revista de Revistas, La Semana Ilustrada y El Mundo Ilustrado.
6 FRHV, BNM, documentos personales sin catalogar.
7 Ibid.
8 Luis G. Urbina (1864-1934) inició su carrera de periodista como redactor de El Siglo XIX. Fue secretario particular de Justo Sierra cuando éste se desempeñó como ministro de Instrucción Pública.
9 Justo Sierra (1848-1912) fue un connotado hombre de letras. Autor de obras históricas, periodísticas, poéticas y educativas, se le reconoce además como el fundador de la Universidad Nacional.
10 Abogado y eminente hombre de letras dominicano, a Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) se le considera como uno de los tres humanistas de mayor orden que ha dado Hispanoamérica. Fue fundador del Ateneo de México.
11 Nicolás Rangel (1864-1935) fue miembro fundador de la Academia Mexicana de la Historia.
12 FRHV, BNM, correspondencia sin catalogar.
13 FRHV, BNM, escritos sin catalogar.
14 FRHV, BNM, documentos sin catalogar.
15 FRHV, BNM, correspondencia sin catalogar.
16 “Fiestas literarias en honor del poeta Manuel Ugarte”, en El Nuevo Tiempo, Año 1, N° 282, 12 de marzo de 1912, Tegucigalpa, Honduras.
17 Ibid.
18 “Discurso del poeta argentino Manuel Ugarte con motivo de su ingreso como socio honorario al Ateneo de Honduras”, en El Nuevo Tiempo, año 1, núm. 285, 15 de marzo de 1912, Tegucigalpa, Honduras.
19 “Discurso de Rafael H. Valle”, en El Nuevo Tiempo, año 1, núm. 285, 15 de marzo de 1912, Tegucigalpa, Honduras.
20 “La gran fiesta de anoche, Manuel Ugarte hace una venia a las Emperatrices”, en El Nuevo Tiempo, Año 1, N° 286, 16 de marzo de 1912, Tegucigalpa, Honduras.
21 FRHV, BNM, correspondencia sin catalogar.
22 Ibid.
23 Ibid.
24 Ibid.
25 José Manuel Topete, “Rafael Heliodoro Valle y el Ateneo Americano de Washington”, en Revista Iberoamericana, Alabama, EUA, volumen XXII, número 43, enero-junio de 1957, p. 125.
26 Como hemos señalado, Rafael Heliodoro Valle fundó este grupo junto con otros compatriotas, entre ellos Alfonso Guillén Zelaya, Joaquín Bonilla, Federico Milton, Esteban Guardiola, Samuel Laínez Zúñiga, Adán Canales, Froylán Turcios y Pedro Nufio. Las actividades consistieron, entre otras, en promover la cultura, dictar conferencias y difundir trabajos literarios y periodísticos de jóvenes promesas hondureñas.
27 FRHV, BNM, documentos personales sin catalogar.
28 FRHV, BNM, Exp. 49-1, Docs. 1-73.
29 Óscar Acosta, Rafael Heliodoro Valle, vida y obra, p. 96.
30 FRHV, BNM, documentos personales sin catalogar.
31 Ibid.
32 FRHV, BNM, Exp. 49, Doc. 25.
33 Firmada por Rafael Heliodoro Valle, Amalia de Castillo Ledón, Ermilo Abreu Gómez, Francisco Aguilera, Olga Briceño, Esther Neira de Calvo, Muna Lee, Emilia Romero, Luis Guillermo Piazza, Aníbal Sánchez Reulet, Esperanza Zambrano, Ángela Acuña de Chacón y José García Tuñón.
34 El jurado para el primer premio estuvo integrado por Rafael Heliodoro Valle (Honduras), Germán Arciniegas (Colombia), Muna Lee (U.S.A.), Francisco Aguilera (Chile) y Andrés Iduarte (México). Para el segundo premio estuvo conformado por los señores Alfonso Reyes, Genaro Fernández MacGregor y Alfonso Méndez Plancarte.
35 FRHV, BNM, documentos personales sin catalogar.
36 Ibid.
37 Ibid.
38 Ibid.
39 Ibid.
40 Ibid.
41 Ibid.
42 José Vasconcelos (1881-1959), abogado fundador del Ateneo de la Juventud, rector de la Universidad y titular de la Secretaría de Educación Pública durante la presidencia de Álvaro Obregón. Impulsó un extraordinario proyecto cultural, procurando cubrir todos los rincones de México.
43 Antonio Caso (1883-1946), fue un filósofo que formó parte del grupo del Ateneo de la Juventud. Fue el primer secretario de la Universidad Nacional fundada por Justo Sierra en 1910. Impuso en la Universidad la enseñanza de la Filosofía.
44 Alfonso Reyes (1889-1959), escritor y fundador del Ateneo de la Juventud, ocupó varios puestos en el servicio diplomático. Fue miembro fundador del Colegio Nacional.